SANGRE

SANGRE

Esta vez no podía actuar de forma tan impulsiva. Aún seguía sin creer quién era esa persona que velaba por su vida, que fue capaz de entrar en casa de la pobre y tonta viuda y poner ahí las pruebas del asesinato.

«Calma, mi soplo divino». Tendría un ángel de la guarda que le brindaba dicha protección, a fin de cuentas, estaba haciendo un bien para la humanidad, simplemente estaba limpiando de carroña infiel y embustera este bello mundo.

No, esta vez haría las cosas mucho mejor. «Esta vez será más íntimo, nos conoceremos un poco, entablaremos una pura amistad», pensaba, mientras sonreía de forma irónica.

Hay que buscar a la víctima perfecta, un fracasado al que nadie vaya a echar en falta durante un tiempo, un imbécil acabado que ni su propia madre quiera verlo, un baboso de los que te provocan arcadas... sí, esta vez lo haré con calma.

Resulta tan fácil que hasta me aburre.

Se acercó a su portátil y solo tuvo que teclear sexo con desconocidos.

Ceuta...

—¡Vaya, sí que eres directo!

—Para eso están estas páginas, ¿no?

—Entonces, ¿mañana ya podríamos quedar? Tengo muchas ganas...

—Por supuesto.

—¿Y no te importa que no nos hayamos visto en persona?, a lo mejor no te gusto y no quieres nada conmigo.

—Aún no has entendido el concepto «sexo con desconocidos», es lo que más morbo me da. Si supieras las cosas que he hecho, ni me lo preguntarías. «Si supieras tú», pensó y comenzó a sonreír.

—¿De qué te ríes? Si esto es una broma, lo dejamos aquí, yo quiero follar, ¿y tú?

—Sí, sí, por supuesto, solo que es mi primera vez y aún no sé bien cómo va todo este rollo. Perfecto, mañana por la tarde te vuelvo a escribir y ultimamos dónde vernos. Como es mi primera vez prefiero que sea en tu casa. ¿Hay algún inconveniente?

—En absoluto.

—¿Vives solo?

—Sí, la zorra de mi exmujer me pilló y me tiene cogido por los huevos. Estoy viviendo en un apartamento de m****a mientras ella y los mierdecillas de mis hijos están en nuestra casa del centro.

—¿Te pilló?, no lo entiendo.

—La puta de mi hermana le chivó que yo estaba en el bar del campo..., ya sabes..., y se presentó allí a las cuatro de la mañana con nuestros dos hijos de nueve y once años, dejó a los niños abajo en el vestíbulo, subió a las habitaciones y me pilló a mí, a mi mejor amigo y a una puta pasándolo muy, pero que muy bien...

—Vaya, ¡qué faena!

—Pero, bueno, no perdamos tiempo hablando de esa zorra, estaré encantado de recibirte en mi casa. Tengo cocaína de la buena y verás lo bien que lo vamos a pasar.

—Ya tengo ganas. Mañana nos vemos. Buenas noches, Empotrador69.

—Buenas noches, Follaya28.

Era lo más sencillo que había hecho en su vida, una pequeña conversación y mañana nuestro bien hablado y agradecido empotrador, pasaría a mejor vida, y con él, muchos de sus seres queridos.

Llegó la gran noche, quedamos a eso de la una para no dar que hablar a ningún vecino cotilla. Entré en la casa, lo primero que sentí nada más ver a ese tipo fueron náuseas, era repulsivo, solo di un paso a la entrada y la casa olía a sudor, pis y alcohol.

Desagradable, pero no tanto como nuestro querido empotrador, nuestro hombre vestía una camisa de mangas a la sisa, que de no ser por las múltiples manchas de comida, sudor y grandes surcos verdes parecidos al moho, yo diría que era blanca. Por debajo de esa camisa tan original asomaba una barriga con doble capa de grasa y un brillo pringoso, supongo que de llevar días sin lavarse. Los brazos cubiertos de pelos negros y canosos, con enormes dedos llenos de anillos de oro, como si eso fuese a hacerle más atractivo. Cuando ya pasó mi estupefacción por ese bello y esculpido cuerpo, subí hacia su rostro, me tomó un tiempo asimilar todo lo que estaba viendo y a la vez.

Calvo, con un último intento de conservar cabellera, llevaba atrás una horrible cola de pelo largo, casi le vomito encima. Pero el muy cabrón tenía aún más sorpresas: nariz enorme regordeta con un pelo largo ahí plantado que si se lo arrancaba cerraría el pan de molde.

