En la oficina del director del FBI, Calderón, estaba en la penumbra, iluminada solo por la luz tenue de una lámpara de escritorio. Kael se encontraba de pie frente a él, con los brazos cruzados y una expresión de determinación en su rostro. Se había cansado de perder. Se había cansado de ese sabor a derrota que por primera vez probó y quería dejar atrás.
—Es nuestra única oportunidad para derrocarlos, Kael. Aquí no estamos para decidir si nos gusta o no. Nos atenemos y ya. —dijo Calderón, su voz grave y autoritaria—. No podemos permitirnos fallar. No más. Kael guardó silencio, consciente de la magnitud de la misión. Había pasado semanas en una prisión, perdió a su equipo, perdió mucho y no estaba dispuesto a perder más. Pero ahora, todo dependía de un solo movimiento. —Para esa fecha, su cabeza rodará. De eso me encargo yo. —respondió Kael con firmeza. Calderón lo miró fijamente, evaluando su determinación. —Hay algo más que debes saber. —lo detuvo. —Hay una pieza clave para desmantelar esta organización. Necesitamos que confíe en tí, aunque sea por un momento. Sabes cómo hacerlo. —deslizó la fotografía sobre la mesa. —Al parecer les gusta ser tratada con indiferencia por tí. Usa eso a nuestro favor. Estaba dispuesto a todo por recuperar lo que perdió y aunque era una misión “Black op”. Nadie más que ellos dos debían saber de ella. —Por supuesto que hay estorbos. —exhaló convencido de lo difícil que era lidiar con ellos. Él lo sabía. Por lo que no hizo la pregunta principal. —Además, me acabo de enterar que Adelina Crown será la esposa Nixon Ercil. —elevó la mirada de inmediato. La fotografía en su mano se arrugó ante la fuerza que ejerció. Ese nombre. ¿Por qué tenía que mencionar ese jodido nombre? Ella no era más que la mujer a quien se dijo que no debía darle importancia cuando la conoció, pero fue prácticamente la causa por la cuál había sido culpado de delitos absurdos. Pudo delatarla. Pudo revelar que era la hija de un mafioso que nadie sabía que caminaba en las calles de la ciudad. Pudo decir que era la hermana del criminal más buscado y había la oportunidad de confesar que ella misma era una asesina, pero era su palabra contra la de una familia capaz de cambiar el sistema judicial. Debía saber como moverse para no dar pasos en falso. ¡Genial! Ahora la tendría cerca. Tanta mala suerte con un mismo nombre, se dijo. Apretó el paso. La mención le arruinó la noche completamente. Datos que no necesitaba de ella no eran bienvenidos. “Las deudas conmigo no funcionan de esa manera.” Maldit@ la hora en la que la conoció. Su humor se había arruinado totalmente con solo recordar su existencia. No soportaba escuchar ese nombre por una simple razón. Tocó lo que no debía. La noche estaba cargada de presiones cuando Kael estaba por llegar en el club clandestino al que se acercó. Debía encontrar al único que quedaba en pie de su equipo y ese sitio era el adecuado. Avanzó sin ningún cuidado hasta llegar a la puerta, sintiendo el golpe en el hombro al pasar golpeando a alguna persona que no veía que ese pasillo no era para quedarse a vivir. Escuchó algo estrellarse y ni se mosqueó hasta que sintió el empujón que le dieron desde la espalda con la suficiente fuerza como para tener su atención. —Neardental sin oficio ni beneficio, ¿acaso los ojos los tienes de adorno? —la voz femenina lo hizo detener su impulso por tomar su arma, pero su cuerpo sufrió el golpe titánico al ver ese par de ojos nuevamente. Al reconocer ese rostro que aún no veía el suyo por estar pendiente del celular roto. —Aprende a caminar o a pedir permiso. Ni siquiera lo estaba viendo a la cara por la diferencia de altura, pero se veía dispuesta a ganar la batalla vocal. —¿Por qué no me sorprende? —El tono molesto del hombre que reconoció de inmediato causó que Lina elevara el rostro. Esa mirada endurecida y el tono de voz demandante y hastiada, claramente solo la podía tener una persona. Kael Romano. No podía tener tanta mala suerte. La única persona que la había hecho perder la compostura algunas veces, anteriormente no podía ir a otro sitio esa noche. Antes le ofreció condescendencia y el imbécil declinó su