—¿¡Qué es lo que quieres!?, ¿qué pretendes? —demandó una respuesta.Forjes atinó el siguiente golpe, más fuerte que el anterior, para luego masajear su mano.—¿¡Qué esperas de todo esto!? —preguntó de nuevoTiodor, sin poder zafarse de los tipos que le impedían acercarse a él.—De rodillas, puta. —Él ignoró a Lison, y con una sonrisa torcida, observó como la joven obedecía sus órdenes.—Aquí estoy, Forjes, quieres entretenerte, aquí me tienes. Deja que la estúpida chica se vaya.Libia tiritaba en el suelo, con las mejillas calientes y los ojos vidriosos. Agachó el rostro, y de repente sintió algo sobre su cabeza.—Mi m****a tiene mayor valor que tú —gruñó, para después quitar el pie que tenía encima de ella.—¡Déjala! —exigió Tiodor, forcejeando con aquellos sujetos.Forjes ladeó la cabeza en dirección a Lison.—Eres ridículo, vienes a mí con tu cara de matón, alardeas de ser un hombre duro, insensible y apático, pero la verdad eres un blandengue. —Luego se inclinó hacia Libia, acercó s
¿Ese sería el fin? El zumbido en sus oídos lo hacía escuchar las cosas más lejos de lo que en verdad estaban.—¡Bajen sus armas! —ordenó el comandante, pero nadie parecía estar dispuesto a hacerle caso.Forjes corrió hacia la salida, disparando sin miramientos. Tiodor se levantó del suelo y, recordó haber recibido innumerables heridas de bala en el pasado, así que le restó importancia y se arrastró lo más rápido que pudo hacia Libia. Se puso encima de ella, fungiendo tal escudo humano, y sintió su pecho empapado de sangre. La muchacha se movía inquieta en su lugar.—Tengo mucho frío —susurró con dificultad, las lágrimas se mezclaron con la sangre que le brotaba de las heridas.—Vas a salir de esto —juró Lison.Pero Libia perdió la conciencia. No podía soportar más, entre el dolor del hombro y la hinchazón de su cara. El tiempo parecía detenerse, y a lo lejos Tiodor escuchó una voz conocida que lo llamaba.—Señor —insistió Arturo, repitiendo el nombre de su jefe varias veces—. Los de pr
La habitación estaba sumida en la oscuridad, apenas iluminada por una lámpara tenue en la esquina. El cuerpo de Libia yacía sobre la cama, con el rostro irreconocible, lleno de contusiones. En el cuarto se escuchaba el monitor de signos vitales, mezclado con el sonido rítmico y constante de la ventilación mecánica invasiva, como si fuera un suave suspiro.—Esperemos que todo salga bien —dijo el médico, inexpresivo.—¿Hay posibilidad de que ella vuelva a la normalidad? —preguntó Lucas con el corazón apachurrado, sintiéndose culpable por no estar, cuando Libia más lo necesitaba.—Te repito que es una moneda al aire —contestó poniendo su brazo derecho en el hombro de Simón con familiaridad.—Gracias por tu sinceridad, gracias por no darme falsas esperanzas. —Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, mirando con tristeza la figura magullada sobre el colchón.En otra parte de la ciudad, Natalia Rodríguez lloraba a mares, su rostro pálido e hinchado denotaba dolor. Nunca había tenido
Tiodor miró los mensajes recibidos en su móvil. Por supuesto, los reclamos de Emily estaban en primera fila, negó con la cabeza, no tenía tiempo para preocupaciones llenas de hipocresía.En su mente repasó los momentos más traumáticos que había experimentado. El trabajar como policía militar lo llevó a vivir situaciones de alto riesgo acompañadas de escenarios desoladores. Perdió la cuenta de las veces que tuvo que usar su arma, aunque disparaba a malhechores, simples hombres dispuestos a violar las leyes, dar muerte a una persona siempre le dejaba un sin sabor. En una ocasión, en especial, le arrebató la existencia a un grupo de cuatro jóvenes, en la persecución previa había experimentado una buena dosis de adrenalina, y aquellos individuos abrieron fuego de manera tan vigorosa como impulsiva y no le dejaron otra opción. Al recordar los rostros inertes de los hombres, su semblante se tornó sombrío. Dudó que tuvieran la mayoría de edad. Fue en ese instante que su arma se sintió muy pe
