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Un par de golpecitos lo obligaron a abrir los ojos de golpe y cuando descubrió que no estaba en su dormitorio, ni en su casa, se levantó espantado de la cama.

Le tomó unos instantes entender que había pasado la noche con su alumna.

Abigaíl seguía dormida a su lado, un tanto confundida por la actitud agitada del hombre y malhumorada por haberse despertado tan temprano.

Palmeó la mesita de noche a su lado y miró la hora en su teléfono móvil. Gruñó al ver que la alarma aún no se activaba y se desarmó en el colchón conforme resopló adormilada.

—¡Abi! —escuchó la voz de Bastián y se tocó el centro de la frente con los dedos, dibujándose círculos invisibles sobre la piel.

A veces se sentía estresada por no tener descanso ni mucho menos intimidad.

Desde que su madre los había abandonado, ese era un lujo que no podía considerar y, demonios, lo extrañaba.

—¡¿Qué pasa?! —gritó malhumorada.

Luego se arrepintió, cuando se recordó a sí misma que sus hermanos no tenían la culpa de las irresponsa
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