Capítulo Treinta y Ocho

Amaya Bezos

No pude dormir el resto de la noche. El coraje no me lo permitía.

«Mejor el coraje que la autocompasión» pensé.

Lo cierto era que prefería sentirme enojada, y no herida en mi ya destrozado y remendado amor propio.

Deseaba odiar con todas mis fuerzas a ese muchacho que se negó a aprovecharse de una damisela alcoholizada. Era digno de admirar... ¡si!.

Pero que lo admirara otra, porque yo estaba aferrándome a odiar para no derrumbarme.

La vida perfecta que supuestamente tenia no era más que una estafa que ni yo misma me compraba. Era hora de aceptar que era posible que estuviera necesitando ayuda psicológica. No podía tapar el Sol con un dedo, havia cinco años que no tenía una relación normal y estable. Eso no era absolutamente normal, al contrario. Era insano y enfermizo.

Cuando por fin apareció alguien que me llenaba las casilla de las expectativas, pues le parecí una riquilla superficial y alcohólica a la que tolero sabiamente toda la noche, para después enviarme a
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