AVRIL STEEL
Mientras el señor Smith veía con atención cada página del informe del último mes, platicábamos animadamente de la empresa y sus beneficios, sintiéndome incapaz de negar cada copa que servía para mí. Todo estaba en orden y parecía prometedor.
—¿Necesitas un inversionista fuerte que mantenga a flote tu negocio? Estoy dispuesto a apoyarte. ¿Qué clase de caballero sería si no acudo al llamado de auxilio de una criatura tan encantadora como tú? —Me dedicó una mirada brillosa que me incomodó.
—Señor Smith… —De pronto su mano comenzó a acariciar mi antebrazo mientras volvía a llenar mi copa.
—No te preocupes, con mi experiencia y dinero, tu empresa saldrá adelante de cualquier conflicto en el que te hayas metido, ya lo verás…
—Sí, bueno… estoy dispuesta a ofrecerle un porcentaje de…
No me dejó terminar cuando me interrumpió. —Olvídate de eso, no necesito ningún porcentaje de nada.
—Pero…
—Podemos llegar a otro acuerdo —contestó acercándose un poco más, dejando que su aliento alcohólico chocara con mi mejilla—. Prometo protegerte de lo que sea, si cuidas bien de mis necesidades, yo cuidaré muy bien de ti.
—¿Qué es lo que quiere? —Me recorrí en el asiento, alejándome de él, pero me tomó por el brazo, trayéndome de regreso.
—Solo tienes que ser una buena chica, creo que tienes gran potencial, pero en este mundo, las criaturas tan inocentes y dulces como tú terminan siendo devoradas por hombres ambiciosos y sin corazón. Si te portas bien conmigo, te cuidaré, a ti y a tu empresa. No pido mucho… solo un pequeño detalle que solo tú puedes ofrecerme —dijo posando su mano sobre mi muslo, acariciando con su pulgar mi piel y buscando meter su mano debajo de mi falda—. Te daré todo lo que quieras, lo que tú me pidas. Esto será un sucio secretito entre tú y yo, del cual ambos saldremos beneficiados. Una vez que pruebes lo que tengo que darte en la cama, te volverás adicta y me abrirás esos suaves muslos con gusto, ya lo verás.
—¡No me toque! —exclamé furiosa y lo abofeteé antes de levantarme del asiento—. ¡Cerdo!
—¡Golfa malagradecida! —gritó poniéndose de pie, volviéndose atemorizante e imponente—. Perra ingrata, ¿quieres mi dinero? ¡Abre las putas piernas! ¡Sabías bien a lo que venías y ahora te quieres hacer la santa! ¿Tu esposo sabe que me buscaste como si fueras una prostituta?
Tomé la botella por el cuello y la abaniqué como si fuera un b**e de baseball, haciendo que retrocediera.
—A mí no me habla así, maldito puerco. Yo no soy ninguna prostituta, lo vine a buscar como la dueña y presidenta de mi empresa…
—¿Presidenta? —preguntó divertido dejándose caer en el asiento—. Princesa, tú solo eres la esposa del CEO, y nadie dirá que estabas buscando una negociación profesional. Todos sabrán que viniste a ofrecerte. Así que, si quieres que tu empresa sobreviva, ven acá y siéntate en mi regazo, o tal vez prefieras esconderte debajo de la mesa y abrir bien esa boca, de esa forma me convencerías más rápido.
Ofendida e indignada, le vacíe la botella en la cabeza antes de arrojársela. Salí de ahí aún escuchando sus gritos y ofensas, frustrada por no haber conseguido el dinero que necesitaba, herida por haber sido humillada, pero principalmente, nauseabunda y mareada. Los nervios me habían traicionado y había bebido de más. El estómago lo sentía revuelto y comencé a salivar de esa forma que no auguraba nada bueno.
De pronto choqué con alguien con más fuerza y equilibrio que yo. Retrocedí atarantada y sus manos me sujetaron por los hombros, deteniéndome. Apenas levanté la mirada y me di cuenta de que mi salvador era un hombre de rasgos feroces y actitud altanera, pero con una belleza bastante agradable y… curiosamente conocida. De pronto pensé en el hombre escondido en la oscuridad, aunque no había visto su rostro, podría jurar que se trataba de él.
Quise abrir la boca, pero fue una pésima idea, terminé vomitando entre los dos, completamente mareada y somnolienta. Me sentía muy mal y antes de pedir disculpas, me desvanecí, siendo su rostro asqueado y molesto lo último que vi antes de cerrar los ojos.
↓
Cuando volví a abrir los ojos, ya era de día, la cabeza me daba vueltas y el perfume de las sábanas me avisó que no estaba en mi cama. Me senté bostezando y tallándome la cara. Cuando volteé hacia el ventanal de un costado, confirmé que no estaba en mi habitación. Lo peor era que mi ropa había desaparecido, usaba solo un camisón de seda y el cabello aún lo tenía mojado.
