Capítulo Tres

Al entrar al salón alce mi rostro con determinación y comencé a caminar como si estuviera en una de las mejores pasarelas del mundo.

― ¡Yo me opongo a esta boda, padre! ―afirme de nuevo con voz fría y calculada.

Jair al reconocerme no se lo podía creer, me miro con cara de "¿qué demonios?". Yo sólo le sonreí y con paso firme seguí avanzando hacia el altar bajo la mirada curiosa de todos los presentes; no había periodistas en el salón pero seguro gran parte de los invitados ya me había reconocido.

Soy una figura pública y el apellido de mi familia no es fácil de ignorar; así que plasme la mejor de mis sonrisas al estar a pocos pasos del altar.

La novia, una chica menuda y con cara aniñada, tenía la expresión en el rostro de asombro total; quizás su inocencia no le dejaba asimilar lo que estaba sucediendo. No puede evitar sentir un pinchazo de lastima por ella, está chica se merecía a alguien mejor que el patán de Jair Garrett.

―Lo siento padre, pero no puedo permitir que está dulce chica até su vida con un idiota sinvergüenza como éste ―hice un gesto despectivo refiriéndome a mi ex novio.

El cura puso cara de circunstancias, y los murmullos de todos los presentes no se hicieron esperar.

― ¿Ustedes se conocen? ¿La conoces Jair? ―preguntó la chica exaltada.

Jair titubeo

―No es lo que crees cariño, te lo puedo explicar ―él imbécil de mi amante no sabía dónde meter la cara―... ¿Qué demonios haces aquí, Gigi? Pensé que todo había quedado claro cuando hablamos ―siseo entre dientes en mi dirección.

Me reí irónica.

―Pero que iluso eres bomboncito, ¿acaso pensaste que me conformaría con ser la amante en esta historia? ―la chica vestida de novia en el altar, comenzó a sollozar al escuchar mis palabras.

― ¿Amante? ―Miro a quien sería su futuro esposo, sin poder creerlo―. ¡¿Cómo pudiste hacerme esto Jair?! ―chillo la chica perdiendo los nervios.

Jair me miro buscando ayuda, yo solo lo fulmine con la mira y con toda intención empuje un poco más el dedo en la llaga.

—Si Jair, ¿Cómo pudiste hacerle esto? —escupí indignada—. Malnacido, descarado, ya veo que no te importan los sentimientos de los demás, por eso te involucraste con ambas a la vez.

— ¡Eso no es  cierto! —Defendió—. Yo te amo, Gigi, te dije que todo esto tenía una solución.

Su descaro sin duda no conocía límites.

—Si claro, esta es la solución del problema. ¡Nos vamos a la m****a todos! Pero sobre todo tu imbécil —no pude evitar que mi mano se estampara contra su rostro.

Se merecía más que una simple cachetada, el infierno era poco para alguien como él.

― ¡Señores, por favor! —Hablo el cura llamando nuestra atención—. Tengo más bodas que oficiar esta tarde y todos ustedes me están haciendo perder el tiempo con todo este drama innecesario ―volteé a mirar con desaprobación al cura por su falta de consideración.

Mientras que la novia de mí ex novio no paraba de llorar.

―Lo siento tanto cielo, pero tú mereces a algo mejor que esto —la consolé a modo de disculpa—. Un príncipe de verdad, no una imitación barata; un sapo con cara bonita y m****a en el cerebro ―me acerqué a la chica, está esnifo desconsolada―. Esté imbécil nos engañó a las dos y lo menos que podía hacer por ti, era abrirte los ojos y librarte de una vida infeliz a su lado. ¿Si me entiendes? ―la chica me miró a la cara con sus ojos anegados de lágrimas.

― ¿Tú eres la hija de Úrsula Krantz, la diseñadora? ―su pregunta me descoloco pero a la vez me hizo sonreír; asentí.

―Sí, soy su hija y créeme que cuando se entere de lo que he hecho, me asesinara... Ya sabes cómo es, los periódicos no mienten ―la chica sonrío.

―Cariño, no la escuches por favor... Sabes que te amo... ―interrumpió Jair, pero su ex futura esposa lo empujo.

―Cállate, idiota... ¿Cómo pudiste hacerme esto? Te odio ―la chica comenzó a golpear a su novio en el pecho y todos los presentes estallaron en risas.

— ¡Me las vas a pagar Gigi Krantz, eso júralo! —me amenazo Jair  hecho una furia.

Lo mire de pies a cabeza como si fuera un bicho insignificante.

—No lo creo, bomboncito —le rete con altivez que me caracterizaba—. Ya con esto no queda nada pendiente entre nosotros, así que espero no volver a verte nunca más.

No espere a que respondiera; ya no quería escucharlo y mucho menos verlo.

