Anna se miró al espejo por tercera vez y bajó los hombros, resignada. Ya se había cambiado dos veces y nada la convencía. “Es para ir a jugar con Eva”, pensó para convencerse.No quería admitir que estaba arreglándose para Owen. El vestido no se parecía en nada al que había llevado en la fiesta del hotel. Era ligero, con algunas flores, y llegaba hasta sus rodillas. Tendría que ser suficiente, ese era su vestido “bueno”, el que solo usaba para salir con Lali o para alguna reunión.Miró el reloj en la pared, faltaban veinte minutos. Bien, eso era todo, ya no tenía tiempo para dudar. Tomó el bolso que estaba sobre la mesa; había pasado parte de la mañana buscando papeles de colores brillantes para llevarle a Eva y estaban todos ordenados y bien doblados dentro del bolso.No quería bajar antes de tiempo, pero la ansiedad era demasiada. Así que abrió la puerta y salió. Mientras bajaba en el ascensor, una sonrisa se dibujó en su cara. La idea de pasar la tarde con Eva y de almorzar con él
A pesar de su corta edad, Eva era una niña muy independiente y desenvuelta. Owen la ayudaba ocasionalmente, pero casi siempre podía manejar su almuerzo sola. Anna la observaba y, aunque se sorprendió de su capacidad, también sintió un poco de pena.Un padre atento, pero que trabajaba mucho, horas en guarderías y jardines de niños; era lógico que la pequeña desarrollara esa habilidad para resolver su realidad. Eva tomaba decisiones como si fuera una niña mayor. Hasta su lenguaje fluido y correcto hablaba de que había pasado mucho tiempo rodeada de adultos.Pero Anna había llenado su bolso de papeles de colores y, al verla tan adulta para su edad, decidió transformar esa tarde en una en la que Eva pudiera ser solo una niña de 5 años. La pequeña le regalaba su ternura con una facilidad que la emocionaba, al menos podría hacer eso por ella.El día estaba precioso y, en el patio trasero, la galería las protegía de los rayos del sol, pero les permitía disfrutar de la brisa fresca. De repente
Quien sí estaba perdiendo la paciencia era Elena. El personal que Petersson dispuso para seguir los pasos de Owen le entregaba informes que no le gustaban para nada.La jovencita aparecía constantemente en ellos, no solo en la empresa, donde al parecer trabajaba, sino también en la casa de Owen. “Entonces tienen algo”, pensó Elena mientras tomaba una copa en ese lujoso restaurante en el que se había vuelto costumbre cenar… sola.Y aunque la sangre se le helaba en las venas, se preguntaba cómo era posible que, estando ella en la ciudad y habiendo visto a su exesposo, él todavía no hubiera movido un dedo para contactarla.Por un instante, la idea de que Owen había perdido todo interés en ella cruzó su mente, pero la desechó enseguida: era imposible. Solo estaba entretenido con esa muchacha por el momento. La dirección de esa mujer, Anna, figuraba como otro de los lugares en los que Owen había estado. Tal vez sería buena idea ir a echar un vistazo al día siguiente.Entonces, la conversac
Owen tenía el rostro sumergido en el pecho de Anna cuando un golpe seco en la puerta los detuvo. Se miraron a los ojos, confundidos.—¿Esperas a alguien? —preguntó él, despegando sus labios de la piel de Anna.—No… ignóralo —respondió ella, jadeando un poco.Owen lo ignoró, pero cuando estaba a punto de subirle la sudadera, los golpes se hicieron más insistentes.—¡Anna! Sé que estás dentro. Ábreme —se oyó detrás de la puerta. Era Alex.El cuerpo de Owen se tensó, y Anna pudo sentirlo. Enderezó la columna y lo miró directo a los ojos, con una interrogante en ellos. La expresión del rostro de Anna cayó en un segundo.—Es ese imbécil —dijo Owen en voz baja, como si la acusara de algo.—Lo siento. Le dije el otro día que no regresara más. Le diré que se vaya —respondió ella, incorporándose de la mesa.—¿El otro día? —preguntó Owen, elevando una ceja.—Sí.Anna se acomodó un poco la ropa y caminó los pocos pasos hacia la puerta. En esos segundos, la mente de Owen trabajó más rápido: “Sigu
