Años atrás.
Los dedos de los músicos rasgaron las cuerdas de las guitarras entonando las notas de «Sabor a mi by Luis Miguel» El sonido de los violines estremeció el corazón de Alba. Santiago, la envolvió con sus brazos. En la proa del yate sus cuerpos danzaban con lentitud al ritmo de la melodía. La brisa les acariciaba el rostro y agitaba el castaño cabello de la chica.
… “Pasarán más de mil años, muchos más. Yo no sé si tenga amor la eternidad. Pero allá, tal como aquí. En la boca llevarás. Sabor a mí” ...
La letra de la legendaria canción estremecía sus almas, al finalizar la melodía Santiago tomó el delicado rostro de su novia, y lo acercó a él, sus labios se apoderaron con urgencia de los de su chica.
La joven se deshizo ante aquel mimo. Esa mágica noche se estaba convirtiendo en la mejor de toda su corta existencia, a sus veinte años, jamás pensó vivir una experiencia como esa. Santiago no había escatimado en detalle alguno: exquisita cena, buen vino, música en vivo, y el yate recorriendo la bahía neoyorquina.
Cuando Santiago dejó de besarla, ella se reflejó en la clara mirada de él, un escalofrío recorrió su columna ante el nerviosismo que la abordó, pero ya no podía dar marcha atrás. El frenético palpitar de su corazón no se hizo esperar, inhaló profundo, decidida a darle su regalo de aniversario.
—¡Hazme tuya Santiago! —exclamó en un susurro, escondiendo su cabeza en el pecho de él, sintiendo como su rostro ardía.
La propuesta tomó por sorpresa al joven, su corazón se agitó en su interior. Sus principios y convicciones habían aplacado en anteriores ocasiones el fuego que ella despertaba en su ser, no había querido precipitar las cosas, pero ya llevaban cuatro meses de novios, y con la petición de ella todo era diferente, no existían barreras entre ambos, tan solo el anhelo de demostrar que su amor duraría una eternidad.
El joven Vidal volvió a tomarla de la cintura y la atrajo hacia él, la miró a los ojos, y buscó sus labios, la besó con vehemencia.
Con las manos entrelazadas y el corazón de ambos temblando, llegaron hasta el camarote. Alba abrió sus ojos con sorpresa al contemplar el lujo de aquella habitación en la cual no solo entregaría su cuerpo, sino su alma, al hombre que tanto amaba.
Santiago la abrazó por la espalda, y ella sintió un corrientazo recorrer su piel al percibir el aliento con sabor a menta de él, muy cerca de su oído. Suspiró profundo y cerró sus ojos cuando la lengua de su chico acarició su cuello. Se aferró a las manos de él porque sintió sus piernas fallarle y el piso temblar bajo sus pies.
—¿Estás segura? —inquirió Santiago hablando con suavidad a su oído.
Ella giró, inhaló profundo, centró sus hermosos ojos celestes en los azules de él, bajó el cierre de su vestido y lo hizo caer al suelo, dejando ver el elegante conjunto de encaje blanco que lucía.
La garganta de Santiago se le secó. Con la mirada cargada de fuego recorrió la delgada y delicada figura de su chica, sonrió al comprender el mensaje, entonces se acercó a ella, la tomó de las manos y la ayudó a salir por completo de su vestido.
Las mejillas de Alba se tornaron carmín al darse cuenta como él la miraba, respiró profundo y se sintió complacida.
Santiago la tomó de las manos y la condujo hasta la cama, con delicadeza la colocó encima del suave lecho. Volvió a barrerla con sus ojos. Se deleitó con la imagen de ella tendida sobre la cama, lista para él, entonces inclinó su rostro y la cubrió de besos.
Alba cerró sus ojos y se dejó atiborrar de esas caricias, correspondió con la misma pasión que él despertaba en ella, con timidez posó sus manos en el fuerte torso de su chico.
Santiago cerró sus ojos al sentir las delicadas caricias de su novia. Sonrió al ver como se enredaba los dedos al querer quitarle la camisa.
