—¿Por qué razón ella debe estar en la reunión? —preguntó Naenia a su sobrino. —Acaba de entrar a la familia. Debería estar de luna de miel, no en algo enteramente familiar.
—Es mi esposa. —exclamó Nixon perdido en el celular. —Además no aceptó un no como respuesta. Kael giró los ojos ante la respuesta tonta que obtuvo la mujer que se echó el cabello a la espalda y le sonrió al verlo pasar. Tan difícil no era controlar a una niñita que destilaba aromas tan…Una niña al fin. Aunque al entrar a la oficina y ver cómo abrazaba a su Rottweiler, se dio cuenta de que necesitaría demasiada paciencia. El perro, de pelaje negro y brillante, se acurrucó en sus brazos como si fuera un cachorro. —Cierra la puerta, tío. Atila odia el ruido. Él apretó los dientes ante su forma de llamarlo. El resto de los asistentes lo observaron a medida que ocupó su lugar en la cabeza de la mesa; él se concentró en lo que estaban mostrando antes de iniciar y exhaló cuando escuchó el tono mimado con el que la chica le hablaba al perro, de un tamaño suficiente para saber que no era un ser indefenso. Trató de hacer oídos sordos, hasta que llegó el sobrino de Naenia, quien saludó a todos, llegando hasta su lugar y besando en la mejilla a la que llamaba su esposa, pero no era más que una pigmeo con destellos. —Tío, ¿me puedes pasar ese bolígrafo, por favor? La mujer a su lado lo observó. Lina sonrió dulcemente, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Por favor —volvió a decir con los labios arrugados. Kael sintió su puño cerrarse inconscientemente. Bajó la mirada al teclado. Se removió y enderezó la espalda, empujando con el dedo el cilindro negro que Lina logró atrapar—. Qué destreza tienes en los dedos. Los ojos de Kael volvieron a ella, y esta solo cruzó los brazos, enfocándose en el documento frente a sus ojos. La saliva del irlandés se alivianó al verla pasarse las manos por el cuello. El cabello le caía por los hombros en suaves ondas, y el collar que recordaba no estaba, pero se daba una idea de cómo le quedaba. —Cariño —Naenia llamó su atención, y este volvió al computador, oyendo las especificaciones del sistema. La reunión siguió sin contratiempos. Todos propusieron que los expertos en ese campo serían los encargados de revisar lo que faltaba. —Puedo apoyar en eso. —alegó Lina. —Que bueno que no se necesita ayuda. —replicó este en respuesta. —Cariño. Aunque no me gusta aceptarlo, ella conoce un poco de esa creación. —argumentó Naenia. —No necesito conocer nada para dominar algo a la perfección. —contrarió él, odiando su forma de llamarlo y ese toque de sus uñas en su brazo lo hartó, apartando la mano sin esmerarse en dejar claro su lejanía. —Mi esposa puede facilitar todo, Kael. —añadió Nixon siendo más firme. El mencionado ni lo observó. Lina vio su prepotencia como un defecto para tratar de otra forma, sin decir una palabra para defenderse. —Señor Romano. —intervino Mendoza. Uno de los asociados a la empresa. —Lo haré sólo. Tema cerrado. —culminó con la sugerencia. Terminando la reunión después de casi dos horas. —Lo harás conmigo. —se levantó Lina tomando la cadena de Atila, la cual se alejó de Eleazar cuando ella le indicó que era hora de marcharse. Sin darle tiempo a Kael para llevarle la contraria. Naenia vio con malos ojos la actitud, dándole una mirada llena de juicios a Nixon. Este le aseguró controlarlo luego para dejarla tranquila. —Mañana tenemos una cena en el The Plaza Hotel. Debemos asistir juntos. —lo detuvo la mujer de cabello oscuro e imagen impecable. La mirada de Kael lo dijo todo al fijarse en la mano que sostenía su muñeca, cerca del reloj que ella acariciaba, dejando de hacerlo al ver su molestia. —¿Puedes hacer una excepción? —No. —la respuesta la hizo sentir el hielo que lanzó con su voz. Convencerlo era algo severamente imposible para ella. Nada lo haría