Bob llegó ese lunes a las oficinas del último piso como siempre lo hacía: elevando la voz para saludar, haciendo movimientos efusivos con las manos y sonriendo. Greta, como siempre, lo recibió con su habitual parquedad.—Buen día, Greta. ¿Está Owen dentro? —le preguntó, señalando la puerta.—Así es, el Señor Walker ya se encuentra trabajando —respondió la mujer, con un tono casi militar.Conversar con ella lo hacía sentir de vuelta en el colegio religioso al que había asistido de niño.Tocó y entró sin esperar respuesta. Owen estaba, efectivamente, trabajando. Levantó la mirada de los papeles que estaba leyendo.—¡Amigo! ¿Cómo estás? —lo saludó, mientras se sentaba en una de las butacas.—Hola, Bob.—Entonces…—le dijo apoyando las manos en el escritorio, sin poder esperar. —¿Cuánto le pagaste? —preguntó, elevando una ceja.—¿A quién?—¡A Anna, Owen! —le respondió como si le estuviera tomando el pelo.—No quiso el dinero.Bob contuvo la respiración por unos momentos, sus ojos se abrier
Para Elena esa noche había terminado siendo agridulce. Había logrado que se presentara, incluso llevó a una jovencita para disimular su soledad, cayó de nuevo frente a ella, y estuvo a punto de convertirlo en cenizas.Y se le escapó de las manos.Ese mismo lunes por la mañana, Elena se despertó en su piso del centro con una satisfacción a medias. Se levantó de la cama y caminó hasta pararse frente al enorme ventanal que daba a la ciudad. Cruzó los brazos y pensó en él: Owen podía parecer diferente por fuera, pero por dentro seguía siendo el mismo hombre vulnerable de siempre. Una sonrisa solapada se le dibujó en los labios.Solo le había tomado unos minutos para arrancarlo de la muchacha y atraerlo a su atmosfera. Recordó como caminó hacia ella queriendo demostrar seguridad, y como sus ojos reflejaban todo ese miedo. La sonrisa de Elena se hizo más grande.“¿En verdad tiene algo con él?”, se preguntó pensando en Anna. Su ego se infló de solo imaginar que esa niña no podía siquiera ace
A las cinco en punto, mientras los empleados comenzaban a abandonar el edificio, Owen esperaba en la entrada a su hija.En cuanto la pequeña bajó del coche de la mano de su abuela y lo vio, corrió hacia él con la alegría de siempre.—¡Papá! —lo saludó, estirando sus bracitos al aire para que Owen la cargara.—Hola, preciosa —respondió mientras la niña lo abrazaba del cuello. —Gracias por traerla, mamá —dijo, dándole un beso en la mejilla.—No es nada, hijo. Pero no te quedes hasta tarde —añadió, entregándole el bolso de Eva.Subieron en el ascensor, y Eva le contaba con lujo de detalles cada dibujo que había hecho con las acuarelas que su abuela le regaló. El abuelo Dolfo, el padre de Owen, la había sorprendido con una hermosa muñeca que ella llevaba en su bolso.—¿Una casa con bloques? —preguntó Owen, ya en el piso superior.—Sí, papá. Tenía una ventana rosa y puse los animalitos afuera…Eva era la única constante en la vida de Owen. Con ella, podía ser él mismo: reír, correr por el
Anna cargó a Eva en brazos y la llevó al comedor de la planta baja. La niña lloraba desconsolada, asustada por los gritos de su padre y el movimiento apresurado de Anna al alzarla.—No llores, mi amor —le susurró con dulzura. —Tu papá está hablando con esa señora, pero pronto vendrá a buscarte, te lo prometo.Pero la congoja de Eva era muy grande, nunca había visto a su padre gritar, mucho menos con tanto enojo. Anna bajaba lentamente por las escaleras, acariciándole el cabello suavemente.Poco a poco, Eva se fue calmando, sus lágrimas se transformaron en pequeños sollozos hasta que finalmente apoyó su cabecita en el hombro de Anna.El comedor estaba desolado a esa hora. El personal que cubría los turnos nocturnos no lo utilizaba casi nunca, pero las luces estaban siempre encendidas y la máquina de café funcionando. Anna se sentó con la niña en una silla. La mecía con el cuerpo y le susurraba al oído.Finalmente, Eva levantó un poco la cabeza, y Anna, con suavidad, tomó una servilleta
