Anna caminó por el centro, mirando vitrinas. Entusiasmada como nunca con la idea de encontrar un vestido bonito para él, para verse presentable y un poco formal. Su paseo fue diferente a ese primero; la preocupación era otra ahora. Y sonreía al ver prendas e imaginar qué diría Owen.Encontró uno perfecto, de un azul oscuro, con la falda amplia hasta las rodillas y un escote un poco más bajo, pero no tan revelador. Luego pasó por su apartamento a recoger algunas cosas y regresó ansiosa. Llevaba su vestido nuevo como si fuera lo más hermoso que jamás hubiese usado; para ella lo era más que aquel de gala.Pero la primera gota de infelicidad que llenaría su copa apareció de pronto, detrás de una esquina cuando estaba por llegar a la casa.—Parece que ahora te va bien —dijo Alex, apareciendo de pronto.—¿Qué haces aquí?—Quiero hablarte, te lo dije las otras veces, pero desapareces. Tuve que ir a tu universidad a buscarte. ¿Ahora que vives bien no necesitas una carrera?—No quiero hablar c
La siguiente gota llegó con esa forma alterada que da el despecho. Y es que el dolor de ver cómo tu amor es arrastrado en otra dirección es demasiado abrumador. Que la dirección lleve a alguien que también quieres solo aumenta la pena. Las palabras no dichas agujerean la garganta y tienen un sabor repulsivo; tener que esconder todo eso y fingir sonrisas devasta.Así mismo era como Lali se sentía: devastada, acorralada, confundida y sin poder encontrar la manera de controlarse. La sesión con su terapeuta fue de las peores, entre llantos, gritos, ahogos y un montón de palabras que no quería escuchar.—Hemos hablado de esto muchas veces. Pero has sido muy valiente al enfrentar esto sola, pensaremos en formas que te ayuden a procesar estas emociones sin que se conviertan en una carga tan pesada. Ambas sabemos que tus sentimientos son demasiado complicados, porque es tu primo.Salió un poco más calmada, pero no mejor. También sentía culpa y remordimientos. Sin darse cuenta, terminó otra ve
La mañana del sábado los encontró una vez más enredados en las sábanas, con la diminuta figura de Eva colada entre ellos. Owen dejó la cama primero y las miró unos segundos antes de bajar a preparar el desayuno. Tendría que hablar con Eva sobre meterse en su habitación de esa manera; antes no importaba porque él dormía solo y siempre en pijama; últimamente, no tanto.En su cabeza no cabía duda de que sería una constante esta “relación” que tenía con ella, eso quería, en eso trabajaba a diario en su mente y en su corazón. Dejarla entrar solo fue el primer paso; ahora tenía que buscar la manera de que su presencia fuera permanente.Los padres de Owen llegaron sin avisar, otra vez, para llevarse a Eva. Anna había ayudado a la niña a preparar su bolso, sus juguetes y todo eso que compartiría con sus abuelos el fin de semana. El único problema fue que la nieta adorada iba a invadirles la casa con todas sus cosas, por lo que terminó cargando cuatro bolsos.—¿Piensas llevarte todo eso? —preg
Bob cruzó la sala en dirección a Owen y Anna como un rayo, casi choca con su amigo por la espalda. Tenía que sacarlos.—¿Me lo prestas un minuto, Anna? —preguntó, sin poder disimular del todo su preocupación.—Claro…Lo llevó a una esquina, lejos de todos.—¿Ahora qué te pasa? ¿El esposo de Susan te asustó? —Owen parecía muy divertido con la situación embarazosa de su amigo.—¿Qué? No, Owen, tienes que irte con Anna ahora.—Así que ya quieres huir, ¿eh? No te llevaré a cenar con nosotros. Además, la reserva es para dentro de una hora…—No entiendes, tienen que irse —lo cortó bruscamente—. Elena cruzará esa puerta en cualquier momento.Su tiempo se paró. El espacio a su alrededor se cerró sobre él. Su rostro se endureció, como si se volviera de piedra de repente, y el brillo chispeante que tenía en los ojos esa noche se opacó por completo. Como si una oscuridad helada, muy vieja y poderosa, lo pintara por dentro de los pies a la cabeza.—¿Y qué? —respondió fríamente. Su voz no lo era,
