Traía una bonita y masculina sonrisa dibujada en todo el rostro, los ojos le brillaban y la sudadera se le adhería al cuerpo con burla, enseñando los pectorales y abdomen apretado que lo caracterizaba.—¿Qué están haciendo? —preguntó sin saludar y luego miró a Simona, quien tenía una mueca de triunfo en el rostro. Esquivó a su esposa y caminó por la sala—. ¿Y las niñas?—Las levanté temprano y las llevé al colegio —dijo Simona con autosuficiencia—. Y les puse sus ensaladas de verduras y galletas en la mochila. —Iba a llevarlas al centro comercial, pero…Intentó decir Scarlett, buscando mostrar que también existía, pero se calló cuando Oliver volteó para mirarla y la forma en que lo hizo la asustó.—¿Al centro comercial? —preguntó apretando los puños—. ¿En un día de escuela?La mujer le miró con grandes ojos, con el pulso en descontrol y no concibió lo que estaba ocurriendo. ¿Dónde estaba el Oliver sumiso qué ella recordaba?, el de la noche anterior, cuando se habían reencontrado de
Oliver se encerró en su habitación y suspiró aliviado cuando creyó sentirse a salvo y se tomó algunos segundos para reaccionar otra vez.Recordó a Abigaíl y corrió al cuarto de baño para asearse. No tenían mucho tiempo, pues tenían que estar a las tres en la universidad, así que se metió bajo el chorro de agua tibia y se lavó el cuerpo con prisa, conforme se cepilló los dientes.En las afueras de la propiedad, Abigaíl aprovechó del tiempo a solas para revisar sus redes sociales, y se encargó de responder algunos mensajes que había recibido como saludo de cumpleaños. Se asustó cuando una mujer se apareció ante ella, mirándola por la ventana del automóvil y le sonrió por obligación, pues no entendió muy bien qué quería.—Hola —titubeó y levantó la mano para saludarla.Estaba muy confundida. Por acto reflejo escondió también el teléfono y es que uno de sus clientes más fieles le había escrito a su número privado.—Eres Abi, ¿verdad? —preguntó la desconocida y la aludida asintió con ti
Viajaron a la playa, alejándose todavía más de la ciudad, buscando un lugar más privado y poco accesible. Hablaron de la Universidad, de las pocas semanas que restaban para salir de vacaciones y planearon el viaje al Valle que juntos realizarían.Cerca de la costa encontraron algunos restaurantes olvidados en esas fechas tan gélidas. Escogieron el más cercano al mar y se acomodaron en una pequeña mesa a conversar.Si bien, una de las dependientas del lugar les ofreció una mesa más grande, ellos se negaron a cambiarse de puesto; querían estar cerca el uno del otro, sintiéndose de todas las formas posibles.Les costó elegir la comida. Eran pocas opciones. Pero Abigaíl le mostró que a ella poco le interesaba comer. Ella estaba allí por él y no dudó en sacar su lado travieso a jugar:—Los mariscos son afrodisiacos —dijo y le guiñó un ojo. Oliver se puso tenso en su silla—. Si te quedas conmigo esta noche, te puedo mostrar que tan efectivos son.El hombre se quedó mudo y con la boca abier
Cuando regresaron a la zona Universitaria, cómplices de todo aquello que habían vivido, Abigaíl decidió que bajaría antes y que caminaría como siempre solía hacer, hasta la sede principal, donde la primera clase del día esperaba a por ella.Antes de poner un pie fuera del coche del profesor, el hombre se encargó de disfrutar de sus besos y de su cuerpo; se grabó cada aroma que sintió en cada caricia y contacto que se dedicaron encerrados en su mundo pasional, que cada vez se convertía en uno más romántico.Le incomodó verla caminar sola y desprotegida, pero tuvo que aceptarlo cuando entendió que no podían exponerse frente al resto del alumnado, era peligroso para los dos.Tal vez estaban en el mismo nivel de peligro. Ella podía perder su beca y él su trabajo. Con eso también perdería su prestigio y su futuro, pues si era descubierto acostándose con una alumna, de seguro el Decano se iba a encargar de que no volviera a enseñar otra vez en toda su vida.Cuando aparcó, en el mismo luga
