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Capítulo 4: El Espejo Roto

Victor se quedó allí, paralizado por un instante. El retrato en la mesa lo miraba fijamente con los ojos de un niño que no reconocía. Un niño llamado Victor Crane, que, según los informes, había sido un paciente en este hospital años atrás. ¿Cómo podía ser posible que no recordara nada de esto?

La puerta de la salida se cerró con un golpe seco, y Victor sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. La sensación de estar atrapado se apoderó de él. Era como si estuviera dentro de una pesadilla de la que no podía despertar, un sueño donde las piezas de su vida se volvían cada vez más confusas.

Escuchó el sonido de pasos rápidos acercándose a él. Se giró, y allí, al final del pasillo, vio una figura sombría. Al principio, pensó que era otro de los empleados del hospital, pero cuando la figura se acercó más, algo en ella le hizo detenerse. La silueta era familiar, pero no podía reconocerla.

La figura dejó de moverse y, por un momento, Victor no supo qué hacer. La atmósfera se cargó de tensión, y en su mente solo había una pregunta: ¿Quién está detrás de todo esto?

—Victor… —dijo una voz rasposa, llena de eco.

Victor dio un paso atrás, el miedo apoderándose de él. La voz le sonaba familiar, como un susurro lejano que no podía comprender completamente.

—¿Quién eres? —preguntó con voz firme, aunque sentía el miedo apoderándose de su estómago.

La figura se acercó un paso más, y Victor vio los ojos, vacíos y penetrantes. Su rostro se reflejó en los ojos de la figura, y por un momento, casi creyó que estaba viendo su propio reflejo, pero no lo era. La figura no era un extraño; era él mismo, o más bien, una versión distorsionada de sí mismo.

—Eres tú, Victor. —La voz sonó más fuerte, más clara esta vez. La figura estaba más cerca, sus ojos tan oscuros como la noche.

Victor sintió un nudo en la garganta. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué esa figura lo conocía? ¿Por qué su rostro parecía tan familiar?

En ese momento, la figura levantó una mano y señaló hacia el fondo del pasillo. Sin pensarlo, Victor comenzó a caminar, arrastrado por una fuerza invisible. A medida que avanzaba, las luces comenzaron a parpadear, y el aire se volvió más denso. Cada paso que daba lo acercaba a una verdad que no quería enfrentar.

Finalmente, llegó a una puerta antigua. Estaba cerrada con llave, pero la figura la abrió con un solo movimiento de su mano, como si tuviera el poder de controlar todo a su alrededor.

Victor entró a la habitación, y lo que vio lo dejó sin aliento. Era una sala en donde se realizaban tratamientos médicos, pero lo que la hacía diferente era la cantidad de espejos rotos en las paredes. Fragmentos de cristal brillaban en el suelo, reflejando su propio rostro, fragmentado en cada trozo de vidrio. En cada espejo, veía una versión distorsionada de sí mismo: a veces con una expresión vacía, otras veces con una sonrisa malévola.

¿Qué estaba sucediendo?

De repente, la figura apareció detrás de él, sus manos tocando su hombro. Victor se giró, y antes de que pudiera reaccionar, la figura habló una vez más:

—El psicópata eres tú, Victor. Has estado persiguiéndote a ti mismo todo este tiempo.

Las palabras resonaron en su cabeza como un eco, y en ese instante, todo se detuvo. Victor se quedó allí, sin saber si aquello era real o una manifestación de su mente rota. Su mente comenzó a dar vueltas, luchando por comprender lo que acababa de escuchar.

¿Era posible que el asesino, el monstruo detrás de todo esto, fuera él mismo?

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