Oliver abrió la puerta para ella y la invitó a pasar a la calidez de su hogar. Su intimidad.—¿Café, huevos, panquecas? —le preguntó caballeroso.No conocía los gustos de la joven y no quería equivocarse con ella. Tampoco quería arriesgarse a cocinar algo solo para él, y comportarse como un egoísta.Abigaíl le sonrió nerviosa. Nunca le habían preguntado algo tan simple, pero significativo. —Todo me parece perfecto —susurró cuando el hombre la miró con el ceño arrugado.—¿Estás nerviosa? —quiso saber y es que la notaba tensa en una esquina. —Un poco —respondió ella tocándose los dedos.Volvió a sentirse segura cuando el hombre se acercó para acariciarle la mejilla delicada con la punta de los dedos.—Cundo estoy contigo, siento tantas ganas de abrazarte fuerte y no sé por qué —agregó con dulzura y Abigaíl se derritió bajo su mirada cálida—. ¿Sería mucho descaro si te invito a cenar? —Se atrevió y es que se estaba volviendo loco.No comprendía bien desde donde provenía tanta valentía,
Oliver disimuló que todo estaba bien y cerró la puerta de entrada de su casa con una tonta sonrisa en la cara, una mueca de la que no fue consciente.Simona le estaba esperando, con esa mueca divertida a la que él no tenía ganas de enfrentarse; ¿qué iba a decirle? ¿Qué había dormido con su alumna? Eso no estaba bien. Tenía resaca y sueño; no estaba animoso como para recibir un discurso de adulto responsable. Intentó evitarla, pero Simona tenía una mirada insistente a la que el no pudo hacer la vista gorda. Se escabulló hasta el refrigerador y escarbó con nervio en su interior.—Pensaba en hacer una barbacoa, y después una tarde de campamento —dijo Oliver, como si nada.Planeaba una tarde llena de vida junto a sus niñas. La casa tenía bonitos jardines que él disfrutaba con sus niñas adoradas. —Las niñas van a estar felices —respondió ella y miró las dos tazas con café, una muy cerca de la otra, mostrando con claridad lo que allí había ocurrido.Oliver se fijó en lo que su amiga mir
La mujer lo dejó escapar de su duro interrogatorio. Podía entender la situación de Oliver. Era un hombre maduro, hecho y derecho; padre de dos niñas, atravesando un divorcio complicado y encaprichándose con una de sus estudiantes.Era independiente y trabajador; lo que menos quería, era que lo sermonearan o que le dieran órdenes. Lo admiraba, por supuesto y no quería que se equivocara. Aunque para sus adentros sabía que había cometido un grave error al enredarse con una de sus alumnas en su primera año como docente fijo en una universidad de prestigio, lo respetaba y respaldaba sus decisiones.Era su
Cuando el mediodía llegó, Simona subió e invadió la privacidad de Oliver y se atrevió a despertarlo.Sus hijas estaban impacientes por verlo y aunque la mujer estaba al corriente del cansancio que el hombre sentía, ese que se manifestaba incluso en su mirada, tuvo que sacarlo de su profundo descansar.—Paula quiere saber si vendrás a almorzar con ellas —le dijo, mirándolo con angustia.Tenía sentimientos encontrados. Por un lado, le habría encantado dejarlo descansar todo lo que necesitaba, pero, por otro lado, sabía lo importante que era para él crear un lazo irrompible con sus hijas y lo mucho que debía trabajar en eso. Oliver suspiró y se pulió los ojos por largo rato. —Ya voy —siseó con voz ronca por todo lo que había bebido la noche anterior y se reincorporó con dificultad.El mundo le dio vueltas y el estómago se le revolvió. Respiró profundamente para sentirse un poco mejor y se quedó quieto, a la espera de que el malestar pasara.Se vistió con prisa y todo bajo los curiosos