Para cuando llegaron al baño, el humor de Eva ya había cambiado. Estaba feliz y su carita ahora devolvía sonrisas traviesas.La señora le explicó a Anna dónde estaban todos los enseres.—Gracias, señora —dijo Anna.—Se llama Nana —acotó Eva.—Me llamo Raquel, mucho gusto.—Mucho gusto —respondió Anna.—No, te llamas Nana —corrigió Eva, otra vez.—Así me dicen tu papá y tú, pero mi nombre es Raquel. He estado cuidando de Owen desde que se mudó a esta casa. Antes, trabajaba con sus padres. Y luego cuidé a Eva.—Entonces eres parte de la familia —dijo Anna, sonriendo.—Sí, eso creo...—Pero he oído que lo tratas de usted.La mujer se rió un poco.—¡Ah, sí! Lo hago para molestarlo… le fastidia —confesó cómplice—. Es un gran hombre, puedo decirlo porque casi lo crié.—Es bueno saber que no está tan solo.—¡Claro que no! Tiene toda una red de personas dispuestas a ayudarlo y apoyarlo: su familia, su amigo el “raro” y yo… Espero que tú también te nos unas —dijo, guiñándole un ojo a Anna.—¿S
Pronto, las copas se vaciaron, pero la conversación no se detuvo. Hablaron de los planes de Anna con su carrera y de cómo Owen y Bob se hicieron amigos. Ella le contó de sus padres y del pequeño campo de hortalizas que tenían fuera de la ciudad. Él le habló de sus dudas como padre soltero.Era una sensación extraña, pero agradable para ambos, hablar con alguien que no fueran Lali o Bob. Anna evitó tocar el tema de Elena; Owen no la mencionaba directamente, a veces solo hacía alguna referencia, pero no la nombraba.—El otro día me encontré con un amigo, un colega, que tenía tiempo sin ver. Conversamos un poco y me invitó a una exposición en la galería de arte que dirige su hermana. ¿Te gustaría… acompañarme? —preguntó Owen, un poco nervioso, mirándose las manos.—¿Acompañarte? ¿Cómo la otra vez?—¡No! No. Como algo… normal. Una cita.Anna sonrió. Ni siquiera podía mirarla a la cara para invitarla. La última vez, prácticamente le arrojó dinero sobre el escritorio para que lo acompañara.
Habían compartido besos, contacto, susurros y jadeos, y Owen quería compartir su cama con ella. La llevó de la mano, le ofreció su baño y la esperó en la cama. De nuevo, corrió las cobijas para que ella se acomodara a su lado, y de nuevo, Anna lo hizo, pegándose a su cuerpo.De a poco, Anna se estaba convirtiendo en la primera mujer en muchas cosas en la vida de Owen: en estar en su casa, en conocer y jugar con su hija, en compartir su cama. La tenía en sus brazos, escuchando cómo respiraba suavemente, sintiendo la piel cálida de sus piernas enredadas con las suyas.Nunca anticipó que un “arreglo” podría darle tanto. Con ella alrededor, se olvidaba de las penas; los recuerdos dolorosos parecían desvanecerse. Recordó cómo actuó decidida esa noche de la fiesta, cómo ni siquiera dudó en proteger a Eva de la aparición de Elena, y cómo le cerró la puerta en la cara a esa sabandija.Admiración era lo que Anna provocaba: luchaba sin detenerse, sin agachar la cabeza, y sacaba fuerzas invisibl
A pesar de la compañía de Owen y Eva y de la comida deliciosa que la madre de él había dejado, Anna no pudo quitarse de encima esa sensación incómoda que el silencio de Lali le causó.Seguramente estaría enojada con ella por no haberle dicho lo que sucedía con Owen. Se encontraron muchas veces en la universidad; primero, Anna sintió que había traicionado su confianza al besarlo en su coche. La veía y sentía vergüenza. Luego, la situación con él solo había avanzado y decirle a Lali quedó en segundo plano.Owen notó la distancia en Anna. El domingo comenzó de una manera peculiar con Eva y siguió enrareciéndose con la visita inesperada de toda su familia. Su madre, entusiasmada con la idea de que una mujer había entrado en su vida, se dejó llevar por la emoción. Solo quiso ayudarlo.A la pequeña la alcanzó el letargo de la tarde, del almuerzo abundante y de las actividades de la mañana. Se recostó en un sillón y se quedó muy quieta mirando unas caricaturas. Owen y Anna tuvieron un moment