propuesta. Ahora ¿Qué buscaba? Ella no odiaba a nadie, pero con el coronel Mayor era otro cuento. —Entonces es cierto que saliste de la cárcel. —dijo mostrando indiferencia. Aunque en sus ojos se veía que no estaba en su mejor noche. Kael vio su cuello y apretó la mandíbula al recordar lo que antes cargaba allí y ahora él conservaba. —Existen miles de clubes en esta ciudad y tú ¿tenías que venir a este justamente? —Poco le importó el numerito que estaba haciendo. —Deja la inmadurez, niñita. Si te estás ahogando en tus dilemas no me vengas a arruinar las noches a mí. Jodida suerte la mía. —el irlandés se dio la vuelta, dejando a Lina con el corazón latiendo con fuerza debido a su rabia contra el mundo y más en su contra esa noche. —Vete al demonio. —murmuró Lina. —Inmadura. —devolvió Kael. En mala hora Bellucci eligió ese club. —Imbécil es lo que soy por venir a esta porquería. —Tienes razón. —contestó Lina con simplicidad. —¿Hablaba contigo? —envió un mensaje de encontrarse en otro lado. —Los dementes hablan solos. Tú verás. —el ingenio para zafarse de las cosas hastió al irlandés. Dio los pasos que lo separaban de la salida, pero la chica no se movió. —Muévete. —que le dieran órdenes era un detonante para ella y más cuando iban de él. En cambio, Kael se cuestionó el por qué no moverla a las malas. Fácil, no quería tener cerca a esa pesadilla andante. Siempre que la tenía cerca, terminaba muy mal. Como si truenos y oleadas de lava se movieran en su entorno, Adelina, con una sonrisa sarcástica y sus ojos brillando con una chispa de desafío, no bajó el mentón al estar frente al sujeto. —¿Tanto te gusta estar en mi presencia? —Su voz fue fría y calculadora. Lina sólo se rió de la tontería. El aire estaba cargado de tensión, y cada palabra parecía resonar con un eco de confrontación. Esa rivalidad, nacida desde la primera vez que se vieron, no se había desvanecido. Él aún recordaba el momento en que ella lo atropelló. Ella, por su parte, no olvidaba que él la había encerrado en un calabozo. Los incidentes los habían llevado a enfrentarse repetidamente, y en cada ocasión, ese odio latente salía a flote. —Si tuviera que pasar un minuto más contigo, terminaría destruyéndote sin siquiera tocarte. —aseguró Lina con desprecio, su voz gélida como el hielo. Kael, con una mirada fría y la mandíbula apretada, sonrió. Sus ojos no podían evitar recorrer el rostro de Lina, como si intentara descifrar cada uno de sus pensamientos. —No te preocupes. Tal vez ese deseo por tenerme cerca para probar tu teoría logre darse —Ella no bajó la mirada, ni su valentía. El Coronel Mayor solo evocaba las palabras de Calderón. Lina dio un paso hacia él, su corazón latiendo más rápido, aunque no lo mostró. Podía sentir el calor de su cuerpo, la tensión en el aire casi palpable. —¿Es una amenaza, Mayor? —No amenazo. Menos a niñitas con tan poca seriedad como para tomarlas en cuenta. —manifestó con desagrado. Acercándose inconscientemente. —Solo espero que comprendas que es mejor tenerme lejos. No me jodas la existencia de nuevo, porque puedo dejar de ser un caballero y convertirme en tu peor pesadilla. —No serías ningún problema para mí, Hércules. —le sonrió con la misma prepotencia. Mientras Kael con una simple palabra regresó a esa noche, meses atrás. —Se te olvida que ya conozco quien eres. —se burló en su cara. —Adivina por quien voy si me jodes la existencia. Si te atrapo no te suelto. —Mala suerte. Alguien más me atrapó. —jugó con su mente y este de inmediato entendió a qué se refería al ver el anillo en su dedo. —Suerte para la próxima. —Un anillo tonto no es lo que usaría contigo. —espetó cerca de su rostro. —¿Qué usarías conmigo? —se atrevió a preguntar con la misión de sacarlo de sus cabales. La consciencia de Kael lo llevó por otros rumbos ante el tono mimado de la niñita de veintitantos. Ninguno de los dos se dio cuenta de la cercanía que tenían. No tenían control de sus acciones, llegando al roce de sus alientos. Sus instintos los estaban traicionando. Sus ojos conectaron con esa mezcla atrapante. —Cuanto odio. —susurró Lina. —Y todo es para tí. —prometió el irlandés con la mandíbula apretada. Su mirada cambió, pero sus ojos seguían fríos. —Espero no volver a cruzarme contigo. —Lina se alejó primero. No podía permitir que alguien así la descontrolara. Por lo que se dio la vuelta buscando otro sitio donde esperar a Avery. Mientras Kael sabía que su esperanza sería aplastada. Y ella, al parecer, aún no estaba consciente de ello.