XIX

En la noche, no pude casi conciliar sueño. Sin contar también con que mi mente estaba más despierta que nunca y el dolor de cabeza incrementaba, Silas estuvo toda la noche junto a mí. Cosa que hizo que tampoco pudiera dormir bien.

Al final, de lo mismo cansada que estaba mi mente, logré dormir tres horas. Y el gran día había llegado. Hoy me quitarían las vendas y sabríamos todos si la operación funcionó y todos rezábamos porque fuera así. Porque si no lo fuera, no sabía hasta qué punto de la desesperación y esta vez el enojo caería.

El doctor Fischer y Adam llegaron alrededor de las nueve y media de la mañana. Mi madre ya me había ayudado a bañarme y Camille me ayudó a vestir con un pantalón de ejercicio y una sudadera que me hizo querer dormir un poco ya que Silas no estaba y mi mente estaba casualmente demasiado callada.

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