Oliver no pudo guardarse nada y tuvo que decirle a Abi lo que sentía:—Te ves preciosa.Ella le miró con sus grandes y expresivos ojos y cayó brevemente en un coqueteo seductor y delicado. Mejillas ruborizadas, sonrisa coqueta. A Oliver le fascinó ver ese lado delicado y tomó su mano para llevarla hasta el auto. —Pensé que cenaríamos aquí —musitó ella, ansiosa de cambiar esos planes y le miró a los ojos con intensidad.—No te mereces una cena aburrida aquí —afirmó Oliver y la joven se mostró sorprendida—. ¿Te gusta el sushi?La joven le escuchó con atención y el corazón se le derritió un poquito más cuando se repitió lo que el hombre le había dicho: “no mereces una cena aburrida aquí”.¿Y qué merecía alguien como ella? Especuló, con el corazón latiéndole fuerte en la garganta. —Me encanta el sushi —contestó ella con ilusiones y una bonita sonrisa entre sus labios.El camino al restaurante que Oliver había visto por internet fue breve. Escucharon música y Abigail aprovechó de ese e
El viento helado lo tenía congelado, pero nada importaba, solo la compañía de Abigaíl, sus risitas divertidas y esas estrellas que lo hipnotizaron tanto como sus besos.La joven lo abrazó por la cintura y apoyó su rostro en su pecho. Cerró los ojos y sintió su agitada respiración en compañía de los latidos de su corazón. Se meció de lado a lado y de ese modo tan original, lo invitó a bailar. Él no dudó ni un solo segundo y tras abrazarla por la espalda, se movió con ella al mismo ritmo que ella le exigía.Cuando entendió que el único modo de mantenerse abrigado era estar en movimiento, la levantó sobre su pecho y la hizo volar en círculos, haciéndola carcajear con fuerza, cayendo también en ese infantil juego que lo hizo recobrar fuerzas.Mareados dieron tumbos por la arena y se recostaron en ella a pesar del frío. Oliver dejó que la joven se acomodara en su brazo y la recibió en su regazo con dulzura, para luego tocarle el cabello con la punta de los dedos, dedicándole caricias cir
La joven insistió tantas veces en que debía volver a casa a cuidar de sus hermanos menores que Oliver no tuvo más remedio que obedecer y portarse como un caballero para llevarla hasta su casa.Les tomó casi una hora regresar, pues se encontraron con un pequeño carnaval que embellecía algunas calles de la ciudad. Música alegre se oía a su alrededor y autos repletos de globos de diferentes colores bloquearon su camino.Oliver disfrutó del carnaval sin siquiera mirarlo y es que se perdió en Abigaíl, quien tenía una sonrisa de oreja a oreja y disfrutaba de la música moviéndose coqueta en el asiento a su lado. Al hombre le pareció la muchacha más espontánea y divertida con la que se había encontrado nunca, y disfrutó de esos minutos para recordarla durante todo el duro fin de semana que le restaba.Cuando por fin pudieron salir del embotellamiento en el que estaban atrapados, no les tomó nada en llegar a la casa de Abigaíl y Oliver se sorprendió de la belleza del lugar. —No siempre fuim
El lunes en la mañana, Abigaíl estaba demasiado agotada como para poder llevar a sus hermanos a la escuela y presentarse a la primera clase de su universidad, por lo que se tomó la mañana libre.Para su desgracia, la noche anterior había salido con uno de sus viejos clientes, esos que pagaban bien y en efectivo y, aunque detestaba el alcohol, puesto que recordaba lo que le había hecho a su madre, solía beber hasta perder el conocimiento, todo para poder irse a la cama con un desconocido. Antes de irse, Bastián, uno de sus hermanos, le llevó el desayuno. Siempre se preocupaba de que comiera, porque podía apostar que todo era para ellos y nunca dejaba para ella. Abigaíl apenas reaccionó. Solo pudo despedirse de sus hermanos con un murmuro y, tras entender que estaba haciéndoles lo mismo que su madre les había hecho, rompió en llanto. Todavía estaba mareada por todo lo que había bebido, y el techo de la habitación seguía dándole vueltas por encima de la cabeza. Como tenía hambre y fr