Mis lindos lectores, ya es de actualización diaria ¿qué opinan de Dalton? Los leo en comentarios ;)
LÍAEl espejo del camerino estaba iluminado por las luces que lo adornaban a su alrededor. Mis manos temblaban un poco mientras ajustaba el corsé dorado contra mi cintura.— Respira, Lía, respira —. Me susurré a mí misma, tragando saliva mientras me miraba de frente, con los labios recién pintados de rojo y el delineado de ojos afilado como mi sarcasmo. Mis ojos tenían un aspecto gatuno y me habían esmerado en el maquillaje, ya que yo sería la cantante y bailarina principal.No era la primera vez que me subía a ese escenario. Pero esta noche había algo diferente. Quizá era el coraje que llevaba atravesado desde que Rodrigo Frías me confrontó. Prácticamente, me había dicho que no valía nada por ser una repartidora. El trago me supo amargo, porque mi papá siempre había pensado que mi lugar como mujer estaba en casarme con alguien rico que le conviniera a los negocios familiares. A pesar de mis ganas por aprender de la tecnología y los negocios, siempre me hizo menos por ser mujer.¿Qué p
LÍALa luz del sol me dio de lleno en la cara y mi cráneo latía como si hubiera hecho un pacto con el diablo y ahora me estuviera cobrando con tambores de guerra. Sentía que me iba a explotar en cualquier momento.Parecía que el astro rey me pegaba en la cara con una violencia pasiva-agresiva, algo así como diciendo, despierta, estúpida y mira lo que has hecho. Intenté girarme, pero un tirón en la espalda me hizo soltar un gemido.¿Dónde mierda estoy? Mi cama era más incómoda que esto ¿Qué había hecho durante la noche?Abrí los ojos a medias, intentando ser fuerte contra el dolor de cabeza que me estaba taladrando los sentidos. Cortinas blancas, sábanas de algodón egipcio (sabía que eran egipcias porque siempre fueron mis favoritas), un espejo con bordes dorados al otro lado de la habitación, una bandeja con fruta exótica sobre una mesa de cristal.Mi-er-da.Me incorporé de golpe, con los ojos bien abiertos, y mil preguntas en la punta de la lengua. Miré a mi alrededor y me llevé las
LÍALlegar a mi casa con una cruda, no solo porque me bebí el vino, el tequila, y todo lo que estuviera a mi paso, sino emocional también.El sol ya no pegaba directo en mi cara, pero mi cruda existencial seguía como si alguien me estuviera martillando el alma con un zapato de plataforma. Empujé la puerta oxidada de mi cuarto de azotea, ese que había llamado “hogar” desde que decidí mandarlo todo al carajo y empezar desde cero. Tenía goteras, humedad, y un ventilador que chillaba cada tres segundos, pero era mío. . . Bueno, era del señor que me lo rentaba, pero me había hecho de ese espacio dándole una renta mensual.Y por ahora, eso bastaba.Tiré la bolsa con el corsé mal doblado en el sofá improvisado, pateé mis zapatos a un rincón y me quedé quieta un segundo.— La moto. Jo**der. Dejé mi moto en el Sport Club —. Dije en voz alta, con tono de tragedia griega en su punto crítico—. Mi único patrimonio. Más le vale seguir ahí o me tiro por la azotea sin pensarlo.Resoplé. Me dolía la ca
LÍAEl vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.— ¿Lo sabe la señorita Lía?— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos
LÍATenía el corazón acelerado por el miedo que tenía de escapar en medio de una fiesta para celebrar un compromiso que yo no pedí. Había logrado salir de la mansión sin que nadie me viera, y solo contaba con unos instantes para perderme y que no me obligaran a unirme a John Douglas. No supe cómo le hice para llegar a la casa de mi mejor amiga, que vivía a unos cinco minutos de la mía. Estaba casi segura de que no había sido invitada a la fiesta para que no me alertara de lo que estaba pasando. Necesitaba esconderme. Perderme y que todo el mundo se olvidara de mí. Toqué el timbre con los nudillos temblorosos. La casa de Natalia seguía idéntica con su fachada blanca, la herrería en color dorado, y las macetas colgando del balcón como siempre. Ella no vivía en una mansión como mi familia, pero su casa era la envidia de su cuadra.La puerta se abrió apenas un poco. Ella asomó la cabeza, sus ojos se abrieron como platos al verme. Eran poco más de la una de la mañana, cuando al fin ha
LÍADos mil horas. Noventa días. Doce semanas. O tres meses.Ese era el tiempo que tenía sobreviviendo a base de café soluble, tortillas frías y una terquedad que se negaba a rendirse. No me casaría con John Douglas así me esté muriendo de hambre. Literalmente lo estaba haciendo. Siempre había alternativas, y casarme con un criminal no era una de ellas. Me había logrado instalar en un cuarto de azotea que olía a humedad, y algunas veces predominaba un olor rancio en el aire. Como toda niña rica, no estaba acostumbrada a limpiar, así que tuve que ver tutoriales en YouTube. Él cambio era duro, pero no me rendía. Era mi libertad la que estaba en juego.Afuera, la ciudad rugía con su tráfico y sus vendedores ambulantes. Adentro, yo trataba de concentrarme frente a mi computadora, escribiendo líneas de código que apenas entendía con el estómago vacío. Había recuperado mi laptop gracias a Marcela, y con ella, mi proyecto. Ese pequeño universo de programación que alguna vez soñé que me dar
DALTONMi día había empezado como un efecto dominó y todo empezó con el pu**to dedo chiquito cuando me pegué en una de las patas de la cama.No estoy hablando de un golpe cualquiera, no. Me refiero a ese dolor maldito, ancestral, que te sacude el alma, te roba el aire y te hace cuestionarte si la vida realmente vale la pena.— ¡Mierda! —Grité, pateando el marco de la cama otra vez, por pura estupidez, y sí, me lo chin**gué más.Luego vino el tráfico. Una caravana infinita de idiotas pitando como si eso fuera a mover los autos. La aplicación del coche fallaba, Siri dejó de responderme, y para colmo, la radio decidió encenderse sola en una estación de reguetón.¡Reguetón! A las siete de la mañana. Definitivamente, el universo quería joderme.Cuando llegué a la oficina, ya tenía un humor de perros y ni siquiera había tomado café. Lo único que me esperaba era una sala llena de ejecutivos con cara de frustración y una pantalla proyectando errores en el nuevo módulo de predicción que lleváb
LÍASaqué el bocadillo que me había logrado robar de la sala de juntas. El pan ya estaba un poco duro, pero a mí me supo a gloria. Si no estuviera tan jo**dida no lo habría tomado. Lo tenía escondido en el casco y ahora lo devoraba como si fuera caviar. Sentada en una jardinera afuera de Keeland Enterprise Company, mientras revisaba mi cuenta bancaria con el teléfono en una mano y el bocadillo en la otra.Treinta y siete dólares con veintiún centavos.Mi alma descendió al inframundo.— Gasolina o comida. No ambas —. Susurré, masticando con resignación. No sabía hasta cuándo volvería a comer. Era probable que haría entregas de madrugada con la esperanza de que alguien se quedara dormido y yo pudiera cenar feliz.Hice cuentas mentalmente. La moto necesitaba gasolina para que yo pudiera sobrevivir. Yo necesitaba sobrevivir y tenía que trabajar para eso, por lo que necesitaba mi moto con gasolina. Y mis sueños necesitaban un maldito milagro, y ese milagro empezaba por sacar el suficiente