5.

Llegamos a la clínica al mismo tiempo que Samantha le grita a Amanda que detenga el carro. Se baja y corre a toda velocidad, trastabillando al ver mi cuerpo en la camilla. Noto el terror en sus ojos al ver la sangre, los golpes y las heridas, así como la manera en la que los paramédicos se mueven y les informan todo a los doctores.

—Tiene una herida muy grave en la cabeza, costillas rotas y….

            Samantha se cubre la boca y trata de ir tras de mí, pero los médicos y enfermeras la detienen. Su hermana la abraza por la espalda, mientras ella se desmorona.

— ¿Qué sucedió? ¿Qué…? ¿Está bien? —le pregunta a una de los paramédicos que venía conmigo en la ambulancia.

— ¿Es usted Samantha Grayson? ¿Qué es del paciente? —le pregunta con amabilidad.

—Reeves, Samantha Reeves —corrige y no puedo evitar sonreír—. Soy su esposa, así que dígame ¿cómo está mi marido, por favor?

¡Joder, qué bello sonó eso! Ahora más que nunca debo vivir para poder escucharla decir su nombre así por el resto de nuestras vidas. Porque tengo que salir de esta, m*****a sea.

—En estos momentos irá a cirugía. Sufrió contusiones muy fuertes, traumatismo, un par de costillas fracturadas. Se le reanimó una vez en la ambulancia, su estado es muy delicado. Se puede esperar cualquier cosa —responde, mirando a mi prometida con cierto pesar.

— ¿Tan grave quedó…? —la voz de Sam sale en un hilo y sus ojos se cristalizan de nuevo.

―Muy grave, señorita, las siguientes horas son críticas y deben estar preparados para lo peor.   

A Samantha le tiemblan las piernas y tambalea, aferrándose con fuerza a su hermana para no caer. Mis padres se acercan, para reconfortarse el uno al otro, mientras yo me quedo observando tal escena, viendo como el mundo de mi mujer se tambalea.

La Parca está detrás de Samantha y me mira con pesar, bajando la mirada al suelo y en este momento lo comprendo todo. Es el final y todos los errores que cometí quedarán como un peso insostenible en mis hombros. No tengo una segunda oportunidad para enmendar mis errores, para hacer a Samantha realmente feliz; para escribir mejores capítulos en nuestra historia de amor.

            Me toca aceptar mi destino y esperar que morir me ayude a olvidar todo lo malo y me deje solo las cosas buenas.

Una electricidad me dobla sobre mis rodillas, haciéndome caer al suelo. No, no, no, pienso. Está pasando de nuevo, me están reanimando. Estoy muriendo y no sé qué hacer para evitarlo.

― ¡Ah! ―mascullo entre dientes, al sentir otra descarga―. Vamos, Dyl. Por ella. Tú puedes. ¡Ah, joder!

            No me daré por vencido, m*****a sea, pienso.

―Él no puede hacerme esto. No ahora ―lloriquea Samantha, abrazando a su hermana—. Si a él le pasa algo… será… es… será mi culpa, Amanda. ¡Mi culpa! —solloza.

            Me acerco a ellas y acaricio su rostro, asombrándome al sentir su tacto. Ella jadea, tocando su pecho, y noto que palidece. ¿Acaso puede…? Puede sentirme. ¡Ella me siente!

―Prometo luchar por sobrevivir, con todas mis fuerzas ―juro con lágrimas deslizándose por mis mejillas―. Te amo, Samantha. Te amo.

―Él está aquí ―murmura ella, haciendo que todos la observen, confundidos―. Dylan está aquí, debe… debe estar luchando. Por mí, por todos nosotros.

―Creo que necesitas descansar ―interviene Amanda, observando a mis padres quienes afirman con discreción.

― ¡Y una m****a, Amanda! Necesito estar más despierta que nunca. Hasta que el jodido doctor no salga de cirugía no voy a dormir ―grita ella, alejándose de su hermana.

            Amanda suspira y noto que su mirada se cristaliza. Entiendo a la perfección la impotencia que siente y esta vez es mi culpa, por mi maldito orgullo y egoísmo.

Al cabo de unos largos minutos, hace acto de presencia un doctor y nombra mi apellido. Todos nos levantamos y nos acercamos a él, quiero escuchar que dirá sobre mi estado.

―El Sr. Reeves sufrió grandes contusiones y traumatismos. Tiene varias costillas rotas y una perforación en el pulmón que fue tratada. Su estado está muy delicado, por lo que hemos decidido inducirlo en un coma para que las heridas del cerebro sanen poco a poco. Él debe despertar en unas semanas, si todo marcha bien ―explica con lentitud, mirando a cada uno de mis familiares.

M****a.

