Muchas gracias por acompañarme con Oliver y su alumna revoltosa. Han dado un paso enorme en su juego tenso, como dijo Oliver: aceleraron un coche sin frenos.
Esa tarde, Abigaíl se preocupó de que todo estuviera en orden en su casa, puesto que tenía que ir a trabajar para cumplir con sus responsabilidades.Se derrumbó en la sala al entender que sus hermanos pasarían otra noche a solas y ella con el corazón en la garganta, sin saber si estaban a salvo o no. Bien sabía que eso no era lo correcto, incluso temía por su seguridad, pero ya no le quedaban otras opciones. El trabajo que tenía en el bar era lo más decente que había conseguido en mucho tiempo. También lo más estable y seguro. Tenía tan poca experiencia que nadie la tomaba en serio. Nadie había querido arriesgarse con ella. Aprovechó de su privacidad para llorar. A veces le urgía desahogarse y dejar salir un poquito de todo eso que guardaba en su profundo corazón. Sus hermanos estaban en la planta superior de la casa, preparando todo para ir a dormir y Abigaíl consideró que era el mejor momento para derrumbarse en sus propios problemas.Sus hermanos no eran su responsabilidad, au
—¡Abi, otra ronda! —gritó Victoria, feliz.Abigaíl caminó con la botella de tequila en la mano. —Que lo disfruten —dijo con claro sarcasmo.De reojo miró a su profesor. Él la estaba esperándola. Se hallaba tan ansioso como ella. Podrían haberse perdido en ellos mismos, pero Victoria estaba presente y, por supuesto, quería encarecidamente la atención de Oliver.Era su noche, su gran noche. No iba a permitir que nadie ni nada se la arruinara. La había soñado tantas veces que, nunca pudo ver todas las señales que Oliver le dio.La señal más importante de todas estaba allí, frente a ella; se llamaba Abigaíl. Victoria estaba tan ansiosa por llegar más lejos con Oliver que, bebió más de la cuenta. Cuando empezó a sentirse mareada, tuvo que disculparse para escabullirse hasta el cuarto de baño.No quería exponerse borracha y devolver todo lo que había bebido sobre su conquista. Apenas se marchó, buscando el tocador femenino, Oliver tuvo su oportunidad. —¿Por qué estás aquí? —le preguntó
Abigaíl suspiró aliviada en cuanto Victoria salió por la puerta del bar.Sí, se sintió terriblemente mal por tan tensa situación. No le gustó la idea de ver a Victoria borracha marchándose sola, sin protección. Se tuvo que quedar con la idea de que en el taxi estaría segura y que llegaría a casa a salvo.Siguió trabajando con normalidad. Les pagó a los empleados de turno y terminó de guardar el resto del dinero en la caja fuerte. Cuando terminó, se preparó para partir. Cogió su abrigo y su bolso, pero el encargado de seguridad regresó por la puerta y le dijo:—Abi, un joven te busca afuera, dice que se llama Javier.Abigaíl se puso pálida. Pensó que se desmayaba en ese momento, cuando supo que estaba jugando con fuego y se estaba empezando a quemar.—No, maldición —maldijo en voz alta y se tocó los ojos con fuerza, mostrando el cansancio emocional que sentía—. Dile que ya me fui…—Pero le acabo de decir que estabas aquí —contestó el hombre.Abigaíl le miró con pavor y soltó un largo s
Como a Oliver le costaba trabajo dar un primer paso, ella optó por acelerar las cosas, y se pasó por encima de la caja de cambios con su hábil cuerpo para subirse en sus piernas y dominar toda la situación.Oliver la recibió gustoso, aunque un poco nervioso. No sabía dónde poner las manos y no quería incomodarla, así que con suavidad la tomó por la cintura. Ella deseaba el contacto, lo anhelaba con entusiasmo. Sintió que temblaba cuando sus cuerpos se encontraron en ese estrecho espacio y sucumbió en sus labios con los ojos cerrados. Aunque su piel y su mirada oscura aceleraban su corazón con exageración, eran sus besos, húmedos y profundos, los que la ponían de cabeza. Nadie le había besado así y cada vez que sus lenguas se encontraban entre humedad y gemidos, la joven desfallecía con tanta pasión.El corazón le dolió, pero le gustó y es que llevaba tanto tiempo sin sentirse así que empezó a disfrutar cada sensación que la joven encendió en él. Se convirtió en un hombre salvaje
