Capítulo 4.

—¿Por qué razón ella debe estar en la reunión? —preguntó Naenia a su sobrino. —Acaba de entrar a la familia. Debería estar de luna de miel, no en algo enteramente familiar.

—Es mi esposa. —exclamó Nixon perdido en el celular. —Además no aceptó un no como respuesta.

Kael giró los ojos ante la respuesta tonta que obtuvo la mujer que se echó el cabello a la espalda y le sonrió al verlo pasar. Tan difícil no era controlar a una niñita que destilaba aromas tan…Una niña al fin.

Aunque al entrar a la oficina y ver cómo abrazaba a su Rottweiler, se dio cuenta de que necesitaría demasiada paciencia. El perro, de pelaje negro y brillante, se acurrucó en sus brazos como si fuera un cachorro.

—Cierra la puerta, tío. Atila odia el ruido.

Él apretó los dientes ante su forma de llamarlo. El resto de los asistentes lo observaron a medida que ocupó su lugar en la cabeza de la mesa; él se concentró en lo que estaban mostrando antes de iniciar y exhaló cuando escuchó el tono mimado con el que la chica le hablaba al perro, de un tamaño suficiente para saber que no era un ser indefenso.

Trató de hacer oídos sordos, hasta que llegó el sobrino de Naenia, quien saludó a todos, llegando hasta su lugar y besando en la mejilla a la que llamaba su esposa, pero no era más que una pigmeo con destellos.

—Tío, ¿me puedes pasar ese bolígrafo, por favor?

La mujer a su lado lo observó. Lina sonrió dulcemente, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Por favor —volvió a decir con los labios arrugados. Kael sintió su puño cerrarse inconscientemente. Bajó la mirada al teclado. Se removió y enderezó la espalda, empujando con el dedo el cilindro negro que Lina logró atrapar—. Qué destreza tienes en los dedos.

Los ojos de Kael volvieron a ella, y esta solo cruzó los brazos, enfocándose en el documento frente a sus ojos. La saliva del irlandés se alivianó al verla pasarse las manos por el cuello. El cabello le caía por los hombros en suaves ondas, y el collar que recordaba no estaba, pero se daba una idea de cómo le quedaba.

—Cariño —Naenia llamó su atención, y este volvió al computador, oyendo las especificaciones del sistema.

La reunión siguió sin contratiempos. Todos propusieron que los expertos en ese campo serían los encargados de revisar lo que faltaba.

—Puedo apoyar en eso. —alegó Lina.

—Que bueno que no se necesita ayuda. —replicó este en respuesta.

—Cariño. Aunque no me gusta aceptarlo, ella conoce un poco de esa creación. —argumentó Naenia.

—No necesito conocer nada para dominar algo a la perfección. —contrarió él, odiando su forma de llamarlo y ese toque de sus uñas en su brazo lo hartó, apartando la mano sin esmerarse en dejar claro su lejanía.

—Mi esposa puede facilitar todo, Kael. —añadió Nixon siendo más firme. El mencionado ni lo observó. Lina vio su prepotencia como un defecto para tratar de otra forma, sin decir una palabra para defenderse.

—Señor Romano. —intervino Mendoza. Uno de los asociados a la empresa.

—Lo haré sólo. Tema cerrado. —culminó con la sugerencia. Terminando la reunión después de casi dos horas.

—Lo harás conmigo. —se levantó Lina tomando la cadena de Atila, la cual se alejó de Eleazar cuando ella le indicó que era hora de marcharse. Sin darle tiempo a Kael para llevarle la contraria.

Naenia vio con malos ojos la actitud, dándole una mirada llena de juicios a Nixon. Este le aseguró controlarlo luego para dejarla tranquila.

—Mañana tenemos una cena en el The Plaza Hotel. Debemos asistir juntos. —lo detuvo la mujer de cabello oscuro e imagen impecable.

La mirada de Kael lo dijo todo al fijarse en la mano que sostenía su muñeca, cerca del reloj que ella acariciaba, dejando de hacerlo al ver su molestia.