—Creo que necesitas ayuda —dijo él, ladeando una sonrisa coqueta.
Alba presionó sus labios, y asintió.
Él se incorporó y sin dejar de observarla un solo segundo se despojó de todas las prendas.
El estómago de Alba, se contrajo. Lo contempló con los ojos bien abiertos, dándole una ojeada al musculoso cuerpo de su novio. Deseó tanto palparlo, elevó sus párpados y se cruzó con la ensombrecida mirada de él. Ella sonrió con timidez, y cuando él se acercó y se acomodó encima de su cuerpo, todo su ser se estremeció y su corazón amenazó con salir de su pecho.
Santiago se reflejó en la celestial mirada de su novia. Le retiró varios mechones de su cabello, contempló el rostro de su chica, guardándolo en su memoria.
—Nunca olvides lo mucho que te amo —aseguró él.
—Tú tampoco lo hagas —solicitó, entonces su vista se cristalizó al recordar que no había sido sincera con él, se armó de valor, decidida a confesar—. Hay algo que debo decirte, es importante. —Lo miró suplicante.
Santiago llevó sus dedos a los labios de ella.
—Lo que sea, puede esperar, no rompas la magia de esta noche —susurró, y antes de que Alba pudiera replicar, él tomó sus labios y la besó con intensidad, su lengua fue al encuentro con la de ella, y sus manos recorrieron el talle de su novia.
Alba se olvidó de pensar, y se dedicó solo a sentir.
Los labios y los dedos de su chico la recorrieron por completo, llevándola a mundos desconocidos haciéndola percibir sensaciones jamás imaginadas. Gimió una y otra vez cuando él tomó en su boca uno de sus pezones, y la elevó a la cima del cielo. Enredó sus dedos en el cabello de Santiago, su centro humedecido palpitaba por ser llenado, un fuego abrasador le recorría las entrañas.
—Por favor...—suplicó.
Santy volvió a ladear su sonrisa, elevó su rostro, y la contempló.
—Tus deseos son órdenes para mí —aseveró, y regresó a besarla.
Mientras Alba correspondía a cada una de esas caricias, él se abrió paso en medio de las piernas de su chica, llegó a su humedecida entrada.
Alba descubrió sus ojos y lo miró. Santiago se perdió en esos profundos pozos celestes, con lentitud la fue colmando con su gran erección, llenándola de él. La chica se sintió soñada, agradeció en su mente por la paciencia con la que su novio la amaba, y cuando aquella barrera se rompió, percibió un ligero dolor que luego de unos minutos se fue disipando.
—¿Estás bien? —averiguó Santiago, susurrando cerca de sus labios.
—Mejor que nunca —respondió ella, observando a su chico, con un destello de luz en sus ojos.
Él le sonrió y su mirada también se llenó de brillo, entonces volvió a besarla, empezando por sus cálidos labios, recorriendo luego su delicado cuello, bajando hasta sus senos, y cuando el fuego de nuevo los envolvió, y ella restregó sus caderas en su virilidad, la pasión se apoderó de ambos.
Santiago la amo despacio, sin prisa, disfrutando de cada momento, deleitándose con aquella dulzura con la que ella se entregaba a él.
A los lejos: «Te Prometí by Mijares» sonaba en los exteriores del yate. La melodía se mezclaba con los gemidos y jadeos que inundaba la alcoba, se convirtieron en uno solo, se amaron a plenitud: con el cuerpo y el alma, con la mente, y el corazón.
****
Actualidad.
«...Te prometí. Que si amenazaba la soledad iba a abrazarte a mí. No voy a dejarte de amar...»
La melodía retumbó en el interior de Alba Rodríguez. La chica abrió sus ojos cristalinos regresando al presente, arrugó con todas sus fuerzas las hojas de aquella revista que le ordenaron botar en la b****a, mientras hacía la limpieza de esa enorme oficina.
Sus labios temblaban y su sangre hervía en su interior, al ver las dos páginas dedicadas a la próxima boda de Santiago Vidal.
