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SÁDICO

Capítulo 03

Elisa Scott

Podía jurar que este era al menos mi lugar seguro en el mundo, pero realmente estaba equivocada. Abbie levantó la comisura de su labio como si me estuviese gritando en la cara que estoy caminado sobre terreno minado que en cualquier momento puede explotar, papá entre cierra los ojos aún sin comprender que es lo que está sucediendo.

Su nueva esposa camina con aire de grandeza dando vueltas de aquí para allá quizás buscando las palabras correctas para acabarme en el primer round.—Al parecer tu novio es millonario, ¿No?—soltó con todo el veneno posible—Era de esperarse, ¿Recuerda que en la secundaria algunas de tus compañeras dijeron que salías con uno de los profesores el cual era casado?

Papá se acomodó los lentes en silencio al escucharla hablar.

—Sabes que eso fue mentira.

Me defendí y ella se encorvó de hombros.

—Por Dios, Eli, eso pasó hace mucho, ya es tiempo de que reconozcas que en esa época te gustaba andar de... —Cerró los ojos sin dejar de sonreír—En fin, por lo que veo, no se te ha quitado la costumbre.

Me estremecí en el instante en que aquellas palabras duras llegaron hasta mis oídos.

—¿Podría detenerse?—le rogué—He venido a visitar a mi padre...

Soltó una risa burlesca—¿Visitar a tu padre? ¿Sabes cuántas veces te llamé para que vinieras a ver a Alberto y jamás llegaste?—retrocedí—Siempre decías que tu universidad era más importante y ya veo que terminaste escogiendo la vida fácil...

Atacó con un fingido llanto que papá se creyó de inmediato.

—¡¿Qué estás diciendo, Abbie Lee?!—mascullé apretando los puños de mis manos, el olor a café que solía hacer Mirta cuando mamá vivía, llega hasta mis fosas nasales trayendo consigo un amargo sabor de boca y recuerdos que jamás se borraran de mi mente—Sabes que estas mintiendo. ¡Intentaste deshacerte de mí desde que era pequeña y ahora...!

Ahogué un grito de dolor al sentir una ardor terrible en mi mejilla izquierda.

Papá me había golpeado.

—¡¿Cómo te atreves a faltarle el respeto a tu madre...?!—dejé de respirar—Ella te ha recibido de nuevo porque yo te iba a mandar de vuelta apenas te vi, pero Abbie dijo que debía darte una oportunidad ¿Y así le pagas a mi esposa?

La mujer se limpia el rostro—Ya, querido. Elisa está enojada, es todo.

Estrujé mi camisa con mis manos por la impotencia de presenciar esta red de mentiras—Yo solo...—no pude continuar y tuve que morder mi mejilla interna para no quebrarme delante de ellos—Solo quería verte...

Y era la verdad. Llevaba más de un año sin saber de él y ahora todo se había ido por la borda.

—No te importó mi salud cuando Abbie te buscaba... Y ahora vienes con esa cara de borrego llegando aquí como si nada. Eres igual a tu madre ¿A caso eres hipócrita?

Sentí mi corazón romperse.

—Mi mamá no es como esta mujer. Ella jamás me llamó... ¡Papá date cuenta!

Miré el suelo mientras decía aquellas palabras, pude sentir a papá tirar de mi brazo para sacarme de aquel lugar que fue mi hogar por tanto tiempo.

—¡No soporto verte! ¿Cómo haz sido capaz de llegar hasta aquí e insultarme en mi propia casa?

Ladeé la cabeza, el frío en esta época del año era muy común en Falls City así que mis dientes empezaron a castañear de un instante a otro y de manera sorpresiva. Papá sabía que este tipo de clima me hacía estallar la cabeza y aunque intuía que me estaba observando, su lealtad hacía su esposa era más grande que su amor por mí.

Abbie brincó sobre su asiento al escuchar el sonido de la puerta, ella y papá se miraron a los ojos pero solo se colocó en pie y dio algunos pasos hacia el porche de la residencia Scott sin decir nada más.

Un olor fuerte a madera y cítricos inundó la enorme casa y esa voz rasposa y varonil logró atemorizarme por completo. Maximiliano Moretti me había encontrado tan fácil como haberle quitado un caramelo a un niño.

—¿Se encuentra Elisa?—preguntó mirando sin descaro alguno hasta donde estaba; tan fijamente que comenzaba a incomodarme—¡Cariño!—soltó con un entusiasmo tan fingido para mí pero verdadero para todo aquel que no lo conocía. Llevaba un traje a la medida que a lenguas se le notaba lo costoso que era. El reloj de pulsera edición limitada en su mano derecha hizo que Abbie me observara de inmediato, Maximiliano me tomó de la cintura para rodearme con sus enormes brazos—Te extrañé tanto...