—Ay… no… —Levanté las sábanas como si pudiera descubrir con la vista si algo había pasado «allá abajo». No me sentía diferente.
—¡Buenos días, señorita! —exclamó la mucama con una gran sonrisa mientras se acercaba a mí.
—¿Hola? —pregunté confundida recibiendo un vaso con agua y una pastilla efervescente en el fondo, disolviéndose.
—Tómelo, es para su jaqueca. Al parecer tomó mucho anoche —agregó risueña, como si fuera una niña después de una inocente travesura—. El señor me pidió que le diera un baño y le pusiera ese cómodo camisón para que pudiera dormir.
—¿Qué señor? —pregunté aún viendo con desconfianza el vaso.
—Quien la trajo a este hotel… —La palabra «hotel» me hizo palidecer—. También pidió que le compraran ropa nueva para que pudiera regresar a casa y que le entregara esto antes de que abandonara el edificio.
Me ofreció un cheque con tantos ceros que me quedé congelada.
JOHN FOSTER Jamás creí que una mujer casi me vomitaría encima. Por lo general recibía halagos, tragos, coqueteos, incluso lencería, pero… ¿vómito? Para completar su hazaña, terminó desmayándose. ¿Había tomado tanto como para perder el conocimiento o el patán con el que había estado hablando le había echado algo en su bebida? La tomé en brazos y le pedí a mi asistente que se encargara de todo aquí mientras yo la llevaba a un lugar seguro, donde sabía que nadie le haría daño. Desde que la había visto pasar frente a mi mesa, no pude despegar mi atención de ella. Era curioso que vistiera tan elegante en un lugar así. Se veía tan refinada y distinguida que no podía pasar desapercibida entre tantas mujeres con ropa diminuta y comportamiento vulgar. ↓ —Señor Foster, bienvenido —dijo la recepcionista del hotel al verme llegar. No pudo ocultar su rostro sorprendido al ver a Avril en mis brazos. —Necesito una habitación… Le pedí a un grupo de mucamas que prepararan el baño, que buscara
AVRIL STEEL Regresé a casa, con la cabeza vuelta un caos. Cuando rebasé las puertas noté que Derek y mi pequeña osita jugaban en el jardín. ¿No me había extrañado? ¿No estaba preocupado por saber dónde estaba? Por el contrario, se levantó tranquilamente, sacudiéndose las manos en el pantalón mientras se acercaba con parsimonia. —¡Mamita bonita! ¡¿Dónde habías estado?! —exclamó Amber ansiosa, viéndome con sus enormes ojos angustiados—. ¿Por qué no llegaste a casa? ¡Estaba preocupada! —Mi bebé… ya estoy aquí —respondí tomándola entre mis brazos y llenándola de besos. —¿Qué es eso? —preguntó Derek al notar el cheque en mi mano. Había ido al banco y efectivamente el cheque era real y funcional. La cifra de dinero era impresionante e hice que la transfirieran a mi cuenta bancaria. Sabiendo lo mucho que estaba sufriendo Derek por lo ocurrido, decidí hacer un cheque a mi nombre y entregárselo. Abrió los ojos con sorpresa cuando lo inspeccionó. —¿De dónde sacaste todo este dinero?
AVRIL STEEL Después de pensarlo mucho, decidí ir a la joyería que él frecuentaba. El lugar era hermoso, lleno de opulencia y elegancia. —¡Buenos días! ¿Hay algo en lo que la pueda ayudar? ¿Hay alguna joya que quiera ver? —preguntó la vendedora con exceso de cordialidad. La chica parecía sencilla, joven y agradable, pero lo que más me llamó la atención fue ver ese collar alrededor de su cuello, era idéntico al mío. No sabía qué me indignaba más, que mi collar no fuera exclusivo o que claramente esta vendedora tuviera un benefactor adinerado, pues ese collar costaba más de $100,000 y dudaba mucho que su sueldo fuera suficiente para solventarlo. Podía apostar que tenía un CEO adinerado capaz de darle ese lujo. Sin comprar nada y con el corazón acelerado, atragantándose con la rabia que corría por mis venas, decidí salir de ahí y dejar de hacerme ideas. Esa chica no tenía la culpa de mi falta de confianza en mi esposo, no tenía porqué ser víctima de mi histeria y mi dolor. Así que, a
JOHN FOSTER Traté de revisar unos documentos importantes, pero por más que leía cada renglón, no lograba concentrarme. Dejé todo frente a mí y saqué de mi cajón esa vieja foto que me había acompañado en mis días más solitarios y tristes. —No has cambiado nada, Avril… Los años solo te han vuelto más hermosa —susurré mientras veía su foto, luciendo esa sonrisa que le migraba hasta los ojos. —¿Señor Foster? Tiene una llamada… —dijo mi ayudante asomándose, acabando con mi melancolía. —No estoy disponible —contesté malhumorado sin apartar la mirada de la fotografía. —Es la recepcionista del hotel y dice que es muy importante —me interrumpió, dejándome en claro que no podía quejarme de su intromisión y me ofreció el teléfono. ↓ AVRIL STEEL Me sentía particularmente sola en la casa. Se veía tan grande y oscura, como si de pronto hubiera dejado de ser mi hogar. De pronto mi celular comenzó a vibrar insistentemente, había recibido una serie de mensajes de un número desconocido. Eran