cambiar de parecer y Naenia debía volver a asistir a una cena con excusas para él. Kael fue directo a su oficina, oyendo a Naenia que tenía llamadas para atender y eso la tendría ocupada por varias horas. Le daría un respiro al menos. Aunque al entrar a su oficina no pudo evitar sentir el olor dulce que impregnaba el ambiente. Cerró los ojos, molesto por la intromisión. Al darse la vuelta, la vio sentada en una de las mesas con una bolsa de mentas en la mano. —¿Gustas? —preguntó Lina, con una sonrisa traviesa. Él bajó la mirada al suelo, donde sus zapatos estaban sobre la alfombra, desordenados. —Sal de aquí —ordenó, su voz fría como el hielo. —Debemos tratar el sistema, ¿o no recuerdas? —replicó ella, con un tono desafiante. —No acepté. —Igual es necesario —se lanzó. Por instinto, Lina caminó de puntillas, y él se fijó en ello, sintiendo esa jodida punzada de nuevo en sus puños cuando vio esa acción tan delicada de la chica. Sacó las manos de los bolsillos, odiando cualquier objeto fuera de lugar. La vio moverse hacia la silla detrás del escritorio y no tuvo más opción que recoger los zapatos de la niñita. Resignado a que debía trabajar con ella, le entregó los zapatos y tiró de su brazo sin ningún gramo de delicadeza. El gimoteo de Lina retumbó en sus oídos y odió lo que su mente creó. —Casi me arrancas la mano, tío —se quejó ella, y en un impulso hastiado por tal palabra, Kael la acorraló entre el librero detrás de la silla y su propia figura imponente. Lina sintió sus pulmones ser presionados, aunque nada la estaba tocando siquiera. —No vuelvas a llamarme de esa manera —apretó las palabras entre sus dientes—. Jamás. —Pero sí eres mi tío —hizo una mueca con los labios, disfrutando de su reacción. Por alguna razón verlo tan enojado era gratificante. —No soy tu tío, brillitos. No soy tu nada —se acercó aún más, su aliento caliente contrastando con el frío de sus palabras. Ella perdió el instinto de defensa y solo sonrió, endureciendo más al hombre que parecía que iba a aplastarla. Kael tenía sus pies rozando la unión de la de Lina y aunque podía separarse, algo se lo impidió. La tensión entre ellos era palpable, como una tormenta a punto de desatarse. Cada palabra, cada gesto, era una chispa en un barril de pólvora. Kael sentía que su control se desmoronaba, como un dique que no podía contener la furia del río. La cercanía de Lina era un caos intenso, un torbellino que lo arrastraba sin remedio. El olor dulce de las mentas se mezclaba con el aroma de su perfume, creando una atmósfera embriagadora. Kael cerró los ojos por un instante, tratando de recuperar el control, pero la presencia de Lina era como un veneno que se infiltraba en sus venas, imposible de ignorar. —No soy tu nada —repitió, su voz apenas un susurro, cargada de una mezcla de rabia y deseo. —Siempre serás mi nada. —Lina alzó el mentón saliendo del encierro. Kael suspiró profundo, el aroma dulce quedó impregnado en el aire, agradeciendo cuando la escuchó marcharse. No la quería cerca. No cuando provocaba tantas cosas. Su esposa apareció en el marco de la puerta y su semblante cambió casi al instante. Detrás suyo caminaba la niñita del brazo de Nixon y eso lo tensó aún más. Escalando a un nuevo nivel cuando ella enfocó sus ojos en su rostro. Lina lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y algo más, algo que Kael no quería reconocer. La tensión entre ellos era un campo de batalla, y cada encuentro era una lucha por el control, una guerra que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.Lina se despertó al día siguiente con una sensación de inquietud. La noche anterior había descansado lo suficiente para restar estrés a su cuerpo, aunque la confrontación con Kael seguía resonando en su mente. Sabía que no podía permitirse bajar la guardia, especialmente ahora que estaba casada