Le sudaban las manos a Bob. Parado junto a Anna, intentaba tragarse toda la vergüenza que el comportamiento de su amigo le causaba, toda la vergüenza que él mismo sentía por haberla ido a buscar en un arrebato para pedirle que lo salvara.“¡Ojalá se queme en el infierno!”, pensó con rabia. En el infierno personal de Elena.—Intenté sacarlos cuando me enteré de que vendría… No pensé que haría esta estupidez —intentó disculparse. Tenía que disculparse con ella.Anna solo se volteó y le dio una sonrisa melancólica, una resignada. Parecía pintada.—Te llevaré a la casa…—No, iré a mi apartamento. ¿Qué sentido tiene volver?—¿Lo dejarás?—No me pidas que lo espere allí luego de lo que hará —casi le rogó.—No, por supuesto que no.Él no se movía, pensaba en cómo salir de ese lugar sin tener que exponerla también a todos esos cuervos ahí afuera, ávidos de sangre. Podía oír los murmullos constantes y adivinaba las expresiones de esos rostros: divertidos, asombrados, petulantes y juzgadores.—
A la misma hora que deberían haber estado en la playa desayunando, como tenía planeado, Owen estaba sentado en la sala observando la puerta. Ni siquiera se había quitado la ropa de la noche anterior.Estaba seguro de que no iba a cruzar por la entrada; sin embargo, la esperó. Y la esperó hasta que oyó que alguien entraba. El corazón se le aceleró tanto que le pegaba en las costillas. Se puso de pie; tenía un aspecto horrible.—¿Anna? —preguntó.—No, maldito infeliz —era Bob—. Te haces demasiadas ilusiones.Owen cayó sobre el sillón; ella no vendría.—¿La pasaste bien anoche, bastardo? Espero que te hayas divertido de lo lindo y espero que te sientas una basura.—Lo hago —respondió, agachando la cabeza.Era cuestión de tiempo para que su amigo apareciera a insultarlo y a decirle varias verdades que él ya conocía. Pero no dijo nada y se quedó callado oyendo la perorata de profanidades que Bob le disparaba furioso. Lo amenazó al menos cinco veces con romperle la cara, la cabeza, las pier
La siguiente llamada de Elena no se hizo esperar demasiado. Dos días después, mientras estaba en su oficina, el teléfono comenzó a sonar. No respondió. De nuevo y de nuevo, con tanta insistencia como si ella no tuviera nada más que hacer que solo presionar el dedo sobre la pantalla.—¿Qué quieres? —respondió por fin, irritado.—Hola, mi amor. Sabes lo que quiero.—¿Qué, ahora?—Así es. Te dejarán subir sin problemas. Te espero.Eran casi las 5 de la tarde. Cortó la llamada y golpeó el aparato sobre su escritorio.La vida es muy laberíntica, uno nunca sabe por dónde va a terminar encontrando una salida o si lo hará. Owen estaba transitando un camino que conocía, pero a la inversa. Ese que lo llevaba a su piso y a sus citas de las 9. Ahora quien hacía “horas extras” era él, para terminar de saldar su deuda. Parecía un chiste de mal gusto.Maldijo al aire, hasta Greta lo escuchó desde afuera. Volvió a tomar el teléfono y llamó a su casa. Afortunadamente fue Raquel quien respondió. Llegar
Aunque se había quedado, no era lo mismo. El ambiente, las sensaciones, todo era denso y frío. La única que no se percataba era la niña, emocionada porque Anna se quedaría a dormir con ella. Por su parte, Owen batallaba con el asco y con los celos.Anna volvió a sentirse fuera de lugar, como si ese pedazo pequeño que ocupaba en sus vidas se hubiera perdido. De vez en cuando lo miraba de reojo. Se había dado un baño, cambiado de ropa y hasta perfumado, pero de todas maneras, ella sabía.Se retorció un par de veces en su silla, incómoda, y a él no se le escapó. Ya no podía reconstruir lo que alguna vez compartieron, pero si lograba retenerla al menos por lástima, expiaría los pensamientos aunque fuera por un rato.Eva por fin bostezó.—Vamos a la cama —dijo Anna, poniéndose de pie.A él los ojos se le fueron, sin disimular, detrás de sus caderas. ¿Alguna vez volvería a sostenerse de ellas? ¿A hundirle los dedos? Probablemente no, se fastidió. Y ese tipejo en la puerta de su casa, buscan