Se quedaron dentro del coche a conversar, pero la mala suerte estaba de su lado.Un coche policial aparcó junto a ellos para un control de rutina, un control que puso más nerviosa a Abigaíl de lo normal.—Buenas noches —los saludó el policía y con una pequeña linterna observó al conductor con ojo crítico—. Vamos a hacer un pequeño control. Sus documentos, por favor —pidió amable y miró a Abigaíl con el ceño arrugado.—Oficial —respondió Oliver entregándole toda la documentación que le solicitaba. Oliver era un hombre correcto; acostarse con una estudiante resultaba ser lo más descabellado e ilegal que había hecho nunca, aunque estaba seguro de que no era algo prohibido.El oficial estudió los documentos algunos instantes. Cuando la información que recibió parecía normal, regresó con ellos para despedirse y aconsejarlos.—Vayan a casa, a esta hora las calles son peligrosas —indicó y los miró a los dos señalándolos con su suave linterna. Abigaíl se cubrió el rostro con los dedos y esqu
Oliver abrió la puerta para ella y la invitó a pasar a la calidez de su hogar. Su intimidad.—¿Café, huevos, panquecas? —le preguntó caballeroso.No conocía los gustos de la joven y no quería equivocarse con ella. Tampoco quería arriesgarse a cocinar algo solo para él, y comportarse como un egoísta.Abigaíl le sonrió nerviosa. Nunca le habían preguntado algo tan simple, pero significativo. —Todo me parece perfecto —susurró cuando el hombre la miró con el ceño arrugado.—¿Estás nerviosa? —quiso saber y es que la notaba tensa en una esquina. —Un poco —respondió ella tocándose los dedos.Volvió a sentirse segura cuando el hombre se acercó para acariciarle la mejilla delicada con la punta de los dedos.—Cundo estoy contigo, siento tantas ganas de abrazarte fuerte y no sé por qué —agregó con dulzura y Abigaíl se derritió bajo su mirada cálida—. ¿Sería mucho descaro si te invito a cenar? —Se atrevió y es que se estaba volviendo loco.No comprendía bien desde donde provenía tanta valentía,
Oliver disimuló que todo estaba bien y cerró la puerta de entrada de su casa con una tonta sonrisa en la cara, una mueca de la que no fue consciente.Simona le estaba esperando, con esa mueca divertida a la que él no tenía ganas de enfrentarse; ¿qué iba a decirle? ¿Qué había dormido con su alumna? Eso no estaba bien. Tenía resaca y sueño; no estaba animoso como para recibir un discurso de adulto responsable. Intentó evitarla, pero Simona tenía una mirada insistente a la que el no pudo hacer la vista gorda. Se escabulló hasta el refrigerador y escarbó con nervio en su interior.—Pensaba en hacer una barbacoa, y después una tarde de campamento —dijo Oliver, como si nada.Planeaba una tarde llena de vida junto a sus niñas. La casa tenía bonitos jardines que él disfrutaba con sus niñas adoradas. —Las niñas van a estar felices —respondió ella y miró las dos tazas con café, una muy cerca de la otra, mostrando con claridad lo que allí había ocurrido.Oliver se fijó en lo que su amiga mir
La mujer lo dejó escapar de su duro interrogatorio. Podía entender la situación de Oliver. Era un hombre maduro, hecho y derecho; padre de dos niñas, atravesando un divorcio complicado y encaprichándose con una de sus estudiantes.Era independiente y trabajador; lo que menos quería, era que lo sermonearan o que le dieran órdenes. Lo admiraba, por supuesto y no quería que se equivocara. Aunque para sus adentros sabía que había cometido un grave error al enredarse con una de sus alumnas en su primera año como docente fijo en una universidad de prestigio, lo respetaba y respaldaba sus decisiones.Era su