Sostuvo la carpeta entre sus manos y caminó hacia el escritorio para sostenerse. Las últimas palabras de aquella mujer palpitaban en sus oídos.«Espero que, al saber que estoy embarazada de su hijo, dejes de meterte entre nosotros. Nos vamos a casar».¿Cuándo ocurrió? ¿Cómo pudo deshacerse en atenciones con ella cuando llevaba una doble vida con esa mujer? Abrió el documento y lo observó con dedicación, un pequeño ser que apenas se distinguía se mostraba en la ecografía. Su propio nombre resaltaba en las pruebas y el resultado positivo de un embarazo. Se llevó la mano al vientre como si así pudiera sentir la vida que crecía en su antiguo cuerpo. «Un hijo de Brais».Levantó la vista y lo observó acercarse con lentitud. Parecía estar inmerso en una pesadilla. Quería correr hacia él, abrazarlo y rogarle que le dijera que todo era una terrible confusión. Decidida recorrió la distancia y se acercó, le sostuvo la mano y lo arrastró hacia su despacho. Cerró la puerta, y respiró varias veces
—¡Cómo le pesa el trasero a esta pelirroja!—Deja de quejarte, Cris, ¿la amarramos al techo del coche?—Hmm hi… de… —se quejó la usurpadora bajo la sabana vieja.—Mejor la metemos en el maletero. —Escucharon las risas de varios muchachos detrás de ellos y pudo ver a su amigo tensarse.—¡Qué guapa estás, sirenita! —Cristian se movió con rapidez dispuesto a enfrentarse a ellos, pero al hacerlo le golpeó la cabeza con la carrocería a la secuestrada.—¡Ah! —se escuchó el gemido sofocado bajo la mordaza.—Si la dejas idiota a golpes, de nada me va servirá el cuerpo.—Pero es que se están riendo de mí. —Abrió el maletero y le hizo una señal a su amigo para que soltara la carga en el interior.—Ya estás mayorcito para andar peleando con unos niños, corre que llegamos tarde. —Soltó a la perra, pero incluso amarrada intentaba resistirse.—¡Ale! Mírala, no se deja secuestrar la muy cerda. —Miró a su alrededor rezó porque nadie llamara a la policía, se acercó al maletero y le propinó un pellizco
El ritual llegó a su fin y, con el fracaso, el dolor de saber que había perdido, regresó. Cristian le ofreció mantener a Remedios cautiva para que no pudiese ir a su propia boda, pero eso solo serviría para retrasar lo que creía inevitable. En silencio y con la tristeza como compañera, los dos amigos regresaron al hogar de la pelirroja, que se despidió de ellos entre gritos y amenazas. En la acera, sentados frente a la puerta del edificio, esperaban Elián y Lorena. Al verlos aparecer supieron que el plan fracasó.—Ale… —Elián se levantó y caminó hacia ella.—No digas nada, solo suban al auto. —Lo sentimos, de verdad creíamos que funcionaría. —Lorena bajó el rostro y a su semblante se asomó la tristeza.—Perdóname por no haberte golpeado hasta la muerte —era la quinta vez que Cristian se disculpaba con ella por el mismo motivo.—¡¿Cómo?! —interrumpió, Elián.—¡Ya!, por favor, olvidemos lo sucedido. ¿Cómo les fue con las visitas de la perra?—Eso sí fue muy triste, ¿puedes creer
Se dejó llevar por ellos, entraron a la propiedad siguiendo a Cristian que conocía cada rincón. Varias hileras de sillas blancas, adornadas con flores cubrían el jardín. Entre ellas un pasillo con una alfombra a juego con el decorado, marcaba el camino que llegaba hasta un arco de boda. Bajo él, la pelirroja que más odiaba lucía un traje de novia poco convencional. Un exagerado escote dejaba a la vista una buena porción de los pechos, el traje terminaba en una falda corta que permitía la vista de las torneadas piernas. Bajo el mismo arco, pero alejado de ella, Brais parecía estar viviendo el peor momento de su vida. El corazón se le aceleró al verlo vestido con el elegante traje negro y deseó ser ella la del horrendo vestido blanco. Los invitados eran casi inexistentes, apenas unas diez personas permanecían sentadas en las sillas esperando por ver comenzar la ceremonia. El juez observaba a los novios y su reloj de manera constante, todo indicaba que se había retrasado. Los nervios se