Jair Garrett había derrumbado todo mi mundo perfecto con sus acciones egoístas; yo lo amaba, o al menos creí hacerlo, él se había convertido en una de las personas por las cuales habría sido capaz de dar mi vida.

Pero su traición iba más allá de cualquier sentimiento.

Y aunque gracias a su engaño yo había podido darme cuenta de la farsa en la cual viví por tanto tiempo, perdonarlo y olvidar no estaba en mis planes futuros; al menos no por un buen tiempo, cuando las heridas comenzaran a sanar y decir su nombre en voz alta ya no doliera tanto como si quemara la piel.

— ¡Gigi, aquí! —Escuche la voz de Nina llamarme entre las muchas personas que se habían acercado para ver más de cerca la discusión que se había desatado entre los novios—. ¡Oh, Gigi, ven acá! —Me alcanzo chocando contra mí en un abrazo—. Estuviste fabulosa, regia como siempre, toda una Krantz.

Sonreí sobre su hombro.

—No sabes cuánto disfrute la cara de estúpido que puso Jair al verme —nos alejamos para comenzar a caminar entre las personas que ya me miraban con curiosidad y admiración, otros pocos juzgándome por mi osadía.

—Se lo merecía el muy cabron, aunque sentí algo de pena por la chiquilla —comento.

—Yo también me sentí mal por ella —confesé—, pero luego me sentí mejor al ver que en realidad le hice un gran favor.

Colgándose de uno de mis brazos; Nina me miro de reojo.

—Esto te va a costar muy caro amiga —me recordó.

—Eso ya lo sabíamos, así que no tengo de que arrepentirme y tú menos —le tranquilice sabiendo a lo que se refería.

Ambas empujamos al mismo tiempo las puertas acristaladas, saliendo de ese lugar donde se había desatado el caos.

—Tenemos que salir de aquí antes de que este lugar se llene de periodista, Gigi —Nina comenzó a recoger la cola de mi vestido para hacer más fácil el trabajo de huida—. Estoy segura de que Úrsula no demora en enterarse de lo que hiciste y la verdad no quisiera estar en tus zapatos.

Me encogí de hombros.

—En realidad,  yo tampoco —respondí sacándome los tacones y tomándolo en las manos para poder caminar mejor.

Ambas nos reímos.

—Vámonos ya —pedí de una vez, ella asintió y nos dirigimos al mismo sitio por el cual habíamos llegado.

Cuando pasamos por la estancia para fumadores donde estuve oculta, pensé por un instante en el hombre que había conocido momentos atrás; los restos de su celular seguían regados en el suelo.

La sonrisa que se dibujó en mis labios fue automática.

Una vez estuvimos en las escaleras de emergencia, comenzamos a correr buscando una salida que nos llevara fuera de este hotel sin ser descubierta por la prensa. Comenzamos a bajar los peldaños de dos en dos dando pequeños saltos como dos adolescentes rebeldes escapando de sus padres. Al fin era libre, éramos libres para ser nosotras misma por primera vez en tanto tiempo viviendo siempre rodeadas de espectadores que existían solo para juzgar cualquier cosa que hiciéramos.

¡A la m****a todos!

Después de tanto correr, habíamos llegado a una puerta que conducía al estacionamiento del hotel; ambas nos detuvimos para poder recobrar el aliento. Nina tenía su hermosa melena rubia hecha un desastre sobre su rostro, y sus mejillas, casi siempre sonrojadas, parecían dos tomates. Me reí al verla tan natural y desgarbada, la sonrisa que había en su rostro cuando nuestras miradas coincidieron me confirmo que pensábamos en lo mismo.

—Ya no recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así de feliz.

Me reí con fuerza doblándome a la mitad y apoyando las manos en mis rodillas mientras respiraba con algo de dificultad por el esfuerzo físico.

—Yo tampoco lo recuerdo pero se siente jodidamente bien —afirme recobrando las energías; Nina también lucia más relajada.

—Bueno será mejor continuar —volvió a hablar—. Aún no ha pasado el peligro —su mirada volvía a mostrar precaución mientras nos ocultábamos detrás de un auto deportivo—. Ayúdame a pensar cómo salir de aquí sin que la prensa nos devore.

Mientras pensaba en alguna solución, puse los zapatos en el suelo y volví a calzármelos; como si estos me iluminaran, una idea llego con nitidez a mi mente. Fue como un fogonazo en mi cabeza el recordar lo que me había dicho aquel ángel de ojos grises.

Te estaré esperando en la parte de atrás del hotel —le escuche gritar a mis espaldas—. Estoy seguro de que me vas a necesitar, muñeca.

Ahora el problema era adivinar si realmente él estaba hablando en serio y si cumpliría con su palabra de esperarme, y llevarme hasta el fin del mundo como había dicho.

—  ¡Ya sé que hacer!

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