CAPÍTULO 3

Camino decidida por el corredor principal de la agencia. Es el sexto día de trabajo y mi nuevo uniforme me hace ver muy diferente y llamativa con las medias veladas, falda corta y camisa ejecutiva ceñida al cuerpo. Debo admitir que hubo un error con las medidas de mi ropa, ya que me dieron una talla menos, pero al final el error resultó favorecedor y me siento renovada de pies a cabeza.

Me observo una última vez en el espejo de mano, retoco mis labios con un color rojo suave y acomodo las discretas ondas naturales de mi cabello azabache. Subo al elevador y al llegar, entro en la oficina. Matthew ya está sentado en su cómoda silla, tan perfecto y apuesto como siempre.

—Buenos días, señor.

Lo saludo con un tono de voz neutral, ocultando mi inquietante emoción y enojo por verle de nuevo. Voy hacia mi escritorio para dejar mi bolso a un lado y revisar los correos que saltan a la vista en la pantalla de la computadora.

—Buenos días —responde luego de unos largos segundos.

He decidido seguir todas y cada una de sus absurdas reglas. Hago como que no me importa lo que hace en días, pero es complicado fingirlo por esto que siento hacia él. Nos hemos besado y él se abrió ante mí confiado, pero resulta que Libby es su novia. A la larga yo tampoco he sido sincera, no puedo exigir nada.

Envío algunos correos y llamo a las personas de un listado que mi jefe dejó en uno de sus tantos mensajes. Es absurdo tenerlo a dos pasos y leer sus correos, cuando en realidad puede decirme todo lo que quiera y romper este incómodo silencio. No lo comprendo, él es tan ambiguo y eso me desestabiliza en ciertos momentos.

De nuevo lo observo de soslayo y me es difícil evitar arrojar el bolígrafo sobre una de las carpetas y resoplar airada, de verdad no puedo creer cómo mi grado de inocencia pudo llegar a tan alto nivel de idiotez. Porque no entiendo cómo me creí todas sus mentiras y palabras de un hombre con el corazón roto. Escucho un suspiro de su parte y recuerdo que al señor le gusta el silencio total cuando está concentrado. No soporto este silencio y tenerlo así de cerca, es complicado para mí retener las ganas de plantarle cara y decirle que es un mentiroso. Pero claro, se supone que él no sabe que la señorita Jackson y Jessica Jackson son la misma persona. Una mala situación económica me trajo aquí y por eso me vi obligada a aceptar el empleo, ¿pero y él? Creo que no hay excusa para ocultar una relación amorosa y andar por ahí actuando como soltero.

El reloj marca las doce en punto del mediodía y me levanto para ir al baño, necesito de verdad refrescar mi mente o ni siquiera seré capaz de probar bocado.

Al ver mi rostro empapado en el espejo, noto esa mirada triste que me delata y eso no es bueno, sobre todo para mí, porque él es un mujeriego y mentiroso feliz de la vida.

Bajo a la segunda planta para tomar mi almuerzo, no recordaba que hay un comedor y que la compañía se encarga de contratar cocineros para preparar la comida de sus empleados. Después de todo, Matthew parece ser un excelente jefe con sus subordinados, eso no lo dudo. Reviso el menú y agarro uno de los tantos platos, de esos idénticos a los del comedor de la escuela, camino por una especie de buffet y los meseros se encargan de servir cada porción. Al terminar, me giro buscando algún sitio donde sentarme, pero para mi mala suerte, solo queda una mesa libre y en ella se encuentra sentado Matthew junto a Libby.

El chico agradable de ayer, pasa por mi lado y sonríe ampliamente al verme de nuevo.

—¡Ciao, ragazza adorabile! ¿Qué tal el día? —Me da un beso en cada mejilla y creo que me pongo muy colorada. Nunca nadie me había saludado con tanta emoción.

—Muy bien, ¿y el tuyo? —Sonrío un poco nerviosa, las miradas de las personas de repente se han posado en ambos.

—Excelente. Parece que no hay lugares ya, ¿almorzamos en la cafetería? —Señala hacia atrás con su dedo pulgar.

Mi vista repara en la mirada de Matthew, quien nos observa atento y con el ceño fruncido, sin embargo, lo ignoro y vuelvo a mi conversación con... Ahora que lo recuerdo no sé su nombre.

—Hemos sido unos tontos. —Contengo una risita burlona.