Y sus ojos, sus ojos lo peor, la mirada vacía que tienen los psicópatas, sin rastro alguno de empatía, ojos oscuros, ojos que parecían soltar fuego.

Debo admitir que por un instante sentí miedo, ese fuego me heló la piel.

Me invitó a sentarme en ese sofá lleno de suciedad y polvo y me trajo una copa de whisky; ya en la mesa, habían preparadas varias rayas de coca y algo de pope. Él sonrió, yo sonreí. «Será divertido», pensé.

—¿Qué te parece mi nidito de amor?

—Interesante, pero ¿dónde está la cama?, no pretenderás que follemos en este cuarto mugriento.

—Por supuesto que no —dijo, mientras esnifaba una rayita—, primero nos entonamos y luego jugaremos. ¿Qué te parece?

—Ideal. —Y esnifé la otra raya—. ¿Puedes traer dos vasos más?, he traído absenta, vas a flipar.

—Absenta, coca, sexo..., ¿qué más puedo pedir? —decía, mientras iba a la cocina entre risas.

«El puto grasiento este cree que hoy va a ser su día, pobre idiota», pensé.

—Por nosotros y porque esta noche follemos hasta hacernos sangre.

Llenó las copas.

—Salud.

—Salud.

El muy iluso se bebió ese pedazo de copa de un trago; a los diez minutos, comenzó a sentirse un poco mareado y cinco minutos después, cayó al suelo. Me resultó de lo más gracioso.

Mirando entre sus cosas, descubrí que nuestro amigo se llama Carlos, trabaja de jefe de mantenimiento en una fábrica y que tiene cuarenta y cuatro añitos.

Siguiendo con mi vigilancia nocturna, encontré cositas que me llamaron mucho la atención en su ordenador. Fotos de niños pequeños desnudos, un montón de porno duro, fotos de cadáveres que a veces le faltaban miembros... un cajón lleno de bragas sucias mezclado con calzones, otra vez casi vomito.

Puse a mi querido enfermo pervertido en una gran mesa de madera que tenía en su salón, cómo pesaba el maldito y resbalaba, ¡qué asco!

Lo desnudé y como pude le puse una de esas bragas usadas, amarré sus manos con doble cuerda por debajo de la mesa, até su enorme barriga también varias vueltas por delante y detrás de la mesa y, por último, uní sus pies y los amarré por los tobillos; mientras se despertaba, también le pinté los labios. Me hizo ilusión.

Busqué entre sus discos de música que, por cierto, lo tenía exquisito, y

me dispuse a poner un cd de Michael Jackson. Mientras yo bailaba, la masa grasienta se despertó.

—¡¡Genial!! Ya podemos jugar.

—¿Qué coño hago aquí? ¡Desátame, psicópata de m****a! Esto no me gusta..., tus putos juegos me ponen nervioso... Desátame... Suéltame..., argggg... Vamos, o te mataré. Sácame de aquí...

Estaba empezando a incomodarme esa asquerosa voz de borracho y sus gritos me taladraban el cerebro, así que me dirigí a la cocina, cogí un cuchillo y con desganas, pues solo acercarme a él me provocaba náuseas, le saqué la lengua y de un corte limpio se la arranqué, pero, aun así, el desgraciado este seguía chillando; ahora parecía el grito de un cerdo, cuando la sangre empezó a atragantarle debido al movimiento, paró por fin y se calló, ¡qué pesado!

Me miraba con los ojos desencajados esperando algún tipo de explicación por mi parte.

—Querido, no es personal, no te conozco, me importas una m****a, pero tengo que cumplir una misión y tú eres uno de los afortunados. Quiero crear un mundo mejor, y en vista de que nadie actúa y no elimina a escoria como tú, tendré que hacerlo yo. Oh, no, no, no llores, ¿estás asustado?, oh, pobre, no, no llores.

Me resultaba tan sumamente cómico verle llorar, no podía evitar salir de la habitación y reír a carcajadas.

«Seriedad, vamos, seriedad», me repetía entre media risita.

—Bueno, amigo mío, sigamos. Verás, he sacado unas cuantas fotitos de tu ordenador y por cada una de ellas, tú perderás un dedo. ¿Qué te parece? Así jamás volverás a tocar a un niño o hacerle daño. Es justo. Muy bien, hay un total de doce fotos, vamos a analizarlas una a una y sopesamos qué dedo debe marcharse. Será genial.

