—No te enojes, Sara —musitó su amiga con la voz ahogada. —No, no me enojo cariño. Me asombra, aunque en el fondo me lo esperaba. —Ya se enteraron todos sus empleados y estuvieron reclamándome por lastimar a Anne. —¿El chofer y el de seguridad te reclamaron por Anne? —preguntó confundida—. Voy a empezar a pensar seriamente lo que me has dicho antes. —¿Qué cosa? —Sorbió las lágrimas. —Sobre que ellos no son verdaderamente sus empleados. Hay algo en la cocinera que me hace ruido, sé que me dijiste que se conocen de niños, pero hay algo en ella que hace que lo trate de una forma especial. —¿En qué estás pensando? —espetó seria. —Bueno, solo es una teoría. Pero la he descubierto en alguna que otra oportunidad cuando me quedé el fin de semana, tratando a Alan como un ex. —¿Qué? —espetó molesta—. ¿Estás diciendo que Anne es ex de Alan? —No lo sé, amor. No te alteres. Solo supongo. —Sí, es así me va a escuchar. —Sara deja de hacer locuras en tu vida y piensa alguna vez por favor —la
—Mili abre la puerta —pidió Alan intentando abrir la puerta. —Claro que no lo haré —protestó a los gritos la joven. —Vamos amor —dijo casi sin pensar—. Ábreme. —No voy a abrirte, y no me digas mi amor. —No quiero seguir hablando con la puerta de por medio. ¡Abre! —Que no, cabrón. ¡Vete! —Me iré cuando hablemos —sentenció y se sentó en el suelo a un lado de la entrada. —quiero hablar contigo, eres un fraude —espetó del otro lado de la puerta. —No me conoces. —Sé lo suficiente cómo para saber que no quiero saber contigo. —¡Vamos Mili! —No me digas Mili, y quiero que te vayas de mi casa. —No voy a irme porque quiero hablar contigo. —Pero yo no —vociferó—. ¡Vete Alan! —¡Te amo! Exclamó el joven desde su posición y escondió su cabeza sobre sus rodillas, abatido. Haber dicho semejante confesión, casi sin pensarlo lo aturdió. Su mente se volvió en un enjambre y tenía más ganas de correr que quedarse. Cargo su mano sobre la pared para levantarse en el preciso momento en que la p
—Es muy lindo, y demasiado romántico para mi gusto —acotó con cautela para no lastimar la sensibilidad de Alan.—¿Eres una chica salvaje? —La tomó de la cintura y la volteó para verla directamente a los ojos.—No sé si soy salvaje. —Sonrió apenada—. Pero sí me gusta la aventura.—Hubiese jurado que eras una chica tranquila, a pesar de tu temperamento.—¿Por qué? —musitó ella.—Quizás suene a cliché, pero como eres pintora asumí que te gustaba el interior, más que la aventura.—¿Creíste que era hogareña? —El asintió—. Me gusta estar tiempo en mi casa, pero también adoro salir y divertirme.—Entonces nuestra próxima cita será en un crucero. ¿Qué dices?—No es mucho un crucero para segunda cita.—Una semana solos los dos en altamar, sin responsabilidades, ni interrupciones.—Nunca he hecho un viaje en crucero, suena interesante. Pero no podría abandonar mi carrera en este momento.—No es abandonarla, es tomarte unas vacaciones. —Acarició su mejilla—. ¿Cuánto hace que no tomas unas?—Desd
El resto de la velada fue tranquila, disfrutaron dos películas consecutivas que provocó en ambos que se acercaran más hasta que estaban abrazando al otro. Las caricias que él le había regalado provocaron deseo en ella, pero quiso reprimirlos porque tenía miedo que luego el arquitecto usara su debilidad en su contra.Milagros se entregó por completo cuando Alan besó su cuello y la hizo perder toda cordura. Él acostó a la joven sobre el sofá subiéndose encima para poder alcanzar su boca. Cuando él posaba sus labios sobre la piel de ella para besarla, sentía que se quebraría antes de tiempo. Intentó concentrarse en las caricias que le hacía en su espalda recorriéndola por encima de la ropa de arriba abajo y en dirección contraria, pero le resultaba difícil contenerse.Lo tomó del cuello y lo miró directamente a los ojos.—¡Te deseo! —susurró cerca de los labios del joven.—Yo también te deseo, Mili —acordó él.—¿Cuánto? —preguntó sugerente mientras bajaba su mano por el torso del arquite
Las siguiente cuarenta y ocho horas la pareja vivió una pequeña luna de miel donde todo era risas, diversión y seducirse hasta el punto que no podían escapar de la pasión que desataban. Sin duda recorrieron toda la casa amándose de forma amorosa y desenfrenada también. Solo estuvieron un par de horas separados el día jueves porque Alan tuvo una reunión que no podía postergar y ella se dedicó a terminar finalmente el cuadro que estaba pintando. El jueves por la noche luego de la cena y cine que se había hecho una costumbre, un ritual para ambos. Ella decidió acostarse a dormir, y él trasnocho trabajando en un proyecto. La joven quería retomar su rutina que había abandonado en los últimos días. Su cuerpo le pedía correr. A la mañana siguiente se levantó como siempre, super energica y preparada para gastar un poco de su energía en el ejercicio. Pero esta vez en
Alan subió hacia su habitación para tomar sus pertenencias lo que incluía las llaves del vehículo y se encontró con Milagros en la puerta de entrada. Caminaron hacia el auto uno al lado del otro hasta que se separaron y él rodeó el carro para subir del lado del acompañante. El arquitecto arrancó cuando ambos tenían los cinturones puestos. A los pocos segundos ella intentó colocar algo en la radio para que el silencio que había dentro no fuera tan denso. Varios minutos después, cuando un semáforo los demoró unos segundos, escuchó por primera vez la voz del joven. —¿Quieres conocer mi apartamento? —Volteó a verla. —¡Cómo! —Ella giró su vista hacia él asombrada. —Sí quieres conocer mi apartamento —repitió el joven. —Pero tú apartamento está en Madrid, ¿o hablas de otro? —Tengo uno en Alemania, pero hablo del que está en Madrid. ¿Quieres o no? —El auto arrancó. —¿Cómo iremos? —preguntó aturdida. —En auto —respondió decidido. —¿Y qué haremos con el almuerzo en el restaurante que res
Alan no podía dejar de besarla, realmente se sentía en el paraíso cuando lo hacía. El placer que le producía era adictivo. Ella estaba disfrutando del momento, pero recordó que en esa cama estaba durmiendo su primo y la desinspiró.—¿Qué sucede? —preguntó desconcertado.—Siento que no es correcto. —Se apartó de él, levantándose de la cama mientras arreglaba su cabello y ropa.—¿Qué es lo incorrecto? —interrogó curioso parándose también.—No deberíamos hacer algo en la cama donde está durmiendo tu primo.—¡Qué correcta! —Ca
—¿Tan mal beso? —inquirió interfiriendo entre el elevador y ella.—No, Alan —dijo enojada sin mirarlo, sabía que si lo hacía, caería en sus encantos nuevamente—. Sé que sonará a cliché. Pero no eres tú, soy yo. —Llamó al elevador.—¿Y qué hay de malo contigo? —Giró a verla—. Porque a mi me gusta cómo besas.—No tiene que ver con el beso, yo no… me siento… lista… para una relación a distancia —ingresó al elevador y él también apretando el piso del estacionamiento.—¿Quién habló de relación a distancia?Último capítulo