Su cuerpo parecía estar pegado a las sábanas y sentía los párpados pesados. La luz se filtraba a través de ellos, era como si varias veces hubiera vivido aquel momento sin lograr recuperar la conciencia. Estaba casi segura de estar inmersa en una pesadilla horrible. El recuerdo de su empleada discutiendo con ella aparecía difuminado en la mente. «Mira que soñar con ese excremento de rata».Le dolía la espalda por la postura, era como si no hubiera cambiado de posición en siglos. Intentó ladear el cuerpo, pero algo se lo impidió. «¡Estoy invalida! Mi precioso cuerpo postrado en una cama». Al sentir el picotazo de un mosquito en una de las piernas, le hizo darse cuenta que tenía movilidad. Intentó por segunda vez abrir los ojos, pero el cansancio le provocaba desistir.La imagen de su agresor regresó para torturarla. Recordó sus facciones, la mirada cargada de lujuria, el desagradable tacto de la ardiente lengua tocando su piel desnuda. Una máquina junto a ella comenzó a omitir un sonid
—Cuénteme, ¿cómo se siente? —preguntó el psiquiatra—. ¿Sintió deseos de volver a atentar contra su vida?Lo observó, molesta. «Intenté dormir mil veces esperando que cuando despertara todo hubiese sido un sueño, pero sigo aquí. Prisionera en este horroroso cuerpo. Y me pregunta si quiero atentar contra mi vida. Por su puesto, loquero de tres al cuarto, quiero abrirme en canal y sacarme de este horror que llaman ser humano».—¿Yo? Jamás. Amo la vida, amo mi cuerpo, me amo, amo el sol, amo la lluvia, lo amo a usted, doctor. —Sonrió con toda la alegría que pudo fingir.—¿Por qué siento que me miente? —El psiquiatra le devolvió la sonrisa, y enredó un bolígrafo entre sus dedos.—Tal vez es porque deseo que me dé el alta médica y no me tenga aquí retenida hablando estupideces.De nuevo contorsionó los labios, exhibiendo una brillante y falsa sonrisa.—Bien, hostilidad —murmuró, en voz alta mientras apuntaba en el cuaderno.Estaba por explotar y ponerse a lanzar todo el mobiliario por la ve
Se encontraba sin dinero, sin ropa, sin zapatos, sin documentos y, visto la reacción de su nuevo yo, sin trabajo. De un día para otro se convirtió en indigente. Lo primero que necesitaba era vestirse y, para su suerte, eso sabía dónde encontrarlo. Salió del edificio siendo perseguida por todas las miradas y, para acrecentar su malestar, el sol del mediodía calentaba el piso hasta hacerlo arder. En cada paso que daba sentía el calor quemándole hasta la tortura. Llegar a su destino le iba llevar demasiado tiempo, tenía que cruzar parte de la ciudad y ya no soportaba el dolor en la planta de los pies. Rendida se dejó caer al suelo, estaba a punto de ponerse a llorar cuando una moneda solitaria llegó a sus ojos. «Yo que no me molestaba en recoger ni un billete, y ahora me encuentro arrastrándome por dinero». Lo agarró sintiendo que por fin algo salía bien. Se levantó del suelo y corrió en busca del autobús que la llevara a su antigua casa. No sabía cómo haría para entrar, quizá seduciría
Siguió a Cristian hasta su departamento. Las últimas palabras que le dedicó la dejaron un poco más tranquila. Si bien no le dijo que creía su fantástica historia, le había dado el beneficio de la duda y estaba dispuesto a ayudarla. Lo vio sacar del bolsillo unas llaves y abrir la puerta.—Pasa Re… Aledis.Con lentitud y sintiéndose un estorbo se adentró en el lugar. Su primera impresión la dejó sorprendida. La distribución no era demasiado diferente a su departamento, pero la sala era casi el doble de la que un día fue suya. Un sillón esquinero de color negro adornaba la estancia. En el centro una pequeña mesa sostenía un cuenco de cristal con flores secas. Bajo ella, una alfombra persa cubría el suelo. Todo lucía tan ordenado y pulcro que parecía imposible que un hombre soltero fuera quien vivía allí. Sintió el breve deseo de tirarse sobre el sofá y dormir hasta que el cuerpo lo soportara. Sin más preámbulos y como si estuviese poseída, se lanzó sobre él quedando boca abajo.—Es muy
