4.

SAMANTHA

            Recibí a mi familia hace un par de horas, fingiendo una sonrisa y cubriendo a Dylan porque en verdad esperaba que volviera. Tuve que decirles que fue por unas cosas y luego se reuniría con nosotros.

            Pero las horas han pasado y no ha contestado a mis llamadas, mucho menos a mis mensajes. A pesar de que sé que los vio, por su última conexión en línea.

            ¿Acaso lo nuestro le importa tan poco? ¿Es más grande su orgullo, por amor a Dios? ¿Su ego?

            Esto tiene que ser solo una pelea más, es normal. Todas las parejas discuten y lo arreglan, como haremos nosotros porque me niego a ser la excepción.

            Lo resolveremos, como siempre.

            Las horas siguen pasando, pero esta vez no estoy molesta. Por el contrario, estoy preocupada. Hemos peleado tantas veces que sé que si uno cede, el otro también lo hará y yo cedí.

            Dylan ya debería estar aquí. Mi corazón lo sabe y por eso me alerta, ¿será que le ha pasado algo?

—Sam, hey, ¿qué sucede? —pregunta Amanda, sentándose junto a mí—. ¿Dónde está la estrella de mi cuñado? 

—Yo… no lo sé, la verdad —admito y miro hacia la otra esquina de la sala, donde están mis suegros—, pero no quiero angustiarlos.

— ¿Cómo así? ¿Pasó algo? —pregunta, colocando una mano sobre mi rodilla.

—Peleamos, ya sabes, por el mismo tema de siempre y él… pues… 

—Ay, no. Yo de verdad no entiendo cómo es que aceptaste casarte con Dylan, de verdad. Ustedes no están bien, ¡él es un…!

—No quiero escucharte hablar mal de él. También me tienes cansada con el mismo discurso, Amanda —la interrumpo, mirándola con toda la seriedad que puedo reunir en este momento—. Además, tengo como un presentimiento… —agrego, sobándome el pecho justo en el corazón—. Creo que algo va mal…

—Sí, ustedes. Deberían ir a terapia de pareja antes de casarse o vivirán un infierno de matrimonio —me aconseja y le quito la mano de la rodilla con molestia, levantándome—. Yo quiero lo mejor para ti, Sam. No te molestes, sabes muy bien que él…

—No es perfecto, Amy. Lo sé —la interrumpo, encarándola—. Es impulsivo, celoso, un poco egoísta, pero ¿y yo? Yo tampoco soy perfecta y él me ama como soy, ¿por qué yo no puedo amarlo de la misma forma, eh? 

—Solo digo que deberían arreglar esas cosas para que dejen de discutir tanto por esa tontería… ¡Samantha, hey! 

            Amanda me sostiene cuando un mareo me hace trastabillar. De pronto, la visión se me torna negra y la luz reaparece, pero la cabeza me da vueltas y me cuesta enfocar.

            ¿Qué carajos…?

            Mi piel erizada, los latidos acelerados de mi corazón y la angustia que siento no son buenos augurios. Algo tiene que estar pasando.

            Dylan debería estar aquí, conmigo, como lo prometimos. Por siempre y para siempre.

—Sam, ¿estás bien? —pregunta mi hermana mayor.

—Yo, uh… no sé, me mareé un poco —respondo, tocándome la cabeza ya que me sigue dando vueltas—. Necesito sentarme.

            Amanda me ayuda a sentarme, capturando la atención de todos. Se acercan para ver qué ha pasado y mi celular empieza a sonar, pero eso no me da buena espina para nada.

            Leonard me lo pasa y contesto de inmediato al notar que es un número desconocido.

— ¿Sí, diga? 

— ¿Hablo con la señorita Samantha Grayson? —pregunta una voz femenina y confirmo de inmediato—. Le llamamos de la clínica. Usted es el contacto de emergencia del señor Dylan Reeves y él arribó en una ambulancia hace unos minutos. Tuvo un accidente y es necesario que usted venga.

— ¿Que Dylan qué? —exclamo, levantándome de sopetón—. Ya mismo salgo para allá —agrego con voz temblorosa antes de colgar.

— ¿Qué le pasó a mi hijo, Sam? —pregunta la señora Lourdes.