—¿Cómo entró? —preguntó Bob furioso.—No lo sé.—¿Cómo sabía que estabas aquí a esa hora, Owen?—No lo sé.—Pues alguien debió dejarla pasar. Por muy bruja que sea no pudo solo aparecer de la nada. ¿Quién la autorizó?—No lo sé.Bob miró a Owen con una ceja levantada. Su voz sonaba distante y se disociaba de la realidad.—¿Hay algo que sepas? —preguntó, finalmente, hastiado.—No he podido hablar con Anna —respondió, como perdido.Bob lo observó un poco más. ¿No estaba así por Elena?—Quédate hoy —sugirió su amigo.—¿Qué?—Quédate hoy y podrás verla. Montaré guardia en la puerta toda la noche, si es necesario, por si se aparece otra vez esa perra.—Estás loco.—Puede ser… Sabes que te insistiré con lo mismo, hasta que intentes matarme o hagas lo que te sugiero. No tienes opción —dijo, cruzándose de brazos.—No puedo quedarme todas las noches. Creerá…—Creerá que quieres verla. Owen, Anna te atrae y tú a ella, ¿explícame cómo eso no es lo más normal del mundo? —lo cortó Bob, hablando si
Anna tampoco quería irse, pero el tiempo apremiaba. Si se retrasaba demasiado, llegaría de madrugada a su apartamento. Aunque Owen parecía no querer moverse, ella tuvo que hacerlo.Corrió un poco la silla hacía atrás y los ojos de él volvieron a su cara.—¿Tienes que empezar, verdad? —preguntó Owen.—Sí, lo siento —respondió Anna, lamentándolo de verdad.—Claro, no te preocupes.—¿Te quedarás? —La idea la emocionaba, pero también la ponía muy nerviosa. Ese hombre tenía una fuerza de atracción que la llevaba en su dirección.—Sí... No, no. Me iré para que puedas trabajar tranquila —dijo Owen, poniéndose de pie.—Bueno... —La desilusión era evidente en su tono.Anna simuló una sonrisa y tomó las cosas que había dejado junto a la puerta al entrar. Pero Owen comenzó a sentir ese vacío raro en el medio del pecho.—¿Puedo mostrarte algo en mi oficina antes de irme? —preguntó, con voz baja.—Claro…—Ven.¿Qué quería mostrarle? Anna lo siguió, intrigada. Owen abrió la puerta de la oficina, pe
—En verdad, no sé qué hacer —dijo Owen, mientras sostenía su vaso con la mirada perdida en el fondo ambarino de su bebida.Afuera, la ciudad seguía su curso bajo la lluvia fina que golpeaba los ventanales empañados. Owen se encontraba junto a un viejo amigo y colega, a quien había encontrado de casualidad en el bullicioso centro de la ciudad. Después de varios años sin verse, decidieron que el bar cercano sería el refugio perfecto para compartir un trago y retomar su amistad.—Créeme que te entiendo. He pasado por eso, y me ha resultado de maravilla —respondió el hombre con una sonrisa.Owen sonrió también.—Lo sé, te felicito. Oí la noticia.—Gracias... Pero, déjame darte un consejo: no te contengas. Entiendo perfectamente tus dudas. Salir con una mujer más joven puede ser desafiante en muchos aspectos, pero al final del día lo último que notas son los años que le llevas.Owen suspiró y bajó un poco la cabeza.—Hay un poco más que eso detrás —respondió, resignado.—He visto el periód
Anna estaba sentada frente a la mesa, los libros abiertos delante de ella, pero no lograba concentrarse. Todo lo que tenía en la mente era Owen. Desde esa última noche en que se habían besado en su oficina no había podido sacárselo de la cabeza.Se pasó las manos por la cara varias veces y suspiró frustrada. Los exámenes se acercaban y estaba segura de que no llegaría con todo.Un golpe en la puerta interrumpió su intento de estudio. Frunció el ceño mientras se levantaba. ¿Quién sería?Cuando abrió la puerta, se encontró con Alex.Su exnovio, con la misma sonrisa cínica y desaliñada que recordaba. La incomodidad se convirtió en un nudo en el estómago.—Hola, Anna —dijo él, con esa familiaridad irritante—. Creo que necesitamos hablar.—¿Qué haces aquí, Alex? —preguntó ella, cruzándose de brazos y manteniendo la puerta apenas entreabierta.—Vine a verte —respondió él con una sonrisa forzada—. No podemos simplemente dejar todo así.—No tenemos nada que hablar —replicó Anna, tratando de m