Aledis pasó tres meses en la cárcel y otros tres en una institución psiquiátrica a pesar de ser inocente. Remedios consiguió superar el accidente, pero su locura la llevó a quedar postrada en una silla de ruedas. Al principio, el odio era mayor y no fue capaz de aceptar que su mala fortuna era producto de sus acciones. Sin embargo, tras las innumerables terapias psicológicas que Brais costeó, la mujer comenzó a ver la vida de otra forma y retiró los cargos. A pesar de las continuas atenciones del hombre que amaba, una parte de ella no lograba perdonarlo, pero su perseverancia consiguió abrir una brecha en la muralla que construyó alrededor del corazón. Fue casi una reina en la cárcel, buena comida, cama cómoda, celda para ella sola, paquetes de tabaco y pastillas de jabón para intercambiar y otros detalles que le hicieron la vida soportable. Se encontraba en su boutique firmando el cheque que le devolvería a Cris el dinero de la casa de sus padres. —Sabes que no lo necesito, ¿no? —L
—No puedo creer que esa perra tuviera a mi sobrina sin esperarme. ¡Esto es un ataque frontal que no pienso perdonar tan fácil! ¡¿Cómo no pensó en cerrar las piernas un ratito?! Yo debería estar ahí, junto a ella, al igual que lo hice con Karla. Ninguno de estos hombretones tiene mi capacidad de padre. —Te estoy escuchando, por si no te das cuenta. —Aledis observó a Elián desde su posición en la cama. Se encontraba exhausta y dolorida, lo que menos le apetecía era soportar los gritos de esa loca marica. Su amigo frunció el ceño y esbozó una mueca asqueada. —Elián, mi esposa estuvo sufriendo durante doce horas para traer a nuestra hija al mundo, fue un parto difícil y no podíamos esperar a que tú terminases tus juegos en la sacristía. Aledis observó a su esposo e hizo el intento de sonreír. Estuvo junto a ella en todo momento, incluso cuando Cristian se desmayó junto a Karla al primer alarido que dejó escapar. A ese rubio no le hacía falta ver sangre para perder el sentido, al menor
El día que vio marchar a la mujer de sus sueños camino de la luna de miel, supo que su vida no volvería a ser la misma. Cristian era todo lo que una fémina ansiaría: deseado por ellas desde que comenzó a desarrollarse como hombre, exitoso, con un ingenio y locura poco común, además de un futuro muy llamativo. Tanto, que la prensa lo hacía llamar: el soltero de oro. Hacía gala del apodo, saltando de cama en cama sin poner en riesgo sus sentimientos. No le hacía falta atarse para ser feliz. A sus treinta años no hubo una sola mujer que lograra penetrar la coraza de un corazón, que solo tenía cabida para la lujuria. Hasta que llegó Aledis, la pelirroja que acaparó cada uno de sus pensamientos. Lanzó sobre ella todo el amor que guardó para cuando la mujer indicada llegara a su vida. El único problema era: que ella jamás estuvo destinada para él.En su fuero interno era feliz al saber que Brais, su casi hermano, por fin cumplió sus anhelos uniéndose con la mujer que, desde niño, acaparó c
La suavidad de las sabanas acariciaba su rostro y un olor nauseabundo se instaló en las fosas nasales. La sensación de haber tomado malas decisiones recorría las pocas neuronas que quedaban con vida en su cerebro. Un penetrante dolor en el costado le hizo gemir al intentar incorporarse. Se encontraba en su habitación, en su propia cama. No hacía falta abrir los ojos para sentir la familiaridad del lugar. El cuerpo le gritaba que la noche anterior se excedió con la bebida, algo que solo ocurría cuando los problemas lo guiaban a ahogar las penas en alcohol.Se echó sobre un lado y colocó la pierna encima del cuerpo que descansaba a la derecha. Su mente ofuscada dio por hecho que su acompañante era Brais. En más de una ocasión compartieron lecho por acabar con todas las reservas de bebida de algún bar, debía ser así, porque si el cálido bulto a su lado fuese una mujer, jamás se olvidaría.«Guardo el recuerdo de cada hembra que pasó por esta cama, y a mi mente no viene ninguna imagen plac
