Silvia precisó un buen rato para dejar de llorar, hasta que pudo volver a acostarse y apagar la luz. Permaneció tendida boca arriba, fumando en la oscuridad, los ojos enrojecidos mirando sin ver el techo.
Moría por devolver semejante golpe bajo, y se le ocurrían una docena de alternativas. Pero sólo podía escoger una. Respirando hondo para terminar de serenarse, se obligó a enumerar todas las posibilidades que le venían a la cabeza, y se prometió no elegir ninguna hasta que terminara de detallarlas todas. Sí, era un torpe intento de engañarse a sí misma para no responder en absoluto. Al menos le permitía pensar en algo que no fuera Jim en el escenario, mirándola directamente a los ojos a través de la cámara.
Se quedó dormida a mitad de la lista. Lo lamentaría a la mañana siguiente, cuando despertó de una serie de pesadillas repetid
Treinta minutos después, al otro lado de Los Andes, sonó el teléfono de Silvia. Y continuó sonando hasta despertarla. Atendió aferrándose la cabeza para que no le estallara.—¡Prendé la televisión! —ladró Paola.—¿Qué?—¡Levantate y poné las noticias! ¡Es Jim!Silvia se las compuso para salir de la cama sin caerse y se tambaleó hasta el comedor, aguantando las náuseas, empujada por la urgencia de su amiga. ¿Qué ocurría? ¿Qué podía haber hecho Jim para que Paola la llamara tan temprano un sábado por la mañana?Encendió la televisión y buscó los canales de noticias. Nada. Ningún Jim. Todos los canales nacionales transmitían en vivo una toma aérea de un choque en cadena en una autopista.—Porteños
Walt llamó a Jim desde su asiento en el fondo del ómnibus. Viendo que tenía consigo su teclado pequeño, los demás músicos adivinaron canción nueva y se acercaron también. Jim quiso sacar su teléfono para grabar lo que el tecladista hubiera compuesto, y no lo halló en su bolsillo posterior. Seguramente se había resbalado y había caído en su asiento. No sería la primera vez. Sean se ofreció para ir a buscarlo a la segunda fila de asientos. Fue entonces que el ómnibus hizo una maniobra brusca y repentina que arrojó a todos hacia un costado. El chirriar de los neumáticos se perdió en el ruido del primer impacto, que envió el ómnibus a derrapar de lado. Otro impacto contra la parte trasera convirtió al ómnibus en un trompo fuera de control. Un acoplado los embistió, hundiendo todo el costado del ómnibus, que se detuvo al fin. Sólo para que otro acoplado se estrellara de lleno contra ese mismo costado. El ómnibus volcó al tiempo que se partía como una nuez, lanzado contra
Tal vez más tarde le preguntaría qué diablos hacía allí, cómo demonios se las había compuesto para llegar sólo siete horas después del accidente. Tal vez hasta le preguntaría por qué. En ese momento sólo pudo echar sus brazos en torno a la cintura de Silvia y esconder la cara contra su pecho, incapaz de contener los gemidos que le quemaban el pecho y le desgarraban la garganta. Ella lo abrazó en silencio y besó el cabello revuelto, salpicado de sangre, sosteniéndolo mientras él desahogaba tanta angustia, tanto miedo, tanto espanto. Cuando logró controlarse, la soltó y se frotó la cara avergonzado. Ella se acuclilló frente a él y lo observó con atención, como si quisiera cerciorarse de que estaba magullado pero entero, y lo que era más importante, vivo. Jim dejó escapar una risita incómoda que la hizo sonreír. Silvia se sentó a su izquierda y lo instó a reclinarse hacia ella. Jim le permitió guiarlo a recostarse sobre su lado sano, la cabeza sobre sus piernas.
