SAMANTHA De un segundo a otro, me encuentro en la salida del quirófano. Miro mis pies descalzos y me horrorizo cuando veo mi bata de hospital ensangrentada, tocando mi vientre con mis manos en busca de mi barriga abultada.¿Y mi bebé? ¿Por qué estoy aquí? ¿Y Jeremy?―Vuelve al quirófano e infórmame de todo, por favor ―escucho su voz y me giro, encontrándolo tirado en el suelo con el rostro entre sus piernas y Amanda intentando consolarlo―. Por favor.Lo peor de todo no es eso. Es que puedo ver a quien le habla, de pie frente a él, congelado en su puesto y con el pánico recorriendo cada fracción de su rostro.― ¿Jeremy? ¿D-Dylan? ―pregunto, captando la atención de los aludidos.Él se levanta y mira en mi dirección. Ambos hombres me ven horrorizados y presiento lo peor.― ¿Por qué estoy aquí? ¿Y el bebé? ―pregunto, acercándome a ellos. Sin embargo, hay algo que no me deja avanzar. No sé qué es exactamente.Es como una barrera, una invisible.―Sam… ―susurra con dolor y se acerca―. Tú no
SAMANTHA Mi cuerpo parece entrar en conciencia y percibir todo lo que hay a mi alrededor. Puedo sentir el aire acariciar mi piel, la piquiña y molestia de una aguja en el dorso de mi mano y los murmullos lejanos de personas. Intento abrir los ojos, pero los siento pesados. Así que los muevo poco a poco y parpadeo con lentitud, adaptándome a la luz y dejando que se aclare mi visión.Muevo un poco mis dedos al sentirlos aprisionados y una sombra se alza sobre mí. Puedo apreciar quien es cuando logro abrir por completo los ojos.Jeremy.Entonces, lo recuerdo todo. El parto, cuando pude escuchar, sentir y luego ver a Dylan, el haber estado a punto de morir, el poder verlo una última vez.El bendito beso de despedida.Me levanto con exaltación, tomando una ruidosa bocanada de aire y observo a mi alrededor, sintiéndome desubicada por completo.―Hey, cálmate. Estás bien ―escucho la voz de Jeremy y me abraza―. Estás temblando, amor. Tranquilízate.―Mi bebé, Dylan… ¿Cómo están? ¿Dónde están?
12 meses después…Recuerdo haber pensado que no viviría este día jamás, que la vida me lo había arrebatado con la muerte de Dylan. Sin embargo, aquí estoy frente a un espejo, viendo como me maquillan y me arreglan, a punto de ponerme mi traje de boda.Sí, traje. No soy muy de usar vestidos pomposos, me considero demasiado torpe para lucirlos, así que elegí un traje ya que, además, está muy de moda en esta temporada.De color blanco, por supuesto, con escote cuadrado y sin tirantes. La tela blanca y lisa se adhiere a mi cintura y corre por un lado en forma de pantalón de vestir hasta el suelo, mi otra pierna está al descubierto ya que de la cintura cae un trozo de tela con una hermosa y elegante abertura. Tiene una decoración en mis caderas con dos correas blancas enlazadas a cadenas plateadas. En los pies calzaré unos tacones altos de punta triangular, color beige.Estoy lista y vestida a la hora y media. Mi dama de honor es Mindy, la enfermera que me ayudó a traer a la vida a mini Dy
SAMANTHA2 años después…La puerta se abre y no necesito asomarme por la barra para saber quiénes son. Termino de servir el almuerzo y salgo hacia la sala para recibir a mi pequeño terremoto.— ¡Mi amor! —exclamo, acuclillándome y estirando los brazos para recibirlo. Jeremy lo toma de la mano para que camine hacia mí y lo suelta cuando lo abrazo, llenando de besos el rostro de mi pequeño—. Hola, mi vida. Te extrañé mucho, sí, mucho, mucho, mucho.Mini Dylan se ríe y balbucea algunas sílabas, como respondiendo a lo que le digo y me levanto con él en brazos. Jeremy me acaricia la espalda y besa mi cabeza, sonriendo.— ¿Cómo le fue en la guardería? ¿Todo bien? —pregunto y alzo el rostro para darle un corto beso en los labios.—Sí, como siempre, se porta muy bien —responde él y se aleja para servirse agua—. ¿Cómo te sientes?—Te digo que estoy bien —respondo, rodando los ojos—. Aburrida porque mi jefe no me deja ir a trabajar.—Primero: no soy tu jefe y lo sabes —habla, acercándose a mí y
