DYLAN
El día de la celebración ha llegado. He notado a Samantha un poco ansiosa y nerviosa, su lado perfeccionista seguro haciendo mella en su interior.
Reviso que no falte nada y suspiro cuando me doy cuenta de que no compré las cervezas. Una reunión familiar sin alcohol, no es una reunión familiar.
Respiro hondo y me acerco, abrazándola por atrás. Ella brinca del susto y se ríe, nerviosa.
—Amor… lo siento, se me olvidó comprar las cervezas —le digo, besando su mejilla—. No te preocupes de todas formas, iré ya mismo a comprarlas.
—Está bien, no hay problema —responde y suspira—, pero antes… Debo hablar contigo de algo. Solo… prométeme que no te vas a molestar, ¿sí? —agrega, encarándome mientras juega con mis cabellos.
—Haré mi mejor esfuerzo —trato de sonar convincente, pero sé que no lo logro del todo cuando ella suspira.
—Rick me escribió ayer. Se está presentando una grandiosa oportunidad para la empresa y me necesita allí —comienza y me parte el alma verla tan insegura.
Sin embargo, eso no evita que la molestia empiece a surgir en mi cuerpo. Este gran hijo de p…
— ¿Cuándo? ¿Ahora mismo? —pregunto y ella afirma, dubitativa—. ¡Pero si estás de vacaciones! ¿Por qué no le pide eso a Leonard?
—Porque… pues, me quiere a mí allí —responde, un tanto a la defensiva y separándose de mí—. ¿Cuál es el problema? Es dinero que podríamos usar para la boda, cielo.
— ¿Tienes que viajar? —pregunto entre dientes y ella afirma con la cabeza de nuevo—. ¿A dónde?
—A Alemania —su voz suena pequeña e insegura.
Me rio con ironía, negando con la cabeza. Claro, Rick Martin quiere tomar terreno y ¡y sabe cómo hacerlo el muy idiota!
—Por supuesto que aceptaste sin pestañear. ¡Hasta él sabe cuánto te gustaría ir para allá! No es tonto, Samantha. ¡Tú lo eres! Por creer que esto es genuino. ¡Le gustas a tu maldito jefe! —grito lo último y Samantha jadea, ofendida.
— ¿Me acabas de llamar tonta? —inquiere sin poderlo creer y yo maldigo en voz baja, arrepentido de mi elección de palabras.
—Joder, lo siento. No era lo que quería decir. ¡Mierda! —exclamo, cubriéndome el rostro con las manos—. Es que me molesta que seas tan ingenua. Sabes por qué lo hace, ¿acaso te aprovechas de eso?
— ¿Qué estás queriendo decir, Dylan Ernest Reeves? ¡Es mi trabajo! Tú a mí no me vas a decir qué hacer o no. Si yo quiero tomarlo, lo tomaré.
— ¿Por qué no le preguntó a Leonard? Él está llegando de vacaciones —le recuerdo él y ella gruñe, frustrada—. Porque sabe que te mueres de ganas de conocer Alemania.
— ¿Y cuál es el problema, m*****a sea?
— ¡Que quiero llevarte yo, Samantha! —estallo y ella se paraliza en su lugar. La volví a cagar, pienso—. Era una sorpresa, pero… Tengo boletos para ir a Alemania la semana que viene.
Ella me mira, sorprendida, y se acerca de nuevo a mí. Trata de tocarme, pero me alejo un paso y suspiro. Estoy furioso y nada me va a calmar, al menos que me diga que no irá al maldito viaje y vendrá conmigo.
—Amor, ¿es en serio? —pregunta, acercándose con una sonrisa en el rostro—. Dios, ¡te amo!
—Era en serio —corrijo, dando un paso hacia atrás y suspiro al ver como sus ojos se llenan de agua. Odio hacerla llorar, pero no puedo evitar molestarme por esto—. Ya tú decidiste irte con tu jefe, ¿no?
—Dylan, de verdad… Estoy cansada de discutir siempre por lo mismo —responde, apretándose el tabique con los dedos.
—Al menos… pudiste haberlo hablado conmigo, ¿sabes? Antes de tomar una decisión, antes de decirle que sí al… —me detengo, cierro los ojos y respiro hondo antes de proseguir—… a tu jefe.