—¿Por qué? —Abre los ojos y se acerca un poco a mí.

—Porque no sabemos nuestros nombres.

Me encojo de hombros y ambos estallamos en risas.

—Me llamo Gian Franco, ¿y usted, bella dama? —Sonríe ampliamente.

—Jessica, a secas. —Le guiño un ojo.

Caminamos hacia la cafetería y escogemos una mesa vacía.

—Así que Jessica a secas... eres la nueva asistente de mi primo. —Se lleva un gran bocado de puré a la boca.

—Ah... —río nerviosa, tratando de no mostrar sorpresa—. Eres su primo...

Bebo un poco de café para aliviar mi dolor de cabeza, el cual comenzó esta mañana.

—Ya, ya sé que no parecemos familia, porque se ha vuelto un gruñón. —Sonríe con seguridad, aquello resalta más su belleza que no pasa inadvertida para ninguna mujer aquí.

—Entiendo. Pues, yo trato de manejar su temperamento, después de todo es un hombre muy considerado con sus empleados.

Gian enarca una de sus tupidas cejas y me dedica una sonrisa maliciosa.

—Parece que lo admiras en el fondo, ¿ya son amigos?

—No, que va, apenas lo conozco hace unos días, solo lo digo por lo que he visto de él... —Me llevo una gran cucharada de arroz a la boca y veo a mi alrededor, ignorándolo.

—¿Y qué te parece la agencia? —Me interpela con interés.

—Es increíble. En estos pocos días he comenzado a adorar mi empleo y la agencia. Oye, ¿y cuál es tu trabajo aquí?

Bebo otro sorbo y sigo comiendo con ganas, está exquisito el puré de patatas.

—Me quedan tres semanas, he venido a vigilar de cerca el trabajo que está haciendo Matthew. Mi tío Michelangelo me envió aquí para eso, pero, soy el gerente de la agencia principal que se encuentra en Italia. Ya sabes, es un negocio familiar.

Me sonríe levemente.

—Creo que te extrañaré cuando te hayas ido. —Hago una mueca tonta y le robo una sonrisa.

—Y yo a ti. Si Matt se entera que quiero robarle su asistente, va a matarme...

Cuando acabamos de almorzar nos dirigirnos de nuevo a nuestros lugares de trabajo. Después de ir al baño y refrescarme, camino a paso lento hacia la oficina de Matthew De Vineyard, el hombre que emociona y lastima mi corazón sin saberlo.

Tomo asiento en mi silla y lo saludo con un movimiento de cabeza, a lo que él responde frunciendo el ceño y dedicándome una mirada confusa.

—Gian Franco está organizando un evento de beneficencia, los fondos recogidos se donarán a los orfanatos de Londres. Asistiremos juntos tú y yo, Libby, Miranda y obviamente Gian.

De repente me sofoco y pienso en cómo decirle que no podré ir, ya que precisamente mañana el grupo y yo tenemos un evento de baile donde nos van a pagar cinco veces más de lo que ganamos siempre. La persona que nos contrató lo hizo en tiempo récord y nos dio dos semanas para prepararnos.

—Señor... Lo que pasa es que no podré asistir, m-mi abuelita ha... Ha enfermado y luego del trabajo iré a visitarla... —Me da la verborrea.

Parece sopesar lo que dirá.

—Está bien. —Asiente no muy convencido. —Espero que tu abuela mejore pronto.

Comienza a teclear retomando su concentración. Yo suspiro y me acomodo en el asiento, un poco más relajada.

Las horas pasan y observo con entusiasmo mi mochila, esa que siempre llevo colgada de mi hombro junto al bolso de trabajo. Cuento los minutos para ir al salón y practicar hasta el cansancio. Acabo de organizar algunos listados y recojo mi cabello en un moño, se me escapa una pequeña sonrisa al ver la hora en el reloj de pared e imaginar la práctica pendiente. Dirijo la mirada hacia Matt, pero casi me atraganto con la saliva al verlo observar con atención cada parte de mi rostro, con aquellos pozos azules en los que me pierdo por algunos segundos y que luego desconectan de los míos. ¿Qué ha sido eso? ¿Desde hace cuánto estaba viéndome así?

Mi corazón empieza a latir con frenesí apenas el reloj marca las cinco y media de la tarde, me levanto de inmediato para marcharme.

—Hasta mañana, señor.

