El festejo no apaciguaba la incómoda posición de Lina en el lugar. Todos tenían una sonrisa en el rostro, menos ella. Por primera vez.
El brazo de Nixon la mantenía junto a él, mostrándose como el esposo afectuoso y protector. El sueño de muchas que la veían, envidiando eso. Mientras tanto, ella no soportaba los comentarios vulgares de los amigos de los Ercil sobre algunas de las invitadas. A pesar de la frialdad de su matrimonio de conveniencia, debían mantener las apariencias. Por su parte, Lina, intentaba relajarse, pero la presencia de Kael a solo unos metros con sus ojos de halcón puestos sobre ella en todo momento, la tenía en constante alerta. —¿Estás bien? —preguntó Nixon, notando su tensión. —Sí, solo un poco cansada —respondió haciendo a un lado su brazo, forzando una sonrisa. Nixon la llevó más cerca de nuevo, fingiendo susurrarle al oído siendo esa la señal de qué debía sonreír, porque las apariencias eran todo para los Ercil y él no estaba dispuesto a perder su fachada de hombre protector. —Nos iremos ya. Mi esposa está agotada y yo la quiero tener solo para mí. —todos rieron ante el comentario, menos Lina. Para ella solo eran una bola de idiotas. Actuó divertida antes de separarse con disimulo. Él la siguió. Pero la chica lo ignoró caminando más rápido. Vio a su padre ponerse de pie y se detuvo al instante, llamando a Eleazar, quien se acercó de inmediato —Mi abrigo —pidió al monegasco. Nixon la miró con desaprobación, al recalcarle que le tenía más confianza a su guardián que a él. —¿Crees que es necesario que vaya contigo? Asintió de inmediato. No entendía por qué preguntaba semejante estupidez si ya conocía la respuesta. Aunque su mente estaba en otra parte. Cada vez que levantaba la vista, encontraba a Kael observándola desde el otro lado del salón, sus ojos llenos de una mezcla de desprecio y algo más que la cubría completamente de frío. Era como si quisiera arrancarle los ojos, y al mismo tiempo, no pudiera apartar la mirada. Kael, por su parte, no podía evitar seguir cada movimiento de Lina. La veía reír con Nixon, y cada carcajada era como una daga en su estómago. Un listado de las cosas que le desagradaban de ella comenzó en su mente. • Haberlo atropellado en un momento crucial. • Su comportamiento poco serio. • Esa cantidad de purpurina lanzando destellos todo el tiempo. • Comía lo que veía sin ningún cuidado. • ¿Quién se vestía con tantas capas? Qué desagradable debía ser su cercanía, pensó. No podía soportar verla tan cerca de él estando a esa distancia; de seguro era peor tenerla como Nixon en ese momento. Aunque una mirada divertida corrió por su rostro cuando Leonardo Crown, el padre de la chica llegó frente a ella. Tenía cambios de humor muy extraños. Un motivo más a su lista. Las manos le quemaron, apartando los ojos cuando Naenia le tocó el hombro, luciendo encantadora ante todos. Algo muy diferente a la realidad. —Que niña tan poco recatada. —lanzó su juicio hacia la esposa de Nixon y Kael no emitió un solo sonido. —He visto las fotos y ha usado dos vestidos, entre los que el que escogí no estaba. —¿Debería importarme? —Sí. —dijo Naenia con obviedad. Kael la observó con desinterés y se dio la vuelta. —Falta el baile. Somos la pareja más destacada. Necesitan fotografías nuestras. —Yo necesito dormir y no lo he conseguido. —se giró viendo al asistente, a quien no le quedó más alternativa que entregar las llaves del vehículo. Estar en ese lugar no era de su agrado y no iba a fingir que sí. Odiaba cada cosa en ese sitio. Cámaras. Gente. Desorden. Personas que le recordaban por qué estaba ahí. De haber sido un coronel mayor con vasto apoyo, ahora debía soportar que su agencia lo haya encarcelado y tener que buscar otras soluciones no tan agradables. Todo por culpa de otros. Habían destruido lo que logró. Eso lo pagarían muy caro. Se adentró directo en su apartamento y dobló su saco para dejarlo sobre el perchero. Se deshizo de su ropa y entró a la ducha, en donde cerrar los ojos fue un martirio. Creyó haber salido de ese encantamiento cuando casi murió meses antes. No esperaba que tendría que ver esa imagen de nuevo. Menos siendo…parte del mismo círculo. Se sentó solo con un chándal, mientras comía algo de su agrado, tecleando en su computador para averiguar sobre cuándo surgió alguna relación entre la niña con estatura de pigmeo y el retrasado de Nixon. Pero no había nada. Todo apuntaba a un acuerdo también. Detalló la imagen en su pantalla de la niñita con un vestido rojo, luego de su boda, siendo el foco de atención en el evento, mientras bebía el vino tinto de su copa. Era llamativa. También era insoportable. Limpió todo para tener el espacio tal como le gustaba: ordenado, minimalista y sin un solo objeto fuera de lugar. Era así como debía estar todo siempre. Sin nada fuera de lugar. Por ello odiaba el hecho de que algo llegara a afectar el control