Isabella mantuvo la mirada fija en el camino hasta que sus nudillos blancos sobre el volante captaron su atención, el único indicio visible de la tormenta que rugía en su interior.El semáforo cambió a rojo y ella pisó el freno con más fuerza de la necesaria, provocando que el cinturón de seguridad se tensara contra su pecho. Los bocinazos detrás de ella se perdieron bajo el rugido de sus pensamientos, donde la imagen de Nathan se reproducía con cruel nitidez: sus manos sobre ese cuello ajeno, el deseo animal en su mirada… una intensidad que jamás había despertado en él.Quizás Richard tuvo razón todo el tiempo: ella solo encendía un deseo pasajero en los hombres, uno que se evaporaba en cuanto encontraban a alguien más interesante. Las palabras de Sophia resonaron como una sentencia: sosa, aburrida, inexperta. Una mujer incapaz de retener la atención de nadie.El semáforo cambió y la calle hacia Legacy quedó atrás mientras giraba el volante en dirección opuesta. Las palabras de Sara
Isabella se giró con brusquedad, limpiándose las lágrimas. El reflejo en el espejo le devolvió una imagen que detestaba: vulnerable, expuesta, con el maquillaje corrido. Justo lo que juró no volver a ser.—Debí darme cuenta de que me seguías. ¿Qué pasa, Walter? ¿Ahora eres mi sombra? —Su voz tembló, pero el filo cortante en sus palabras lo camufló. Él permaneció en el marco de la puerta, su silueta imponente, destacándose contra la luz blanca del baño. Su postura relajada contrastaba con la intensidad de su mirada, y por primera vez desde que lo conocía, mantenía su distancia, como si intuyera que ella estaba a punto de estallar.—Te seguí —respondió con simpleza, sin disculparse ni justificarse. Había algo en su tono, una mezcla de franqueza y arrogancia, que hacía imposible cuestionarlo.Isabella estudió su rostro buscando algún indicio de manipulación. Walter siempre había sido directo con ella, y era parte de lo que lo hacía peligroso. Sus ojos oscuros no revelaban nada, excepto
La luz fluorescente del pasillo parpadeó, proyectando sombras distorsionadas sobre el rostro del doctor García mientras enrollaba el informe preliminar. Nathan observó cada movimiento con la mandíbula tensa. Era el mismo forense que meses atrás falsificó el certificado de defunción de Elizabeth, y ahora volvería a mantener la boca cerrada en el caso de Sara. Nathan extrajo el sobre del interior de su chaqueta. El intercambio fue rápido, conocido. Desapareció en el bolsillo de la bata blanca con discreción habitual.—Todo en orden. Como siempre —murmuró García. Él asintió, sus músculos tensándose al captar el sonido distintivo de sus tacones. El aroma a alcohol mezclado con el perfume de Isabella llegó antes que ella, encendiendo el deseo y furia en sus entrañas por la forma en que lo miró y pasó a su lado. Como si nada.La observó detenerse frente a las puertas del cuarto de refrigeración, donde el cuerpo de Sara esperaba. Sus hombros estaban rígidos, y él podía sentir la rabia irr
Isabella cruzó el vestíbulo, consciente de las marcas que Nathan había dejado en su piel. La tela de la falda le escocía, pero fue el peso de las miradas lo que la detuvo de acariciar esa zona. Entre los presentes reconoció a uno de los habituales visitantes de su padre, que la estudiaba con una curiosidad que la hizo estremecer.Ubicó a James Kingston en el centro del salón, rodeado de hombres con rostros endurecidos y expresiones calculadoras. De pronto, los susurros cesaron, pero al sentir el agarre de Nathan en su cintura entendió por qué.—Señores, les presento a mi novia, Isabella Hamilton —declaró. Sus ojos se clavaron en ella con una advertencia silenciosa cuando abrió la boca para contradecirlo, aunque la palabra «novia» le pesó como un grillete. Uno de los hombres, con cicatrices en los nudillos, inclinó su rostro hacia ella.—Mis respetos —dijo con acento extranjero.Isabella no tenía idea de qué responder, pero James se levantó con una sonrisa depredadora, salvándola de
