Capítulo 2.

—Los declaro marido y mujer. —culminó el juez. Adelina sonrió por obligación ante los aplausos que se alzaron para festejar el matrimonio. El espectáculo debía continuar y su papel no iba a desentonar.

—Debemos saludar a unos amigos y podemos quitarnos el atuendo, cariño. —musitó Nixon, su ahora esposo.

Las intenciones de muchos por acercarse se veían desde su lugar y con eso supó que debía estar atenta en la mesa donde, por protocolo, debíamos quedarse.

—Tus amigos, no míos. —puntualizó pendiente de todo, menos de ellos. —Diles que estoy fascinada por todo, o lo que quieras. ¡Hay una mesa con pastelillos!

—Tesoro, es nuestra boda. —quiso disimular ante quienes había escuchado.

—Puede ser tu funeral y tendré hambre. —contestó mirando el punto medio entre los dos. —¿Esperamos a alguien?

—Mis padres no podrán venir, así que solo a mi tía y su esposo que llegarán pronto. —contestó pendiente del móvil. —Esperarán vernos juntos, no tú en una esquina y yo en la otra. Hay protocolos para seguir. —replicó.

—La mesa está aquí. No estaremos con una esquina de diferencia. —dijo en su defensa. —Por cierto, ¿Tienes un abrigo? Está cambiando el clima de cálido a temperatura Everest muy rápido.

—Adelina, debes cooperar para que llevemos esto lo mejor posible.

—Estoy cooperando. ¿O crees que ponerme este vestido fue un deseo de mi yo interior? —mostró la prenda blanca. Una boda que preparó la dichosa tía de su esposo y ahora debía soportar como si fuera su idea.

Ni siquiera la conocía en persona. Lo único que sabía de ella era lo que se decía en las revistas que claramente controlaba. Sin contar con lo poco se supo luego de que enviudó. Ni siquiera de su esposo actual se supo nada. Como si fuera un privilegio conocerlo.

—Debo quitarme esta cosa. —dijo. El vestido blanco no le permitía comer tranquila y eso le hizo odiarlo de inmediato.

—Aún no llega mi familia.

—Me voy a quitar el vestido, no la vida. —enfatizó rodando los ojos. Su mirada se lo dijo todo. Sus comentarios fuera de lugar no le gustaron. Mal por él, porque no tardó ni 30 segundos más en su sitio, antes de ir en búsqueda de su madre.

Fue ella quien la acompañó para quitarse la prenda y ayudó a colocarse el que había llevado para la recepción.

¡Qué frío hacía! El aire helado se colaba por las ventanas del salón, y le erizó la piel mientras se miraba en el espejo. Su figura bien proporcionada no era algo que planeaba ocultar, a pesar de las estrictas especificaciones de la familia de Nixon sobre el vestido que debía usar. Para lo poco que le importaba, lo estaba disimulando muy bien.

La boda con Nixon era un acuerdo de negocios, una alianza que prometía beneficios para ambas familias. Sin embargo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. No era nerviosismo por el matrimonio en sí, sino por haber renunciado al apoyo de su propia familia.

“Yo puedo con esto”, se dijo para darse ánimo.

La recepción transcurrió sin contratiempos, con sonrisas forzadas y miradas calculadas.

Nixon, siempre el hombre de negocios, mantenía una expresión serena, mientras ella intentaba ocultar su incomodidad. Era solo un espectáculo. Cuando terminara, podría dejar su papel de esposa del magnate, educada para cumplir con cada regla posible. Apenas comenzaba el año y ya lo odiaba.

Todos hablaban de la tía de su esposo, quien no había llegado a la ceremonia. Pero algunos murmullos mencionaban al esposo.

Giró los ojos, pensando en las pocas expectativas que tenían para sorprenderse por alguien a quien llamaban “un soberano sexy y soberbio”. Continuó comiendo los bocadillos sin interesarse en el tema, durante la recepción en el jardín de la mansión, donde también pudo tomar una copa. Su padre seguía repitiendo que la sacaría de allí. Ella lo declinó. Su hermano insistió.