Se quedó paralizado, sintiendo como las piernas le flaqueaban.Muchas dudas lo asaltaron en ese momento.El sonido de la campana fue lo único que lo despertó de su letargo profundo de miedos y verdades, las que se enfrentaban con fiereza tras la confesión de Javier. No le quedó de otra que caminar, porque tenía que dictar clases. Lo hizo por obligación, porque no podía darse el lujo de abandonar todo e irse al demonio. No podía abandonar a sus estudiantes, su trabajo, su empleo. Los sentimientos eran variados, unos más crueles que otros. Tuvo que hacer una pausa en el cuarto de baño para maestros. Se mojó la cara y la nuca, sin poder mirarse a la cara. No tenía el valor de enfrentarse a sí mismo y cuestionarse la verdad que, en el fondo, sabía. Por suerte, no tenía clases con ella, con la culpable de su malestar.—Maldita sea —murmuró entre dientes cuando entendió que, cuando el momento llegara, no tendría valor para mirarla a la cara. Quiso mirar la hora en su reloj de muñequera
Cuando pasó por afuera de la oficina de Victoria, para su mala suerte descubrió que se hallaba en una reunión privada con Javier.Se quedó paralizado unos segundos, lo que dio tiempo para que ella lo viera. Ella lo saludó con emoción, mostrando así que no estaba enterada de nada. Él respondió a su saludo con prisa y caminó por igual, alejándose de ese complicado pasillo. No quería que Javier lo viera, porque sentía que se exponía ante él, y temía la forma en que el estudiante podía guiar lo que sabía en preferencia de su estabilidad y beneficio.Podía imaginar que Javier era capaz de todo con tal de tener el interés de Abigaíl. Cuando llegó a dirección, se sorprendió al no encontrar a Natalia, y caminó nervioso hasta la oficina del Decano. Llamó a la puerta con un temblor en todo el cuerpo y esperó a que el hombre respondiera.—Lane, no te quitaré mucho tiempo —dijo el Decano y se sentó en su silla frente a su amplio escritorio—. Toma asiento, por favor —pidió el hombre y miró al
—¿Sí?—Hablo con la chica del anuncio, ¿verdad? —preguntó asustado.Su voz se escuchó diferente y es que tenía un temblor que la chica jamás había escuchado, un temblor que mostraba su cobardía.—Sí, con ella —respondió ella con una dulce voz—. ¿Y qué buscas? —preguntó decidida, yendo directo al grano. Oliver entendió que se trataba de ella. Su voz también se le hacía inolvidable y escucharla a través de la línea, insinuando sexo por dinero le colmó de dolor.Dolor y decepción. —Lo que ofreces en la página —dijo cobarde, con el pulso tembloroso. —Ofrezco muchas cosas, amigo —alegó ella, pero divertida—. Puedo acompañarte a una fiesta o…—Sexo —interrumpió firme, buscando exponerla para luego enfrentarla. Necesitaba la verdad lo más rápido posible—. ¿Cuánto cobras por sexo?Ella se rio graciosa a través de la línea, pero también nerviosa. Oliver dudó entonces de que se tratara de ella, la seguridad se le había acabado en un dos por tres.—Cien, pero solo acepto efectivo —respondió d
—Van a trabajar en parejas —dijo cuando el tiempo se acabó—. Van a recorrer la pista de comando y analizarán los obstáculos más complicados. La próxima clase me van a traer un informe sobre esto y van a responder las preguntas de la página treinta del libro. Quiero puntualidad en la entrega. No voy a perdonar retrasos —explicó sin fijar sus ojos en ella y solo eso bastó para que Abigaíl comprendiera que algo no estaba bien.Nunca sospechó lo peor. Su secreto. Siempre lo creyó seguro.—Sí, profesor —contestaron algunas, las más obedientes y el resto se disolvió por la pista, hablando y aun jadeando por el ejercicio físico antes realizado.Se sentó en las alargadas graderías y desde esa distancia la observó con una oscuridad poco particular en sus ojos, conforme observó una y otra vez la imagen que había guardado de los anuncios sexuales que había encontrado en la web.Cada vez que la miraba y luego detallaba a Abigaíl, más se convencía de que se trataba de ella y empezaba a ansiar ese