XIMENAMe sostengo de la pared y bajo la cabeza, permitiendo que el agua de la ducha golpee mi cabeza, cierro los ojos, tratando una vez más de reunir toda la fuerza que haya en mi interior, con el afán de no desfallecer. Ya llevaba un mes aquí dentro, un maldito mes donde ni siquiera había sido capaz de contratar un abogado. Había veces que me entraban muchas ganas de llorar, otras en las que no podía dormir durante toda la noche, pero, al final, siempre acababa por aferrarme a la idea de volver a surgir tal y como lo hace el ave fénix, demostrándole al mundo entero de lo que esta mujer es capaz de hacer.—No vayas a decirle a nadie, pero, por ahí escuché que hoy tienes visita —abro los ojos y observo a Leah, ella está apoyada a la pared al lado de la ducha, dedicándose a ver mi cuerpo desnudo de arriba abajo—, no lo tomes a mal, pero, que bien estás.Me encojo de hombros, tratando de restarle importancia al profundo escrutinio de la mujer. Ya me había acostumbrado a ello, estar aquí
—Él me encontró —le cuento a Ángela al apoyar mi cabeza contra la almohada.Cierro los ojos y dejo salir un lento suspiro, aún sin poder creer del todo que Kyle haya sido capaz de buscarme hasta dar con mi paradero, me sentía dentro de un cuento de hadas, de esos donde una princesa está encerrada en una torre mágica, custodiada por una bruja malvada, hasta el momento en que llega su príncipe azul a liberarla.—Estoy feliz por ti —habla Ángela desde su cama—, a pesar de que eso quiera decir que pronto vas a dejarme.—¿Por qué dices eso?—¿Acaso crees que tu príncipe azul va a permitir que permanezcas en este lugar tanto tiempo? —bufa, casi podía imaginarla poner los ojos en blanco en medio de la oscuridad—, ese hombre moverá cielo y tierra, con tal de sacarte de aquí —un lento suspiro abandona sus labios, abro los ojos, dedicándome a ver su cama—. Que bonito debe de ser tener a alguien que se preocupe así de bonito por ti.—Ahora me tienes a mí, Ángela —susurro al formar una sonrisa co
Ximena—¿Cómo te has sentido en los últimos días? —pregunta el médico del reclusorio mientras yo me mantengo acostada sobre la camilla, permitiendo que me examine el pecho.—Cansada, muy cansada, pero, aún así, los dolores han cesado —le comento, haciendo una mueca en cuanto él hunde un dedo en el centro de mi pecho, provocando un potente dolor cerca de mi corazón—. Eso dolió.—¿Has sentido que te falta el aire? ¿dolor cerca del pecho?—Sí, a veces debo detenerme porque me cuesta respirar.—Bueno, señorita Sarillana —dice al alejarse de mí, dedicándose a acomodar sus lentes en el puente de su nariz—. Me apena decirle que, en los últimos exámenes que le practiqué, he visto un avance significativo de la enfermedad.—¿Cómo? —pregunto al comenzar a sentarme, acomodando mis ropas amarillas—, pero, no me he sentido tan mal, de hecho, me siento mejor ahora que cuando estaba fuera.—Lo que pasa es que, por la adrenalina del ejercicio físico que ha estado realizando, le impide sentir alguna mo
—Aunque admito que, me encanta que me hayan encontrado, noto bastante misterio en cada una de sus visitas —digo al apoyar mis codos sobre la mesa, dedicándome a observar fijamente a mi amigo pelirrojo que acababa de llegar a visitarme, tratando de sacar un poco de información de su parte—, ¿Qué es lo que ocurre, Drake? Tú no puedes mentirme —lo miro con los ojos entrecerrados, tratando con ello de transmitirle seriedad para que pueda decir la verdad.Él sonríe con nerviosismo, dedicándose a alborotar su exuberante cabello rojo.—¿Ni siquiera me saludas, Ximena? ¿Eso es lo que me extrañas? Debo decir que me siento verdaderamente ofendido —dice al llevar una mano hasta su pecho.—Cállate, Drake, y mejor termina por decirme qué es el misterio que se traen. ¿O crees que es normal que el señor Morgan venga a verme casi todos los días? ¿repitiendo incansablemente que va a ayudarme?—No es algo de lo que yo deba de hablarte, Xime —toma mi mano entre las suyas, tratando de sonreír—, si el señ
