66. Grietas

Nathan entró a la habitación y encontró a Isabella moviéndose como animal enjaulado. La tensión emanaba de ella en oleadas mientras murmuraba para sí misma, sus dedos enredándose en su cabello con desesperación. En cuanto lo vio, se abalanzó hacia él como si fuera su única tabla de salvación.

—No la quiero aquí —dijo con voz temblorosa, aunque exigente.

—Lo sé, pero no puedo echarlos ahora o empezarán a indagar —sus dedos trazaron círculos en su espalda, intentando calmarla—. Los conozco. Un movimiento en falso y todo se va a la mierda.

—Nathan… —Isabella levantó la mirada, sus ojos brillantes de angustia—. ¿No te diste cuenta? Ella me odia. Y si Mario…

La angustia en sus ojos lo ablandó, así que la atrajo más cerca, inhalando su aroma

—Te aseguro que no te reconocieron. Si lo hubieran hecho, mis sesos ya estarían repartidos en el suelo o…

—No digas eso —susurró contra su camisa.

—Trata de dormir, ¿sí? —Besó su frente, odiándose por la mentira en sus siguientes palabras—. Trabajarem
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