Entre tanto en trayecto hacia el banco Alex, le contaba a su abuela todas sus aventuras en el nuevo centro comunitario, le iba cantando las canciones que aprendía en clases que ahí recibía, mientras le conseguían escuela.
Diana, emocionada lo escuchaba, y aplaudía las hazañas de su nieto; una vez que llegaron al banco, subieron por el ascensor, la doctora Maldonado, se acercó a la asistente de Santiago, quien al verla de inmediato la saludó.
—Señora Diana, buenas tardes. —Le brindó una cálida sonrisa.
—Hola. ¿Mi hijo está ocupado? —inquirió.
—No, señora, ya la anuncio con el economista.
—No le diga que estoy aquí. — Diana, se inclinó ante Alex—. Mi niño le vamos a dar una sorpresa a tu papá, quédate escondido tras de mí, y cuando yo te llame entras. ¿Entendiste?
El pequeño muy emocionado asintió con la cabeza, enseguida Diana, abrió la
Queridos lectores les dejo un nuevo capítulo, no sean tímidos comenten en las reseñas, porque en los capítulos no encuentro los comentarios. Por otro lado: ¿Qué les pareció el reencuentro de Santiago con Alex? ¿La reconciliación de María Paz y su papá? ¿Quieren más capítulos? Entonces si tengo 15 comentarios en las reseñas, subo el siguiente y otro más. Déjense conocer, no sean tímidos.
Diana sonreía feliz, ella como madre casi nunca se equivocaba con sus presentimientos hacia los pretendientes de sus hijas. En el pasado no veía con buenos ojos la relación de Enzo e Isabella. La muchacha siempre estuvo enamorada de su actual esposo Fernando. Tampoco era de su agrado Eliana, la mujer con la que Santiago pensaba llevar al altar, y con Joaquín algo le decía que era el hombre ideal para María Paz, ella se casó con alguien parecido y ya llevaba casi más de veinte y cinco años a su lado feliz. —Esta es su casa muchachos, pueden venir a visitarnos cuando quieran. Miguel Ángel ya que somos familia, eres bienvenido también —expresó Rodrigo. El señor Duque estrechó la mano de su consuegro, y luego se dieron un fuerte abrazo. —Cuando quieran ir a Manizales, son bienvenidos, tenemos lugares maravillosos para conocer, me gustaría que nos visitaran en la época de la cosecha, quiero que conozcan la Momposina, qu
Santiago se encontraba de espaldas al ascensor dando unas indicaciones a su asistente, cuando la voz de su hijo hizo que girara de golpe. —¡Papi! —exclamó el niño, era la primera vez que lo llamaba así. Santiago se sorprendió y su corazón se llenó de alegría. Se inclinó a la misma altura de su pequeño para abrazarlo, luego levantó su mirada y observó a Alba sin moverse en la puerta del ascensor. Sus azules ojos cobraron de nuevo el brillo que se había apagado semanas atrás cuando desapareció, entonces volvió su mirada a su hijo. —Alex, me llamaste papá —pronunció, tratando de contener las lágrimas. —¿Te molestó que te dijera así? —inquirió el niño con temor. —Claro que no Alex, no imaginas la felicidad que siento en este momento — aseveró; en ese instante su mirada llena de amor se volcó a Alba, como queriendo expresar su total agradecimiento. Ell
Alba, llegó con las mejillas sonrojadas y bastante agitada hasta el auto donde Diana la esperaba. La señora Vidal, observó el rubor y nerviosismo de la joven.—¿Estás bien Alba? —preguntó con preocupación, al ver en las condiciones que estaba.—Eh... Sí señora —balbuceó con la voz temblorosa, aquel beso con Santiago la descontroló en gran medida.«No Alba, tú no puedes volver a creer en él» se repetía así misma, mientras la señora Vidal, no dejaba de mirarla.—¿Mi hijo te hizo algo? —indagó—, confía en mí, si te ofendió o sucedió alguna cosa que te incomodó, yo debo hablar con él.Alba negó con su cabeza, ellos ya no eran unos niños, como par
