6.

JEREMY

            Última misión lista, ¿ahora qué carajos hago con mi vida? En definitiva, no quiero seguir ayudando muertos a conseguir su paz.

            ¿Y la mía? ¿Cuándo la voy a conseguir?

            Es que si pudiera, me arrancaría los ojos para no verlos más, pero aún conservo algo de cordura. Tal vez solo debo ignorarlos y ya, no soy la única persona en el mundo que puede ver espíritus de todas formas, ¿cierto?

            Mi celular vibra en mi bolsillo y contesto al ver que es mi primo, Rick.

— ¡Primo! Has estado perdido últimamente, ¿eh? —habla y yo niego con la cabeza, sonriendo.

—Ocupado, lo sabes.

—Sí, claro. Me imagino que esos muertos no te dejan en paz —se burla y yo ruedo los ojos.

—Lo dirás bromeando, pero es en serio —musito—. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

—El negocio se está expandiendo cada vez más —inicia y yo entrecierro los ojos—, así que necesito ayuda. ¿Necesitas trabajo o los muertos te pagan por llevarlos a la luz?

—No bromees con esas cosas o enviaré a alguien para que te tire de los pies —bromeo y él empieza a balbucear, asustado, haciéndome reír—. Sobre tu propuesta… lo pensaré, yo estoy bien aquí en Portland y la verdad es que Nueva York es demasiado ajetreado para mi gusto.

            Aunque sí me hace falta un cambio de ambiente y… pues, trabajo, pienso.

—Está bien, te dejaré pensarlo hasta mañana —me dice y yo me quejo—. ¿Qué? No voy a esperar por ti toda la vida, estoy ayudándote porque sé que lo necesitas. Además, eres como un hermano para mí y sé que en estos momentos no estás del todo bien. Y no hablo económicamente.

            Acaricio mi sien, mordiéndome la lengua para no darle la razón. Mi vida familiar se ha vuelto un caos y por eso abandoné Boston.

—Está bien, mañana te doy respuesta. Lo prometo —le aseguro y estoy por despedirme de él cuando la veo a través del reflejo de la venta—. ¡Ah, puta madre! —exclamo, llevándome la mano al pecho.

— ¿Todo bien, Jer? —Pregunta Rick—. ¿Sabes qué? No me digas, seguro se te apareció algún muerto más y no quiero saber.

            No un muerto, la mismísima muerte, pienso y ella sonríe, divertida con la situación.

—Te llamo luego, ¿bien? Adiós —y cuelgo—. ¿Hasta cuándo te vas a aparecer de esa forma? Al próximo que te llevarás va a ser a mí si sigues asustándome de esa forma, Parca.

—Es divertido, no lo voy a negar —responde, mirándose las uñas y se recarga de mi escritorio—. ¿Hablabas con Rick?

—Eh, sí, pero no te incumbe. ¿A qué vienes? Casi nunca te apareces, siempre vienen solos —respondo, sirviéndome un vaso de agua.

            Aún siento mi cuerpo temblar del susto que me dio la pelirroja.

—Acepta —es lo que responde y yo la miro, frunciendo el ceño—. Viaja a Manhattan, acepta el trabajo.

— ¿Por qué…? No, no, no —respondo, al darme cuenta y niego con la cabeza—. Ya, Muerte. No quiero más, no quiero esto para mi vida, de verdad.

—Te necesitan, Jeremy.

— ¿Quiénes? —Pregunto y sacudo la cabeza—. ¿Sabes qué? No me interesan, de verdad. Encárgaselos a otro médium, yo no quiero. Me retiro.

—Jeremy, debes ir —insiste.

— ¡¿Por qué? ¡¿Por qué yo?! —exclamo, cansado de esta maldición con la que nací.

—Porque tú también los necesitas a ellos —responde y se levanta, mirando mi celular—. Acepta, así sea solo por curiosidad. ¿O me vas a negar que no quieres saber quiénes son?

            Pues tiene un punto a favor, pienso, irritado.

—Y no nos volveremos a ver por un largo, largo tiempo. Lo prometo —agrega antes de desaparecer.

            Restriego mi rostro con las manos y termino de beberme el agua. Camino de un lado al otro, sopesando si aceptar o no y maldigo cuando sé que he perdido esta batalla.

            Mensaje para Rick:

            Acepto. Mañana mismo tomo un vuelo a Nueva York.

