3.

DYLAN

            El día de la celebración ha llegado. He notado a Samantha un poco ansiosa y nerviosa, su lado perfeccionista seguro haciendo mella en su interior.

            Reviso que no falte nada y suspiro cuando me doy cuenta de que no compré las cervezas. Una reunión familiar sin alcohol, no es una reunión familiar.

            Respiro hondo y me acerco, abrazándola por atrás. Ella brinca del susto y se ríe, nerviosa.

—Amor… lo siento, se me olvidó comprar las cervezas —le digo, besando su mejilla—. No te preocupes de todas formas, iré ya mismo a comprarlas.

—Está bien, no hay problema —responde y suspira—, pero antes… Debo hablar contigo de algo. Solo… prométeme que no te vas a molestar, ¿sí? —agrega, encarándome mientras juega con mis cabellos.

—Haré mi mejor esfuerzo —trato de sonar convincente, pero sé que no lo logro del todo cuando ella suspira.

—Rick me escribió ayer. Se está presentando una grandiosa oportunidad para la empresa y me necesita allí —comienza y me parte el alma verla tan insegura.

            Sin embargo, eso no evita que la molestia empiece a surgir en mi cuerpo. Este gran hijo de p…

— ¿Cuándo? ¿Ahora mismo? —pregunto y ella afirma, dubitativa—. ¡Pero si estás de vacaciones! ¿Por qué no le pide eso a Leonard? 

—Porque… pues, me quiere a mí allí —responde, un tanto a la defensiva y separándose de mí—. ¿Cuál es el problema? Es dinero que podríamos usar para la boda, cielo.

— ¿Tienes que viajar? —pregunto entre dientes y ella afirma con la cabeza de nuevo—. ¿A dónde?

—A Alemania —su voz suena pequeña e insegura.

            Me rio con ironía, negando con la cabeza. Claro, Rick Martin quiere tomar terreno y ¡y sabe cómo hacerlo el muy idiota!

—Por supuesto que aceptaste sin pestañear. ¡Hasta él sabe cuánto te gustaría ir para allá! No es tonto, Samantha. ¡Tú lo eres! Por creer que esto es genuino. ¡Le gustas a tu maldito jefe! —grito lo último y Samantha jadea, ofendida.

— ¿Me acabas de llamar tonta? —inquiere sin poderlo creer y yo maldigo en voz baja, arrepentido de mi elección de palabras.

—Joder, lo siento. No era lo que quería decir. ¡Mierda! —exclamo, cubriéndome el rostro con las manos—. Es que me molesta que seas tan ingenua. Sabes por qué lo hace, ¿acaso te aprovechas de eso?

— ¿Qué estás queriendo decir, Dylan Ernest Reeves? ¡Es mi trabajo! Tú a mí no me vas a decir qué hacer o no. Si yo quiero tomarlo, lo tomaré.

— ¿Por qué no le preguntó a Leonard? Él está llegando de vacaciones —le recuerdo él y ella gruñe, frustrada—. Porque sabe que te mueres de ganas de conocer Alemania. 

— ¿Y cuál es el problema, m*****a sea?

— ¡Que quiero llevarte yo, Samantha! —estallo y ella se paraliza en su lugar. La volví a cagar, pienso—. Era una sorpresa, pero… Tengo boletos para ir a Alemania la semana que viene.

            Ella me mira, sorprendida, y se acerca de nuevo a mí. Trata de tocarme, pero me alejo un paso y suspiro. Estoy furioso y nada me va a calmar, al menos que me diga que no irá al maldito viaje y vendrá conmigo.

—Amor, ¿es en serio? —pregunta, acercándose con una sonrisa en el rostro—. Dios, ¡te amo!

Era en serio —corrijo, dando un paso hacia atrás y suspiro al ver como sus ojos se llenan de agua. Odio hacerla llorar, pero no puedo evitar molestarme por esto—. Ya tú decidiste irte con tu jefe, ¿no?

—Dylan, de verdad… Estoy cansada de discutir siempre por lo mismo —responde, apretándose el tabique con los dedos.

