Alba, llegó con las mejillas sonrojadas y bastante agitada hasta el auto donde Diana la esperaba. La señora Vidal, observó el rubor y nerviosismo de la joven.
—¿Estás bien Alba? —preguntó con preocupación, al ver en las condiciones que estaba.
—Eh... Sí señora —balbuceó con la voz temblorosa, aquel beso con Santiago la descontroló en gran medida.
«No Alba, tú no puedes volver a creer en él» se repetía así misma, mientras la señora Vidal, no dejaba de mirarla.
—¿Mi hijo te hizo algo? —indagó—, confía en mí, si te ofendió o sucedió alguna cosa que te incomodó, yo debo hablar con él.
Alba negó con su cabeza, ellos ya no eran unos niños, como par
Santy regresó con la bandeja entonces le pasó a Alba el vaso del milkshake de frambuesa que sabía él, que era uno de sus favoritos. La joven mordió sus labios al darse cuenta que lo recordaba, suspiró bajito.—Gracias —respondió.Enseguida le sirvió a Alex su copa de helado en forma de payaso, para el pequeño todo eso era tan nuevo, miraba a su alrededor con admiración.—No te vayas a ensuciar —advirtió Alba a su hijo.—Déjalo ser niño —comentó Santiago. —¿Acaso tú nunca te manchaste la ropa cuando tenías su edad? —Enfocó su azulada mirada en ella.Alba inclinó sus párpados, respiró profundo, sus ojos se cubrieron de una ligera capa de lágrimas.<
Después de largas horas en el centro comercial y de varios momentos en los que Santiago se sentía al igual que Alba a ver su hijo tan feliz, después de haber padecido tanto, el pequeño tomó de la mano a su padre y lo llevó corriendo emocionado a una tienda de juguetes.Era algo sorprendente para muchas personas que vivían de forma superficial, ver a un hombre tan elegante, con un metro noventa de estatura, jugando como si fuera un niño con su hijo. Claro que muchas féminas, observaban embelesadas a Santiago y otras decían cosas entre ellas como, por ejemplo.—Qué suerte tener un esposo así de tierno —dijo una mujer por ahí.—¡Y tan atractivo! — suspiró otra.Alba frunció el ceño, apretando sus labios, no podía creer la desfachatez de esas señoras,
Santiago, conducía su vehículo por las calles de New York, llevando a Alba, y su hijo al centro comunitario donde aún vivían. Alex en el asiento de atrás, se quedó dormido.Un profundo silencio se apoderó de ambos por varios kilómetros. Santiago, quería preguntarle tantas cosas, aquel beso había despertado en él las esperanzas, claro que la indiferencia de ella lo confundía.Alba en el camino pensaba y analizaba muchas cosas, varias de esas, referente a su hijo. Cuando llegaron al lugar. Se dirigió a él.—Santiago hay algo con respecto a Alex que quiero dejar claro —pronunció seria y muy segura de sí misma; cuando se trataba de su hijo, olvidaba sus miedos y temores.—¿Qué cosas? —preguntó él girando su rostro hacia ella, mirándola
Alba en su lecho también lloraba, no lograba sacar de su alma toda la amargura y resentimiento que había acumulado durante esos cinco años, pero lo que en realidad le atormentaba era el hecho de que se había jurado que nunca más volvería a caer en las trampas de Santiago, ya no creía en el amor, ni en ningún hombre. Tres golpes secos alertaron a Alba, quien con temor se puso de pie y fue hasta la puerta. —¿Quién? Nadie le dio respuesta, pensó entonces que se habían equivocado, cuando se disponía a regresar a la cama, insistieron. —¿Quién es? —inquirió con la voz llena de enojo. —¡Santiago! —exclamó con la voz baja. Alba sintió que las piernas le fallaban, se recargó en el frío muro de la pared. —¿Qué quieres? —preguntó con voz trémula. —¡Por favor Alba! ¡Necesito hablar contigo! —suplicó sollozando.
La noche aún no terminaba, después de tanto deliberar y de aquel inesperado beso que a Angélica no le provocó nada; la joven venezolana no tuvo más remedio que aceptar el obsequio. —El hecho que reciba el vestido no quiere decir que voy a ceder a tus condiciones y menos que me vaya a ir a la cama contigo —advirtió. —Yo no he dicho nada de eso, y como verás soy un hombre ocupado y llevamos aquí más de una hora, así que te pido que te cambies de ropa y vayamos a cenar. La joven venezolana sonrió, se acercó a él de manera sensual. —Esta noche mi querido Carlos, las condiciones las pongo yo —le dijo con una mirada coqueta y una sonrisa seductora. Él tuvo que desechar los malos pensamientos que le provocaron esos gestos, esa mujer despertaba en él su instinto más salvaje, pero tan solo eso. —Vea pues, ¿Y a dónde es que me vas a llevar? ¿Acaso vos queré
La penumbra aún cubría la ciudad de New York. Alba abrazaba sobre su pecho una almohada, sin dejar de llorar. Recordaba con tristeza en su alma el enfrentamiento de hace horas con Santiago, entonces sintió una punzada en su pecho, un escalofrío recorrió su piel, fue como si un mal presentimiento la envolviera. Sobó sus brazos y se acurrucó abrazando a su hijo, sin poder conciliar el sueño.****Rodrigo descansaba abrazado el cálido cuerpo de su esposa. De pronto su móvil empezó a sonar. Aletargado y con cuidado de no despertar a Diana, extendió su brazo y aún soñoliento contestó:—Buenos días —respondió con la voz adormecida.—Hola, ¿hablo con el ingeniero Rodrigo Vidal? —preguntó una voz femenina.El hombre no comprendió por
Alba llegó al piso, en la sala de espera observó a Rodrigo y Diana sentados, la señora tenía la cabeza en el pecho de su esposo y él la abrazaba, ninguno de los dos advirtió de su presencia, hasta que Alex corrió a ellos. —¡Abuelitos! ¿Mi papá se va a morir? —preguntó el niño con lágrimas en los ojos. Diana abrazó al pequeño sin decir nada, solo se puso a llorar. —Buenos días, vine apenas me enteré. ¿Cómo está? —averiguó con la voz entrecortada y la barbilla temblando. —No lo sabemos, llevan horas operándolo, nadie ha salido a informar nada más —respondió el señor Vidal consternado. El rostro de Rodrigo denotaba profunda tristeza, Alba se sentía miserable, al ver a los padres de Santiago sufrir de esa manera. En esos momentos, llegó una muchacha alta de cabello castaño oscuro, ojos verdes, muy parecida a la madre de Santiago caminaba de la mano de un atractivo hombre, más alto que ella, de pi
Alba se recargó en uno de los pasillos sollozando, entonces caminó abrazada a sí misma hacia la sala de espera. Justo cuando llegaba una voz femenina la increpó: —¿Qué hace aquí esta impostora? —gruñó Eliana mirándola con odio, se acercó a Alba, quien casi no podía reaccionar. —¿Con qué derecho te presentas aquí, zorra? —Insultó. —¡Basta! —vociferó Isabella, interponiéndose entre ambas chicas—. Alba tiene todo el derecho de estar aquí, porque ella es la mujer a la que mi hermano ama —espetó mirándola a los ojos. Eliana soltó una carcajada burlesca. —¿Con qué nuevas patrañas convenciste a la familia Vidal de ser una mujer de bien? —increpó. —¿Les contaste que trabajabas en un bar y que te acostabas con todos los clientes? Alba presionó sus puños con fuerza, miró con rencor a Eliana, sintió como la adrenalina corría por sus venas, entonces apartó a Isabe