—Despierta, Jay. Jim abrió los ojos sobresaltado y se irguió con tanta brusquedad que un mareo fugaz nubló su vista. Silvia lo ayudó a incorporarse para ir al encuentro del médico que salía de la habitación de Sean. Tim, Ron y Tom no tardaron en rodearlo. La productora local había enviado un par de asistentes bilingües para ayudar a los norteamericanos, que ignoraron al muchacho que flanqueaba al médico y se volvieron hacia Silvia para que les tradujera el diagnóstico de Sean. Ella no ocultó su sorpresa, pero se tragó su incomodidad y explicó:—Pues, la cirugía salió bien. Sean está fuera de peligro, aunque su estado sigue siendo crítico y tiene que permanecer en terapia intensiva al menos un par de semanas más. Ahora acaba de despertarse. Uno de ustedes puede entrar a verlo cinco minutos. Jim no esperó que terminara de hablar para adelantarse solo hacia la puerta corrediza. La cerró tan pronto la traspuso, y cerró también las cortinas antes de acercar
Silvia se entretuvo ayudando a Lorna a acomodar al resto del equipo en una hostería a pocas calles del sanatorio. De regreso a la habitación de Jo, hallaron a Deborah sentada en su cama, la laptop abierta sobre sus piernas y hablando por teléfono, abocada a encontrar transporte sanitario aéreo para trasladar a Sean y Sam de regreso a Los Ángeles lo antes posible. Ron llegó con la enfermera que traía la cena de las pacientes en observación. Les comentó sobre la vigilia de la multitud de fans a las puertas del sanatorio y el creciente número de reporteros, tanto locales como de otros países. Tim y el director del sanatorio habían dado una pequeña conferencia de prensa, pero no habían sido demasiado efectivos. Nadie había visto a los músicos desde el accidente, y los rumores sobre muertes crecían en los reportes y corrían como fuego por todo el mundo gracias a internet. El hashtag “RIP No Return” estaba a punto de hacerse tendencia en Twitter. —Le pedí a Jim que bajara
Una foto con Jim y Liam les garantizó la complicidad incondicional de la enfermera, y Silvia no vaciló en aprovecharla. Luego de dejarse guiar a un rincón seguro donde pudiera fumar en ese mismo piso, le encargó a Ron que se procurara media tonelada de comida chatarra, que la chica los ayudaría a entrar a escondidas a la habitación de los músicos. —Jim ya está abajo, hablando con la prensa —informó en la habitación de Deborah—. Oye, Jo, ¿crees que podrías dar diez o quince pasos? —¿Qué planeas ahora? —preguntó Deborah intrigada. —Llevarla a ver a Sean, si puede levantarse. Jo se sentó en la cama antes que Silvia terminara de hablar. Ella la ayudó a incorporarse y sacó la bolsa de suero del pie metálico. Se detuvieron antes de salir para asomarse al pasillo. Tras el mostrador, la enfermera fue a sentarse frente a la pantalla de las cámaras de seguridad y les hizo un gesto. Sean abrió los ojos al escucharlas entrar, y Jo no pudo contener sus lág
Fue una cena breve y silenciosa; los cuatro músicos y Silvia devoraron la comida que trajera Ron como si hubieran pasado semanas sin comer. Luego ella recogió y limpió toda evidencia incriminatoria y amenazó a los músicos con inyecciones de medianoche si no se iban a dormir. Tom, Walt y Liam prometieron buena conducta riendo. Jim volvió a tomarla de la mano tan pronto salieron al pasillo, esperando que ella intentara soltarse, o que hiciera o dijera algo. Silvia se limitó a apoyar la cabeza en su hombro mientras se encaminaban sin prisa a la habitación de Sean. Jim se detuvo en el umbral, sorprendido de hallar a Jo allí. La chica los vio entrar y besó la mejilla de Sean. —Buenas noches, amor —susurró, y bajó de la cama con ayuda de Silvia. Salieron a paso lento y Jim rodeó la cama para ir a sentarse en su sillón. Al regresar, Silvia lo halló profundamente dormido. Lo arropó con la manta que usara Jo, besó su cabello y salió de puntillas. Un mo
Ese año el invierno irrumpió en la Patagonia como un ejército invasor, en las alas de vientos helados que alejaron todo vestigio de nubes, dejando que la temperatura se desplomara para mantenerse así durante meses. La escarcha no tardó en anidar en los rincones que el sol pálido y lejano no tocaba, las montañas se cubrieron con gruesos mantos blancos, los días se acortaron en lo que pareció un abrir y cerrar los ojos. Como cada invierno, la vida social de Silvia se adoptó al clima riguroso. Era la época del año para reunirse en su casa con sus amigos más cercanos, en vez de encuentros numerosos en el bar. Era la época de reforzar la red de afecto y contención que le había permitido pasar los últimos tres años, desde que conociera a Pat, jugando a la trapecista. La red que había evitado que acabara hecha puré en el suelo cada vez que los trapecios se desvanecían ante sus manos tendidas, en general después de un triple salto mortal. Era la época de largos juego