Inicio / Romántica / Stranger Love / Capítulo 3. Notas de un desconocido.
Capítulo 3. Notas de un desconocido.

Escucho los gritos de mis padres desesperados por salir del auto, los cinturones de seguridad no se desprenden, no pueden liberarse, yo estoy fuera del auto. De pie, mirándolos fijamente inmóvil.

—Zoe, ayúdanos, Zoe, estamos muriendo— grita mi madre, yo no puedo hacer nada más que mirarlos. Sus gritos de desespero hacen eco en mi cabeza, retumbando la culpa que me come por dentro al saber que yo también debí morir con ellos.

Abrí mis ojos rápidamente, mi pecho acelerado a mil por segundo; mi corazón late fuerte y rápido como caballos en una carrera, estoy sudando a pesar del frío que hace en esta habitación de hospital. Mis lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas, todo esto es demasiado que procesar. Aunque pasé seis meses en coma siento la muerte de mis padres y de mi abuela como si hubiese sido ayer.

Intenté levantarme para ir al baño que tengo justo en mi habitación, mirando el reloj que hay pegado en la pared y me fijo que son las tres de la madrugada, me detengo al ver que un papel cae de mi camilla al retirarme la cobija de las piernas.

« ¿Qué? ¿Una nota? »

"Duermes igual de hermoso que un ángel"

Observo a mí alrededor para fijarme de si alguna enfermera hizo esto, si es alguna clase de forma para consolarme. No veo a nadie, todas las personas que pasan por enfrente de mi habitación caminan indiferentes, enfocadas en sus propios mundos.

No entiendo nada, ¿Es acaso algún tipo de broma? Es un trozo de papel y escrito a lapicero, quizá llegó hasta mi habitación por accidente, hay una pequeña ventana abierta, pudo simplemente volar hasta aquí.

Fui al baño, caminando lentamente, un paso a la vez, mis piernas no dolían tanto, afinque más el pie izquierdo, para que el derecho, dónde tenía el esguince, no me doliera tanto, el doctor me recomendó regresar poco a poco a mis actividades normales, se supone que debería llamar a una enfermera para que me asista mientras voy al baño, pero no... No pienso molestar a una enfermera a las tres de la mañana. Ya han hecho mucho por mi estos seis meses dónde no podía ni respirar por mí misma.

Regresé a mi camilla, viendo como el papel seguía ahí. Lo tomé, me acosté con cuidado y lo leí varias veces intentando darle algún sentido hasta quedarme dormida.

El sol iluminó toda la habitación pasada las horas, las  enfermeras entraban y salían de mi habitación para chequear todo, me trajeron el desayuno y para mí sorpresa no tenía hambre.

Hace tiempo que no pruebo un bocado, y ahora que puedo ¿No tengo hambre?

—Es normal no tener apetito— afirma el doctor, quien ingresa a mi habitación.

—Pensé que acabaría con todo el desayuno, pero no tengo hambre. — confesé.

—Es algo pronto para los sólidos, pero es necesario, intenta con pequeñas porciones hasta que tú estómago de acostumbré de nuevo a alimentarte como lo solías hacer.

Me vinieron recuerdos a la mente de mi madre preparándome mis desayunos; huevos revueltos, jugo de naranja, sándwich, hasta el más sencillo cereal sabía delicioso porque ella se encargaba de hacerlo todo bien, mi madre era perfecta.

Mi silencio quizá abrumó al doctor, lo supongo por su rostro incómodo.

—Intentaré más tarde comer un poco más.  — dije.

—Ire a buscar unos resultados de unos exámenes que faltan, dependiendo de lo que salga podrás irte hoy mismo a casa. — esa noticia alegro mi mañana, no es que me incomode el hospital, pero ya quiero regresar a casa.

El doctor se marchó nuevamente dejándome sola en la habitación, yo aproveché para tomar el papel que me encontré anoche: "duermes igual de hermoso que un ángel"  no sé porque al leerlo se me sale una sonrisa inconsciente. Es como si hubiese sido escrito para mí. Alguna especie de mensaje de alguien o algo.

