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Oliver abrió la puerta para ella y la invitó a pasar a la calidez de su hogar. Su intimidad.

—¿Café, huevos, panquecas? —le preguntó caballeroso.

No conocía los gustos de la joven y no quería equivocarse con ella. Tampoco quería arriesgarse a cocinar algo solo para él, y comportarse como un egoísta.

Abigaíl le sonrió nerviosa. Nunca le habían preguntado algo tan simple, pero significativo.

—Todo me parece perfecto —susurró cuando el hombre la miró con el ceño arrugado.

—¿Estás nerviosa? —quiso saber y es que la notaba tensa en una esquina.

—Un poco —respondió ella tocándose los dedos.

Volvió a sentirse segura cuando el hombre se acercó para acariciarle la mejilla delicada con la punta de los dedos.

—Cundo estoy contigo, siento tantas ganas de abrazarte fuerte y no sé por qué —agregó con dulzura y Abigaíl se derritió bajo su mirada cálida—. ¿Sería mucho descaro si te invito a cenar? —Se atrevió y es que se estaba volviendo loco.

No comprendía bien desde donde provenía tanta valentía,
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