Una condición

Merritt Downey tenía cuarenta años, había estado casado, con una chica enfermiza que no le había sobrevivido, ya hacía diez años que estaba soltero y habían muchas mujeres queriendo atraparlo, pero él era escurridizo y siempre decía; "ya llegará la mujer de mi vida."

Era guapo, alto, de cuerpo atlético, tez blanca, ojos verdes profundos y astutos, labios, ligeramente sensuales y cínicos, cabello rubio; en definitiva era muy bien parecido.

Con éste hombre pensaba reunirse Alfred Hawkins, quién estaba ya por llegar a la oficina de Merritt, así que éste, se reclinó en su cómodo sillón a esperar, sabía que era un hombre puntual y eso le gustaba, no habían pasado cinco minutos cuando su asistente anunció a su posible socio.

Alfred pasó al amplio despacho y allí estaba un poderoso hombre de millones, un hombre de negocios, al entrar Merritt Downey, se puso de pie y extendió su bien cuidada mano.

— Muy buenas tardes mi respetable caballero— fue el saludo de Merritt.

— ¿Cómo está usted, mi estimado señor— reiteró el saludo Alfred.

— Esperando con ansias ésta reunión— dijo Merritt— me interesa demasiado, y obviemos lo de "señor," estamos entre amigos.

— Yo también he esperado ésta reunión con muchas expectativas, el conocerlo es un placer y qué podamos llegar a tener una buena sociedad, será fabuloso— dijo Alfred muy cauteloso— que bueno que me considere su amigo.

Sabía que éste hombre era muy astuto y jamás perdería una inversión, ni mucho menos una sociedad, así que se preparó para tener muy buenos argumentos a la hora de exponer su estrategia ante éste magnate archimillonario.

— Alfred, ¿Tienes una hija? Me parece haberlo escuchado— empezó a tratarlo con confianza y fue directamente al grano, Merritt Downey.

— Así es, en unas semanas cumplirá dieciséis años y lo celebraremos con un evento social, para el disfrute de ella y sus amigos— dijo Alfred, con algo de emoción.

— Me gustaría asistir y conocerla— dijo Merritt, muy serio.

— Será un honor mi amigo contar con tu presencia— Alfred estaba contento.

— Es que deseo conocer a tu hija Alfred. -- dijo Merritt entrecerrando sus ojos astutos— forma parte de mi estrategia de negocios.

— ¿Conocerla? No entiendo— manifestó Alfred con algo de duda—¿Y qué tiene mi hija que ver con tu estrategia de negocios?

— Simplemente, estoy interesado en tu hija— dijo sin preámbulos Merritt— te investigue, vi una foto de ella y me gusta, así que tengo una condición para nuestra sociedad, si es que deseas ser mi socio; ¿Porqué no estrechar lazos con un matrimonio?

Alfred abrió sus ojos ante la sorpresa, no se esperaba ésta estocada tan certera de este hombre de negocios.

—Pues, para mí sería un honor mi querido amigo y más, si llegamos a un acuerdo, mi apreciado caballero,— fueron las palabras de Alfred— pero mi hija deberá estar de acuerdo; ¿O es una compra?— Preguntó.

— ¿Amigo, cómo se te ocurre? Es una condición, tú eres libre de aceptar, o no— dijo Merritt aclarando puntos— no impongo nada.

— Entonces, Eleanor debe saber de ésta condición antes que yo pueda aceptar ser tu socio.

— Tómate tu tiempo y en la fiesta de cumpleaños, veremos si cerramos el trato, o no.

— Gracias,— dijo Alfred escueto— te haré llegar la invitación a la fiesta.

Al despedirse Merritt le dijo a Alfred:

— Ojalá, tu hija sea inteligente y pueda ver cuánta oportunidad de futuro tendrá si se une a mí.

— Te aseguro que mi hija es muy inteligente— dijo Alfred peligrosamente— y también muy joven.

— ¡Jajajaja, por eso es que me gusta tu hija para esposa!— dijo Merritt— ¡Por su juventud, es que la deseo por mujer!

Alfred, cuando salió hacía una hora para su reunión con Merritt Downey tenía mucho optimismo, estaba seguro que serían excelentes las noticias, ahora no estaba seguro de nada, y menos al saber que quería a su hija Eleanor, como condición para firmar una posible sociedad.

Pero éste ladino hombre de negocios tenía ese as bajo su manga, desarmando cualquier estrategia que Alfred hubiera tenido en mente y la había usado para arrinconarlo; fue su estocada final.

Ahora todo estaba por verse; éste Merritt Downey era muy astuto, él ya era un hombre muy importante y millonario, pero una sociedad con él, le daría más millones y poder, esto era lo que agradaba al armador de barcos, que ahora estaba contrariado ante la estrategia de este negociante.

Al llegar a casa, su hija fue la primera que salió a recibirlo, al tenerlo cerca le preguntó:

— ¿Qué tal tu reunión de negocios, papá?

— ¡Eleanor, las cosas no salieron como pensaba! — dijo preocupado — Merritt Downey tiene una condición para que seamos socios.

— ¿Una condición?— preguntó ella interesada.

— Sí, Merritt Downey, pidió una única condición— dijo con gravedad en su voz— y tú eres esa condición hija, él desea que te cases con él.

Ella miró a su padre por unos segundos, que a Alfred le parecieron eternos y dijo:

— ¿Y cuál fue tu respuesta papá?— preguntó Eleanor.

— Que debía hablar contigo, porque tú debes estar de acuerdo— expresó enojado Alfred— ese hombre es mayor, es de mi edad hija.

— ¡Papá, el que sea mayor, es lo de menos!— dijo ella muy seria— ¡Debiste aceptar; yo estoy de acuerdo!

— ¿Estás de acuerdo?— preguntó Alfred sorprendido.

— Papá, acá lo importante son los negocios, no los medios— dijo ella, segura de sí misma— y si yo soy el medio para que obtengas esa sociedad, ¡Estamos hechos, padre mío!

— Entonces, ¿Qué hago, lo llamo y le digo que acepto?— preguntó Alfred.

— No, él te dió un plazo para pensarlo, imagino— dijo ella

Él movió su cabeza afirmativamente y ella prosiguió:

— Esperemos el plazo, mientras, celebremos que serás socio, de ese viejo ladino.

— ¡Vamos por una botella de champagne!— dijo él emocionado — ¡Vayamos por ese brindis!

— ¡Esa es la actitud papá!— dijo Eleanor abrazando a su padre.

Pidieron al servicio doméstico que les llevarán todo para la celebración, al despacho de su padre. Entraron y Eleanor se encargó de recibir la botella de champagne, la descorchó, llenando las copas y alzandolas dijo:

—¡Por un negocio que nos llevará a la cumbre papá!— estaba eufórica.

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