—¡Oliver, te estaba buscando por todas partes! —exclamó el Decano y con una sonrisa caminó hacia él.Oliver suspiró aliviado al entrever que sus pesadillas no se habían convertido en realidad y con premura escondió la braga que aun aferraba en su puño.La metió en el bolsillo de su pantalón, con disimulo. El profesor especuló que todo había terminado.Oliver hizo un amago para decir algo, para saludar y hacer una broma divertida, pero el hombre se le adelantó:—Oliver, la junta directiva aprobó tu presupuesto para el Club de natación y para el Club de deporte en edad escolar —confirmó y al profesor se le revolvió el estómago—. Están muy conformes con tu desempeño y con el de los nuevos alumnos —agregó y le palmeó la espalda, feliz de tener a alguien tan experto con él en su universidad. Oliver tragó duro y se esforzó grandemente por recomponerse.No quería arruinarlo.No podía darse ese lujo. —Vaya, es una noticia maravillosa —siseó a duras penas, intentando armonizar sus sentimient
Simona caminó hasta la casa con una sonrisa torcida. A veces creía que Oliver seguía ciego y creyendo que Scarlett volvería a casa y podrían comenzar a jugar a la familia feliz otra vez.No creía. Eran las señales que el hombre dejaba entrever cada vez que la madre de las niñas los visitaba. Las visitas cada vez eran más crueles. La mujer se preocupaba de que Oliver pudiera ver que era una mujer libre, con amantes, amigos y una vida activa.Simona se recostó en el marco de la puerta y con congoja miró a su amigo ser destruido una vez más. Quiso verle el lado bonito al asunto: Oliver era capaz de perdonar, incluso después de una traición tan fea. Oliver estaba de pie frente a sus hijas, admirando con una sonrisa la desenvoltura de Scarlett para llegar a ellas. Lo hacía parecer tan fácil.Era masoquista, no se podía negar. Se iba a torturar con esos recuerdos las siguientes semanas, hasta que ya no tuviera nada más que quemar. Se quedó unos instantes perdido en su esposa. Era hermos
El profesor llegó a la casa de Abigaíl, su alumna, en menos de tres minutos. Ni siquiera supo cómo, solo aparcó frente a su pintoresca casa y se quedó allí sin saber qué hacer.Todo había sido parte de un arrebato de sentirse a salvo, contenido entre brazos que, tal vez, no le aportaban ninguna estabilidad.¡Era su alumna, por el amor de Dios! Se suponía que él tenía que ofrecer la contención, no al revés. Ya estaba oscuro. A través de las cortinas podía ver las luces encendidas en su casa. El arrepentimiento le llegó rápido. Había conducido sin sentido, impulsado por lo que su corazón le decía. ¿Y la sensatez? La había olvidado.Suspiró sintiéndose miserable. Abigaíl tenía sus propios problemas y no quería ser él quien le diera más, pero fue inevitable.La necesitaba. Se bajó con timidez, mirando a todos lados, preocupado de que alguien lo viera haciendo lo incorrecto. Y, demonios, ¿por qué lo incorrecto se sentía tan bien, tan liberador y alentador?De seguro era la adrenalina q
Oliver degustó la primera galleta con una sonrisa dulce en los labios. Abigaíl se sintió a gusto teniéndolo entre sus hermanos y preparó té para los dos. —Yo hice las galletas —le dijo Cinthia con una sonrisa amigable.Oliver asintió sonriente. —Cinthia es quien cocina todo, ella es la experta —la aduló Abigaíl, sirviendo el té con una sonrisa—. Son con chispas de chocolate. Te encantarán.Oliver sintió un amargo nudo en su garganta y quiso llorar, pero se contuvo para sonreírles a los niños con dulzura, esos que le admiraban con grandes ojos y eterna curiosidad.Sintió que la calidez de la familia era tan pura e intensa que no pudo sentirse incómodo y cedió como si se tratara de su propio hogar. Recibió la taza de té humeante con los ojos brillantes y se relajó para conversar.Bastián fue el más interesado en conocerle y le habló de fútbol al profesor, quien pudo seguir el ritmo de su conversación sin mayor problema. Abigaíl se sentó a su lado y lo rodeó con sus piernas con natur
