Brianna
Observé mi entorno, buscando una entrada discreta. Sin embargo, en un baile donde mi esposo y su familia eran el centro de atención no tenía cómo permanecer desapercibida… en especial con aquel vestido ridículamente provocador.
Maldije cuando cada ojo en la sala se giró hacia nosotros cuando pasamos.La apariencia de semental de Ciro tampoco ayudaba demasiado. La estancia era impresionante; parecía lo suficiente grande como para albergar un campo de futbol. El techo y las paredes estaban hechas de cristal, y conté al menos cincuenta candelabros de plata y cristal colgando por encima de nuestras cabezas. Incluso había un escenario enorme en el extremo opuesto que se extendía a lo largo y ancho de la pared. Los camareros se paseaban de un lado al otro con bandejas con aperitivos y champaña para aquellos que aún no se habían sentado en su sitio. —Allí está. —Señaló a un hombre bajo y recLa opresión en el pecho que me provocaba escuchar su voz temblorosa apenas si me permitía respirar.—Te amo. —Ella se aferró a él, suplicando con los ojos muy abiertos —. Lamento mucho haberte apartado, pero aún podemos volver a estar juntos. Podemos solucionar esto. Te protegeré, yo misma meteré a Bellomo a la cárcel, por eso estoy aquí para dar con el culpable de la muerte de tu tío. No has consumado el matrimonio. Habla con el sacerdote, pide una anulación. Envía bien lejos a esa prostituta y…—No es una prostituta, Geraldine. —la voz profunda de Apolo la hizo dar un respingo de sorpresa. —Ella era virgen…Incliné el torso
BriannaSalí del cuarto de baño sosteniéndome como podía, el vestido era demasiado elegante, pero nada práctico, además no me ayudaba estar sin bragas o haber bebido demasiado durante la cena. Aunque como no hacerlo, Geraldine lejos de darse por vencida, se mostró más decidida que nunca a llevarse por delante, lo que se interpusiera entre ella y Apolo.Obligo a Leone a cambiarle el sitio y se pasó gran parte de la cena picando abiertamente a mi esposo, que se limitaba a gruñir de tanto en tanto cuando me veía reír con Ciro.—¡Guau! —Ciro se levantó de una de las sillas cuando salí del baño. —. Ahora entiendo por qué tu esposo me envió a cuidarte, estas como una cuba.
Las notas se hicieron largas, oscuras, y comenzaron a envolverme mientras la canción progresaba, me aseguré de que cada movimiento de mis manos fuera suave y grácil. Mientras giraba por el salón y completaba una serie de piruetas perfectas, que pude ver que impresionaron a Apolo. Aunque aquello no era por él, era por mí, porque extrañaba moverme al ritmo de la música vibrando con cada nota. Sin embargo, debía admitir que ver la expresión en su rostro al verme bailar tenía su encanto. Era una mirada tan intensa como la de la noche que me había conocido, con algo más que no lograba descifrar.Antes de saberlo, me encontraba en un trance y bailaba en medio de un escenario debajo de las luces, y una multitud miraba asombrada cada uno de mis movimientos.Seguí bai
ApoloBrianna se veía preciosa en ese vestido entallado que acentuaba sus curvas y acariciaba con delicadeza cada centímetro. Me detuve en el umbral de la puerta y observé conteniendo la respiración. Era tan hermosa que cada segundo con ella sin poder tocarla era una terrible tortura.Ella se miraba con el ceño fruncido, como buscando las pequeñas imperfecciones con hastío, sabía que se esforzaba tremendamente por encajar. Aunque la realidad era que lo que más me gustaba de ella era eso que no encajaba en absoluto en un mundo donde las mujeres que me rodeaban eran malcriadas y pretensiosas. Incluso Geraldine, ahora lo veía. Sin embargo, Brianna era como un ángel dentro de aquel caos, sangre pura que atraía a todos los hombres que como yo solo conocíamos la oscuridad. ApoloVarias de mis hombres se acercaron al coche mientras ayudaba a Brianna a salir y le ofrecía mi brazo. Miré a cada uno de ellos; todos eran hombres de confianza. Esa noche vigilarían todo el tiempo que estuvieran allí, el teatro estaba en territorio liberado y no quería sorpresas de ningún tipo.Tomé su mano sobre mi brazo mientras entrabamos al lugar. Era el teatro Melisade, era el teatro más grande e imponente de los alrededores, con una enorme cúpula decorada con frescos e iluminada con bombillas. Yo quería empujarla dentro y sacarnos de la zona menos segura y casi sin vigilancia, pero ella se había detenido para mirarlo todo, con ojos muy abiertos y perfectos labios entreabiertos, brillando como un hada. Entonces caí en la cuenta que ella nunca había pisado ese teatro, Romeo y Julieta (Parte dos)
BriannaCon las yemas de los dedos rocé mis labios. El beso de despedida de Apolo fue feroz y urgente. Tenía sabor a miedo e incertidumbre, como si supiese que algo iba muy mal, luego de hablar con Pietro a solas. Eso me había aterrado, pero no pude hacer otra cosa más que corresponderle y rogarle al cielo que la sensación de hundimiento fuera producto de mi imaginación y no una especie de presagio.—Él está bien —susurré para mí misma después de dar mil vueltas en la cama—. No pasa nada. Todo está bien… Pero sé que no lo está.La preocupación era tanta, que ni siquiera podía quedarme quieta en mi lugar. No era capaz de mantener en orden el mar de emociones que llevaba dentro.
BriannaTodo mi cuerpo se estremecía con la sola idea de los posibles escenarios que me fuese a encontrar a mi esposo. Sabía que quizás se enojaría porque debía esperarlo en la casa, ante esa idea mi corazón se encogió mientras miraba las calles con la frente pegada al cristal.Quería encontrarlo sano y salvo; sin embargo, no dejaba de sentirme nerviosa y asustada. Lo único que quería en ese preciso instante, era fundirme entre sus brazos. Aferrarme a él y no soltarlo por el resto del día. Lo único que necesitaba es que todo esté bien de una vez por todas.Después de casi una hora de camino, sumido en un silencio incómodo, me estremecí cuando vi el edificio donde había vivido antes de la boba en mi campo
ApoloPietro frunció el ceño mientras guardaba el teléfono, y aunque no lo había mencionado en voz alta, sabia que se sentía tan impaciente como yo. El fuerte olor a levadura flotaba en el aire desde la gran fábrica de cerveza a pocas cuadras de distancia. Permanecíamos en las sombras. Agazapados en la entrada de un edificio de apartamentos en ruinas al otro lado de la calle, donde vivía la amante de Frank Madonia, la mano derecha de Vito.Había entrado en el edificio hacía casi dos horas para su revolcón religioso de tres veces por semana, era el momento para que otro hombre responsable de la muerte de Don Doménico saliera y recibiera su merecido.Le esperaba un destino menos amable que el del