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Capítulo 5: Despertando en un hotel

AVRIL STEEL

Mientras el señor Smith veía con atención cada página del informe del último mes, platicábamos animadamente de la empresa y sus beneficios, sintiéndome incapaz de negar cada copa que servía para mí. Todo estaba en orden y parecía prometedor. 

—¿Necesitas un inversionista fuerte que mantenga a flote tu negocio? Estoy dispuesto a apoyarte. ¿Qué clase de caballero sería si no acudo al llamado de auxilio de una criatura tan encantadora como tú? —Me dedicó una mirada brillosa que me incomodó. 

—Señor Smith… —De pronto su mano comenzó a acariciar mi antebrazo mientras volvía a llenar mi copa.

—No te preocupes, con mi experiencia y dinero, tu empresa saldrá adelante de cualquier conflicto en el que te hayas metido, ya lo verás… 

—Sí, bueno… estoy dispuesta a ofrecerle un porcentaje de…

No me dejó terminar cuando me interrumpió. —Olvídate de eso, no necesito ningún porcentaje de nada.

—Pero…

—Podemos llegar a otro acuerdo —contestó acercándose un poco más, dejando que su aliento alcohólico chocara con mi mejilla—. Prometo protegerte de lo que sea, si cuidas bien de mis necesidades, yo cuidaré muy bien de ti.

—¿Qué es lo que quiere? —Me recorrí en el asiento, alejándome de él, pero me tomó por el brazo, trayéndome de regreso. 

—Solo tienes que ser una buena chica, creo que tienes gran potencial, pero en este mundo, las criaturas tan inocentes y dulces como tú terminan siendo devoradas por hombres ambiciosos y sin corazón. Si te portas bien conmigo, te cuidaré, a ti y a tu empresa. No pido mucho… solo un pequeño detalle que solo tú puedes ofrecerme —dijo posando su mano sobre mi muslo, acariciando con su pulgar mi piel y buscando meter su mano debajo de mi falda—. Te daré todo lo que quieras, lo que tú me pidas. Esto será un sucio secretito entre tú y yo, del cual ambos saldremos beneficiados. Una vez que pruebes lo que tengo que darte en la cama, te volverás adicta y me abrirás esos suaves muslos con gusto, ya lo verás. 

—¡No me toque! —exclamé furiosa y lo abofeteé antes de levantarme del asiento—. ¡Cerdo! 

—¡Golfa malagradecida! —gritó poniéndose de pie, volviéndose atemorizante e imponente—.  Perra ingrata, ¿quieres mi dinero? ¡Abre las putas piernas! ¡Sabías bien a lo que venías y ahora te quieres hacer la santa! ¿Tu esposo sabe que me buscaste como si fueras una prostituta? 

Tomé la botella por el cuello y la abaniqué como si fuera un b**e de baseball, haciendo que retrocediera.

—A mí no me habla así, maldito puerco. Yo no soy ninguna prostituta, lo vine a buscar como la dueña y presidenta de mi empresa…

—¿Presidenta? —preguntó divertido dejándose caer en el asiento—. Princesa, tú solo eres la esposa del CEO, y nadie dirá que estabas buscando una negociación profesional. Todos sabrán que viniste a ofrecerte. Así que, si quieres que tu empresa sobreviva, ven acá y siéntate en mi regazo, o tal vez prefieras esconderte debajo de la mesa y abrir bien esa boca, de esa forma me convencerías más rápido. 

Ofendida e indignada, le vacíe la botella en la cabeza antes de arrojársela. Salí de ahí aún escuchando sus gritos y ofensas, frustrada por no haber conseguido el dinero que necesitaba, herida por haber sido humillada, pero principalmente, nauseabunda y mareada. Los nervios me habían traicionado y había bebido de más. El estómago lo sentía revuelto y comencé a salivar de esa forma que no auguraba nada bueno. 

De pronto choqué con alguien con más fuerza y equilibrio que yo. Retrocedí atarantada y sus manos me sujetaron por los hombros, deteniéndome. Apenas levanté la mirada y me di cuenta de que mi salvador era un hombre de rasgos feroces y actitud altanera, pero con una belleza bastante agradable y… curiosamente conocida. De pronto pensé en el hombre escondido en la oscuridad, aunque no había visto su rostro, podría jurar que se trataba de él. 

Quise abrir la boca, pero fue una pésima idea, terminé vomitando entre los dos, completamente mareada y somnolienta. Me sentía muy mal y antes de pedir disculpas, me desvanecí, siendo su rostro asqueado y molesto lo último que vi antes de cerrar los ojos.  

Cuando volví a abrir los ojos, ya era de día, la cabeza me daba vueltas y el perfume de las sábanas me avisó que no estaba en mi cama. Me senté bostezando y tallándome la cara. Cuando volteé hacia el ventanal de un costado, confirmé que no estaba en mi habitación. Lo peor era que mi ropa había desaparecido, usaba solo un camisón de seda y el cabello aún lo tenía mojado. 

—Ay… no… —Levanté las sábanas como si pudiera descubrir con la vista si algo había pasado «allá abajo». No me sentía diferente. 

—¡Buenos días, señorita! —exclamó la mucama con una gran sonrisa mientras se acercaba a mí. 

—¿Hola? —pregunté confundida recibiendo un vaso con agua y una pastilla efervescente en el fondo, disolviéndose. 

 —Tómelo, es para su jaqueca. Al parecer tomó mucho anoche —agregó risueña, como si fuera una niña después de una inocente travesura—. El señor me pidió que le diera un baño y le pusiera ese cómodo camisón para que pudiera dormir. 

—¿Qué señor? —pregunté aún viendo con desconfianza el vaso.

—Quien la trajo a este hotel… —La palabra «hotel» me hizo palidecer—. También pidió que le compraran ropa nueva para que pudiera regresar a casa y que le entregara esto antes de que abandonara el edificio. 

Me ofreció un cheque con tantos ceros que me quedé congelada. 

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