Una buena estratega

El auto se detuvo, Amanda bajó y entró al edificio. Mientras subía las escaleras se quedó pensativa, Davis seguía siendo un hombre muy atractivo, la madurez le sentaba muy bien. Suspiró antes de sacar las llaves de su bolso y entrar a su apartamento; cuando se disponía a introducir la llave, Sara le abrió la puerta.

—¡Hija! —Amanda la miró sosprendida y Sara la abrazó emocionada.

—Que bonita estás, mamá. ¿El que te trajo era tu jefe? — Amanda se quedó callada.

—No, no. Era un taxista. Solo eso. —respondió con voz trémula.

—Cuéntame, cómo estuvo todo. —El entusiasmo de Sara era evidente.

—Bien, hija. ¿Podemos hablar luego? Estoy exhausta.

—Está bien, mamá. ¿Pido algo para cenar juntas?.

—Ya cene, lo siento. No pensé que estarías esperando por mí.

—No te preocupes, mamá. Ve y descansa.

Sara notó a su madre un poco triste, no era común verla de esa manera ¿Qué le podía estar pasando?

Amanda se encerró en su habitación, se miró al espejo. No se veía tan mal después de todo.
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