— ¿Para qué? Igual íbamos a terminar discutiendo, ¿no? Porque tú no me escuchas, ¡nunca lo haces! —exclama y se limpia con rabia el mentón húmedo por sus lágrimas.
Eso me duele y ella lo nota cuando mis ojos se cristalizan. Se nota que quiere retractarse, pero si hay algo que tenemos en común ella y yo es que somos orgullosos y no daremos marcha atrás.
—Iré por las cervezas, pero no me esperes para celebrar. No estoy con ánimo de nada en estos momentos —es lo que digo y tomo las llaves de mi carro.
—No, no… Dylan, espera —empieza a perseguirme, pero sigo de largo y me adentro en mi carro.
Odio estas peleas tontas, pero sé que Rick está enamorado de su prometida. No es como que dudo de ella, pero sí de su jefe y si en verdad quiere tomar alguna clase de estúpida ventaja… la situación será peor.
Lo que yo daría para que Samantha consiguiera un trabajo mejor y se alejara de una buena vez de Rick Martin. Sé que soy un egoísta, pero no puedo evitar esa parte de mí.
No cuando se trata de ella.
Manejo en dirección a mi bar preferido, donde conozco al bartender porque estudié con él en la secundaria y siempre me da rebajas en las bebidas.
Necesito alcohol con urgencia.
***
Veo la hora en mi celular y maldigo entre dientes cuando noto que está anocheciendo, llegaré muy tarde a la reunión. Capaz ya no hay nadie y pelearé más con Samantha.
—No —me digo a sí mismo—. No quiero pelear más.
—Te dije que no tomaras tanto, ya estás hablando hasta solo —se burla Jimmy a medias—. Espera un poco y te llevo.
—No, estoy bien. Se me pasará —aseguro—. No tomé mucho.
—Espérame, Dylan. No seas terco. Para casarte debes llegar vivo a tu casa.
—Y llegaré. Déjame en paz —le pido y salgo del bar, sintiéndome un poco mareado. Sin embargo, me encuentro bien.
Me adentro en mi carro y reviso el celular, entrecerrando los ojos para poder enfocar mejor. Tengo un montón de llamadas perdidas de Samantha y mis padres, así como mensajes y notas de voz.
—Mierda —musito, dejando caer la cabeza sobre el volante y me levanto de súbito cuando suena el claxon—. ¡Cállate, cállate! —le pido al carro.
Sintiéndome más sobrio, decido ir a casa. Me preparo mentalmente para las discusiones que se vienen, porque estoy seguro de que Amanda se unirá al ring.
—Amanda, siempre tan metiche —murmuro, rodando los ojos.
Las luces de un camión me encandilan, pero ese no es el motivo por el cual giro el volante tan de súbito. Es la mujer pelirroja que está en medio de la carretera.
Abro los ojos con desmesura al ver que el auto choca contra el puente y salgo disparado por el parabrisas, sintiendo los trozos de vidrio clavarse en mi piel.
Lo último que siento es un golpe seco y después todo se vuelve negro.
Lo primero que escucho son las sirenas. Abro los ojos y una luz da directo con mis ojos, obligándome a cubrirme con la mano. Parpadeo varias veces hasta adaptarme al candor blanco con rojo y veo una ambulancia frente a mí, de donde proviene la luz. Todo empieza a cobrar sentido a mí alrededor. Hay una carretera a mi lado, árboles y un puente. Alzo la mirada, encontrándome con parte de aquella estructura hecha añicos.
Miro mi entorno, dándome cuenta de que los paramédicos van y vienen con premura. Están tan enfrascados en el accidente que no me prestan atención.
O al menos, eso creía antes de ver a la mujer que casi atropello a unos pasos lejos de mí.