que siempre debía mantener. Durmió unas horas y, por la mañana, se dirigió a la compañía de seguridad que dirigía. Si iba a hacerse cargo de algo, sería acorde a sus exigencias. Miró la hora en el elevador, observando su reflejo en las puertas metálicas. Faltaban cinco minutos para que iniciara el horario de trabajo. Salió de la caja metálica, siendo la figura más temida por los empleados. Su presencia imponente y su mirada fría hacían que todos se enderezaran al verlo pasar. La asistente corrió a su encuentro, enumerando las tareas del día con voz temblorosa. Un cambio que odiaba profundamente. —La reunión de la familia y la asociación inicia en diez minutos. Quieren que se comience de inmediato con la integración de nuevos sistemas y deben hacer la revisión correspondiente —informó la chica, tratando de seguirle el paso con sus tacones resonando en el suelo de mármol. —Llévame un café, sin azúcar —aclaró, cerrando la puerta de cristal que dividía el pasillo hacia las oficinas. El sonido del cierre resonó como un eco en el silencioso corredor. —Como su alma —dijo la chiquilla que pasó primero que él. Con un listón rosa en el cabello, una blusa oscura que dejaba su espalda descubierta y un perro caminando a su lado—. ¿Me puedes hacer el favor de traerme uno a mí? Y unas galletas con mermelada. Te lo agradeceré un millón. Kael apretó los labios cuando Lina lo observó con desdén, para luego continuar su camino con el monegasco que conocía a la perfección detrás suyo. Su andar era ligero, casi como si flotara, y el perro a su lado parecía un guardián fiel. —Deja la puerta abierta para mi tío. Con su edad no puede hacer tanto movimiento —añadió, y él se repitió que solo era un torbellino que debía ignorar. Aunque eso le resulta difícil de hacer.—¿Por qué razón ella debe estar en la reunión? —preguntó Naenia a su sobrino. —Acaba de entrar a la familia. Debería estar de luna de miel, no en algo enteramente familiar. —Es mi esposa. —exclamó Nixon perdido en el celular. —Además no aceptó un no como respuesta. Kael giró los ojos ante la respuesta tonta que obtuvo la mujer que se echó el cabello a la espalda y le sonrió al verlo pasar. Tan difícil no era controlar a una niñita que destilaba aromas tan…Una niña al fin. Aunque al entrar a la oficina y ver cómo abrazaba a su Rottweiler, se dio cuenta de que necesitaría demasiada paciencia. El perro, de pelaje negro y brillante, se acurrucó en sus brazos como si fuera un cachorro. —Cierra la puerta, tío. Atila odia el ruido. Él apretó los dientes ante su forma de llamarlo. El resto de los asistentes lo observaron a medida que ocupó su lugar en la cabeza de la mesa; él se concentró en lo que estaban mostrando antes de iniciar y exhaló cuando escuchó el tono mimado con el que la
Lina se despertó al día siguiente con una sensación de inquietud. La noche anterior había descansado lo suficiente para restar estrés a su cuerpo, aunque la confrontación con Kael seguía resonando en su mente. Sabía que no podía permitirse bajar la guardia, especialmente ahora que estaba casada con Nixon. Tenía que esperar una invitación al sindicato que tal vez jamás llegaría, pero había aceptado ese riesgo y no quería pensar en ello como un fracaso. El desayuno en la mansión de los Ercil fue un asunto formal. Se esmeraba en ello y jamás le gustó desentonar. Aunque si tuviera que elegir, optaría por quedarse con Atila en su dormitorio. Nixon estaba absorto en su teléfono, revisando correos y mensajes, junto a su tía, murmurando sobre la llegada de su padre. Mientras Lina intentaba concentrarse en su comida. Sin embargo, la presencia de Kael en la misma habitación hacía que cada bocado fuera difícil de tragar.—Hoy tenemos la cena. No te olvides de pasar por mí. —dijo Naenia hacia
Al llegar a la boutique de su abuela tuvo que escuchar que no se encontraba. Algo que ya sabía, pero no estaba preguntando por ella, si no por un ejemplar que muchas veces le mostró. Con ese podría salir del paso, a su estilo. La dependienta que ya la conocía y sabía que su jefa jamás le negaría algo a su nieta la ayudó a llevar las cajas al vehículo. Mientras Lina le avisaba a Eleazar que no descuidara el pasillo de su dormitorio. No confiaba en nadie en esa casa, y Eleazar podía mantenerla segura. Echó a andar el auto, deteniéndose tan solo unos minutos después. Compró un café y se dirigió a la empresa, siendo recibida como lo que era para todos. La esposa de uno de los socios. Del ascensor se dirigió a la oficina que encontró al final del pasillo, entrando sin pedir permiso, haciendo que el hombre de la silla elevara el rostro de inmediato. —¿Conoces la educación o eso lo ignoras también? —le preguntó Kael en un rugido molesto. —Te traje café y así me tratas. —hizo un puchero