Santy regresó con la bandeja entonces le pasó a Alba el vaso del milkshake de frambuesa que sabía él, que era uno de sus favoritos. La joven mordió sus labios al darse cuenta que lo recordaba, suspiró bajito.—Gracias —respondió.Enseguida le sirvió a Alex su copa de helado en forma de payaso, para el pequeño todo eso era tan nuevo, miraba a su alrededor con admiración.—No te vayas a ensuciar —advirtió Alba a su hijo.—Déjalo ser niño —comentó Santiago. —¿Acaso tú nunca te manchaste la ropa cuando tenías su edad? —Enfocó su azulada mirada en ella.Alba inclinó sus párpados, respiró profundo, sus ojos se cubrieron de una ligera capa de lágrimas.<
Después de largas horas en el centro comercial y de varios momentos en los que Santiago se sentía al igual que Alba a ver su hijo tan feliz, después de haber padecido tanto, el pequeño tomó de la mano a su padre y lo llevó corriendo emocionado a una tienda de juguetes.Era algo sorprendente para muchas personas que vivían de forma superficial, ver a un hombre tan elegante, con un metro noventa de estatura, jugando como si fuera un niño con su hijo. Claro que muchas féminas, observaban embelesadas a Santiago y otras decían cosas entre ellas como, por ejemplo.—Qué suerte tener un esposo así de tierno —dijo una mujer por ahí.—¡Y tan atractivo! — suspiró otra.Alba frunció el ceño, apretando sus labios, no podía creer la desfachatez de esas señoras,
Santiago, conducía su vehículo por las calles de New York, llevando a Alba, y su hijo al centro comunitario donde aún vivían. Alex en el asiento de atrás, se quedó dormido.Un profundo silencio se apoderó de ambos por varios kilómetros. Santiago, quería preguntarle tantas cosas, aquel beso había despertado en él las esperanzas, claro que la indiferencia de ella lo confundía.Alba en el camino pensaba y analizaba muchas cosas, varias de esas, referente a su hijo. Cuando llegaron al lugar. Se dirigió a él.—Santiago hay algo con respecto a Alex que quiero dejar claro —pronunció seria y muy segura de sí misma; cuando se trataba de su hijo, olvidaba sus miedos y temores.—¿Qué cosas? —preguntó él girando su rostro hacia ella, mirándola
Alba en su lecho también lloraba, no lograba sacar de su alma toda la amargura y resentimiento que había acumulado durante esos cinco años, pero lo que en realidad le atormentaba era el hecho de que se había jurado que nunca más volvería a caer en las trampas de Santiago, ya no creía en el amor, ni en ningún hombre. Tres golpes secos alertaron a Alba, quien con temor se puso de pie y fue hasta la puerta. —¿Quién? Nadie le dio respuesta, pensó entonces que se habían equivocado, cuando se disponía a regresar a la cama, insistieron. —¿Quién es? —inquirió con la voz llena de enojo. —¡Santiago! —exclamó con la voz baja. Alba sintió que las piernas le fallaban, se recargó en el frío muro de la pared. —¿Qué quieres? —preguntó con voz trémula. —¡Por favor Alba! ¡Necesito hablar contigo! —suplicó sollozando.
La noche aún no terminaba, después de tanto deliberar y de aquel inesperado beso que a Angélica no le provocó nada; la joven venezolana no tuvo más remedio que aceptar el obsequio. —El hecho que reciba el vestido no quiere decir que voy a ceder a tus condiciones y menos que me vaya a ir a la cama contigo —advirtió. —Yo no he dicho nada de eso, y como verás soy un hombre ocupado y llevamos aquí más de una hora, así que te pido que te cambies de ropa y vayamos a cenar. La joven venezolana sonrió, se acercó a él de manera sensual. —Esta noche mi querido Carlos, las condiciones las pongo yo —le dijo con una mirada coqueta y una sonrisa seductora. Él tuvo que desechar los malos pensamientos que le provocaron esos gestos, esa mujer despertaba en él su instinto más salvaje, pero tan solo eso. —Vea pues, ¿Y a dónde es que me vas a llevar? ¿Acaso vos queré