― ¿Si todo marcha bien? ¿Qué quiere decir eso? ―pregunta Sam, trémula. Sus ojos perciben la respuesta, pero necesita escucharla.

―Sra. Reeves ―una sonrisa rota aparece en mi rostro y miro hacia el suelo―. Puede que la situación se agrave o mejore, todo dependerá de él. Sin embargo, si no logra despertar en un par de semanas, ni se ve mejora en su salud… tendremos que desconectarlo.

            Desconectarme, que extraña forma de decir que moriré.

            Samantha vuelve a tambalearse, llevando sus manos a la cabeza mientras niega con la misma. Amanda la sostiene junto con Jack, quienes se miran entre ellos.

—Estás pálida, Sam. ¿No necesitas tomar algo? —inquiere Jack y mi prometida afirma con la cabeza.

—Un chocolate caliente, por favor —musita.

—Yo iré, quédate aquí con ellos —interviene Amy, colocando una mano sobre el brazo de mi primo.

—Gracias, yo me sentaré aquí mientras nos dejan pasar, porque podremos verlo, ¿cierto? —le pregunta Samantha al doctor, quien afirma con la cabeza—. Gracias.

―Yo necesito una taza de café. ¿Y tú, cariño? ―pregunta mi padre a mamá.

―Yo voy a la capilla a rezar ―responde ella y lo toma de la mano, dejando a Sama a solas con mi primo.

—Tú y yo conocemos a Dylan. Él es testarudo como nadie, va a salir de esto —musita él y ella lo mira, sonriendo un poco—. Su orgullo no le permitiría jamás irse de esta forma, alejarse de ti.

            Él palmea su espalda y se levanta, dándole espacio a mi prometida y yo tomo su lugar. Puedo notar como sus vellos se erizan y un suspiro entrecortado brota de sus labios.

―Sé que es difícil, sé que debes sentirte confundido y perturbado. O bueno, puedo entenderlo; pero te suplico, Dyl, lucha. Todos aquí te queremos respirando y que estés en nuestras vidas unos años más. Yo quiero estar contigo unos años más, sin peleas, sin orgullo, sin egos de por medio. Así que… trata, te lo suplico ―susurra, cabizbaja.

―Lo haré, Sam ―le aseguro, tomando su mano. Su cabeza se alza de repente y observa a los lados, buscándome. Al final su mirada se posa en nuestras manos juntas y sonríe con melancolía―. Lo prometo.

***

Unas horas después informaron que las visitas podían pasar. Samantha dejó que mis padres entraran primero y hablaran conmigo por unos minutos. Lloraron en silencio, diciendo que por favor luchara, que naturalmente esto no debería ser así; yo tenía que llorar la muerte de mis padres y no ellos la mía. Quise abrazarlos, quise hablarles y decirles que todo iría bien.

            Pero yo no sé cómo. Aún no encuentro la manera de tomar el control de mi propia vida. ¿Y cómo saberlo?

            Llega el turno de Samantha y respira hondo antes de abrir la puerta, limpiando su rostro. Sin embargo, casi tropieza al verme y cubre su boca con ambas manos, sin poder detener el llanto esta vez. Respira profundo de nuevo, acercándose a mí.

            La verdad es que sí me veo magullado, con vendas en la cabeza y torso y un tubo dentro de mi boca. Hay un montón de cables pegados a mi pecho y el sonido de mis pulsaciones de fondo en aquella blanquecina habitación.

―Estás un poco magullado, pero sigues siendo hermoso ―habla, acariciando mi rostro y mostrando una sonrisa rota. No puedo evitar imitar su gesto y miro hacia el suelo―. Los mejores y peores momentos de mi vida han sido contigo. Tienes mis noches, mis días, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tienes la luna y el sol, allí… en tu pecho. No dejes que se vayan, no me lo quites. Aún tengo muchas cosas que darte y muchas más que recibir de ti. Aún quedan días y noches, hijos y años. Queda mucho, no lo sueltes. No me sueltes, te lo suplico.

            Y se desahoga, llorando con desconsuelo por largos minutos mientras mi corazón se rompe al ver lo que he ocasionado.    

            Una enfermera toca la puerta y se adentra en la habitación para revisar mi estado, informándole a Samantha que la hora de visita ha concluido.

            Ella sorbe por la nariz y se acerca, posando un beso sobre mi frente que siento como si estuviese dentro de mi propio cuerpo. Su nariz roza la mía y sus ojos recorren los hematomas de mi rostro, suspirando.

—Vive, por favor —besa mis labios por unos cortos segundos, enviando un escalofrío a mi cuerpo y suspiro, restregando mi rostro con las manos.

No quiero abandonarla, tenemos toda una vida planeada. Si me dan una oportunidad, yo  la haré feliz de verdad y aprovecharé cada segundo del día.

Yo solo pido un día más, para al menos, poder despedirme.

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