—No me subestimes. No hay nada contra lo que no pueda, Anthony —le dijo tranquilamente—. Bueno, hay algo. Pero comer con palillos es una técnica más difícil de lo que piensan.

Su hermano alzó una ceja.

—El acuerdo solo es el matrimonio. No que vivas en su fortaleza. —reiteró Anthony con su instinto protector, pero él debía entender que cuando Lina decía que podía hacerlo, era porque estaba decidida a lograrlo.

Aún sin que estuviera de acuerdo, ella no iba a cambiar de opinión.

—Sonríe, caray. Todo tengo que hacerlo yo. Celebra que seré una señora que va a los clubes a tomar té y saber chismes del resto —culminó con una sonrisa, señalando a su cuñada—. Ve con ella. Necesita amor. Yo comida. Y a ninguna de las dos nos gusta esperar por lo que queremos.

Se separó de su hermano. Atravesó la pista y tomó un platillo, ignorando a las señoras que juzgaban su comportamiento. Aunque de un momento a otro todo se silenció. Un frío inquietante la recorrió. Incluso el entorno pareció cambiar a algo más tenso. Aunque no le dio importancia.

Sintió los ojos de muchos despegarse de su espalda para mirar hacia la entrada, y le importó aún menos. Si estuviera en peligro, Eleazar o Pascal se harían cargo. Ella solo quería descansar de tanto espectáculo.

Murmullos la hicieron mirar hacia allí. Solo que no había más que un tumulto de invitados saludando a alguien que ella no alcanzó a ver en la entrada. Tampoco se propuso averiguar de quién se trataba.

—Es Naenia Ercil y su esposo, el gran…

—¡Mierd@! —dijo al ver que manchó su vestido. La señora con espléndida y pulcra imagen le dio una mirada reprobatoria—. Con permiso. Debo buscar a mi madre.

La dejó hablando sola, marchándose hasta dar con su madre, quien la ayudó, indicando que podían negociar que no viviera en esa casa.

—¿Qué puede pasar, mamá? Si crees que me pueden hacer algo, créeme, les faltará mucha suerte para lograrlo —se puso el vestido de repuesto, sin mostrar preocupación alguna.

Volvió a la fiesta, notando que un grupo de personas se reunía, tratando de agradar a alguien al otro lado de la pista. Adoptó la actitud de alguien sociable para descubrir, por qué tanto esmero en hacer sentir como un dios a un simple invitado.

—Esa mujer decide quién aparece en las portadas de la revista más importante de la nación —reveló una chica emocionada—. Trata con celebridades y, con el esposo que tiene, la admiración por atrapar a uno de ellos es indudable.

—Ya veo. ¿Quién quiere más bocadillos? —preguntó, sorprendida por lo que consideraba trivialidades. ¡Como si eso fuera lo más importante del mundo!

—Puedes hacer que te tome en cuenta para la campaña que saldrá este otoño. Dicen que será con grandes figuras del medio artístico.

—El único con el que me dejaría fotografiar sería el pato Lucas. Y como no es posible, descarto la sugerencia —dijo, viendo cómo se enderezaban con lentitud—. Nada me asombra más que mi capacidad de soportar lo que no me gusta. ¡Deberían darme un premio por eso!

—El encanto es un lujo que no todos tienen últimamente —una voz profunda y familiar resonó a sus espaldas. Se giró lentamente sin poder creer que fuera quien pensaba, pero al verle el rostro allí estaba él: el Mayor Kael Romano. De nuevo frente a ella. ¿Tanta mala suerte tenía?

La presencia del coronel mayor la hizo casi atragantarse con lo que tenía en la boca. Recobró el sentido rápidamente.

No tenía claro si ese cargo seguía siendo suyo, pero la figura inmarcesible parecía querer aplastarla.