SAMANTHA Recibí a mi familia hace un par de horas, fingiendo una sonrisa y cubriendo a Dylan porque en verdad esperaba que volviera. Tuve que decirles que fue por unas cosas y luego se reuniría con nosotros. Pero las horas han pasado y no ha contestado a mis llamadas, mucho menos a mis mensajes. A pesar de que sé que los vio, por su última conexión en línea. ¿Acaso lo nuestro le importa tan poco? ¿Es más grande su orgullo, por amor a Dios? ¿Su ego? Esto tiene que ser solo una pelea más, es normal. Todas las parejas discuten y lo arreglan, como haremos nosotros porque me niego a ser la excepción. Lo resolveremos, como siempre. Las horas siguen pasando, pero esta vez no estoy molesta. Por el contrario, estoy preocupada. Hemos peleado tantas veces que sé que si uno cede, el otro también lo hará y yo cedí. Dylan ya debería estar aquí. Mi corazón lo sabe y por eso me alerta, ¿será que le ha pasado algo?—Sa
Llegamos a la clínica al mismo tiempo que Samantha le grita a Amanda que detenga el carro. Se baja y corre a toda velocidad, trastabillando al ver mi cuerpo en la camilla. Noto el terror en sus ojos al ver la sangre, los golpes y las heridas, así como la manera en la que los paramédicos se mueven y les informan todo a los doctores.—Tiene una herida muy grave en la cabeza, costillas rotas y…. Samantha se cubre la boca y trata de ir tras de mí, pero los médicos y enfermeras la detienen. Su hermana la abraza por la espalda, mientras ella se desmorona.— ¿Qué sucedió? ¿Qué…? ¿Está bien? —le pregunta a una de los paramédicos que venía conmigo en la ambulancia.— ¿Es usted Samantha Grayson? ¿Qué es del paciente? —le pregunta con amabilidad.—Reeves, Samantha Reeves —corrige y no puedo evitar sonreír—. Soy su esposa, así que dígame ¿cómo está mi marido, por favor? ¡Joder, qué bello sonó eso! Ahora más que nunca debo vivir para poder escucharla decir su nombre así por
JEREMY Última misión lista, ¿ahora qué carajos hago con mi vida? En definitiva, no quiero seguir ayudando muertos a conseguir su paz. ¿Y la mía? ¿Cuándo la voy a conseguir? Es que si pudiera, me arrancaría los ojos para no verlos más, pero aún conservo algo de cordura. Tal vez solo debo ignorarlos y ya, no soy la única persona en el mundo que puede ver espíritus de todas formas, ¿cierto? Mi celular vibra en mi bolsillo y contesto al ver que es mi primo, Rick.— ¡Primo! Has estado perdido últimamente, ¿eh? —habla y yo niego con la cabeza, sonriendo.—Ocupado, lo sabes.—Sí, claro. Me imagino que esos muertos no te dejan en paz —se burla y yo ruedo los ojos.—Lo dirás bromeando, pero es en serio —musito—. ¿A qué debo el honor de tu llamada?—El negocio se está expandiendo cada vez más —inicia y yo entrecierro los ojos—, así que necesito ayuda. ¿Necesitas trabajo o los muertos te pagan por llevarlos a la luz?—No bromees con esas cosas o en
Mamá también me visita y trata de alzarme el ánimo, pero ¿es que acaso no se da cuenta de que me es imposible?Ni siquiera puedo pronunciar la palabra “boda” sin sentir que me ahogo con el nudo en mi garganta. Íbamos a casarnos, a tener dos hijos y como cinco mascotas. Tal vez mudarnos a una casa más grande.Íbamos a ser felices.Íbamos. Cómo detesto esa palabra, cómo aborrezco cuando el presente te arrebata el futuro.Desvío la mirada de las ventanas de mi oficina y suspiro. Hoy es un día fatal. Todo está nublado, pronto caerá la lluvia y se nota que será un diluvio. Sin embargo, me gusta un poco que todo esté tan frío pues es la excusa perfecta para un chocolate caliente. Reviso algunos documentos que debo traducir y me entretengo con eso toda la mañana.Por lo que dicen algunos documentos creo que habrá algunos viajes por aquí y de esto no voy a poder escaparme. Si es que Rick decide llevarme, por supuesto.El teléfono de mi oficina suena y lo descuelgo rápidamente. Seguramente es