El espejo le mostró su reflejo. Desde aquel incidente que cambió su vida y la percepción sobre cómo vivirla, no pasó un solo día en el que al observarse no diera infinitas gracias por el regalo de estar ahí. Ya no era la misma mujer de años atrás, los años pasaron y las arrugas asomaban a su semblante. Su vanidad se mantuvo con el pasar del tiempo, y no podía negar que, el pequeño vicio por las visitas al cirujano, ayudó para que aquel día se viera mucho más joven. Sus ojos azules seguían manteniendo el brillo y la alegría que los caracterizaban. Lucía un vestido color beige diseñado por el que seguía siendo uno de sus mejores amigos, Elián.«No llores vieja loca, que vas a estropear el maquillaje. ¿Será posible que después de tanto tiempo casada esté nerviosa?». Debía estar demente por dejarse enredar por su marido para aceptar esa celebración.«Son nuestras bodas de Rubí, no todos los días se hacen cuarenta años de casados, aún sigue convenciéndome de hacer lo que él quiere solo con
Aledis pasó tres meses en la cárcel y otros tres en una institución psiquiátrica a pesar de ser inocente. Remedios consiguió superar el accidente, pero su locura la llevó a quedar postrada en una silla de ruedas. Al principio, el odio era mayor y no fue capaz de aceptar que su mala fortuna era producto de sus acciones. Sin embargo, tras las innumerables terapias psicológicas que Brais costeó, la mujer comenzó a ver la vida de otra forma y retiró los cargos. A pesar de las continuas atenciones del hombre que amaba, una parte de ella no lograba perdonarlo, pero su perseverancia consiguió abrir una brecha en la muralla que construyó alrededor del corazón. Fue casi una reina en la cárcel, buena comida, cama cómoda, celda para ella sola, paquetes de tabaco y pastillas de jabón para intercambiar y otros detalles que le hicieron la vida soportable. Se encontraba en su boutique firmando el cheque que le devolvería a Cris el dinero de la casa de sus padres. —Sabes que no lo necesito, ¿no? —L
—No puedo creer que esa perra tuviera a mi sobrina sin esperarme. ¡Esto es un ataque frontal que no pienso perdonar tan fácil! ¡¿Cómo no pensó en cerrar las piernas un ratito?! Yo debería estar ahí, junto a ella, al igual que lo hice con Karla. Ninguno de estos hombretones tiene mi capacidad de padre. —Te estoy escuchando, por si no te das cuenta. —Aledis observó a Elián desde su posición en la cama. Se encontraba exhausta y dolorida, lo que menos le apetecía era soportar los gritos de esa loca marica. Su amigo frunció el ceño y esbozó una mueca asqueada. —Elián, mi esposa estuvo sufriendo durante doce horas para traer a nuestra hija al mundo, fue un parto difícil y no podíamos esperar a que tú terminases tus juegos en la sacristía. Aledis observó a su esposo e hizo el intento de sonreír. Estuvo junto a ella en todo momento, incluso cuando Cristian se desmayó junto a Karla al primer alarido que dejó escapar. A ese rubio no le hacía falta ver sangre para perder el sentido, al menor
El día que vio marchar a la mujer de sus sueños camino de la luna de miel, supo que su vida no volvería a ser la misma. Cristian era todo lo que una fémina ansiaría: deseado por ellas desde que comenzó a desarrollarse como hombre, exitoso, con un ingenio y locura poco común, además de un futuro muy llamativo. Tanto, que la prensa lo hacía llamar: el soltero de oro. Hacía gala del apodo, saltando de cama en cama sin poner en riesgo sus sentimientos. No le hacía falta atarse para ser feliz. A sus treinta años no hubo una sola mujer que lograra penetrar la coraza de un corazón, que solo tenía cabida para la lujuria. Hasta que llegó Aledis, la pelirroja que acaparó cada uno de sus pensamientos. Lanzó sobre ella todo el amor que guardó para cuando la mujer indicada llegara a su vida. El único problema era: que ella jamás estuvo destinada para él.En su fuero interno era feliz al saber que Brais, su casi hermano, por fin cumplió sus anhelos uniéndose con la mujer que, desde niño, acaparó c