El estruendo de cristales rotos la recibió cuando cruzó el umbral de la mansión. Los gritos y golpes sordos la guiaron hasta el vestíbulo, donde Walter y Nathan se enfrentaban como dos bestias salvajes. Escuchó el impacto de sus puños contra carne y hueso, indiferentes a la sangre que manchaba la alfombra persa.James observaba desde un rincón, rodeado de sus hombres, y la diversión que bailaba en sus ojos le heló la sangre. Era evidente que no era la primera vez que sucedía algo así, pero en esta, ella tenía la culpa.—¡Nathan! —El nombre escapó de sus labios en un grito ahogado cuando el destello metálico de los cuchillos captó su atención.Walter aprovechó la distracción de este, y su puño conectó con la mandíbula de Nathan, enviándolo al suelo. Él respondió con una patada que derribó al otro, y ambos volvieron a enzarzarse en un torbellino de puños y gruñidos primitivos.—James, por favor... —Isabella se giró hacia él, odiando la súplica que teñía su voz.Con un suspiro teatral y
El silencio por la revelación de Rita se rompió cuando Jeremy apareció tras la puerta, susurrando el nombre de su esposa con angustia. Nathan abrió y el anciano se detuvo en seco, como si su cuerpo se negara a aceptar lo que veían sus ojos. La incredulidad drenó el color de su rostro, sus piernas flaquearon y tuvo que aferrarse al marco de la puerta.—Entonces… era verdad —murmuró con la voz temblorosa.Nathan avanzó rápido y sostuvo el brazo del hombre antes de que cayera.—Siéntate, Jeremy.Su voz no dejaba espacio a discusión.El mayordomo obedeció sin resistencia, hundiéndose en la silla más cercana. Sus manos temblaban sobre sus rodillas y su mirada iba de Nathan a Isabella, incapaz de enfocarse en uno solo. Cuando al fin se detuvo en su esposa, su expresión se quebró.—Señor… lo siento, yo… —Su voz se rompió y se llevó las manos al rostro—. Rita y yo lo comentamos, pero… Dios… no lo creo.Nathan sintió algo extraño en el pecho. Era la segunda vez en su vida que veía a Jeremy per
La consciencia llegó lentamente, como una marea que arrastraba sensaciones deliciosas por todo su cuerpo. La calidez la envolvía, un calor firme, protector... familiar. Pero cuando su mente terminó de despertar, comprendió lo que significaba: Nathan.El peso de su brazo sobre su cintura, la extensión de su mano bajo sus senos, la respiración acompasada contra su nuca... era íntimo, natural. El cuerpo de Isabella se paralizó por un instante, controlando su reacción mientras la familiaridad de su cercanía amenazaba con desarmarla. La muralla de almohadas yacía olvidada en el suelo, como una rendición inconsciente que no podía permitirse, a pesar de haber encontrado en él, el refugio que necesitaba después del susto de anoche. No tenía por qué extrañarlo cuando él eligió revolcarse con Sophia. Se deslizó fuera de su agarre con movimientos lentos y controlados. Se detuvo con el gruñido de Nathan en sueños por la pérdida de contacto y rodó sobre su espalda. La sábana se deslizó con el mo
Nathan esperaba por Isabella en la entrada, pero ella ni lo miró cuando iba hacia su auto. No quería que se marchara pensando que la amenaza velada de su padre sobre Emma tenía algún peso. —Tienes prisa. —Se apoyó contra la puerta del auto, impidiéndole abrirla.Isabella apenas alzó la mirada. A pesar de haber dormido a su lado, parecía más distante que nunca.—Tengo cosas que hacer.Nathan entrecerró los ojos, estudiando sus gestos.—¿Qué pasa?—Nada.Él se inclinó, invadiendo su espacio personal con deliberada intención. Solo quería recordarle que ella era lo único que realmente le importaba proteger.—Sabes que no tienes que manejar todo sola, ¿verdad? Si es por lo que dijo mi padre, te ayudaré. Si quieres verla, lo organizaré, y si quieres ponerle un rastreador…—No necesito que hagas nada.Estaba a punto de volver a preguntar qué le sucedía, pero Isabella cerró la puerta y encendió el motor antes de agregar:—Nos vemos en la noche —añadió ella, apretando el volante.Nathan la ob