»Tú relájate, voy a enseñártelas. En cinco de ellas son cinco bellas niñas desnudas en posición sexual que tendrán entre cuatro a seis añitos, y otras cinco, cinco pequeños niños desnudos tocándose su cosita, y las dos últimas son Álvaro, tu hijo de once años, desnudo, con un moratón enorme en el ojo y la otra es Noemí, tu pequeña de nueve años con un salto de cama. Te vomitaría encima, pero seguro que te gusta, puto animal desquiciado.

Carlos se movía como si tuviera espasmos, intentaba hablar, pero solo salían quejidos absurdos y sudaba, sudaba tanto que todo el suelo bajo él, era un charco mugriento.

Solo se podía apreciar dos o tres palabras: «te mataré, cortaré cuello, rajaré...». El muy imbécil no sabía ni articular.

—Bien, Carlitos, porque puedo llamarte así, ¿no?, comencemos a jugar: Foto uno, niñita de cuatro añitos... dedo pulgar. —Cogí el cuchillo y se lo arranqué de cuajo—. Foto dos, niñito de solo siete añitos..., dedo índice. — Hice la misma operación y así una y otra vez hasta que ya vimos las fotos y mi amigo se quedó sin dedos—. Pero me faltan dos fotos más, la de Álvaro y Noemí. ¿Qué hacemos con estas?, umm, déjame pensar. ¡Ya lo tengo! Claro, ¿cómo no se me ocurrió antes? Foto por ojo, así jamás volverás a disfrutar de esos pequeños ángeles.

No me había percatado de la cantidad de sangre que salían de los dedos, parecían aspersores de un jardín, era bonito. Y el sudor, buag, el sudor.

Clavé el cuchillo en el primer ojo, lo retorcí bien y pude sacarlo, parecía un caramelo de gelatina. Volví a reír. Carlitos no reía, exactamente gritaba como una niña asustada montada en el tren de la bruja, cada vez era más agudo, podría haber sido cantante de ópera. Sin perder ni un segundo, hice lo mismo con su otro ojo, aquí ya empezó con una voz gutural y no paraba de temblar, gritaba y vomitaba, gritaba y sangraba, gritaba y sudaba, el sudor no lo aguantaba.

Todo en él me parecía muy gracioso, verlo así moviéndose y con él la grasa de su abdomen, sus dedos echando sangre en todas las direcciones posibles, así, sin lengua ni ojos... no podía evitar reír y creo que eso lo ponía aún más nervioso.

Me quedé un rato observándole, era casi artístico y, en serio, pensé en irme, creía que mi obra ya estaba acabada, y que cuando la policía lo encontrara y viesen las fotos, supongo que no les daría tanta pena.

Me estaba poniendo el abrigo, cuando iba a abrir la puerta con mi absenta, y los vasos que usé, el muy gilipollas, pues no tenía otro nombre, va y dijo: «Te encontraré, te petaré el culo y te arrancaré las tripas».

«¿Pero cómo dices eso, hombre? ¡No insultes! Así no, hombre», pensé. Y encima se tomó las molestias de pronunciarlo todo perfectamente.

No me dejó otra opción que volver, ¿quién actúa así? Hombre, por favor, que indecoroso.

—Hola, gordete. ¡He vuelto! ¿Me has echado de menos?

Comenzó a temblar, pero esta vez era miedo, pánico, lo sentía...

Fui a la cocina y encontré esos enormes cuchillos que parecen mini hachas para cortar la carne. Y dando saltitos fui hacia él, aún seguía de fondo la música del rey.

Sus pies juntitos y amarrados, tan regordetes fueron mis elegidos, cogí esa mini hacha y de solo cuatro golpes secos seccionaron los dos pies; cuando cayeron, yo no paraba de reír y Carlos, bueno, Carlos creo que se desmayó, ¡nenaza!

Fui saltando y cantando hacia la puerta...

—Te cortaré la cabeeee... —dijo Carlos.

—¡Venga ya! ¿En serio, Carlos? No eres un buen anfitrión y por eso mereces otro pequeño castigo.

Por supuesto, ambas armas estaban guardadas en mi maleta. Con pereza, saque el hachita y me acerqué a él; estaba ya de un color blanco morado, con tonos verdes amarillos y, por supuesto, cubierto de sangre. Le miré, le agarré de los pocos pelos grasientos que le quedaban, le eché la cabeza hacia atrás y le rajé el gordo cuello, pues creo que mientras lo hacía seguía maldiciendo el cabrón.

Por fin me largué.

—Hasta la vista, Empotrador69.

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