—Mentiroso —gruñó derramando varias lágrimas, hablando sola—. Prometiste que me amarías por siempre —sollozó mientras la herida volvía abrirse en su interior—. Le creíste a ella, y a mí no me diste la oportunidad de defenderme. —Resopló—, vas a unir tu vida a esa maldita mujer...—cerró sus puños con fuerza, sin importarle las ampollas que sus manos lastimadas mostraban. Entre tantos dolorosos recuerdos bombardeaban su cerebro. Volvió a mirar la página, y lo observó radiante, sonriente, mientras ella no era ni la sombra de la chica llena de sueños e ilusiones que conoció. Pasó saliva con dificultad, en tanto que sus ojos se cubrían de rencor—. Nunca sabrás de él —sentenció, sin imaginar que su secreto estaba a punto de ser descubierto.
*****
El sonido del teléfono de la oficina sacó a Santiago de sus cavilaciones.
—Diga.
—Señor, lo están esperando en la sala de juntas —informó su asistente.
—Gracias, en cinco minutos, estoy ahí.
Cuando su secretaria se marchó, él se dirigió al baño de su despacho, se mojó el rostro, tratando de borrar los recuerdos impregnados en su alma, acomodó sus rubios rizos, y luego arregló el cuello de su impecable camisa gris que combinaba con el traje azul marino, que hacían juego con el color de sus ojos.
Con su elegancia y distinción se dirigió a la sala de juntas, saludó a las demás personas, sentadas alrededor de la mesa, entonces tomó asiento en su sitio, encabezando la reunión, al ser el presidente del banco.
Taciturno y con su mente divagando en el pasado, no prestaba mucha atención a esa asamblea, hasta que la estridente voz de una mujer, lo sacó de sus cavilaciones.
—¡Santiago Vidal! ¡Infeliz! ¡Desgraciado! ¡Da la cara!
—Economista: ¿Qué escándalo es ese? —averiguó uno de los accionistas, observando al hombre con seriedad.
El joven presidente parpadeó, arrugó el ceño, sin comprender nada.
—Debe ser un malentendido —expresó, aclarándose la garganta. Enseguida se puso de pie y salió a recepción.
—¿Qué significa este escándalo? — habló, caminando con profunda seriedad hacia donde su asistente discutía con esa mujer. Se detuvo en seco abriendo sus ojos de golpe al mirar a Angélica, gritando un montón de improperios en contra de él.
—Hasta que por fin nos volvemos a ver las caras, infeliz —gruñó abarrotada de ira, al observarlo a él tan campante, lleno de opulencia, mientras su amiga Alba, y su niño, pasaban carencias.
—Yo no voy a permitir que vengas a mi trabajo a insultarme —reclamó agitado. —¿Estás loca?
—Yo no lo estoy, querido —bufó con ironía la joven—. Él que va a enloquecer eres tú —afirmó presionando sus labios—. Yo solo vine a presentarte a alguien.
Santiago la observó confundido, no comprendía nada, giró su rostro buscando con la mirada si de pronto Alba se encontraba ahí, pensó por unos instantes en verla a ella, sin embargo, no fue así.
—No entiendo. —Se aclaró la garganta—, estoy en una reunión importante, no estoy para juegos.
Angélica bufó, se hizo a un lado, descubriendo al niño, que se escondía detrás de ella, lo tomó de la mano.
—Te presento a Alex, es hijo de mi amiga Alba —confesó sosteniéndole la mirada. —¿La recuerdas? —preguntó la joven de cabello oscuro con ironía—. Supongo que no, por eso vine a refrescarte la memoria, porque tú y yo sabemos que conoces al padre del niño.
Los labios de Santiago temblaron, la garganta se le secó, sus ojos se clavaron en el pequeño, quién lo observaba parpadeando. Se recargó tambaleando en una de las columnas de la sala de espera, no podía pronunciar una sola palabra. Entrecerró sus ojos respirando agitado, creyendo que todo era un sueño. Los volvió a abrir, y ahí seguía el infante, entonces caminó despacio hacia él. Lo examinó con la mirada, deglutió la saliva con dificultad al verlo luciendo unos pantalones desgastados y zapatos viejos. Su rostro se reflejó en el del niño, era idéntico a él. De la impresión su pulso cardíaco se aceleró. Se llevó las manos a la cabeza, mientras varias lágrimas brotaban de sus ojos.