JEREMYEspero a que el taxi pase por mí y me adentro en el mismo. Nueva York está atestada de carros debido al clima, así que me tardo un poco en llegar a mi nueva casa, cortesía de Rick y la cual espero terminar comprando, luego de devolverle el dinero que gastó en mí.Me coloco los audífonos y coloco la radio, dejando una emisora al azar. Solo quiero acallar los pensamientos y que me haga un poco de compañía la música.Aunque no la necesito. Por el rabillo del ojo percibo que hay alguien sentado junto a mí.Respiro hondo porque sé lo que es: un espíritu. Por culpa de este puto don, que nunca pedí, he tenido que mudarme de estado en estado para dejarlo atrás.Siempre buscan ayuda, pero estoy harto de ello. Cuando se van, siento que queda un gran vacío en mí y crece con el tiempo. He tenido que vivir en soledad porque, ¿quién socializaría con un tipo que ve gente muerta? No me creerían, pensarán que estoy loco.Hago caso omiso a su presencia hasta que llego a la casa y le pago al cond
El trabajo en la empresa no se detiene. He estado haciendo labores de todo tipo y llego exhausto a casa. Lo bueno es que algunas veces me siento en el cafetín a tomar alguna bebida caliente con Samantha y charlamos de todo un poco. Justo ayer le pedí que fuese mi acompañante en los almuerzos porque no quería ni necesitaba tener más amigos.Para mi sorpresa, ella aceptó.― ¿Qué me cuentas de tu familia? ―pregunto, luego de tomar asiento en el cafetín y sacar nuestros almuerzos.―Mis padres están casados. Mi hermana se mudó a Los Ángeles hace un tiempo, pero desde el accidente se ha estado quedando en casa de mis padres. Quiere quedarse aquí permanentemente, dice que es mi única amiga ―me cuenta, encogiéndose un poco de hombros.― ¿Y lo es? ―pregunto.―Ahora no ―dice y no puedo evitar sonreír al entender que se refiere a mí―. Puedo contar contigo, ¿cierto?―Para lo que sea, confía en mí ―digo, guiñándole el ojo.―Creo que Amanda y tú se llevarían bien, no lo sé ―dice, para luego darle u
DYLANSu mirada se cristaliza y yo siento un golpe en la boca del estómago. Estoy seguro de que ahora he generado un trauma en Samantha y eso jamás me lo perdonaré.Casi puedo ver a través de sus ojos como rebobina el momento exacto cuando le dan la noticia, cuando no resistí. Yo tuve la desdicha de estar presente y llorar mientras ella se rompía a pedazos.Jamás me había sentido tan impotente.Jeremy suspira y se detiene frente al refrigerador, sacando una botella de agua. Se acaricia la sien y deduzco que tiene dolor de cabeza.―En el estante hay un envase lleno de pastillas. Alguna ha de servirte ―digo, encogiéndome de hombros.―Gracias.Abre el estante y toma el envase, buscando alguna pastilla en concreto. Saca una de color azul, es para la migraña. Samantha sufre de migraña y yo solía cuidarla. Es un dolor espantoso.― ¿Sufres de migraña? ―pregunto.―Mmhum ―murmura.―Jer, ¿puedes…? —Samantha enmudece cuando se fija en el estante de pastillas y se cruza de brazos—. ¿Cómo supiste
SAMANTHA― ¿Qué quieres decirme? ―pregunto, cuando tomamos asiento en la cafetería.―Quisiera hablar de eso después de comer y… en privado ―responde Jeremy, se ve algo agobiado. Yo afirmo con la cabeza, un tanto extrañada―. Quiero saber cómo se conocieron, pero si no quieres decírmelo no hay problema.―Bueno… ―me remuevo, un poco incómoda―. Fue en la universidad. En el último año. Aunque yo… Bueno, él me gustaba de hace tiempo solo que yo era como invisible para él. O eso creí ―digo, sonriendo―. Recuerdo que…Hora del almuerzo. Al fin. No podía más con la estúpida clase de morfosintaxis. La detestaba con mi vida. Escuché la voz de Dylan y me tensé, me alteraba saber que estaba cerca. Era algo normal, pues él me gustaba mucho, es decir, ¿cómo no podría gustarme? Su rostro, su mandíbula cuadrada, sus ojos azules, sus labios finos que se veían suaves. Y mi debilidad, las venas que se marcaban en sus brazos. Dios, él era perfecto. Y lo sabía el muy desgraciado.― ¡Samantha! ―gritó Leona