Capítulo 3.

El festejo no apaciguaba la incómoda posición de Lina en el lugar. Todos tenían una sonrisa en el rostro, menos ella. Por primera vez.

El brazo de Nixon la mantenía junto a él, mostrándose como el esposo afectuoso y protector. El sueño de muchas que la veían, envidiando eso. Mientras tanto, ella no soportaba los comentarios vulgares de los amigos de los Ercil sobre algunas de las invitadas.

A pesar de la frialdad de su matrimonio de conveniencia, debían mantener las apariencias. Por su parte, Lina, intentaba relajarse, pero la presencia de Kael a solo unos metros con sus ojos de halcón puestos sobre ella en todo momento, la tenía en constante alerta.

—¿Estás bien? —preguntó Nixon, notando su tensión.

—Sí, solo un poco cansada —respondió haciendo a un lado su brazo, forzando una sonrisa.

Nixon la llevó más cerca de nuevo, fingiendo susurrarle al oído siendo esa la señal de qué debía sonreír, porque las apariencias eran todo para los Ercil y él no estaba dispuesto a perder su fachada de hombre protector.

—Nos iremos ya. Mi esposa está agotada y yo la quiero tener solo para mí. —todos rieron ante el comentario, menos Lina. Para ella solo eran una bola de idiotas. Actuó divertida antes de separarse con disimulo.

Él la siguió. Pero la chica lo ignoró caminando más rápido. Vio a su padre ponerse de pie y se detuvo al instante, llamando a Eleazar, quien se acercó de inmediato

—Mi abrigo —pidió al monegasco. Nixon la miró con desaprobación, al recalcarle que le tenía más confianza a su guardián que a él.

—¿Crees que es necesario que vaya contigo?

Asintió de inmediato. No entendía por qué preguntaba semejante estupidez si ya conocía la respuesta.

Aunque su mente estaba en otra parte. Cada vez que levantaba la vista, encontraba a Kael observándola desde el otro lado del salón, sus ojos llenos de una mezcla de desprecio y algo más que la cubría completamente de frío. Era como si quisiera arrancarle los ojos, y al mismo tiempo, no pudiera apartar la mirada.

Kael, por su parte, no podía evitar seguir cada movimiento de Lina. La veía reír con Nixon, y cada carcajada era como una daga en su estómago.

Un listado de las cosas que le desagradaban de ella comenzó en su mente.

• Haberlo atropellado en un momento crucial.

• Su comportamiento poco serio.

• Esa cantidad de purpurina lanzando destellos todo el tiempo.

• Comía lo que veía sin ningún cuidado.

• ¿Quién se vestía con tantas capas?

Qué desagradable debía ser su cercanía, pensó. No podía soportar verla tan cerca de él estando a esa distancia; de seguro era peor tenerla como Nixon en ese momento.

Aunque una mirada divertida corrió por su rostro cuando Leonardo Crown, el padre de la chica llegó frente a ella. Tenía cambios de humor muy extraños. Un motivo más a su lista.

Las manos le quemaron, apartando los ojos cuando Naenia le tocó el hombro, luciendo encantadora ante todos.

Algo muy diferente a la realidad.

—Que niña tan poco recatada. —lanzó su juicio hacia la esposa de Nixon y Kael no emitió un solo sonido. —He visto las fotos y ha usado dos vestidos, entre los que el que escogí no estaba.

—¿Debería importarme?

—Sí. —dijo Naenia con obviedad.

Kael la observó con desinterés y se dio la vuelta.

—Falta el baile. Somos la pareja más destacada. Necesitan fotografías nuestras.

—Yo necesito dormir y no lo he conseguido. —se giró viendo al asistente, a quien no le quedó más alternativa que entregar las llaves del vehículo.

Estar en ese lugar no era de su agrado y no iba a fingir que sí. Odiaba cada cosa en ese sitio. Cámaras. Gente. Desorden. Personas que le recordaban por qué estaba ahí.

De haber sido un coronel mayor con vasto apoyo, ahora debía soportar que su agencia lo haya encarcelado y tener que buscar otras soluciones no tan agradables. Todo por culpa de otros. Habían destruido lo que logró. Eso lo pagarían muy caro.

Se adentró directo en su apartamento y dobló su saco para dejarlo sobre el perchero.

Se deshizo de su ropa y entró a la ducha, en donde cerrar los ojos fue un martirio. Creyó haber salido de ese encantamiento cuando casi murió meses antes. No esperaba que tendría que ver esa imagen de nuevo. Menos siendo…parte del mismo círculo.

Se sentó solo con un chándal, mientras comía algo de su agrado, tecleando en su computador para averiguar sobre cuándo surgió alguna relación entre la niña con estatura de pigmeo y el retrasado de Nixon.

Pero no había nada. Todo apuntaba a un acuerdo también.

Detalló la imagen en su pantalla de la niñita con un vestido rojo, luego de su boda, siendo el foco de atención en el evento, mientras bebía el vino tinto de su copa.

Era llamativa. También era insoportable.

Limpió todo para tener el espacio tal como le gustaba: ordenado, minimalista y sin un solo objeto fuera de lugar. Era así como debía estar todo siempre. Sin nada fuera de lugar. Por ello odiaba el hecho de que algo llegara a afectar el control que siempre debía mantener.

Durmió unas horas y, por la mañana, se dirigió a la compañía de seguridad que dirigía. Si iba a hacerse cargo de algo, sería acorde a sus exigencias.

Miró la hora en el elevador, observando su reflejo en las puertas metálicas. Faltaban cinco minutos para que iniciara el horario de trabajo. Salió de la caja metálica, siendo la figura más temida por los empleados. Su presencia imponente y su mirada fría hacían que todos se enderezaran al verlo pasar. La asistente corrió a su encuentro, enumerando las tareas del día con voz temblorosa.

Un cambio que odiaba profundamente.

—La reunión de la familia y la asociación inicia en diez minutos. Quieren que se comience de inmediato con la integración de nuevos sistemas y deben hacer la revisión correspondiente —informó la chica, tratando de seguirle el paso con sus tacones resonando en el suelo de mármol.

—Llévame un café, sin azúcar —aclaró, cerrando la puerta de cristal que dividía el pasillo hacia las oficinas. El sonido del cierre resonó como un eco en el silencioso corredor.

—Como su alma —dijo la chiquilla que pasó primero que él. Con un listón rosa en el cabello, una blusa oscura que dejaba su espalda descubierta y un perro caminando a su lado—. ¿Me puedes hacer el favor de traerme uno a mí? Y unas galletas con mermelada. Te lo agradeceré un millón.

Kael apretó los labios cuando Lina lo observó con desdén, para luego continuar su camino con el monegasco que conocía a la perfección detrás suyo. Su andar era ligero, casi como si flotara, y el perro a su lado parecía un guardián fiel.

—Deja la puerta abierta para mi tío. Con su edad no puede hacer tanto movimiento —añadió, y él se repitió que solo era un torbellino que debía ignorar.

Aunque eso le resulta difícil de hacer.

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