—Tenemos que ir ya a la clínica… Dylan… él… —empiezo a llorar sin darme cuenta y tomo las llaves de mi auto, pero Amanda me las arrebata—. ¿Qué haces?

—No te voy a dejar manejar en ese estado, Sammy. Vamos, yo manejo —ordena y voltea a mirar a Jack—. Lleva a tus tíos y Leonard, quédate acá con mis padres, ¿sí? 

—Claro que sí, Amy. Avísame cualquier cosa, por favor —le pide Leonard, sorbiendo por la nariz—. Nada le va a pasar a Dylan, lo sé. Mi amigo va a estar bien, Sam.

Leonard me estrecha en sus brazos antes de dejarme ir, mientras Amanda va encendiendo el carro. Me siento de copiloto y miro todo el camino sintiendo la ansiedad carcomerme entera. Las lágrimas no paran de brotar de mis ojos y solo puedo rebobinar nuestra última conversación.

            Así no, amor. Así no puede acabar lo nuestro, por favor… pienso, limpiándome el rostro con impotencia. 

***

         DYLAN

—Gracias a Dios estás bien, pensé que… —me callo cuando noto que la mujer frente a mí empieza a llorar en silencio—. ¿Qué ha pasado?

—Ya era hora de conocernos. Ven —responde ella, limpiándose una lágrima del rostro.

            Ella se da media vuelta y se encamina hacia la ambulancia, donde están los paramédicos atendiendo lo que parece ser un terrible accidente. Yo la sigo, aunque tengo la corazonada de que no deberíamos estar aquí.

            Yo no debería estar aquí, debería estar con Samantha…

—No creo que debamos pasar así como así, ¿no? —le pregunto, pero no responde.

—Mucho gusto, Dylan Reeves —la voz de aquella mujer suena quebrada, como si le doliera decir lo que viene a continuación—. Soy la Parca, o como todo el mundo me conoce, la Muerte.

            Estoy a punto de preguntar si me está tomando el pelo, pero la imagen frente a mí me petrifica en el lugar. Mis rodillas ceden ante el peso de lo que veo y caigo al suelo, frente a mi propio cuerpo herido y ensangrentado.

— ¿Qué es esto? ¿Qué está…? ¡¿Qué está pasando?! —grito, desgarrándome la voz y miro a la pelirroja que observa la escena con pesar—. Por favor, no. Yo no estoy listo para esto, ¡no quiero morir! ¡No ahora!

—Está vivo, pero su pulso es débil. Hay que llevarlo ya al hospital, gente. ¡Vamos, vamos! —ordena un paramédico y yo siento un ligero alivio.

            Me levanto, dispuesto a luchar por mi vida, y me trepo en la ambulancia. En este momento me doy cuenta de que nadie puede verme y deseo, en verdad deseo reírme de la situación.

            Nunca he creído en fantasmas y ahora yo… yo soy uno. 

—No podemos morirnos —le hablo a mi cuerpo, fijándome en el montón de cortaduras que me dejó el vidrio del parabrisas en el rostro—. No podemos hacerle esto a Sam. No sin decirle que… la amo.

            El pitido que mide mis latidos aumenta y todos dentro de la ambulancia se alarman. Toman el reanimador y lo colocan sobre mi pecho, gritándose órdenes unos con otros.

            Una descarga eléctrica me recorre por completo y me lanzo al suelo, gritando entre dientes de dolor. Cuando siento que la sensación ha acabado, otra corriente de electricidad me recorre el cuerpo.

— ¡Se nos está yendo! ¡De nuevo, vamos! —grita uno de los paramédicos—. ¡Uno, dos, tres!

            La última descarga me deja jadeando, pero nada se compara al alivio que siento al escuchar mis latidos estabilizándose de nuevo. Respiro con irregularidad hasta que poco a poco me calmo y observo junto a mí a la pelirroja, quien aparece de la nada.

—No me puedo ir, Parca. No sin arreglar las cosas con Samantha, no sin decirle al menos una última vez que la amo y que lo siento.

— ¿Qué sientes? —pregunta.

—No haberla tratado como se merecía, no… no haberla hecho feliz. Le saqué muchas lágrimas en vez de sonrisas, lo más que hacemos es discutir y yo… Yo la amo y quiero que lo sepa, que no le quede duda de que en serio la amo con toda mi alma— respondo, mirándola con los ojos encharcados.

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