—¡Es mi hijo! —exclamó.
El pequeño se estremeció, y retrocedió, del susto dejó caer a los pies de su padre un auto de plástico viejo y sin dos ruedas.
Santiago cayó de rodillas, se cubrió el rostro con ambas manos, desbordó su llanto.
Queridos lectores les dejo la introducción completa de esta historia cargada de amor, dolor, lágrimas. Santiago aún no sale del asombro, al conocer a su hijo cinco años después de lo ocurrido con Alba. Si desean conocer su historia, acompañenme en esta aventura. No olviden dejar sus comentarios.
Bronx- New- York, USA. Seis años, y dos meses antes. Alba Rodríguez, se removía en la dura y estrecha cama de aquel albergue en donde ahora pernoctaba. Su incomodidad no solo se debía al rígido y desgastado colchón, sino también a su prominente vientre de nueve meses de embarazo, y aquella molestia en la cintura que no le permitía conciliar el sueño. El ruido de las gotas de lluvia golpeando el techo, se asemejaba al mismo de aquella noche en la que el hombre que juró amarla, protegerla, y hasta casarse con ella, la dejó abandonada, sin permitirle darle una explicación. Acarició su barriga, sabiendo que dentro de su ser crecía el fruto de ese amor. El pequeño que habitaba en su interior era quien le había dado las fuerzas para soportar los duros momentos que tuvo que pasar al alejarse de su casa, su familia, la universidad, y sobre todo de él. &
Una mujer que pasaba por el lugar, al ver a la joven se acercó a ella. —¿Qué tienes muchacha? —inquirió la dama. —Por favor… —jadeó—. Mi bebé va a nacer —sollozó. La mujer sacó su móvil, de inmediato llamó al 911 para pedir ayuda. —¿Puedes caminar? —preguntó a la chica. Alba negó con la cabeza. Un fuerte grito emitió la joven embarazada, entonces sintió un líquido correr por sus piernas. —¡Ya va a nacer! —jadeó. La señora no sabía qué hacer, pero tampoco podía dejarla sola en esas circunstancias, divisó que muy cerca un pequeño callejón se abría paso. —Yo te voy a ayudar muchacha, haz un esfuerzo y caminemos hasta ese lugar. —Señaló con su mano. Alba asintió, con su rostro lleno de lágrimas se recargó en el cuerpo de la mujer. El trayecto a esa
Jackson Heights- New- York, Usa. Cuando todo comenzó: Un año y dos meses antes. Alba apagó con molestia su despertador, deseando dormir un par de minutos más, pero era imposible. Emitió un bostezo, aún adormecida debido a que la noche anterior trabajó hasta la madrugada en un proyecto de la universidad. Para quitarse la pereza se puso de pie, y caminó en dirección al cuarto de baño, con la finalidad de darse una ducha, mientras el agua recorría por su delicada y delgada figura, la imagen de su amor imposible se le vino a la memoria: «Santiago Vidal» susurró su mente, entonces cerró sus párpados y lo visualizó. Suspiró, al rememorar aquellos ojos azules color del cielo, su rostro cuadrado de piel blanca, su nariz respingada, y esa sonrisa seductora que dejaba a más de una sin aliento. El timbre del apartamento, la hizo
Alba en vez de sentir regocijo por las palabras del docente, sintió pesar por sus compañeros, sobre todo por Santiago. «Me debe estar odiando» pensó ella. Cuando se disponía a ir a su lugar fue interceptada por Joaquín. —Vea pues, ¿para dónde crees que vas, vos? — cuestionó el joven colombiano, observándola con el entrecejo arrugado, molesto. Ella colocó las manos alrededor de su cintura, lo miró a los ojos. —La clase terminó —expresó enojada. Santiago sonreía al ver la discusión entre su amigo, y la joven que los dejó en ridículo. Cruzó sus brazos para contemplar a Alba, y su delicado rostro de finas facciones, su piel clara. Ella era delgada, no muy alta, su cabello oscuro contrastaba con el celeste de sus ojos. Angélica, al ver el semblante de su amiga, se acercó a ellos. —¿Por qué están discutiendo? —inqu