—¿Puedes hacer una excepción?

—No. —la respuesta la hizo sentir el hielo que lanzó con su voz. Convencerlo era algo severamente imposible para ella. Nada lo haría cambiar de parecer y Naenia debía volver a asistir a una cena con excusas para él.

Kael fue directo a su oficina, oyendo a Naenia que tenía llamadas para atender y eso la tendría ocupada por varias horas. Le daría un respiro al menos.

Aunque al entrar a su oficina no pudo evitar sentir el olor dulce que impregnaba el ambiente. Cerró los ojos, molesto por la intromisión. Al darse la vuelta, la vio sentada en una de las mesas con una bolsa de mentas en la mano.

—¿Gustas? —preguntó Lina, con una sonrisa traviesa.

Él bajó la mirada al suelo, donde sus zapatos estaban sobre la alfombra, desordenados.

—Sal de aquí —ordenó, su voz fría como el hielo.

—Debemos tratar el sistema, ¿o no recuerdas? —replicó ella, con un tono desafiante.

—No acepté.

—Igual es necesario —se lanzó.

Por instinto, Lina caminó de puntillas, y él se fijó en ello, sintiendo esa jodida punzada de nuevo en sus puños cuando vio esa acción tan delicada de la chica. Sacó las manos de los bolsillos, odiando cualquier objeto fuera de lugar. La vio moverse hacia la silla detrás del escritorio y no tuvo más opción que recoger los zapatos de la niñita.

Resignado a que debía trabajar con ella, le entregó los zapatos y tiró de su brazo sin ningún gramo de delicadeza. El gimoteo de Lina retumbó en sus oídos y odió lo que su mente creó.

—Casi me arrancas la mano, tío —se quejó ella, y en un impulso hastiado por tal palabra, Kael la acorraló entre el librero detrás de la silla y su propia figura imponente. Lina sintió sus pulmones ser presionados, aunque nada la estaba tocando siquiera.

—No vuelvas a llamarme de esa manera —apretó las palabras entre sus dientes—. Jamás.

—Pero sí eres mi tío —hizo una mueca con los labios, disfrutando de su reacción. Por alguna razón verlo tan enojado era gratificante.

—No soy tu tío, brillitos. No soy tu nada —se acercó aún más, su aliento caliente contrastando con el frío de sus palabras. Ella perdió el instinto de defensa y solo sonrió, endureciendo más al hombre que parecía que iba a aplastarla.

Kael tenía sus pies rozando la unión de la de Lina y aunque podía separarse, algo se lo impidió.

La tensión entre ellos era palpable, como una tormenta a punto de desatarse.

Cada palabra, cada gesto, era una chispa en un barril de pólvora. Kael sentía que su control se desmoronaba, como un dique que no podía contener la furia del río. La cercanía de Lina era un caos intenso, un torbellino que lo arrastraba sin remedio.

El olor dulce de las mentas se mezclaba con el aroma de su perfume, creando una atmósfera embriagadora. Kael cerró los ojos por un instante, tratando de recuperar el control, pero la presencia de Lina era como un veneno que se infiltraba en sus venas, imposible de ignorar.

—No soy tu nada —repitió, su voz apenas un susurro, cargada de una mezcla de rabia y deseo.

—Siempre serás mi nada. —Lina alzó el mentón saliendo del encierro. Kael suspiró profundo, el aroma dulce quedó impregnado en el aire, agradeciendo cuando la escuchó marcharse. No la quería cerca. No cuando provocaba tantas cosas.

Su esposa apareció en el marco de la puerta y su semblante cambió casi al instante. Detrás suyo caminaba la niñita del brazo de Nixon y eso lo tensó aún más. Escalando a un nuevo nivel cuando ella enfocó sus ojos en su rostro.

Lina lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y algo más, algo que Kael no quería reconocer. La tensión entre ellos era un campo de batalla, y cada encuentro era una lucha por el control, una guerra que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.

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