No pudieron quedarse quietos. Disfrutaron de la privacidad que los hermanos de Abigaíl les ofrecieron y se besaron descaradamente en la cocina.Abigaíl se dejó llevar. Nunca se había sentido tan contenida entre los brazos de un hombre. Era el primer hombre que la tocaba así, con tanta delicadeza y paciencia que no podía evitar desear entregarse a él en todos los sentidos.Tuvieron un encuentro de piel, por supuesto, no pudieron contenerse. Siempre que estaban juntos, se dejaban llevar por la lujuria y el deseo que los subyugaba de formas misteriosas.La química que compartían cuando estaban juntos era algo que Oliver, con todos sus años de experiencia, aun no era capaz de comprender.Lo hicieron encima del mesón, disfrutándose después de una noche de transparencia y aceptación. Aunque Oliver tenía las palabras de Victoria grabadas entre sus pensamientos, la cercanía de Abigaíl era tortura de la que poco a poco se convertía en un adicto.Fue un encuentro breve, pero elmas violento qu
Un par de golpecitos lo obligaron a abrir los ojos de golpe y cuando descubrió que no estaba en su dormitorio, ni en su casa, se levantó espantado de la cama.Le tomó unos instantes entender que había pasado la noche con su alumna. Abigaíl seguía dormida a su lado, un tanto confundida por la actitud agitada del hombre y malhumorada por haberse despertado tan temprano.Palmeó la mesita de noche a su lado y miró la hora en su teléfono móvil. Gruñó al ver que la alarma aún no se activaba y se desarmó en el colchón conforme resopló adormilada. —¡Abi! —escuchó la voz de Bastián y se tocó el centro de la frente con los dedos, dibujándose círculos invisibles sobre la piel.A veces se sentía estresada por no tener descanso ni mucho menos intimidad.Desde que su madre los había abandonado, ese era un lujo que no podía considerar y, demonios, lo extrañaba. —¡¿Qué pasa?! —gritó malhumorada.Luego se arrepintió, cuando se recordó a sí misma que sus hermanos no tenían la culpa de las irresponsa
Abigaíl bajó la escalera con un entrenado trote y se reunió con sus amigos de la universidad, quienes le habían preparado una pequeña sorpresa. Se rio feliz al verlos vistiendo divertido y colorido cotillón de cumpleaños y globos rosados. No pudo ocultar la felicidad que aquella improvisada reunión le causó.Sus amigos sabían bien que la necesitaba. Un poco de amor siempre le venía bien. —Pensé que nos íbamos a reunir en la Universidad —dijo ella, jadeando.Estaba muy asustada y nerviosa. Se incomodó cuando Javier la abrazó por la cintura con fuerza para besarle la mejilla.Sus dedos se clavaron en su cintura con precisión, acercándola a su cuerpo del mismo modo, dominándola con tanta destreza que la joven poco pudo reaccionar.Tampoco quería ser descortés y quitárselo de encima con bruteza. Lo único que pudo rogar fue que, ojalá, no la encontrara con olor a otro hombre.El olor de Oliver. —¿Y esta sudadera? ¿Es nueva? —le preguntó Andrea, una de sus amigas más cercanas y a quien
Desde la escalera y cuidando de que nadie lo viera, Oliver contempló a Abigaíl disfrutando con sus amigos. Escuchó esa pequeña celebración con un nudo en la garganta y se cuestionó lo que había estado haciendo las últimas semanas.¿Acaso estaba bien acostarse con su alumna? No lo sabía. Solo sabía que respondía a os deseos de su cuerpo, de su mente, ese anhelo de poseerla y tenerla a su lado.Lo hacía sentir bien. Lo revitalizaba. ¿Acaso usaba a Abigaíl para sentirse más hombre? ¿Para mostrarle el mundo que él también podía conquistar a mujeres jóvenes? ¿Qué no era un miserable como su esposa le decía al mundo?—Maldita sea —reclamó entre dientes y volvió a esconderse en el cuarto de Abigaíl. No supo cuánto tiempo pasó. Solo se quedó de pie frente a la ventana, mirando a un vacío inexplicable, con la cabeza aguada en un tormentoso caos que se sentía incapaz de solucionar.Estaban yendo tan lejos que, la noche anterior, hablaron de vacaciones y de pasar más tiempo juntos. ¿Acaso se est