NARRADO EN TERCERA PERSONALa sala estaba llena de dolor.No había noticia alguna sobre el estado de salud de Ximena, quien aún luchaba entre la vida y la muerte en el quirófano.Una dolorosa verdad había surgido hacía unas horas atrás, una verdad que había llenado de odio a aquella familia.Mientras Patricia cierra los ojos al apoyar su cabeza contra el respaldo del cómodo sofá en la sala de espera, vuelve a recordar aquella ocasión en que dio a luz. Ella esperaba a sus mellizas con ilusión, se enamoró de ellas desde el instante en que se dio cuenta que en su vientre crecían dos niñas, a las cuales prometió proteger y amar por el resto de sus días. Gruesas lágrimas corren por sus mejillas al volver a revivir aquel dolor que la invadió cuando su esposo le informó que una de ellas había muerto. Ella ni siquiera pudo verla, porque sencillamente duró algunas horas dormida después de la cesárea, lo único que pudo ver, fue una pequeña caja con cenizas, las cuales había esparcido por el océ
XIMENAUna contundente luz amarilla en mis pupilas, es la que comienza a traerme de vuelta al mundo de los vivos. Escucho la voz de un médico al hablar cerca de mí, dándole instrucciones a un par de enfermeras que hacen ruidos afirmativos ante lo que el hombre les dice.—La cirugía ha sido un éxito, pueden comunicar a sus familiares que en cuanto abra sus ojos, podrán verla. Probablemente, al volver a nacer, lo primero que quiera hacer es ver a sus familiares.—En seguida, doctor —farfulle una, y luego escucho sus pasos al alejarse.¿Cirugía? ¿volver a nacer? ¿Qué había sucedido conmigo? ¿Cuánto tiempo estuve ausente? No recordaba nada, absolutamente nada.Con gran lentitud, comienzo a abrir mis ojos, mi pecho duele levemente, pero no a como lo hacía antes de haber perdido el conocimiento, no a como cuando sentí que moriría.—Oh, señorita Morgan, ya está de vuelta —dice el médico al percatarse de mi mirada sobre él—, bienvenida, ya no tiene nada más que temer. Fueron más de ocho horas
“Es normal que sientas que ahora no eres tú” —me había dicho el médico antes de salir de mi habitación una vez más, después de haber aguantado a que le hiciera tantas preguntas que no podía contestar. “Por lo general, en todas las cirugías de corazón, sucede lo mismo; ganas de saber quién fue el donante, sentirte como si ya no fuera tu cuerpo, sentir como si ahora compartieras cuerpo con otra persona… no es nada que con el tiempo no se pueda superar” —el viejo hombre había sonreído, asintiendo con la cabeza en mi dirección. “Lo importante es que ahora estás viva y llena de salud”Y ahora, aquí estaba yo, de pie frente a un pequeño espejo en la habitación del hospital, revisando aquella rosada herida ubicada justo en el centro de mi pecho, una herida que me recordaba que, tenía un órgano que le perteneció a alguien más, a una pobre chica que un desgraciado asesinó, por no detenerse ante la luz roja del semáforo, una pobre mujer que, probablemente había dejado una familia amorosa atrás,
Aquel malestar me estaba matando.¿Cuándo iba a terminar esa sensación extraña dentro de mí?No se sentía bien pensar en que mi corazón ya no estaba ahí y que ahora, tenía el de alguien más. ¿Ella vivía conmigo? O ¿simplemente esta era yo?Me dirijo hacia el gran ventanal del departamento que la señora Morgan preparó para mí, tuerzo una sonrisa al ver aquellos enormes edificios levantarse frente a mí, ella había elegido una zona residencial, una de las mejores de Nueva York, no me sentía cómoda aquí, porque quería comenzar de cero, pero, la mujer insistió en querer ayudarme. Ahora debía de pensar solo en terminar de recuperarme y tratar de conseguir un trabajo para pagar mis gastos, pues no iba a permitirle que pagara todo lo que iba a gastar. Mucho había hecho ya con conseguirme este lugar, dinero que pensaba devolverle, porque no quería nada que viniera por parte del señor Morgan, ese hombre que me había cambiado por tener una buena posición económica.—¿Te gusta, cielo?Volteo a mi