con Nixon. Tenía que esperar una invitación al sindicato que tal vez jamás llegaría, pero había aceptado ese riesgo y no quería pensar en ello como un fracaso. El desayuno en la mansión de los Ercil fue un asunto formal. Se esmeraba en ello y jamás le gustó desentonar. Aunque si tuviera que elegir, optaría por quedarse con Atila en su dormitorio. Nixon estaba absorto en su teléfono, revisando correos y mensajes, junto a su tía, murmurando sobre la llegada de su padre. Mientras Lina intentaba concentrarse en su comida. Sin embargo, la presencia de Kael en la misma habitación hacía que cada bocado fuera difícil de tragar.—Hoy tenemos la cena. No te olvides de pasar por mí. —dijo Naenia hacia
Al llegar a la boutique de su abuela tuvo que escuchar que no se encontraba. Algo que ya sabía, pero no estaba preguntando por ella, si no por un ejemplar que muchas veces le mostró. Con ese podría salir del paso, a su estilo. La dependienta que ya la conocía y sabía que su jefa jamás le negaría algo a su nieta la ayudó a llevar las cajas al vehículo. Mientras Lina le avisaba a Eleazar que no descuidara el pasillo de su dormitorio. No confiaba en nadie en esa casa, y Eleazar podía mantenerla segura. Echó a andar el auto, deteniéndose tan solo unos minutos después. Compró un café y se dirigió a la empresa, siendo recibida como lo que era para todos. La esposa de uno de los socios. Del ascensor se dirigió a la oficina que encontró al final del pasillo, entrando sin pedir permiso, haciendo que el hombre de la silla elevara el rostro de inmediato. —¿Conoces la educación o eso lo ignoras también? —le preguntó Kael en un rugido molesto. —Te traje café y así me tratas. —hizo un puchero
—Acércate. —musitó Lina sin dejar de ver los labios del Mayor. Sus ojos brillaban con intensidad, como un maldit0 embrujo al que este estaba tentado a caer. Ella sintió que el espacio se estaba terminando entre su cuerpo y el del irlandés, pero no se inmutó más que para mover las pestañas que batió más lento, ante la perspectiva de Kael, quien con una orden escuchada no estaba razonando. —Vete de mi oficina. —sus dedos se aferraron al librero con una fuerza nunca antes desconocida. ¿Por qué no la lanzaba por la ventana de una vez? Así se acabaría ese anhelo perpetuo que surgía cada vez que la tenía cerca. Lina sonrió de manera enigmática y salió del encierro en el que estuvo no más que un par de minutos, pero la habían hecho probar algo que no pensó que deseara más. —Te veo esta noche, Hércules. —el lazo de cinta de terciopelo en su cabello daba un toque extrañamente atractivo. Más al darse la vuelta y con ese rostro tan angelical darle una imagen que empeoró el estado de Kael.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a esta noche especial! —dijo la maestra de ceremonias con el micrófono en mano, hacia los invitados. —Es un honor para mí presentarles a nuestros distinguidos invitados, Warren Ercil y su encantadora esposa, Salma.Todos vieron a Salma, pero Warren no se encontraba a lado de su esposa como debía. Por lo que comentarios divertidos y preguntas de donde estaba el mencionado. En lo que el silencio sumergió a las tres personas que estaban alejados de la multitud, dos de ellos en una situación comprometedora y el tercero con una teorías en su cabeza. Warren Ercil, el suegro de Lina, tenía una pose de juez, jurado y verdugo, uno que ya contaba con la respuesta de lo que veía. Era un hombre de mediana edad, con el cabello gris perfectamente peinado hacia atrás y unos ojos azules que parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a mirarlo.Su rostro estaba marcado por arrugas profundas, no tanto por la edad, sino por los años de intrigas y manipul