—Acércate. —musitó Lina sin dejar de ver los labios del Mayor. Sus ojos brillaban con intensidad, como un maldit0 embrujo al que este estaba tentado a caer. Ella sintió que el espacio se estaba terminando entre su cuerpo y el del irlandés, pero no se inmutó más que para mover las pestañas que batió más lento, ante la perspectiva de Kael, quien con una orden escuchada no estaba razonando. —Vete de mi oficina. —sus dedos se aferraron al librero con una fuerza nunca antes desconocida. ¿Por qué no la lanzaba por la ventana de una vez? Así se acabaría ese anhelo perpetuo que surgía cada vez que la tenía cerca. Lina sonrió de manera enigmática y salió del encierro en el que estuvo no más que un par de minutos, pero la habían hecho probar algo que no pensó que deseara más. —Te veo esta noche, Hércules. —el lazo de cinta de terciopelo en su cabello daba un toque extrañamente atractivo. Más al darse la vuelta y con ese rostro tan angelical darle una imagen que empeoró el estado de Kael.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a esta noche especial! —dijo la maestra de ceremonias con el micrófono en mano, hacia los invitados. —Es un honor para mí presentarles a nuestros distinguidos invitados, Warren Ercil y su encantadora esposa, Salma.Todos vieron a Salma, pero Warren no se encontraba a lado de su esposa como debía. Por lo que comentarios divertidos y preguntas de donde estaba el mencionado. En lo que el silencio sumergió a las tres personas que estaban alejados de la multitud, dos de ellos en una situación comprometedora y el tercero con una teorías en su cabeza. Warren Ercil, el suegro de Lina, tenía una pose de juez, jurado y verdugo, uno que ya contaba con la respuesta de lo que veía. Era un hombre de mediana edad, con el cabello gris perfectamente peinado hacia atrás y unos ojos azules que parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a mirarlo.Su rostro estaba marcado por arrugas profundas, no tanto por la edad, sino por los años de intrigas y manipul
—Esto va a desgastarme. Necesito comer un kilo de azúcar para volver a ser yo. —soltó Lina quitándose los zapatos sin importarle nada. Estaba cansada de ese día y aún no terminaba. —¿Quiere que me encargue? —La propuesta de Eleazar la consideró por un momento. Sonaba tentadora. Muy tentadora. No había alguien más calificado que él si decidiera hacerlo, pero para su desgracia, necesitaba a Nixon y no podía matarlo.Nadie se contactaría con una Crown, debía hacerlo con él y el idiota no colaboraba en nada. Eso era lo que la tenía hastiada. —Aún no. —arrugó los labios con pesar luego de un largo silencio. —Llévame a la casa. Necesito recuperar mi energía y mi paciencia, porque si Dios me da fuerzas terminaré siendo viuda a la semana de casada. Aunque el negro me sienta muy bien. —En veinte minutos estamos allá. —contestó Eleazar, evitando reír. Ella no le prestó atención al camino. —Aunque creo que le será muy interesante lo que vi. —lo observó por el espejo. —El Mayor fue recogid
Lina sintió cómo el peso de las palabras de Kael se asentaba en su pecho, como una cadena invisible que la ataba a él. El silencio entre ellos se volvió ensordecedor, solo roto por el sonido de sus respiraciones entrecortadas.La energía que emanaba el irlandés era sumamente peligrosa. Lina trató de regular su respiración. —¿Y si no quiero? —se inclinó hacia la mesa. —¿Y si no quiero ser tuya?—No debes quererlo. Solo no podrás evitarlo. —contestó Kael con su cruel y excitante promesa. —No digas que no te lo avisé. —Mensaje captado, ¿ahora me puedes pasar los zapatos? El piso está frío y ya tengo mis pies calientes. —señaló al suelo. Kael masticó sin darle mayor importancia a sí pedido. Sabía que clase de juegos tenía en su contra y algo tan simple era para provocarlo más. La inocente sonrisa no era más que la fachada para sus jugarretas. —Por favor. —le sonrió con los ojos destellantes de esa ternura que seducía a todos. Kael se levantó, recogió sus zapatos y se los puso en las m
—Adelina, espera. —Nixon la sostuvo del codo, su voz cargada de desesperación. Sus ojos suplicaban, pero ella se giró, zafándose de su agarre con un movimiento decidido.—Dame un minuto. Solo un minuto. Sé que puedes estar celosa, pero déjame explicarlo. —¿Celosa? —Adelina soltó una risa divertida, mientras se quitaba la sudadera. —¿De qué estaría celosa yo por ti?—Soy tu esposo. No tienes que esconderlo. —Nixon la siguió, su voz temblando. —Lo comprendo y lo lamento mucho. Perdí la cuenta de cuánto tomé. No sabía lo que hacía.—Pobrecito. —Adelina se giró, solo con el top y la sudadera en el brazo. Sus ojos brillaban con una mezcla de algo desconocido. —No te preocupes, tu esposa comprensiva lo entiende. Ya que tú puedes tener amantes, buscaré uno también. Así no me dolerá el corazón tanto como me está doliendo ahora. —Hizo un puchero, pero su voz era un filo de acero.—Estás jugando, ¿no?—No, solo te aviso. Para que luego no digas que no lo hice. —Soltó su cabello y sacudió las