            Mensaje de Rick:

¡Sabía que aceptarías! Te voy a alquilar una casa para que tengas donde quedarte. ¡Muchas gracias, primo!

            Pues, ya está hecho.

***

            SAMANTHA

            La cabeza me duele y los ojos me pesan. No sé en qué momento me quedé dormida porque solo recuerdo haber llorado toda la noche, abrazando su almohada y percibiendo su colonia en la misma.

            Me levanto con mucho esfuerzo, sintiéndome débil. Bajo a la cocina y busco las pastillas para la migraña, tomándome una antes de beberme un vaso entero de agua.

            Observo nuestro hogar, de paredes color crema y suelo de cerámica azul marino, los sofás del mismo color que las paredes, los muebles de madera y las fotos.

            La soledad me apuñala el corazón sin piedad y me tiemblan las manos. «¿Así se sentirá si lo llego a perder?» pienso, observando las fotos con la vista nublada.

            Nuestra graduación de la universidad, citas, viajes, cuando nos mudamos juntos. Acaricio los marcos de las fotos, deseando que así pudiera trasportarme a aquellos momentos.

            Pero la realidad es otra. Dylan está en una jodida clínica, luchando por su vida y no sé si gane la pelea.

            Mi celular resuena en toda la sala y lo observo sobre la barra de la cocina, sintiendo que mi corazón se acelera. Tal vez sea un presagio, pero al ver el número desconocido en la pantalla y reconocerlo, solo puedo esperar lo peor.

            Contesto de inmediato, sintiendo que el cuerpo entero me tiembla.

            La llamada entera se me hace borrosa, en especial cuando escucho que la enfermera me dice que “no resistió”. Las piernas me fallan y caigo al suelo, sintiendo que un trozo de mi alma escapa de mí y que el corazón se me desgarra de dolor.

—Lo sentimos mucho, señora Reeves —es lo último que escucho antes de que el celular se resbale de mi manos y caiga al suelo.

—No, no, no… ¡No, no, no! —el dolor incrementa en mi pecho, así como el volumen de mis gritos.

            Escucho los pasos desesperados de Amanda, quien se arrodilla junto a mí y tomo aire para dejar salir un grito desgarrador, uno que hace que me arda la garganta.

—Él no…Él no pudo hacerme esto, Amy. No… no —sollozo y ella me abraza en silencio—. Es mi culpa, Amanda. ¡Es mi culpa! —grito de nuevo, escondiendo mi rostro en su pecho.

Esta es nuestra casa, nuestro hogar, pero ya no volvería a serlo porque mi hogar es él; fuese donde fuese, es él. Ahora solo hay un enorme vacío en mi interior y un dolor violento que me impide respirar.

―Es mi culpa ―sollozo. Lo repito varias veces y me alejo de Amanda, negando con la cabeza. Tomo una fotografía de él y la acerco a mi pecho―. Lo siento tanto, Dylan. Juro que lo siento. No quise, yo... ¡Te amo, joder! No tengo idea de cómo continuar después de esto, de cómo haré  para sacarte de mi corazón, de mi mente, de mis venas… de mí. Compartimos hasta el alma, Dyl. Y ahora no estás, me abandonaste. Y te llevaste parte de mí contigo―me corta un sollozo que hace doler mi nariz y abrazo aún más la fotografía contra mi pecho, mientras lloro hasta quedarme seca.

            Por dentro ya estoy muerta. Mi alma se despedaza de tal manera que será imposible que alguien la vuelva a juntar. Solo me queda morir por fuera, dejar de respirar y que mi corazón deje de bombear sangre; porque cada respiración y cada latido están vacíos. No tengo motivos para seguir viviendo.

― ¡VUELVE! ―suplico, dejándome caer de rodillas de nuevo.

            No tengo palabras para describir lo que siento. Mi alma gemela, el amor de mi vida, me ha sido arrebatado tan cruelmente. ¿Cómo sigues sin la persona que, se supone, amarías toda tu vida? Soy demasiado joven para tanto dolor, uno que explota en cada parte de mi cuerpo, dejándome abatida y casi sin poder respirar. Es como una espada clavada hasta el puñal en mi pecho: doloroso, tan quieto, tan lento, tan fuerte… tan insoportable. Me estoy desangrando, cada momento corre por mi cuerpo como un río de sangre ficticio pero el dolor es real.