—Los declaro marido y mujer. —culminó el juez. Adelina sonrió por obligación ante los aplausos que se alzaron para festejar el matrimonio. El espectáculo debía continuar y su papel no iba a desentonar. —Debemos saludar a unos amigos y podemos quitarnos el atuendo, cariño. —musitó Nixon, su ahora esposo. Las intenciones de muchos por acercarse se veían desde su lugar y con eso supó que debía estar atenta en la mesa donde, por protocolo, debíamos quedarse. —Tus amigos, no míos. —puntualizó pendiente de todo, menos de ellos. —Diles que estoy fascinada por todo, o lo que quieras. ¡Hay una mesa con pastelillos! —Tesoro, es nuestra boda. —quiso disimular ante quienes había escuchado. —Puede ser tu funeral y tendré hambre. —contestó mirando el punto medio entre los dos. —¿Esperamos a alguien? —Mis padres no podrán venir, así que solo a mi tía y su esposo que llegarán pronto. —contestó pendiente del móvil. —Esperarán vernos juntos, no tú en una esquina y yo en la otra. Hay prot
El festejo no apaciguaba la incómoda posición de Lina en el lugar. Todos tenían una sonrisa en el rostro, menos ella. Por primera vez. El brazo de Nixon la mantenía junto a él, mostrándose como el esposo afectuoso y protector. El sueño de muchas que la veían, envidiando eso. Mientras tanto, ella no soportaba los comentarios vulgares de los amigos de los Ercil sobre algunas de las invitadas. A pesar de la frialdad de su matrimonio de conveniencia, debían mantener las apariencias. Por su parte, Lina, intentaba relajarse, pero la presencia de Kael a solo unos metros con sus ojos de halcón puestos sobre ella en todo momento, la tenía en constante alerta. —¿Estás bien? —preguntó Nixon, notando su tensión. —Sí, solo un poco cansada —respondió haciendo a un lado su brazo, forzando una sonrisa. Nixon la llevó más cerca de nuevo, fingiendo susurrarle al oído siendo esa la señal de qué debía sonreír, porque las apariencias eran todo para los Ercil y él no estaba dispuesto a perder s
—¿Por qué razón ella debe estar en la reunión? —preguntó Naenia a su sobrino. —Acaba de entrar a la familia. Debería estar de luna de miel, no en algo enteramente familiar. —Es mi esposa. —exclamó Nixon perdido en el celular. —Además no aceptó un no como respuesta. Kael giró los ojos ante la respuesta tonta que obtuvo la mujer que se echó el cabello a la espalda y le sonrió al verlo pasar. Tan difícil no era controlar a una niñita que destilaba aromas tan…Una niña al fin. Aunque al entrar a la oficina y ver cómo abrazaba a su Rottweiler, se dio cuenta de que necesitaría demasiada paciencia. El perro, de pelaje negro y brillante, se acurrucó en sus brazos como si fuera un cachorro. —Cierra la puerta, tío. Atila odia el ruido. Él apretó los dientes ante su forma de llamarlo. El resto de los asistentes lo observaron a medida que ocupó su lugar en la cabeza de la mesa; él se concentró en lo que estaban mostrando antes de iniciar y exhaló cuando escuchó el tono mimado con el que la
Lina se despertó al día siguiente con una sensación de inquietud. La noche anterior había descansado lo suficiente para restar estrés a su cuerpo, aunque la confrontación con Kael seguía resonando en su mente. Sabía que no podía permitirse bajar la guardia, especialmente ahora que estaba casada con Nixon. Tenía que esperar una invitación al sindicato que tal vez jamás llegaría, pero había aceptado ese riesgo y no quería pensar en ello como un fracaso. El desayuno en la mansión de los Ercil fue un asunto formal. Se esmeraba en ello y jamás le gustó desentonar. Aunque si tuviera que elegir, optaría por quedarse con Atila en su dormitorio. Nixon estaba absorto en su teléfono, revisando correos y mensajes, junto a su tía, murmurando sobre la llegada de su padre. Mientras Lina intentaba concentrarse en su comida. Sin embargo, la presencia de Kael en la misma habitación hacía que cada bocado fuera difícil de tragar.—Hoy tenemos la cena. No te olvides de pasar por mí. —dijo Naenia hacia