Un escalofrío la recorrió. El acero en sus ojos era aún más amenazante que meses atrás. Incluso que la noche anterior. ¡Como si fuera un villano de película!

Su presencia era imponente, con su esmoquin impecable y esa mirada penetrante que siempre lograba confundirla.

—Adelina Crown —dijo Kael, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. ¿Te digo lo que esto me parece?

—Mejor no, Mayor. No es de mi interés —respondió, con una frialdad que apenas ocultaba su desprecio. ¡Como si le importara su opinión! Ya sabía que todo daba una idea a un circo bien montado, no tenía por qué recordárselo.

—¿No me vas a invitar algo?

—Lo invito a irse —el irlandés pareció mover inconscientemente sus pupilas hasta volverse balas en su contra. No bajó el mentón, manteniendo su máscara de hielo. ¡Que se atreva a decir algo más! Pensó más enojada aún.

Kael se acercó un paso más, invadiendo su espacio personal. Lina sintió su corazón acelerarse. ¡Maldit0 efecto!

—¿Sabes? —murmuró él, con una ironía cortante—. Esto podría ser interesante.

—Interesante sería verte desaparecer —replicó, con los ojos entrecerrados—. Pero parece que no tengo tanta suerte.

Kael soltó una risa seca, inclinándose aún más cerca.

—Siempre tan encantadora, Lina. —Su cercanía la enfermaba. —Me pregunto si tu nuevo esposo sabe lo venenosa que puedes ser.

—Lo sabe y ama eso de mí.

—Lo dudo —dio un paso atrás. La chica se acarició el pecho, formando un puchero.

—Justo donde no me importa —mordió un pastelillo sin darle mayor importancia. ¡Debí matarlo cuando lo atropellé! Se reprochó.

—Cuidado te ahogas con tu veneno, brillitos —señaló su hombro, donde los destellos brillaban sobre la piel descubierta de Lina. Carajo. Su imagen sería más criticada y justamente tenía que enterarse por él.

¿Qué hacía allí? ¿Acaso no había otro sitio al cuál ir? ¿Quién lo había invitado?

—Su esposa lo llama, señor Romano. —le avisó uno de los asistentes de Naenia. Ella los reconocía a todos y el asiático trabajaba exclusivamente con la tía de su esposo. Ahí Adelina comprendió todo.

Su idea cobró sentido cuando escuchó a la mujer llamándolo.

Debió haber puesto atención si puso el pie derecho primero esa mañana, se dijo.

Podía haberse casado con cualquiera en la ciudad y tenía que hacerlo justo con la tía de su esposo.

—Genial. Ahora eres mi tío. —Kael hizo una mueca de desagrado con los ojos. —¿Debo llamarte tío?

—Si tuviera una sobrina, jamás sería tan inmadura. —el asistente le dijo algo que contestó con una mirada desinteresada.

—Sí, seguro sería un grano en el cul0 como tú. —murmuró ella.

—¿Seguías hablando? —le dedicó un vistazo con desagrado.

—No, solo soy parte de tu cabeza.

—No tengo malos pensamientos. —contestó el irlandés.

Lina apretó los puños, luchando contra el impulso de golpearlo. Inhalo paz, exhalo amor, se repitió para calmarse.

La presencia de Kael no arruinaría su comida, aunque ahora estaba más cerca que nunca. Ni siquiera se molestó en mirarla de nuevo yendo hacia uno de los extremos, pese a que el asistente quería que lo siguiera. Naenia lo buscó y el mayor no se dignó a darle una sola mirada.

Si tanto le hastiaba estar ahí ¿por qué no se iba de una vez? Tan fácil que era.

La recepción continuó, pero para Lina, todo se volvió más desagradable. Cada vez que levantaba la vista, encontraba a Kael observándola, y cada mirada suya era un desafío que despreciaba. Una promesa de que esa rivalidad no había hecho más que comenzar.

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