—Al menos… pudiste haberlo hablado conmigo, ¿sabes? Antes de tomar una decisión, antes de decirle que sí al… —me detengo, cierro los ojos y respiro hondo antes de proseguir—… a tu jefe.

— ¿Para qué? Igual íbamos a terminar discutiendo, ¿no? Porque tú no me escuchas, ¡nunca lo haces! —exclama y se limpia con rabia el mentón húmedo por sus lágrimas.

            Eso me duele y ella lo nota cuando mis ojos se cristalizan. Se nota que quiere retractarse, pero si hay algo que tenemos en común ella y yo es que somos orgullosos y no daremos marcha atrás.

—Iré por las cervezas, pero no me esperes para celebrar. No estoy con ánimo de nada en estos momentos —es lo que digo y tomo las llaves de mi carro.

—No, no… Dylan, espera —empieza a perseguirme, pero sigo de largo y me adentro en mi carro.

            Odio estas peleas tontas, pero sé que Rick está enamorado de su prometida. No es como que dudo de ella, pero sí de su jefe y si en verdad quiere tomar alguna clase de estúpida ventaja… la situación será peor.

            Lo que yo daría para que Samantha consiguiera un trabajo mejor y se alejara de una buena vez de Rick Martin. Sé que soy un egoísta, pero no puedo evitar esa parte de mí.

            No cuando se trata de ella.

            Manejo en dirección a mi bar preferido, donde conozco al bartender porque estudié con él en la secundaria y siempre me da rebajas en las bebidas.

            Necesito alcohol con urgencia.

***

            Veo la hora en mi celular y maldigo entre dientes cuando noto que está anocheciendo, llegaré muy tarde a la reunión. Capaz ya no hay nadie y pelearé más con Samantha.

—No —me digo a sí mismo—. No quiero pelear más.

—Te dije que no tomaras tanto, ya estás hablando hasta solo —se burla Jimmy a medias—. Espera un poco y te llevo.

—No, estoy bien. Se me pasará —aseguro—. No tomé mucho.

—Espérame, Dylan. No seas terco. Para casarte debes llegar vivo a tu casa.

—Y llegaré. Déjame en paz —le pido  y salgo del bar, sintiéndome un poco mareado. Sin embargo, me encuentro bien.

            Me adentro en mi carro y reviso el celular, entrecerrando los ojos para poder enfocar mejor. Tengo un montón de llamadas perdidas de Samantha y mis padres, así como mensajes y notas de voz.

—Mierda —musito, dejando caer la cabeza sobre el volante y me levanto de súbito cuando suena el claxon—. ¡Cállate, cállate! —le pido al carro.

            Sintiéndome más sobrio, decido ir a casa. Me preparo mentalmente para las discusiones que se vienen, porque estoy seguro de que Amanda se unirá al ring.

—Amanda, siempre tan metiche —murmuro, rodando los ojos.

Las luces de un camión me encandilan, pero ese no es el motivo por el cual giro el volante tan de súbito. Es la mujer pelirroja que está en medio de la carretera.

            Abro los ojos con desmesura al ver que el auto choca contra el puente y salgo disparado por el parabrisas, sintiendo los trozos de vidrio clavarse en mi piel.

            Lo último que siento es un golpe seco y después todo se vuelve negro.

            Lo primero que escucho son las sirenas. Abro los ojos y una luz da directo con mis ojos, obligándome a cubrirme con la mano. Parpadeo varias veces hasta adaptarme al candor blanco con rojo y veo una ambulancia frente a mí, de donde proviene la luz.  Todo empieza a cobrar sentido a mí alrededor. Hay una carretera a mi lado, árboles y un puente. Alzo la mirada, encontrándome con parte de aquella estructura hecha añicos. 

            Miro mi entorno, dándome cuenta de que los paramédicos van y vienen con premura. Están tan enfrascados en el accidente que no me prestan atención.

O al menos, eso creía antes de ver a la mujer que casi atropello a unos pasos lejos de mí.

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