Al llegar a la boutique de su abuela tuvo que escuchar que no se encontraba. Algo que ya sabía, pero no estaba preguntando por ella, si no por un ejemplar que muchas veces le mostró. Con ese podría salir del paso, a su estilo. La dependienta que ya la conocía y sabía que su jefa jamás le negaría algo a su nieta la ayudó a llevar las cajas al vehículo. Mientras Lina le avisaba a Eleazar que no descuidara el pasillo de su dormitorio. No confiaba en nadie en esa casa, y Eleazar podía mantenerla segura. Echó a andar el auto, deteniéndose tan solo unos minutos después. Compró un café y se dirigió a la empresa, siendo recibida como lo que era para todos. La esposa de uno de los socios. Del ascensor se dirigió a la oficina que encontró al final del pasillo, entrando sin pedir permiso, haciendo que el hombre de la silla elevara el rostro de inmediato. —¿Conoces la educación o eso lo ignoras también? —le preguntó Kael en un rugido molesto. —Te traje café y así me tratas. —hizo un puchero
—Acércate. —musitó Lina sin dejar de ver los labios del Mayor. Sus ojos brillaban con intensidad, como un maldit0 embrujo al que este estaba tentado a caer. Ella sintió que el espacio se estaba terminando entre su cuerpo y el del irlandés, pero no se inmutó más que para mover las pestañas que batió más lento, ante la perspectiva de Kael, quien con una orden escuchada no estaba razonando. —Vete de mi oficina. —sus dedos se aferraron al librero con una fuerza nunca antes desconocida. ¿Por qué no la lanzaba por la ventana de una vez? Así se acabaría ese anhelo perpetuo que surgía cada vez que la tenía cerca. Lina sonrió de manera enigmática y salió del encierro en el que estuvo no más que un par de minutos, pero la habían hecho probar algo que no pensó que deseara más. —Te veo esta noche, Hércules. —el lazo de cinta de terciopelo en su cabello daba un toque extrañamente atractivo. Más al darse la vuelta y con ese rostro tan angelical darle una imagen que empeoró el estado de Kael.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a esta noche especial! —dijo la maestra de ceremonias con el micrófono en mano, hacia los invitados. —Es un honor para mí presentarles a nuestros distinguidos invitados, Warren Ercil y su encantadora esposa, Salma.Todos vieron a Salma, pero Warren no se encontraba a lado de su esposa como debía. Por lo que comentarios divertidos y preguntas de donde estaba el mencionado. En lo que el silencio sumergió a las tres personas que estaban alejados de la multitud, dos de ellos en una situación comprometedora y el tercero con una teorías en su cabeza. Warren Ercil, el suegro de Lina, tenía una pose de juez, jurado y verdugo, uno que ya contaba con la respuesta de lo que veía. Era un hombre de mediana edad, con el cabello gris perfectamente peinado hacia atrás y unos ojos azules que parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a mirarlo.Su rostro estaba marcado por arrugas profundas, no tanto por la edad, sino por los años de intrigas y manipul
—Esto va a desgastarme. Necesito comer un kilo de azúcar para volver a ser yo. —soltó Lina quitándose los zapatos sin importarle nada. Estaba cansada de ese día y aún no terminaba. —¿Quiere que me encargue? —La propuesta de Eleazar la consideró por un momento. Sonaba tentadora. Muy tentadora. No había alguien más calificado que él si decidiera hacerlo, pero para su desgracia, necesitaba a Nixon y no podía matarlo.Nadie se contactaría con una Crown, debía hacerlo con él y el idiota no colaboraba en nada. Eso era lo que la tenía hastiada. —Aún no. —arrugó los labios con pesar luego de un largo silencio. —Llévame a la casa. Necesito recuperar mi energía y mi paciencia, porque si Dios me da fuerzas terminaré siendo viuda a la semana de casada. Aunque el negro me sienta muy bien. —En veinte minutos estamos allá. —contestó Eleazar, evitando reír. Ella no le prestó atención al camino. —Aunque creo que le será muy interesante lo que vi. —lo observó por el espejo. —El Mayor fue recogid