Karla se encontraba sentada en uno de los sillones de la sala cuando el timbre sonó. Había sufrido una terrible noche y una peor mañana. Se sentía somnolienta y no se veía capaz de retener lo poco que llevaba en el estómago. Con desgana se levantó y caminó hacia la puerta. Observó por la mirilla para saber si se trataba de la persona que estaba esperando, una vez lo hizo, quitó el pestillo y abrió.—Dalia, pasa, me alegra verte. —Se apartó para dejar paso. La visitante le dedicó una mirada compasiva, estaba segura de que no tendría el mejor aspecto.—Te traje algo de comer, apuesto que aún no desayunaste. —La vio caminar hacía la cocina y dejar el envoltorio de unicel sobre la encimera.Rascó su cuello, nerviosa y cerró la puerta.—Tienes razón, no soy capaz de retener nada en el estómago. No sé si sea por los nervios o por eso… ya sabes. —Con cuidado, como si tuviese miedo de romperlo se sentó en el sofá.—Eso, se llama embarazo, Karla. Justo por ese motivo es que debes alimentarte b
Había transcurrido casi una semana desde la fatídica mañana en la que despertó con una resaca que tumbaría a un elefante. Se dedicó a dirigir la empresa en ausencia de Brais. Era algo a lo que estaba acostumbrado, ya que durante años su mejor amigo siempre se había mantenido en las sombras. Intentó disipar el dolor que le oprimía el pecho llamándolo una y otra vez, con cualquier excusa. En realidad, lo único que deseaba era escuchar la voz de su pelirroja al fondo, y que ocurriera un imprevisto en la empresa para obligarlos a volver de la luna de miel.Sabía que su comportamiento era del todo incorrecto, pero los anhelos del corazón eran demasiado fuertes para ignorarlos. Era viernes, tras una jornada de trabajo se dispuso a marcharse. Tenía la necesidad de un hombro en el cual apoyarse; pero, además de mujeres que se ofrecían a acompañarlo con intenciones poco loables, o Brais, no tenía a nadie en quien confiar. Estaba seguro de que Elián se encontraría disponible, tan solo con desco
—¿Quién era esa mujer con tan poca educación? —Cerró de un portazo la entrada principal y echó un leve vistazo a Alicia.—Con sinceridad, no tengo puñetera idea de quién sea, pero tiene un par de nalgotas para darle azotes mientras… —Aun en estado de ebriedad, pudo percatarse de que los movimientos groseros que acompañaban a sus palabras, incomodaron a su acompañante—. Lo siento, Ali.La joven cerró los ojos, frunció los labios y emitió un gruñido interno. Por su expresión podía ver que estaba molesta, aun así, se apresuró a negarlo.—No te preocupes, puedes decir lo que piensas, no hace falta que comiences a contenerte ahora. Fuimos muy sinceros a lo largo de la tarde.—Ven, vamos a sentarnos. —Sujetó su mano y la llevó hacia el sofá para poder estar tranquilos—. Quizá tenga en el cuerpo unas copas de más.—¿Solo unas?—Puede que muchas, pero no bebí tanto para no darme cuenta de cuando cometo un error. Creo que, desde hace un tiempo, toda mi experiencia en el trato con mujeres se vi
Ensimismado se quedó observando la pantalla unos segundos, la foto de Aledis se mostraba en ella llenándolo de sensaciones contradictorias. ¿Por qué Elián debía encontrarse en su casa en esos momentos? Lo único que deseaba era echarse sobre la cama, y hablar con ella hasta que finalizara la luna de miel. Alzó un brazo con la mano extendida indicándole a su amigo que guardara silencio, con un leve temblor deslizó el dedo y contestó la llamada.—Ale, ¡qué sorpresa! —Se aclaró la garganta avergonzado al ver que sonó como un graznido.—¡Cris!, ¿cómo estás? Ayer hablé con Elián y me comentó que estás decaído, ¿todo bien? —La ternura que emanaba era una cura para el corazón que latía desenfrenado.—Sí, bueno, no. Espérame, justo la reina de Roma está aquí y no me apetece que ande de alcahuete.—¿Quién es, hombretón?, ¿es mi perra? Pásamela, quiero que me siga contando lo que ayer dejamos a medias. Dice que le cuesta cerrar las piernas de tanto montar a su caballo. —Elián entreabrió los musl