Tras una hora en el baño, quejarse por mojarse las vendas y tener que despegarlas de unas heridas que aún no habían sanado, buscó desesperada algo con que taparse las vergonzosas marcas; pero no encontró nada. Terminó por tirarse al suelo sollozando envuelta en una toalla y maldiciendo el día que despertó a esa nueva vida.Un tímido golpe en la puerta la sacó del llanto.—¿Estás bien? —Sin importarle el estado en el que se encontraba, abrió. Frente a ella estaba Cristian, la observa preocupado. Aledis negó con la cabeza y se abrazó a él llorando—. Dime, cuéntame qué ocurre. Si ya me confiaste la historia más loca que escuche en mi vida, creo que no me sorprenderá nada de lo que ahora quieras decirme.Se apartó de él, sujetó la toalla para no volver a exhibir un cuerpo que no era el suyo y mostró las vendas.—Mis brazos, me duelen. —Sacó el labio inferior como una niña asustada haciendo pucheros.—Entiendo, tranquila. —su voz era sosegada, inspiraba calma—. No es que esté acostumbrado
—Ale, deja de llorar.—No puedo. —Escondió el rostro en el pecho de Cristian a la vez que él la apretaba contra su cuerpo.—Hemos visto tres películas donde se intercambiaban los cuerpos y en todas acabaste llorando, pero tenían final feliz.Aledis se recostó en el sofá, le dolía la cabeza y estaba exhausta.—¡En todas algún tipo de magia las cambiaba! Yo estuve muerta, no habrá final feliz para mí, ¿comprendes?—Eso no puedes saberlo, tal vez Remedios es una poderosa bruja y te hechizó para robarte tus voluminosas carnes. —Movió las manos frente a ella simulando formar un cuerpo femenino, mientras fingía apretarlo.—Cris, ¿eres consciente que estás toqueteando mi antiguo cuerpo de forma imaginaría?—Lo soy y no me juzgues por ello. —Sonrió, lascivo—. Soy hombre y estabas muy buena.—Estaba…—Creo que Reme es una bruja, solo le falta la verruga en la nariz.—Cris. —No podía dejarlo continuar con ese ataque.—¿Qué?—Ahora me estás llamando fea.—A ti no, a la bruja de Reme. —Se incorpo
Se dejó llevar por Cristian, en algún momento creyó perder el sentido. Su amigo le hablaba, pero se encontraba ausente, fuera de su cuerpo, como una intrusa en su propia vida. No pudo proporcionarle a su madre el apoyo que necesitaba, observó la ambulancia y los paramédicos ocuparse del cuerpo inerte de su padre. Los vecinos salían de sus casas intentando saber que ocurría. Fijó la vista por última vez en él, viendo como le tapaban el rostro y le informaban a su madre que ya no se podía hacer nada. Se marchó, era un hecho que no podía cambiar. Deseó que algún automóvil pasara en ese momento para lanzarse sobre él, y dejar libre su cuerpo para que lo ocupara su padre. Si funcionó con ella, la mujer que no merecía regresar del otro lado, la que destrozó a su familia con su egoísmo, ¿por qué debía dejar ir a un hombre que lo único que hizo en su vida fue trabajar para que a ella nunca le faltara nada? No lograba hablar, su vista estuvo perdida todo el trayecto de regreso a casa. Le parec
Brais se encontraba estático en mitad del cementerio. Le hubiese gustado acompañar a Aledis, pero parecía como si ella no quisiera su compañía. Insistió en regresar a casa con Lorena y Elián, incluso llegó a ponerse a la defensiva cuando se ofreció a acercarla. ¿Qué le ocurría a la mujer que amaba? Era como si no hubiera rastro de su persona, era un envase adornado al que le faltaba el contenido. No es que deseara que ella estuviera sufriendo por la perdida, pero él mejor que nadie sabía lo que se sentía con la ausencia de un padre. El desgarrador dolor que se sufría al saber que ya no volverías a compartir la vida junto a él. Cada persona vivía el luto de diferente forma, pero ¿era posible que alguien enmascarara sus sentimientos de aquel modo?«Debe estar protegiéndose a sí misma de lo que siente para no hundirse; no obstante, ese dolor acabará por explotar y será una bomba interna que no podrá detener».Cuando su madre se acercó a ella y le dijo que desde ese momento no solo perdió