Abigaíl bajó la escalera con un entrenado trote y se reunió con sus amigos de la universidad, quienes le habían preparado una pequeña sorpresa. Se rio feliz al verlos vistiendo divertido y colorido cotillón de cumpleaños y globos rosados. No pudo ocultar la felicidad que aquella improvisada reunión le causó.Sus amigos sabían bien que la necesitaba. Un poco de amor siempre le venía bien. —Pensé que nos íbamos a reunir en la Universidad —dijo ella, jadeando.Estaba muy asustada y nerviosa. Se incomodó cuando Javier la abrazó por la cintura con fuerza para besarle la mejilla.Sus dedos se clavaron en su cintura con precisión, acercándola a su cuerpo del mismo modo, dominándola con tanta destreza que la joven poco pudo reaccionar.Tampoco quería ser descortés y quitárselo de encima con bruteza. Lo único que pudo rogar fue que, ojalá, no la encontrara con olor a otro hombre.El olor de Oliver. —¿Y esta sudadera? ¿Es nueva? —le preguntó Andrea, una de sus amigas más cercanas y a quien
Desde la escalera y cuidando de que nadie lo viera, Oliver contempló a Abigaíl disfrutando con sus amigos. Escuchó esa pequeña celebración con un nudo en la garganta y se cuestionó lo que había estado haciendo las últimas semanas.¿Acaso estaba bien acostarse con su alumna? No lo sabía. Solo sabía que respondía a os deseos de su cuerpo, de su mente, ese anhelo de poseerla y tenerla a su lado.Lo hacía sentir bien. Lo revitalizaba. ¿Acaso usaba a Abigaíl para sentirse más hombre? ¿Para mostrarle el mundo que él también podía conquistar a mujeres jóvenes? ¿Qué no era un miserable como su esposa le decía al mundo?—Maldita sea —reclamó entre dientes y volvió a esconderse en el cuarto de Abigaíl. No supo cuánto tiempo pasó. Solo se quedó de pie frente a la ventana, mirando a un vacío inexplicable, con la cabeza aguada en un tormentoso caos que se sentía incapaz de solucionar.Estaban yendo tan lejos que, la noche anterior, hablaron de vacaciones y de pasar más tiempo juntos. ¿Acaso se est
El hombre bajó y recorrió las escaleras de la casa de Abigaíl y sus hermanastros con lentitud, conforme ella se aseó en privado en el cuarto de baño de su dormitorio. Se fijó en cada detalle que componía su casa y cuando llegó a la cocina, se percató de una llave que no funcionaba de manera adecuada.Como los dos tenían clases después del almuerzo y aún tenían tiempo a favor para ellos, se osó a escarbar en la bodega del lugar y se encargó de reparar el grifo que no dejaba de gotear. Se empapó la sudadera, pero no le importó y trabajó con dedicación en esa zona que mostraba descuido.Abigaíl bajó algunos minutos después y lo encontró trabajando con dedicación en el lavaplatos, el cual tenía descuidado por falta de tiempo y dinero. Lo observó muda desde el filo de la escalera conforme se secó el cabello largo con una toalla pequeña.—Te podría contratar para que me ayudes con todo lo que no funciona en esta casa —bromeó la joven y se acercó decidida hasta él.Oliver se levantó del s
Traía una bonita y masculina sonrisa dibujada en todo el rostro, los ojos le brillaban y la sudadera se le adhería al cuerpo con burla, enseñando los pectorales y abdomen apretado que lo caracterizaba.—¿Qué están haciendo? —preguntó sin saludar y luego miró a Simona, quien tenía una mueca de triunfo en el rostro. Esquivó a su esposa y caminó por la sala—. ¿Y las niñas?—Las levanté temprano y las llevé al colegio —dijo Simona con autosuficiencia—. Y les puse sus ensaladas de verduras y galletas en la mochila. —Iba a llevarlas al centro comercial, pero…Intentó decir Scarlett, buscando mostrar que también existía, pero se calló cuando Oliver volteó para mirarla y la forma en que lo hizo la asustó.—¿Al centro comercial? —preguntó apretando los puños—. ¿En un día de escuela?La mujer le miró con grandes ojos, con el pulso en descontrol y no concibió lo que estaba ocurriendo. ¿Dónde estaba el Oliver sumiso qué ella recordaba?, el de la noche anterior, cuando se habían reencontrado de