            Solo tengo una cosa clara: ya no necesito esta vida.

***

Ha pasado una semana desde que lo enterramos y todo sigue siendo tan abrumador. Sé que no voy a superar esto en tan poco tiempo, tal vez ni siquiera en un año. Estoy segura de que nunca.

            Pero tengo que seguir y fingir que continúo: sonreír, trabajar, socializar. Y en la noche, en esta casa tan vacía, solo me queda mirar a la nada queriendo que me devuelva todo lo que tenía y ese todo es él.  Sus brazos no me rodean, el aroma de su almohada se ha ido, el calor ha abandonado mi cama. Me desvelo entre sábanas frías pensándolo, temiendo olvidar su rostro: su barbilla cuadrada, como esculpida por un artista, y su cabello corto de un tono castaño, casi negro. Sus ojos azules (algunas veces grises, dependía de su ánimo), tan profundos y seductores, su sonrisa de lado, de labios finos y de dientes blancos. Me aferro a los recuerdos hasta quedarme dormida por unas horas y despertar en una cama tan deshabitada como mi interior.

Para vivir una vida desierta.

― ¿Qué has hecho? ―pregunta mi hermana, trayéndome de vuelta a tierra―. ¿Cómo van las cosas en la oficina?

―Lo que siempre he hecho, traducciones y más traducciones. Italiano, francés, alemán, español, por…

―Entiendo ―me corta, observando los alrededores de la casa―. ¿Sabes algo? No creo que sea buena idea que sigas aquí, sola.

― ¿Y qué quieres que haga? Es mi casa, Amanda ―digo, encogiéndome de hombros.

―Ven a vivir conmigo ―propone.

—Vives en Los Ángeles —le recuerdo y ella niega con la cabeza.

—He decidido quedarme aquí. Extraño a mi familia, Sam, y nos necesitas. No quiero dejarte sola. Vendamos esta casa y compremos una para las dos, ¿te parece? —pregunta, mirando nuestro alrededor.

—Lo siento, pero no puedo. Esta es mi casa, no quiero venderla —le aclaro y ella suspira, rindiéndose.

—Entonces… ¿qué opinas si me mudo contigo? Me hace falta un sitio donde vivir, no quiero quedarme con mis papás por mucho tiempo. Ellos ya tienen su espacio.

—Y yo también —respondo, sonando más fría de lo que pretendía—. Lo siento, pero no.

― ¿Vas a negarme vivir contigo?

―Por supuesto que sí. Tú ya tienes casa, eres lo suficientemente adulta. No vas a vivir bajo mi techo. ¿Y tú trabajo en LA? ¿Qué vas a hacer aquí?

―No me esperaba esto ―dice recogiendo su cartera, mostrándose bastante dolida―. Estás atrapada en esta casa, Sam. No creas que no me he fijado en todo el corrector que llevas puesto para cubrir tus ojeras y en cuántas veces has bostezado desde que llegué a la casa.

            Y como buen traidor que es mi cuerpo, bostezo de nuevo.

— Me voy, Sam. Solo tú puedes salir de allí y sé que no lo harás en tan poco tiempo, pero volveré para asegurarme de que estés bien. Te amo, hermana ―culmina y me abraza antes de salir de mi casa.

            Suspiro, recargando mi cabeza del respaldar. La quietud vuelve, así como la soledad. Mis vellos se erizan y la sensación de ser observada está de vuelta.

            Esta conmoción no me ha abandonado desde el accidente. Sé que es muy probable que el encierro me esté volviendo loca ya que pienso que Dylan me sigue, me cuida. No desde el cielo, sino desde aquí.

            Puedo sentir como sus ojos se adhieren a cada movimiento que doy. No sé qué estará pensando o si en verdad está aquí. Ni siquiera sé si eso me agrada o me desmorona aún más, porque me encantaría tener su compañía, pero me duele pensar que observa cómo mi mundo se ha vuelto cenizas y que crea que es su culpa.

            Porque no lo es. Si yo no hubiese decidido aceptar ese bendito viaje a Alemania, que después de todo esto no acepté porque no estoy motivada a viajar, él estaría junto a mí ahora. No se hubiese ido tan molesto, no hubiese tomado. No hubiese muerto.

No sé qué hacer para detener el suplicio que me abraza el alma. No sé qué tan destruida voy a terminar y si voy a poder recomponerme.

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