Metí mis manos para separar su estómago de mi pecho ya que la diferencia de altura era demasiado incomoda. Su barbilla sobre mi cabeza empezaba a picarme así que lo empujé con todas mis fuerzas—Pensé que teníamos un trato—mascullé entre dientes.

El mafioso italiano me sonrió mostrándome sus perfectos dientes—Trato que rompiste y según el código de mi familia, debería cobrarme con la tuya—pasé saliva en seco al observar el revolver que ocultaba en parte baja de su espalda. Maximiliano miró por encima de mi hombro a mi padre molesto.

—No serías capaz...—espeté en un tono de voz bajo. Él arrugó un poco la nariz para acto seguido fijar de nuevo sus ojos sobre mí.

—Lo hice con mi propio tío, ¿Qué te hace pensar que no lo haré contigo?—brinqué al ver su mano viajar rápidamente hacia el revolver y lo único que pude hacer fue tirarme hacia él y abrazarlo fuerte.

—Yo también te amo.

Puntualicé buscando la manera de calmarlo al menos hasta que salgamos de aquí; tomé su mano para arrastrarlo afuera de la casa, pero cuando intentaba hacerlo me detuvo—Es demasiado tarde y es peligroso viajar a esta hora—sus ojos se dirigieron a Abbie que se encontraba anonadada por el mafioso. Este, caminó hacia mi padre y su esposa con la espalda erguida y una posición dominante que se le acentuaba a la perfección por el aura oscura y siniestra que lo envolvía.

Maximiliano se colocó al frente de Alberto y el hombre que me otorgó la vida no fue capaz de sostenerle la mirada.

—Pueden quedarse en la antigua habitación de Elisa—espetó mi madrastra arrancando una sonrisa de complacencia al italiano—¿Tienen hambre?—parpadeé al ver sus manos temblando.

Maximiliano enredó mi mano con la suya—Sabes quien soy, ¿Verdad?—preguntó sin apartar la vista de ella—Me imagino que sí...—relajó los hombros tumbándose sobre el sofá francés que mamá adquirió antes de que yo naciera.—Como verán... Esto no es fácil de decir, pero...—el sarcasmo se sentía en sus palabras—Esta casa apesta—tapé mi boca con mis manos en el instante en que una risa se me escapó, el italiano se adelantó al decir:—Hasta hace un par de segundos estaba a nada de quitarlos de mi camino—papá abrió los ojos—Pero, ella me detuvo de hacerlo.

Toqué mi cabeza al sentir un mareo repentino, mi cuerpo se estaba colocando caliente así que busqué rápidamente una silla para sentarme—Yo...Creo qué...—toqué mi estómago al notar como una bola de fuego empezaba hacer estragos dentro de mi cuerpo.

Maximiliano corrió de pronto hasta mi encuentro tomando así posesión de mis brazos y tirándome un poco hacia él—Supongo que Elisa necesita descansar un poco, ¿Podrían guiarme hasta su habitación?—contemplo el ramo de girasoles fijamente, entretanto mis ojos viajaron hacia mis manos.

El polen entre mis dedos tenía un olor extraño, mi vista comenzó a nublarse y aunque busqué la forma de auxiliar a Abbie al verla caer al suelo inconsciente, perdí al igual que ella y papá, la noción del tiempo.

(***)

No sé cuánto tiempo había pasado desde que me desmayé, entre cerré los ojos al ver la luz tenue de mi habitación, Maximiliano estaba sentado en uno de los muebles con una copa de vino tino sobre la mano mientras que con la otra masajeaba el puente de su nariz. El hombre acercó lentamente el cristal hacia sus labios para beber un poco del dulce líquido.

Apenas se dio cuenta de que le observaba, sonrió con tanta arrogancia y altivez sacudiendo sus manos para que me acercara a él. Mi corazón golpeaba con fuerza contra mis costillas y aunque busqué la manera de desviar la mirada, para que así no se diera cuenta de mi miedo, creía que ya era demasiado tarde.

Llevó la copa de cristal entre sus labios y empujó un poco para beber de esta una vez más.

—Te ves preciosa mientras duermes... —Susurró mirando hacia el suelo. Su voz se escuchaba ronca y gruesa. Era como si hubiese bebido en mi ausencia—Acabo de perder mucho dinero... Mis hermanos están locos en la mansión y necesitan de mi ayuda... Pero yo estoy aquí y no me quiero ir...

—¿Qué quiere decir esto?

Maximiliano dejó la copa de cristal a un lado para acto seguido colocar los codos sobre sus rodilla.

—Llegó la hora de empezar a pagar tu deuda...

Necesito ayuda...

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