Horas después Alba como siempre salió corriendo del salón de clases, contaba con el tiempo justo para llegar al restaurante. Angélica, caminaba de prisa tras de ella. La chica laboraba en una exclusiva boutique, ambas tomaron el mismo autobús. En el recorrido la joven Rodríguez reprochó a su amiga por el comportamiento con sus compañeros. —¿Te volviste loca Angélica? ¿Cómo se te ocurre inventar que nuestros padres tienen dinero? —recriminó a su amiga—. Cuando esos chicos se enteren de la verdad, no me quiero imaginar lo que puede suceder... Te excediste —refunfuñó cruzándose de brazos, mirando la ciudad por las ventanas. —No va a pasar nada —respondió con naturalidad la joven Zambrano—. Para que hombres como Santiago Vidal, y Joaquín Duque, se fijen en nosotras necesitamos que nuestros padres tengan cuentas de ahorro en Suiza, acciones en las principales empresas del país, debe
Jackson Heights- New- York, Usa. Alba cubrió con una almohada sus oídos, arrugó el ceño al no saber quién tocaba tan temprano a su puerta, estiró sus brazos y bajó de la cama para ir a abrir. Angélica con su amplia sonrisa pasó al apartamento con varias bolsas en sus manos. —Buenos días, cenicienta, tu hada madrina llegó —expuso con orgullo—. Voy a convertirte en princesa. Angélica tomó del brazo a su amiga y se la llevó a la habitación, el invierno se aproximaba en la ciudad, y por lo tanto el clima era algo frío, es así que Angélica se había traído de la boutique donde ella laboraba, varios jeans y camisetas, bolsos, abrigos, y otras prendas más, todas de las mejores marcas. —¡Te volviste loca! —exclamó llevándose las manos a la boca Alba, al mirar aquel vestuario que ni en sus mejores sueños imaginó lucir, ta
Alba y Santiago se pusieron de pie y salieron del edificio, mientras caminaban en profundo silencio, la voz de Santiago se hizo escuchar. —Alba… La chica detuvo el paso y miró como él deslizaba sus dedos por sus dorados rizos, notó extrañada su nerviosismo. —¿Sucede algo? —Alba, espero no me tomes a mal, tampoco quiero que te sientas presionada. La muchacha se asustó. «¿Y si este resulta igual de atrevido que Joaquín?» se preguntó con temor de lo que él iba a decir. —Me gustaría ser tu amigo, y si tienes algún día tiempo, salir a tomarnos un café. Alba sonrió, esa propuesta para ella era de lo más inocente, y en su mente imaginó otras cosas. —Yo no tengo inconveniente en ser tu amiga, lo que sí, no quisiera problemas con tu prometida. Santiago
Brooklyn- New York, Usa. El viento soplaba con fuerza por la ciudad, Alba de pie en la entrada del museo sobaba sus brazos debido al frío que calaba sus huesos, entonces una especie de corriente la recorrió al ver el BMW de Santiago aproximarse, sintió su estómago encogerse. Suspiró profundo cuando lo vio bajar del auto irguiendo su metro noventa de estatura. Una gran O se dibujó en la boca de Alba, al verlo caminar hacia ella con esa seguridad característica de él, mojó sus labios al mirar lo bien que le lucían esos vaqueros azules, y esa chompa de cuero negra. Cuando lo tuvo frente a ella, la respiración se le cortó por milésimas de segundos, sus piernas temblaron. —Hola —saludó él, sonriéndole, entonces se acercó a ella y besó su mejilla, aspirando su aroma a gardenias. —Buenas noches —contestó con una sonrisa tímida.