¡Iniciamos con actualizaciones diarias! Mis lindos lectores, ya es de actualización diaria ¿qué opinan de Dalton? Los leo en comentarios ;)
LÍAMe crucé de brazos. El universo debía estar riéndose de mí a carcajadas mientras Dalton Keeland me veía con su cara de “consigo todo lo que quiero”. El atractivo hombre, tenía que reconocer que pertenecía al tipo, me moja la tanga con solo verlo, me miró fijamente a los ojos con ese aire de le di solución a tu maldito problema, ahora hablemos. Quería comprar mi tiempo.Mi maldito tiempo.— Señor Keeland, le agradezco la oferta, pero no pienso aceptar —. Dije con una sonrisa cordial en los labios, y la cabeza bien en alto—. Mi trabajo es mío y de nadie más. Tengo pedidos que entregar y es mi tiempo.Me vi rodeada por Jaime, el asistente personal más nervioso que había visto en mi vida, se me acercó como si fuera un ladrón a punto de asaltar un banco.— Señorita, el señor Keeland me ordenó que entregue sus pedidos. Por favor, pásenme la bolsa. En cuanto antes, entregue, es mejor para su calificación. . .Le di un manotazo al pobre Jaime, que intentaba quitarme la bolsa de mis hombr
LÍATrabajo.Algo que estaba buscando con desesperación y me había forjado a no morir de hambre desde que mi papá me había cerrado todas las puertas del país, para obligarme a regresar y casarme con el hombre que él había elegido para mí por el bien de sus negocios. Solo de pensarlo me daban escalofríos.Sin embargo, aquí estaba terminando mi jornada como repartidora, mirando al señor Keeland con la misma calma con la que una mujer pobre mira un anillo de diamantes en una vitrina. Hermoso, brillante, pero no mío. Y sobre todo no necesario.— ¿Trabajar contigo? —Repetí, saboreando las palabras como quien prueba un veneno dulce— ¿Estás bromeando?Arrugué la frente porque no sabía cuáles eran las intenciones.— Estoy hablando muy en serio —. Me miró a los ojos y no supe qué decir.— No entiendo, ¿por qué me estás ofreciendo trabajo? Digo, soy una simple repartidora y no dudo que tu empresa esté llena de aspirantes genios que quieran trabajar contigo.Yo había perdido toda la esperanza y m
LÍAEl reloj marcaba las siete con cincuenta y ocho de la mañana cuando entré al edificio de Keeland Enterprise, con la cabeza en alto y el estómago lleno de nervios, pero no de comida. Mi desayuno había sido medio hot dog frío y una taza de café soluble. No importaba. Yo estaba aquí para demostrarme que podía brillar aunque viniera desde el mismísimo subsuelo.El guardia de la entrada me miró como si fuera un error en el sistema, pero escaneó mi pase y me dio una sonrisa forzada. No sabía si era por mi aspecto, que consistía en unos pantalones holgados de mezclilla, una chaqueta holgada deportiva en color negro con el logo de AC/DC. Mis lentes de pasta negra, y un moño mal amarrado sobre mi cabeza. No entendía el porqué me concentraba mejor estando así.— ¿Estás segura de que el señor Keeland te está esperando? —Alzó una ceja—. No tengo ningún registro o su nombre anotado en una lista.— Tan segura como que tú trabajas aquí, mi rey. Por supuesto que el señor Keeland me espera.El homb
DALTONHabía sido un gran acierto enseñarle el laboratorio para que no se fuera tan fácilmente del trabajo. Había algo en esa chica que llamaba mucho mi atención. La observaba detenidamente cuando la vi posar los dedos sobre ese teclado como si acabara de tocar el piano de Dios, supe que la había atrapado.Me pregunté si la había visto antes en algún otro lado. No tenía maquillaje, su ropa era de esas tiendas de segunda mano, y su cabello lo había arreglado lo mejor posible. En pocas palabras, se veía como una mujer a la que la vida la estaba golpeando duro.Vi la sonrisa en su rostro y la mirada brillando ante una supercomputadora a través de sus lentes negros de pasta ¿Cómo luciría con ropa adecuada y un buen maquillaje? No pude evitar preguntarme. Y entonces se me vino a la mente la noche del show de cabaret. No entendí por qué estaba recordando esa noche.La bailarina.— ¿Un contrato? Siempre damos un contrato laboral, señorita Monclova —. Le sonreí sin perderla de vista. Ella me v
LÍAEl vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.— ¿Lo sabe la señorita Lía?— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos
LÍATenía el corazón acelerado por el miedo que tenía de escapar en medio de una fiesta para celebrar un compromiso que yo no pedí. Había logrado salir de la mansión sin que nadie me viera, y solo contaba con unos instantes para perderme y que no me obligaran a unirme a John Douglas. No supe cómo le hice para llegar a la casa de mi mejor amiga, que vivía a unos cinco minutos de la mía. Estaba casi segura de que no había sido invitada a la fiesta para que no me alertara de lo que estaba pasando. Necesitaba esconderme. Perderme y que todo el mundo se olvidara de mí. Toqué el timbre con los nudillos temblorosos. La casa de Natalia seguía idéntica con su fachada blanca, la herrería en color dorado, y las macetas colgando del balcón como siempre. Ella no vivía en una mansión como mi familia, pero su casa era la envidia de su cuadra.La puerta se abrió apenas un poco. Ella asomó la cabeza, sus ojos se abrieron como platos al verme. Eran poco más de la una de la mañana, cuando al fin ha
LÍADos mil horas. Noventa días. Doce semanas. O tres meses.Ese era el tiempo que tenía sobreviviendo a base de café soluble, tortillas frías y una terquedad que se negaba a rendirse. No me casaría con John Douglas así me esté muriendo de hambre. Literalmente lo estaba haciendo. Siempre había alternativas, y casarme con un criminal no era una de ellas. Me había logrado instalar en un cuarto de azotea que olía a humedad, y algunas veces predominaba un olor rancio en el aire. Como toda niña rica, no estaba acostumbrada a limpiar, así que tuve que ver tutoriales en YouTube. Él cambio era duro, pero no me rendía. Era mi libertad la que estaba en juego.Afuera, la ciudad rugía con su tráfico y sus vendedores ambulantes. Adentro, yo trataba de concentrarme frente a mi computadora, escribiendo líneas de código que apenas entendía con el estómago vacío. Había recuperado mi laptop gracias a Marcela, y con ella, mi proyecto. Ese pequeño universo de programación que alguna vez soñé que me dar
DALTONMi día había empezado como un efecto dominó y todo empezó con el pu**to dedo chiquito cuando me pegué en una de las patas de la cama.No estoy hablando de un golpe cualquiera, no. Me refiero a ese dolor maldito, ancestral, que te sacude el alma, te roba el aire y te hace cuestionarte si la vida realmente vale la pena.— ¡Mierda! —Grité, pateando el marco de la cama otra vez, por pura estupidez, y sí, me lo chin**gué más.Luego vino el tráfico. Una caravana infinita de idiotas pitando como si eso fuera a mover los autos. La aplicación del coche fallaba, Siri dejó de responderme, y para colmo, la radio decidió encenderse sola en una estación de reguetón.¡Reguetón! A las siete de la mañana. Definitivamente, el universo quería joderme.Cuando llegué a la oficina, ya tenía un humor de perros y ni siquiera había tomado café. Lo único que me esperaba era una sala llena de ejecutivos con cara de frustración y una pantalla proyectando errores en el nuevo módulo de predicción que lleváb