Me recosté de la camilla con cuidado para poder dormir un poco más, debido a todo esto me siento muy débil y cansada. Dormir en un hospital no es del todo cómodo, no veo la hora de poder regresar a mi casa.

No soy consciente de cuánto tiempo me dormí, solo sé que las manos cálidas una enfermera acariciando mi cabello me hicieron reaccionar.

—Cariño, ¿Una siesta? — me preguntó con una sonrisa.

Yo, aún somnolienta, me incliné para sentarme.

—Lo siento, ¿Qué hora es? ¿Dormí mucho?

—Son las tres de la tarde, es hora de tus medicinas.

Yo asentí y me acomodé en la camilla para poder beber todo lo que me tocaba tomar, la enfermera tiene sus manos llenas de píldoras de distintas formas y colores, definitivamente un coctel de medicamentos que deben agilizar mi mejora.

—Te has recuperado muy bien, algo sorprendente para la gravedad de tu situación hace unos meses— Confiesa la enfermera, leí su gafete que trae colgado en su uniforme; Olivia, se llama. —Realmente pensamos que no lo lograrías.

—Hubiese deseado que así fuera…—Murmuré, Olivia me miró con lastima, como odio esa mirada, y lo peor del caso es que a partir de hoy sé que recibiré esa tonta mirada de lastima muy seguido.

—Lo lamento tanto, debe ser terrible pasar por todo esto y tan joven—explicaba mientras mantenía sus cejas arqueadas, con esa estúpida expresión de lastima.

Yo asentí, esperando que capte de alguna forma lo incomoda que está poniendo esta situación.

—Lo bueno es que todos tus exámenes salieron muy bien, creo que el doctor te firme el alta en un par de horas.

Por fin, es lo que más esperaba, regresar a mi casa... Dormir en mi cama, sentirme cerca de las cosas de mis padres. Poder llorar en la privacidad de mi hogar. Aunque ahora que lo pienso me invade un sentimiento agridulce el hecho de volver a mi casa, la cual se encuentra vacía, mis padres no están, ya nada será lo mismo.

Vuelvo a sentir ese nudo en mi pecho, nudo que quiero eliminar, que quiero suprimir para evitar llorar aquí y que Olivia no continúe sosteniendo su mirada de lastima sobre mí.

—Genial— musité, con una sonrisa tan falsa como los ‘’mi sentido pésame’’ de desconocidos.

Bebí todas las pastillas y la enfermera se marchó.

No me acostumbro al frio del hospital, a lo tiesa del colchón de las camillas, al ruido de las maquinas detectando los latidos del corazón  y los signos vitales. Todo eso solo me recuerda que en la lotería de la muerte mis padres salieron ganadores, daría lo que fuera para yo estar con ellos.

El doctor ingresa a mi habitación junto con una mujer vestida de traje muy elegante.

—Hola señorita Jones, soy Amanda, investigué tu caso para poder tomar una decisión.

— ¿investigar mi caso? —pregunte mu confundida.

—Así es, tuvimos que investigar que el accidente de tus padres y el fallecimiento de tu abuela fuesen cosas naturales y no causadas por terceros.

— ¿Por qué habría alguien de querer matar a mis familiares?

—Para cobrar el seguro de vida evaluado en un millón de dólares a tu nombre.

Me sentí mareada, no pude sostener la mirada fija a ningún lugar, un pitido irrumpió en mis oídos.

— ¿Estas bien? — me pregunta mi doctor.

Yo asiento, intentando retomar el control de mis emociones y de mi cuerpo.

—No entiendo…—Confesé.

—Es normal sentir confusión y desorientación en estos casos, tus padres fueron hace un  año a mi oficina para poder costear un seguro de vida bajo el nombre de su única hija—me señala con ambas manos extendidas—Tú. En este caso eres la única, así que debes firmar estos papeles para que puedas acceder al dinero lo más pronto posible.