Oliver se encerró en su habitación y suspiró aliviado cuando creyó sentirse a salvo y se tomó algunos segundos para reaccionar otra vez.Recordó a Abigaíl y corrió al cuarto de baño para asearse. No tenían mucho tiempo, pues tenían que estar a las tres en la universidad, así que se metió bajo el chorro de agua tibia y se lavó el cuerpo con prisa, conforme se cepilló los dientes.En las afueras de la propiedad, Abigaíl aprovechó del tiempo a solas para revisar sus redes sociales, y se encargó de responder algunos mensajes que había recibido como saludo de cumpleaños. Se asustó cuando una mujer se apareció ante ella, mirándola por la ventana del automóvil y le sonrió por obligación, pues no entendió muy bien qué quería.—Hola —titubeó y levantó la mano para saludarla.Estaba muy confundida. Por acto reflejo escondió también el teléfono y es que uno de sus clientes más fieles le había escrito a su número privado.—Eres Abi, ¿verdad? —preguntó la desconocida y la aludida asintió con ti
Viajaron a la playa, alejándose todavía más de la ciudad, buscando un lugar más privado y poco accesible. Hablaron de la Universidad, de las pocas semanas que restaban para salir de vacaciones y planearon el viaje al Valle que juntos realizarían.Cerca de la costa encontraron algunos restaurantes olvidados en esas fechas tan gélidas. Escogieron el más cercano al mar y se acomodaron en una pequeña mesa a conversar.Si bien, una de las dependientas del lugar les ofreció una mesa más grande, ellos se negaron a cambiarse de puesto; querían estar cerca el uno del otro, sintiéndose de todas las formas posibles.Les costó elegir la comida. Eran pocas opciones. Pero Abigaíl le mostró que a ella poco le interesaba comer. Ella estaba allí por él y no dudó en sacar su lado travieso a jugar:—Los mariscos son afrodisiacos —dijo y le guiñó un ojo. Oliver se puso tenso en su silla—. Si te quedas conmigo esta noche, te puedo mostrar que tan efectivos son.El hombre se quedó mudo y con la boca abier
Cuando regresaron a la zona Universitaria, cómplices de todo aquello que habían vivido, Abigaíl decidió que bajaría antes y que caminaría como siempre solía hacer, hasta la sede principal, donde la primera clase del día esperaba a por ella.Antes de poner un pie fuera del coche del profesor, el hombre se encargó de disfrutar de sus besos y de su cuerpo; se grabó cada aroma que sintió en cada caricia y contacto que se dedicaron encerrados en su mundo pasional, que cada vez se convertía en uno más romántico.Le incomodó verla caminar sola y desprotegida, pero tuvo que aceptarlo cuando entendió que no podían exponerse frente al resto del alumnado, era peligroso para los dos.Tal vez estaban en el mismo nivel de peligro. Ella podía perder su beca y él su trabajo. Con eso también perdería su prestigio y su futuro, pues si era descubierto acostándose con una alumna, de seguro el Decano se iba a encargar de que no volviera a enseñar otra vez en toda su vida.Cuando aparcó, en el mismo luga
Se quedó paralizado, sintiendo como las piernas le flaqueaban.Muchas dudas lo asaltaron en ese momento.El sonido de la campana fue lo único que lo despertó de su letargo profundo de miedos y verdades, las que se enfrentaban con fiereza tras la confesión de Javier. No le quedó de otra que caminar, porque tenía que dictar clases. Lo hizo por obligación, porque no podía darse el lujo de abandonar todo e irse al demonio. No podía abandonar a sus estudiantes, su trabajo, su empleo. Los sentimientos eran variados, unos más crueles que otros. Tuvo que hacer una pausa en el cuarto de baño para maestros. Se mojó la cara y la nuca, sin poder mirarse a la cara. No tenía el valor de enfrentarse a sí mismo y cuestionarse la verdad que, en el fondo, sabía. Por suerte, no tenía clases con ella, con la culpable de su malestar.—Maldita sea —murmuró entre dientes cuando entendió que, cuando el momento llegara, no tendría valor para mirarla a la cara. Quiso mirar la hora en su reloj de muñequera