AVRIL STEEL —Sí deseas divorciarte… Solo te advierto que, al casarse por bienes compartidos, él tendrá derecho a la mitad de todo lo que adquirieron, incluyendo la empresa —dijo mi abogado con las manos sobre su escritorio y los dedos entrelazados. Su mirada por encima de los lentes me advertía lo complicado de la situación. —No puedo seguir al lado de un hombre infiel —dije en un susurro, sintiéndome atrapada, sofocada. De pronto el matrimonio se había convertido en unas pesadas cadenas que amenazaban con sumergirme en lo más profundo del mar. —Y eso que aún no hablamos de la custodia de la niña —agregó resoplando al tiempo que bajaba la mirada y levantaba sus cejas tupidas. —¿La custodia de Amber? ¿No le dan siempre preferencia a la madre? —pregunté angustiada. —Por lo general, pero eso no significa que él no vaya a pelear por la niña. Solo necesitaría encontrar un solo error en tu forma de criar y cuidar de Amber. Si él, a parte de todo, se queda con la custodia de su hija,
AVRIL STEEL Regresé a ese hotel, con la frente en alto, pero sabiendo que mis ojos estaban enrojecidos. Me planté frente a la recepcionista y jalé aire antes de abrir la boca. —Hola, disculpa… —¡Hola! Buenas tardes. ¿En qué le puedo ayudar? —inquirió con cordialidad y una sonrisa mecánica. —Yo sé que esto es inusual y que no es sencillo lo que te voy a pedir, pero… ¿Puedo ver el registro? Necesito saber quién ocupa la habitación 404. —Esa era información confidencial del hotel. Estaba lista para el rechazo. La recepcionista se puso a teclear en su computadora y no supe si me estaba ignorando o incluso llamando a seguridad. Eché un vistazo a mi alrededor, pero nada parecía fuera de su lugar, ningún hombre uniformado se acercaba a nosotras. De pronto giró el monitor de su computadora hacia mí. Al principio no comprendí nada, hasta que vi nombres y horarios acomodados en una enorme lista. ¡Era el registro! Me pegué al monitor y comencé a inspeccionar con atención, recordando la ho
AVRIL STEEL —Listo… parece que con esto será suficiente —dijo John regresándome al presente. Se inclinó, tomando mi tobillo y apoyándolo sobre su muslo. Me puso la zapatilla con sumo cuidado mientras sus manos ardían al tomar mi tobillo y mi pantorrilla. No pude evitar sonrojarme en cuanto su mirada se levantó hacia mí. Aún así, estaba más llena de dudas que de vergüenza. —¿Dónde estuviste? ¿Por qué desapareciste sin despedirte? Desvió la mirada y frunció el ceño. No parecía querer hablar. —Avril… —mencionó mi nombre, haciendo vibrar mi corazón. Me incliné hacia él, acercando mi rostro al suyo mientras su mano se mantuvo suavemente sobre mi corva y su pulgar acariciaba mi rodilla. —¿Dónde estuviste? —insistí, suplicando. De pronto redujo el espacio entre los dos y cuando sus labios estuvieron tan cerca que pude sentir su aliento, posé mis dedos sobre su boca y cerré los ojos, adolorida. —Estoy casada… —Mis palabras fueron una estocada que cortó el aire entre los dos. John
DEREK MALONE Martina y yo abandonamos la habitación después de esa idílica noche. El viaje de negocios tenía que terminar, era hora de enfrentarme a esa asquerosa realidad donde tenía que plantar una enorme sonrisa, lidiar con mi odiosa esposa y soportar a esa impertinente niña. Llegamos a la recepción sin tomarnos de la mano ni intercambiar palabras. Sabía cómo debía comportarse, era una niña obediente a cada cosa que le pedía. ¡¿Por qué Avril no podía ser igual?! —¿Disfrutó su estancia? —preguntó la recepcionista mientras tecleaba y me ofrecía una sonrisa. —Sí… —Vi mi reloj de pulso, el que me había regalado Avril la última vez—. Todo en orden. —Bien, su cuenta es de veinte mil dólares —contestó la señorita haciendo que me atragantara con mi propia saliva—. ¿Su pago será con tarjeta o en efectivo? Apreté los dientes, tomé mi cartera y revisé. No cargaba con suficiente efectivo, no creí que fuera tanto, pero… ¿por qué? ¿la cama tenía sábanas de oro o qué carajos? —¿Puedo preg