Hace un año planearon todo mi futuro sin decirme nada, ¿acaso ellos sabían que iban a morir? Hay alguna forma de que esto de una pausa. Esto solo revuelve mi estómago, me hace sentir muy extraña e incómoda, yo no quiero el dinero, quiero a mis padres de vuelta.

El doctor al notar mi mirada perdida le indicó con señas a la investigadora que guardara silencio un minuto, se acercó a mí, tomó mi mano me explica de forma lenta y calmada lo que debo hacer a partir de ahora que estoy de alta, me explicó que salir de un coma no es algo que sea fácil de superar, me dejó una lista que parece interminable de medicamentos y sus distintos horarios para tomarlos sin que me afecten el estómago.

También me recomendó regresar a mi rutina diaria, de a poco para no sobre exigirle a mi cerebro el incuestionable avance del tiempo. Al firmar unos papeles que me da la investigadora Amanda me doy cuenta que mi edad ya no es la misma, ‘’la paciente: Zoe Jones de diecinueve años’’. Esto me hace dar una pausa antes de firmar.

— ¿Pasa algo? —Me cuestiona el doctor, mirándome fijamente.

—Mi edad… —Murmuré.

—Sí, pasaste seis meses aquí, de los cuales uno de esos fue Noviembre, tu cumpleaños. — indica Amanda.

Me siento muy extraña ahora, me perdí mi propio cumpleaños, el tiempo no perdona ni se detiene sin importar cuantas tragedias le pasen a las personas. Es frio, indiferente y cruel… Esa tonta frase de ‘’el tiempo lo cura todo’’ solo son patrañas que dicen las personas que romantizan el tiempo como si se tratase de algún salvador, de alguna cura mágica o una fórmula de vida que te hace sentir mejor. El tiempo es una m****a. Te roba, te engaña, te envejece, te impide sentirte normal.

Firme sin perder más el tiempo los papeles. El doctor y Amanda  se marchan para que yo pueda cambiarme esta bata de enferma por mi ropa, una ropa cómoda (que no tengo idea de cómo llegó aquí). Empaqué lo poco que tenía; mi teléfono roto, la ropa con la que tuve el accidente (rota y manchada de sangre) algunos artículos de higiene y me prepare para salir de ahí de una vez por todas.

Los yesos de mi pierna y brazo los retiraron, mi cuerpo se encontraba en una mejoría constante, lo que daba paso a que yo intentara recuperar de alguna forma mi libertad física.

Me despedí de las enfermeras que cuidaron de mí todos estos meses, del doctor y por supuesto de la investigadora social que aún seguía ahí atendiendo otros casos, me pidió que la contactara si algo ocurría, ¿Qué otra cosa puede ocurrirme? ¿Qué no fue suficiente? La muerte de mis padres, de mi abuela, mi coma, perderme todo.

Pedí un taxi en el lobby del hospital, cuando llegó me detuve en seco, mirar el auto me hizo recordar el accidente: la explosión y los gritos de las personas, la pérdida de todo lo que más amaba.

Parpadeo fuerte y sacudo un poco mi cabeza para armarme de valor, ingreso al taxi casi que con los ojos cerrados y rezando imparablemente el padre nuestro. Como si Dios fuese capaz de protegerme de todo con un par de frases repetitivas.

—Jacksonville—Digo al taxista, y tomo con fuerza el mango que tienen los autos en la parte de arriba del techo para sujetarse. Manteniendo en calma mi mente y respirando lento, tan lento como pueda para solo pensar en mis pulmones expandiendo y contrayendo en mi pecho.

No puedo evitar pensar en mi casa; en mis cosas, en que será de mi vida a partir de ahora. Definitivamente no estoy preparada para nada de lo que tenga que vivir a partir de ahora, pero debo afrontarlo sin más, porque el destino, o Dios, o sea quien sea que controle las fuerzas místicas, decidió que yo no debía morir ese día, en ese accidente, en ese auto y ahora debo pagar las consecuencias de estar viva.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo