La música ensordecedora del club Spartacuss me molestaba en los oídos cuando llegué media hora antes, pero con el pasar de los minutos y los tragos de bourbon, lentamente fui acostumbrado el oído al bullicioso lugar.
No puedo creer que Timotheo me arrastrara a un lugar como este, las personas se mueven al compás de una de las canciones de la época, la voz de The Weekend hace que los cuerpos sudorosos bailen en una danza que estaría mucho mejor en la habitación de un hotel, con la luz apagada y sin nada de ropa. Pero aquí, en Spartacuss, eso parece no importarle a nadie, pues todos están sumergidos en su burbuja de alcohol y desinhibición.
Mi camisa la llevo desabotonada hasta el medio del pecho, el pantalón me entalla perfecto, pues está hecho a medida, y mi cabello negro, tan oscuro como la noche, cae en risos sobre mi frente.
Mi madre siempre me ha dicho que recortarlos me dará un aire de elegancia y adultez, pero mis risos me han acompañado toda la vida, incluso cuando era un niño gordo y acosado por niños pobres tan solo porque mi familia tenía una mejor situación económica que la suya.
—¿Qué demonios piensas, Ernest? — escucho a Tim preguntarme. — Te traje para que te distraigas.
—Deja me tomo cinco tragos más de bourbon y estaré igual que el resto de los presentes, sacudiendo el cuerpo y chorreando sudor por doquier.
—Si sigues hablando como un snob ninguna mujer va a prestarte atención.
—¿Eso crees? — pregunto riéndome. —¿Me has visto el rostro? ¡Parece tallado por los putos ángeles, Tim! ¡Ninguna mujer se me niega!
Ambos nos reímos de mi comentario, pero sé que él tiene razón. Me dejo llevar normalmente por la conducta que empleo cuando estoy en la oficina detrás de un escritorio.
Así de snob como mis padres me han educado, como me han obligado a comportarme, a tal punto, que ahora, con veinticinco años, me resulta difícil ser de otra forma.
Mi madre nunca quiso que me expresara como un niño corriente y burdo, un niño común que no tenía educación alguna, que carecía de conocimientos sobre el piano y el violín, que había tomado clases privadas en casa desde los siete años hasta que cumplió los quince. Jamás en la familia Hossen sería aceptado que subiera los pies en la mesa o que llegara con la camisa estrujada a una cena.
Ni tampoco al desayuno.
Pienso en mi madre y en lo triste que ha sido su vida. Le doy un trago a mi bourbon y le me sirvo nuevamente de la botella que ha dejado el camarero minutos atrás.
—Con calma. — me dice Tim.
—No me jodas. — le digo mientras tomo. — Me trajiste para olvidar.
—Te traje para que te tires a una rubia o a dos. — refuta. — no para que dañes tu hígado con tanto alcohol.
—No voy a morirme por un par de tragos.
—Con calma igual. — me dice él recostándose del sofá en piel negra.
Estamos en el segundo nivel del local, un poco lejos de los cuerpos sudorosos y las risas escandalosas de un grupo de mujeres que al parecer celebran una despedida de solteras.
Saco el iPhone y marco a mi madre.
No se porque, pero lo único que quiero es que entienda que no pretendo casarme con Priscila.
—¿Ernest? — dice ella ante el primer timbrazo.
—No voy a casarme con esa Priscila. — le digo con rabia. — puedes decirle al ogro que tienes por marido y que me diste por padre.
Si, responsabilizo a mi madre por el infierno que nos ha hecho pasar a ambos.
—Hijo, no comiences. Ya lo hablamos esta tarde.
—No, mamá. — le interrumpo y tomo un sorbo mas del liquido ambarino. — Ustedes dos hablaron y no me escucharon. No escucharon al objeto principal de su transacción.
—Hijo, no seas melodramático. Priscila es hermosa.
—¿Hermosa? ¡Mamá!
—Es la verdad. Los hombres siempre quieren que sus esposas sean…
—¡No soy cualquier hombre, mamá, soy tu hijo! — exclamo y cierro la llamada, tiro el celular sobre la mesa de madera y este suena al caer. Me importa un comino si le he roto la pantalla.
—¿Y bien? — me pregunta Tim. —Por lo que veo no ha ido tan bien tu intento de dejar clara tu...
—Suéltalo ya.
—Déjame hablar con ellos, seguro que puedo hacerles entrar en razón. Mientras, disfruta tu noche.
Sacudo la cabeza y vuelvo a terminar el resto de la copa. Se que Tim me está mirando preocupado, pero no me importa. Tomaré todo el alcohol que necesite para apaciguar la agonía que siento en el pecho.
Delante de nosotros cruzan dos mujeres caminando despacio. Una de ellas, la morena de cabello rizado lleva un vestido rojo sangre y unos tacones que parecen sumamente incómodos de utilizar. La rubia, en cambio, va agarrada del brazo de la otra y sacude la cabeza con énfasis. Su cabello rubio cae sobre sus hombros y formando pequeños rizos que bajan levemente hasta sus omoplatos.
Es atractiva.
—¿Te gusta lo que ves? —Pregunta Tim y le saco el dedo en señal de palabrota.
—Voy de cacería, Timi. — Le digo el apodo que él tanto odia y por el cual se esforzó tanto en perder treinta libras en su adolescencia.
Timi el gordo. Así le llamaban cuando estábamos en secundaria. De repente, un día mi primo despertó y se juró perder el peso que tanta burla provocaba. En menos de seis meses, Timi el gordo, pasó a llamarse Timotheo, el que hacía que todas las mujeres se giraran al verle caminar.
Le hago un gesto con la mano colocándola vertical junto a mi cien y la agito con ahínco.
El hace la misma señal y me alejo de mi primo, caminando directo a las dos mujeres.
Al llegar hasta donde ellas, me acerco a la rubia, ignorando por completo a la morena de pelo rizado.
—¿Se te perdió algo? — dice ella sin apartar sus ojos de los míos.
—Ya lo encontré. — le respondo sonriendo como un campeón.
Ella sacude la cabeza y mira a su amiga, noto su confusión, así que aprovecho y me giro a la que parece es la mano dura de la relación.
—Hola, ¿me prestas a tu amiga? — pregunto sonriéndole y extendiendo mi mano derecha.
—Es toda tuya. — dice la morena sonriéndome de vuelta y tomando mi mano. — Hazla feliz. — me guiña un ojo, suelta mi mano, se acerca a su amiga y le susurra algo al oído.
—¡Rosita! — escucho que la rubia exclama y comienzo a impacientarme, aunque procuro que no se me note.
—Toda tuya, campeón. — la morena se levanta del taburete de madera de la barra y se aleja de nosotros.
—¿Nos vamos a mi apartamento? — pregunto volviendo a sonreír, con esa sonrisa de conquistador que tantas batallas me ha hecho ganar.
Esta no será la excepción.
Minutos antes en casa de Vicky.Odio sentirme así de miserable.No me gusta lo que veo en el espejo, el reflejo de una mujer sin alma, sin alegría. Mis ojos están tan tristes que casi me dan más ganas de echarme a llorar.Hoy, justo hoy catorce de noviembre, mi novio ha cortado conmigo. Botada y tirada a la basura. Justo cuando pienso que pudimos haber sido tan felices juntos. Mis lágrimas inundan mis ojos otra vez y quiero llorar nuevamente. Hace tan solo veinticuatro horas era la más feliz, al menos eso creía yo.Me sentía amada y protegida con él. Quizá en mi propia necesidad de una figura paterna, de un hombre en mi vida, que no fuera a marcharse. Mi padre se marchó cuando yo apenas era una niña y se encargó de dejarnos bien jodidas a mi madre y mis hermanas; Neny y Fancheska. La luz de mis ojos, la razón por la que cada día
—¿Qué has dicho? — debo haberlo imaginado, aunque casi puedo jurar que ese hombre con rostro de modelo, cabello oscuro como la noche, ojos verdes electrificante, y labios rosados y esculpidos por dioses griegos, casi puedo aseverar que me ha pedido irse con él a su apartamento.—Me escuchaste, hermosa. — dice como si tal cosa no tuviera importancia.—Puedo asegurarte de que quiero creer que no te escuché bien.—¿Qué tan terrible sería eso?Él me observa y yo le miro tímida. Es un hombre muy guapo, sus ojos son de un color almendra, muy llamativos e imposibles de dejar de mirar.Rosita se ha marchado, esfumado, me dejó aquí con un completo extraño. Intento mirar sobre su hombro, pero el hombre es demasiado alto, al menos para mi estatura.—¿A quién buscas? — inquiere, mientras hace se&
Me despierto en una cama extraña y cómoda, mi cuerpo se acomoda aún más y poco a poco mis sentidos se van despertando también. De inmediato me doy cuenta de que mi acompañante nocturno, no está a mi lado en la fina cama y me levanto de un salto de la cama. No sé cuánto tiempo estuve dormida, hicimos el amor innumerables veces y al final de la madrugada nos quedamos abrazados, desnudos y agotados.Era obvio que él no se quedaría, al menos una parte de mi sabía que él se iría de inmediato, no se su nombre, no tengo su número de teléfono, solo fuimos dos desconocidos que se dieron placer mutuamente. Con solo recordar sus manos sobre mi cuerpo y las travesuras que me hizo mi piel se estremece como consecuencia.Me acerco al ventanal que cubierto por una cortina pesada y gruesa, obstruye cualquier rayo de luz o mirada de curiosos.Abro la cort
—¿Qué quería? —mientras dejaba todas las bolsas encima de mi cama y miraba a mi hermana Fancheska. —¿Le dejaste entrar?—Neny dijo que él no era bienvenido.—Entonces hiciste bien en escuchar a tu hermana mayor. —no sé qué diablos puede querer Malcom aquí después que él mismo fue quien terminó conmigo.Aunque de haber sabido que en verdad me había estado engañando, seguramente yo también habría terminado con él.O quizá no.La estabilidad que representaba en mi vida me tenía embrujada y no me dejaba ver más allá de mis narices.—¿Te dijo que quería? —Vuelvo y le pregunto.Aunque, sospecho, de sus intereses. Tengo que preguntar para confirmar.—Dijo que las cosas terminaron bien feas entre ustedes
—¿Qué quieres decir, Wanner? — pregunto en un fuerte intento por contenerme.—Nos pertenece. —Wanner Green me da la noticia que he estado soñando desde hacía tanto tiempo.La compañía de Frederick nos pertenece.Demonios.Me levanto de la silla junto al escritorio y camino al ventanal con una vista magnifica de las calles de Vancouver.Tengo mi propia compañía.—No puedo creerlo, Wanner. — mi abogado, mi amigo, un ex compañero de universidad que me ha acompañado a lo largo de esta negociación, a escondidas de mis padres y de la empresa Hossen & Domert, algo mío, que pueda dirigir sin tener que responsabilizarme ante mi padre ni tampoco aceptar sus ineptas y ridículas decisiones.—Lo sé, amigo. Es más pronto de lo que habíamos esperado.—Demasiado pronto. Ni siquiera
La llegada al edificio de Clyde, donde el chofer me dejó informando que allí era el punto indicado por su jefe, fue tan escandalosa como jamás pude haber imaginado. Me caí de bruces en los escalones y mi rodilla chocó con el filo de uno de estos, haciéndome un pequeño corte que él casi mancha mi vestido de no haber sido porque éste era absolutamente corto. Mis hermanas y mi mejor amiga tenían el afán de decirme que vestía demasiado recatada, como si fuese una mujer casada con cuatro hijos. Pero es que ellas no entienden que en verdad me siento más cómoda sin demostrar y enseñar todo lo que tengo en mí. Mi madre siempre me enseñó bajo su propio ejemplo y sé que ella es una mujer valiente, llena de escrúpulos que destaca entre los demás, aun cuando no desea llamar la atención. Asimismo, quiero ser cuando yo sea de su edad y así intento mostrarme ahora y más aún considerando la carrera que ejerzo. ¿Has visto a una psicóloga con una
Otro día más que llego a mi casa en la mañana. Amanecer fuera jamás fue una opción para mí, ni siquiera lo pensé. Nunca consideré que despertaría en otra cama que no fuese la media. Cuando estaba con Malcom, pues cada noche, él me regresaba a mi casa y mi hermana o mi madre me abría la puerta. No estoy acostumbrada a despertar en una cama de hotel o en un apartamento que no sea el mío. Pero supongo que la vida es una constante evolución, una guerra contra los cambios. Debo de acostumbrarme a que soy una mujer adulta que en determinado momento podría amanecer en la cama de un extraño. Sé que no debería ser una opción, sé que los paradigmas de la vida es que uno termine siempre acompañado por la persona con la que quieres pasar el resto de sus días, pero en mi caso no sé lo que quiero aún de la vida, más que el hecho de tener una familia amplia y varios hijos a los cuales querer. —Por fin llegó la señorita. —Mi madre se ríe y me abraza. —Debo irme
Mi madre llega con la cabeza cabizbaja. De inmediato sé que algo muy grave sucede para que ella pierda la luz de sus ojos ese brillo tan hermoso que siempre me ha encantado observar. Después de ella, ducharse y cenar, nos sentamos las cuatro en la mesa y mi madre comienza a toquetear con sus dedos, ese sonido de la madera me empieza a impacientar. —Mamá, ¿Qué sucede? — Pregunta Neny. —Si nos has llamado a las 3 es porque esto es importante. Nunca nos reúnes a todas. Normalmente mi madre solo consulta conmigo sus decisiones, mis dos hermanas, una que recién comienza la universidad y la otra que está en secundaria, siempre se quedan rezagadas en su mundo y nosotras dos somos las encargadas de que todo fluya bien en casa. De mantener el techo sobre sus cabezas y que no tengan que preocuparse por nada más que estudiar. Actualmente trabajo en el consultorio infantil Melodías. Pero eso no me da para mucho más que solo cubrir gastos de la casa. Apenas voy t