—Esto va a desgastarme. Necesito comer un kilo de azúcar para volver a ser yo. —soltó Lina quitándose los zapatos sin importarle nada. Estaba cansada de ese día y aún no terminaba. —¿Quiere que me encargue? —La propuesta de Eleazar la consideró por un momento. Sonaba tentadora. Muy tentadora. No había alguien más calificado que él si decidiera hacerlo, pero para su desgracia, necesitaba a Nixon y no podía matarlo.Nadie se contactaría con una Crown, debía hacerlo con él y el idiota no colaboraba en nada. Eso era lo que la tenía hastiada. —Aún no. —arrugó los labios con pesar luego de un largo silencio. —Llévame a la casa. Necesito recuperar mi energía y mi paciencia, porque si Dios me da fuerzas terminaré siendo viuda a la semana de casada. Aunque el negro me sienta muy bien. —En veinte minutos estamos allá. —contestó Eleazar, evitando reír. Ella no le prestó atención al camino. —Aunque creo que le será muy interesante lo que vi. —lo observó por el espejo. —El Mayor fue recogid
Lina sintió cómo el peso de las palabras de Kael se asentaba en su pecho, como una cadena invisible que la ataba a él. El silencio entre ellos se volvió ensordecedor, solo roto por el sonido de sus respiraciones entrecortadas.La energía que emanaba el irlandés era sumamente peligrosa. Lina trató de regular su respiración. —¿Y si no quiero? —se inclinó hacia la mesa. —¿Y si no quiero ser tuya?—No debes quererlo. Solo no podrás evitarlo. —contestó Kael con su cruel y excitante promesa. —No digas que no te lo avisé. —Mensaje captado, ¿ahora me puedes pasar los zapatos? El piso está frío y ya tengo mis pies calientes. —señaló al suelo. Kael masticó sin darle mayor importancia a sí pedido. Sabía que clase de juegos tenía en su contra y algo tan simple era para provocarlo más. La inocente sonrisa no era más que la fachada para sus jugarretas. —Por favor. —le sonrió con los ojos destellantes de esa ternura que seducía a todos. Kael se levantó, recogió sus zapatos y se los puso en las m
—Adelina, espera. —Nixon la sostuvo del codo, su voz cargada de desesperación. Sus ojos suplicaban, pero ella se giró, zafándose de su agarre con un movimiento decidido.—Dame un minuto. Solo un minuto. Sé que puedes estar celosa, pero déjame explicarlo. —¿Celosa? —Adelina soltó una risa divertida, mientras se quitaba la sudadera. —¿De qué estaría celosa yo por ti?—Soy tu esposo. No tienes que esconderlo. —Nixon la siguió, su voz temblando. —Lo comprendo y lo lamento mucho. Perdí la cuenta de cuánto tomé. No sabía lo que hacía.—Pobrecito. —Adelina se giró, solo con el top y la sudadera en el brazo. Sus ojos brillaban con una mezcla de algo desconocido. —No te preocupes, tu esposa comprensiva lo entiende. Ya que tú puedes tener amantes, buscaré uno también. Así no me dolerá el corazón tanto como me está doliendo ahora. —Hizo un puchero, pero su voz era un filo de acero.—Estás jugando, ¿no?—No, solo te aviso. Para que luego no digas que no lo hice. —Soltó su cabello y sacudió las
—Que emocionante. —Lina corrió cual niña para sentarse frente al escritorio de Kael. —Siempre me ha gustado que me den vía libre para todo. —Pregunta. —la retó nuevamente. —No tengo nada para preguntar en realidad. —movió la mano, sacudiendo el reloj en su muñeca. —Pero hubieras visto tu cara. Su risa lo hizo tomar una bocanada de aire. Se sentó copiando la pose del Mayor, con una de sus comisuras en alto, a la vez que sus ojos lanzaban luz dorada hacia el hombre que la detallaba sin darse cuenta. —Yo tengo una. —se levantó. Se quitó el saco dejando ver la camisa blanca que le dio vista a los brazos que reflejaban su…—¿Tienes un límite? La pregunta la hizo ver el reflejo cuando este la rodeó, mientras arremangó la camisa, ajustando el botón hasta los brazos. —¿En qué aspecto? —preguntó Lina con fingida inocencia. Aunque la sonrisa se le borró cuando el irlandés tomó el espaldar de la silla para tirarla hacia atrás, casi haciéndola caer, salvo porque su mano la sostenía para arr