SAMANTHANo puedo creer lo rápido que pasa el tiempo, mini Dylan tiene ocho años y mi pequeña Lucy tiene cinco.Además, Amanda ya se unió a la maternidad y tengo dos sobrinos hermosos: Lukas y Sophia, sí, gemelos. Tienen dos meses de nacidos y, por supuesto, son mi adoración. Le va muy bien con su esposo Jerry, así que estoy muy feliz por ella.Leonard también se casó con Hillary, la chica de la que siempre estuvo enamorado, y están en proceso de adoptar un hijo juntos. Lamentablemente, él no puede tener hijos y Jack… bueno, sé que lo está intentando. Ha salido con varias chicas, y al parecer ya encontró la que lo va a dominar y volver loco.La señora Helen, la abuela de Jeremy, falleció hace un par de meses. Pensé que iba a estar devastado, pero no. Sí estuvo triste un tiempo, pero creo que Dylan Reeves nos enseñó tanto sobre la muerte que ya no la vemos de la misma manera. Ya no es motivo de tristeza, sino de agradecer porque las personas encuentran su descanso.―Amor, ya es hora de
Ninguno había pensado antes en la palabra «efímero», hasta ese momento. Nunca sintieron que su amor sería así: pasajero, fugaz, perecedero. Breve.Así es nuestro paso por la Tierra. No tenemos asegurada la vida, pero sí la muerte. ¿Irónico, cierto? A veces damos todo por sentado, nos tragamos palabras que podrían resolver todo y dejamos en el aire aquellas que lastiman. También vivimos cada día sin pensar que puede ser el último, en serio puede serlo, pero lo ignoramos porque no ha pasado nada. Porque hemos tenido suerte. Samantha se miró en el espejo y trató de respirar hondo, sintiendo un nudo en la garganta que la lastimaba. Era la misma sensación que aquel día, cuando discutió con su prometido y resistió un “te amo”, un “vuelve aquí”, un “hablemos” y ahora se ahogaba con esas palabras. Vestía un vestido negro de mangas cortas que llegaba hasta sus rodillas, unas zapatillas del mismo color y el cabello recogido, un poco
DYLAN Un par de días antes… Estoy muy nervioso. Puedo sentirlo por culpa de los latidos acelerados de mi corazón y el sudor en mi nuca. El temblor en mis manos tampoco es que me ayuden mucho. Es el momento, lo sé. Casi a mis 34 años de edad y en una relación de un poco más de dos décadas con la mujer de mi vida me han llevado a este momento, por eso estoy seguro de dar el gran paso. Sin embargo, no puedo evitar sentirme nauseabundo. « ¿Y si dice que no? ¿Y si piensa que es muy apresurado? Tenemos doce años juntos, vivimos juntos. Esto será un gesto simbólico para afianzar nuestro compromiso con el otro, ¿cierto?» Las dudas me están carcomiendo el cerebro, pero no quiero echarme para atrás.Le pediré matrimonio porque no puedo imaginar a nadie más con quien pasar el resto de mi vida, con quien tener una familia y llegar hasta viejitos juntos.Tamborileo los dedos sobre el volante y chasqueo la lengua, sintiendo que la angustia incre
Samantha observó la lápida con el nombre de su prometido tallado en el lienzo gris. Las lágrimas se abarrotaron en su garganta y sorbió por la nariz, colocando la rosa blanca sobre la tierra que ahora la separaba de su pareja. Se sentó frente a la misma, sin dejar de observar su nombre. Se sentía entumecida, como si su cuerpo ya no pudiera procesar todo el dolor y el sufrimiento que brotaba de sí, así que lo apagaba por un instante.Un escalofrío la recorrió por completo y el viento jugó un poco con su cabello. Se dio calor, acariciando sus brazos y lo buscó con la mirada al sentirse observada. « ¿Acaso podría ser posible que…?» no formuló por completo la pregunta en su cabeza. No quería ilusionarse y de ser lo que estaba pensando, no lo traería de vuelta. Se negaba a pensar que él se estancó y que podía verla deshecha, sin una motivación para continuar, sin fuerzas para levantarse de su cama. Una donde días atrás dormían juntos, donde él había deja