Camino hacia la salida rápidamente, pero las frías manos de Matthew me detienen y giran hacia su pecho firme. Clava esos ojos azules penetrantes en los míos, como tratando de descubrir hasta mi más oscuro secreto.

—¿Ocurre algo?, ¿por qué se toma estas atribuciones también conmigo? Seguro que su movia Libby lo espera, suélteme —espeto con rabia.

—Hay algo en ti que... —No termina la frase, algo que desconozco se lo impide.

—Déjeme... ¡Pero bueno!, ¿qué es esto? —Elevo la voz.

Comienzo a forcejear, él se resiste a soltarme, está a punto de descubrirme y lo presiento. Por desgracia trastabillo por culpa de mis zapatos de tacón y termino cayendo sentada sobre el escritorio con Matthew entre mis piernas, en una posición bastante incómoda y erótica. Nos vemos sorprendidos, acalorados y muy avergonzados.

Se disculpa por lo que hizo, pero ya no me interesa. Bajo la mirada y me marcho rápidamente del lugar. Corro lo más rápido que puedo para arribar con tiempo a las prácticas. Cuando llego, miro hacia todos lados cerciorándome que nadie está espiando cerca. Voy a los baños y me cambio la ropa en un dos por tres, salgo trotando hacia el salón de baile y me uno a mis compañeros.

—¡Hey Jess, así como llegas te vas! —Raquel me sonríe y nos saludamos con un beso en la mejilla.

Desde hace poco que salimos juntas con las chicas, hemos iniciado una buena amistad.

—Es la chica flash. —Robert ríe.

—Quiero que escuchen lo que tengo que decirles —Raquel va hacia el frente y levanta la voz—. Al evento que tenemos mañana van a asistir muchas personas demasiado adineradas y exigentes, por lo cual deben ser muy respetuosos. Ya lo saben, nada de bromas pesadas ni mal vocabulario.

Me uno a la coreografía que es muy complicada, tiene danza contemporánea, y también movimientos finos y marcados del ballet. Raquel se ha sorprendido de mi habilidad y flexibilidad para esta coreografía en especial, me ha preguntado si de niña estudié en una escuela de ballet y le he dicho que no. Esa es la otra parte de mí, perdí la memoria, pero mi cuerpo no parece olvidar mi vida antes del orfanato. Siempre me he preguntado quién fui en el pasado y por qué tengo tanta facilidad para el baile y el aprendizaje rápido. ¿Lo habré heredado de mis padres? En fin, creo que nunca lo descubriré.

Cuando acaba el ensayo, me despido de mis compañeros y me pongo la gorra, los lentes de sol y un cubrebocas para el frío. Ya sé que parezco una mosca asesina, pero no me queda de otra. Corro hacia la parada de buses que está a dos calles de distancia, pero la manera intempestiva en la que alguien tira de mi brazo, me sorprende.

—¡Soy yo! No te asustes.

Matthew suspira al verme un poco afectada.

—Llevo prisa, otro día hablamos —respondo siendo cortante.

Intento marcharme de nuevo, no quiero seguir con esta doble vida. Es mejor cortar todo de raíz.

—Por favor, quédate un momento. He venido solo por ti.

Posa la mano sobre mi hombro.

—No vuelvas a tocarme. —Me suelto de su agarre hecha una furia—. ¡Es más, no vuelvas a buscarme!

Doy la media vuelta, intentando recuperar la compostura y tranquilidad. Camino a paso rápido hacia la parada sintiendo sus pasos detrás de mí, casi pisándome los talones.

De repente, comienza a llover, el agua nos cubre en pocos segundos.

—Estoy jugando a tu juego... Estoy a un paso de descubrirte por completo... —Se queda hablando solo.

El bus llega rápidamente y corro sin mirar atrás, sin ver de nuevo a ese hombre que me robó el corazón con su mirada cautivadora aquella noche que escapé del orfanato para bailar. Recuesto mi cabeza sobre el asiento del autobús, con las mejillas empapadas de lágrimas y el corazón aún más dolorido. Todo de él me atrapó y ahora no sé cómo aceptar y hacerme la idea que esto solo ha sido el primer enamoramiento de una chiquilla tonta que ha empezado a conocer la vida fuera de un aburrido orfanato lleno de monjas. Las últimas palabras que dijo hacen eco dentro de mí, porque en el fondo sé que mi mentira en cualquier momento se vendrá cuesta abajo.

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