Un par de semanas después, Tiodor se encontraba sumergido en la culpa, «va a mejorar», le habían repetido incontables veces. ¿Era demasiado extraño querer permanecer en su vida? Quizá sí, luego de ver el trato tan íntimo que tenía con Lucas. Cada visita le daba la sensación de ponerse en medio de ellos y, por más que el chico jugara a ser el hombre perfecto, los celos se le notaban a kilómetros.Pese al drama del pasado, ella se mostraba a gusto ante presencia. Siendo la parlanchina de siempre, aun con su pequeño impedimento del habla. No obstante, la lujuria que alguna vez los unió, se esfumó y fue sustituida por la conmiseración.Aun así, no se liberaba de esa necesidad de estar a su lado.Cada día, ella daba avances significativos. Entonces, pasó un mes.*****—Señor Lison —saludó Lucas con hostilidad, a estas alturas, era evidente que no se soportaban el uno al otro.—Señor Simón —respondió con sorna.El más joven puso los ojos en blanco, ambos caminaron por el pasillo hasta llega
Lison continuaba visitando a Libia, a veces le regalaba pequeñas macetas con girasoles. La chica no se cansaba de explicarle lo pésimo qué se le daba la jardinería y por consecuencia las plantas que tocaba morían.No obstante, su mente iba y venía en el conflictivo triángulo amoroso que odiaba. Ya no tenía la edad para portarse fantasiosa. Ahora buscaba un hombre que la amara, la respetara y no fuera un cabrón mujeriego. Sin duda, Lucas siempre sería su mejor opción. Pero Lison era Lison, aun con su agria actitud, romper el raro vínculo que crearon la ponía mal. Se lamentó por su jodido deseo de ser la heroína de los tipos malos.—Voy a ir soltando de a poco. ¡Vamos Libia, no eres la protagonista de alguna novela de vampiros! —se dijo frente al espejo, sorprendida de lo diferente que se percibía a sí misma.Movió la cabeza de un lado a otro, y se siguió peinando, debía haber algo que hacer con el hueco sin cabello que le dejaron para suturar su herida. Esa noche iría a la cena familiar
Lucas investigaba cada pequeño detalle del jardín Olmeda, la capacidad, los paquetes complejos, algunas contras del establecimiento, ese día debía salir perfecto. Libia le confesó que uno de sus deseos es celebrar su casamiento al aire libre, y que su decoración esté llena de flores amarillas, blancas y rojas.—¿Qué le parece, señor? —cuestionó con amabilidad la encargada de darles el recorrido.—Es hermoso, pero mi prometida es quien tiene la última palabra. — Observó a la distancia el rostro de Libia embelesada mirando un arco decorado con hermosas orquídeas.La muchacha se veía adorable, sonrojada y sonriente. Por desgracia, el recuerdo que tanto luchó por reprimir, emergió en su interior: Libia con los orbes rojos, bañada en un incontrolable lloro. No preguntó nada, se limitó a abrazarla con fuerza. Al día siguiente, cuando su prometida se despertó, le ofreció disculpas. Él no quiso indagar, pues temía conocer una verdad dolorosa; sin embargo, lo lógico es que se trataba de Tiodor
En el distrito de Ipiranga el cielo presentaba una apariencia nebulosa y difusa. Las gotas finas empapaban el monumento a la independencia, una estructura espectacular y majestuosa que constaba de un obelisco de gran altura.Tiodor miraba en dirección a la ventana, su anarquía mental le ocasionó migraña.Nunca ocultó su pasión por los negocios, sin embargo, en estos últimos meses, trabajar parecía ser lo único para lo que vivía.Emily le llamó treinta veces al celular y acudió a su casa en cinco ocasiones con la esperanza de verlo y todo en balde. Lison no daba la cara, ni siquiera contestaba a sus mensajes. A lo largo de su proceso de divorcio estuvieron más unidos que en ese momento. Es como si ella se hubiese convertido en una enfermedad letal y contagiosa.“¿Lison qué carajo te ocurre? ¿Qué te hice?”, mandó el mensaje esperanzada en obtener una respuesta. Necesitaba su ayuda, pues se quedó sin empleo y por ende sin efectivo.Por desgracia, el tipo ni prestó atención a su móvil, su