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Capítulo 3: La Frontera Difusa

Victor no pudo dormir esa noche. La imagen de las fotos, el rostro de su yo más joven en el hospital psiquiátrico, lo perseguía como una sombra que se negaba a irse. ¿Por qué no recordaba nada de eso? Su cabeza daba vueltas, tratando de armar las piezas de un rompecabezas roto, pero cada intento solo lo dejaba más confundido.

La mañana llegó sin respuestas. Victor se preparó para regresar a la comisaría, pero algo dentro de él le decía que no podía seguir ignorando lo que había encontrado. Decidió tomar un desvío, conduciendo hasta el viejo psiquiátrico del que hablaban las fotos. La institución estaba a las afueras de la ciudad, rodeada por un manto de niebla que lo hacía parecer aún más sombrío.

Cuando llegó, se detuvo frente a las enormes puertas de hierro. La estructura de ladrillo se alzaba ante él, vieja y en ruinas, como un eco de un pasado que preferiría olvidar. Se acercó al portón, y al intentar abrirlo, la puerta crujió bajo su peso. Nada lo preparaba para lo que encontraría adentro.

Al entrar, el aire estaba cargado de humedad y polvo. Las paredes se desmoronaban, y la sensación de abandono era palpable. El edificio, aunque aparentemente vacío, parecía respirar una quietud inquietante. Cada paso de Victor resonaba en los pasillos, como si alguien estuviera vigilándolo desde las sombras.

Avanzó hasta la sala de registros, buscando respuestas. Lo que encontró fue una carpeta con su nombre escrito en letras negras sobre un papel amarillo envejecido. Sin pensarlo, la abrió. El contenido era perturbador. En las páginas, los informes detallaban su tratamiento en el psiquiátrico, una historia que él nunca había conocido.

Diagnóstico: Trastorno de Identidad Disociativo.

Victor se quedó sin aliento al leer esas palabras. ¿Trastorno de Identidad Disociativo? Según los informes, había sido diagnosticado a una edad temprana, tras una serie de eventos traumáticos en su infancia. El informe continuaba, describiendo episodios de pérdida de conciencia, de una segunda personalidad que tomaba el control de su cuerpo sin que él tuviera memoria de ello.

Victor cerró el expediente rápidamente, su mente enloquecida por lo que acababa de descubrir. ¿Es posible que…? La idea de que pudiera haber sido el asesino, de que fuera su otra personalidad quien cometía los crímenes, lo aterraba. Pero también lo fascinaba. Era una verdad que no podía ignorar, pero que, al mismo tiempo, no quería enfrentar.

El sonido de pasos en el pasillo lo sacó de su ensueño. Victor se giró rápidamente, su mano instintivamente buscando su arma. No había nadie a la vista, pero la sensación de que algo o alguien lo acechaba lo invadió. La respiración se le aceleró. ¿Quién más estaba aquí? ¿El asesino? ¿O simplemente su mente jugándole trucos?

Con el corazón en la garganta, Victor comenzó a caminar de regreso hacia la salida. Pero al llegar al final del pasillo, vio algo que le hizo detenerse en seco. Sobre una mesa, una foto enmarcada. La imagen mostraba a un niño pequeño con una expresión vacía, sentado frente a una cámara, rodeado de médicos.

Al principio, Victor pensó que era una foto más. Pero al acercarse, vio el nombre en la parte inferior del marco: Victor Crane.

¿Qué demonios está pasando?

La puerta de la salida se cerró de golpe, dejándolo atrapado dentro del psiquiátrico. El miedo se apoderó de él mientras veía cómo las luces titilaban, como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar.

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