Isabella contempló el reflejo de ambos en las puertas del elevador mientras descendían al estacionamiento. Él revisaba su teléfono con una mano, y con la otra acariciaba la suya con el pulgar. Aunque iban en silencio, vibraban con una tensión diferente tras despedirse en su oficina.Algo invisible parecía haberlos unido más después de que le revelara la terrible verdad sobre sus padres. Y la culpa por vivir ajena a sus tragedias se mezclaba con una extraña sensación de intimidad que iba más allá del consuelo que él le prodigó la noche anterior. Fue impulsiva al ir por él buscando respuestas. Quizá debió ir con Sara, la persona más cercana a ellos en aquel tiempo, pero no lo pensó. Y al final de la noche, lo agradeció mientras el calor de su cuerpo y las caricias en su cabello la arrullaron con ternura. Se acercó a su pecho y apoyó la frente en él. Nathan sonrió bajo y besó su cabeza. Eso eran ahora; incapaces de estar lejos del otro, prodigándose arrumacos como dos… enamorados.Las
Nathan estudió a Sophia mientras recorría el apartamento. Su figura lucía más delgada, menos saludable de lo que recordaba, y una punzada de culpa lo atravesó al darle la razón: debió investigar cómo la estaba pasando mientras su padre la tuvo internada.Pero la calma estudiada con la que se movía, tan diferente a su usual temperamento explosivo, solo confirmaba que su arrepentimiento llegaba tarde. Eso de que no era rencorosa, no podía estar más lejos de la realidad y ahora, con esa paciencia antinatural en ella era más amenazante que cualquiera de sus arranques anteriores. Nathan lo sabía bien: le había fallado, y Sophia le cobraría cada segundo de su abandono.—Isabella, te presento a una amiga y compañera de equipo. —No esperaba que este momento de unir las dos partes de su mundo pudiera llegar tan pronto.Sophia extendió su mano con una elegancia estudiada. Sus dedos largos, aquellos que conocían cada cicatriz en su cuerpo, apretaron la de Isabella con más fuerza de la necesari
Nathan entró a la habitación y encontró a Isabella moviéndose como animal enjaulado. La tensión emanaba de ella en oleadas mientras murmuraba para sí misma, sus dedos enredándose en su cabello con desesperación. En cuanto lo vio, se abalanzó hacia él como si fuera su única tabla de salvación.—No la quiero aquí —dijo con voz temblorosa, aunque exigente.—Lo sé, pero no puedo echarlos ahora o empezarán a indagar —sus dedos trazaron círculos en su espalda, intentando calmarla—. Los conozco. Un movimiento en falso y todo se va a la mierda.—Nathan… —Isabella levantó la mirada, sus ojos brillantes de angustia—. ¿No te diste cuenta? Ella me odia. Y si Mario… La angustia en sus ojos lo ablandó, así que la atrajo más cerca, inhalando su aroma—Te aseguro que no te reconocieron. Si lo hubieran hecho, mis sesos ya estarían repartidos en el suelo o… —No digas eso —susurró contra su camisa.—Trata de dormir, ¿sí? —Besó su frente, odiándose por la mentira en sus siguientes palabras—. Trabajarem
Isabella mantuvo la mirada fija en el camino hasta que sus nudillos blancos sobre el volante captaron su atención, el único indicio visible de la tormenta que rugía en su interior.El semáforo cambió a rojo y ella pisó el freno con más fuerza de la necesaria, provocando que el cinturón de seguridad se tensara contra su pecho. Los bocinazos detrás de ella se perdieron bajo el rugido de sus pensamientos, donde la imagen de Nathan se reproducía con cruel nitidez: sus manos sobre ese cuello ajeno, el deseo animal en su mirada… una intensidad que jamás había despertado en él.Quizás Richard tuvo razón todo el tiempo: ella solo encendía un deseo pasajero en los hombres, uno que se evaporaba en cuanto encontraban a alguien más interesante. Las palabras de Sophia resonaron como una sentencia: sosa, aburrida, inexperta. Una mujer incapaz de retener la atención de nadie.El semáforo cambió y la calle hacia Legacy quedó atrás mientras giraba el volante en dirección opuesta. Las palabras de Sara
Isabella se giró con brusquedad, limpiándose las lágrimas. El reflejo en el espejo le devolvió una imagen que detestaba: vulnerable, expuesta, con el maquillaje corrido. Justo lo que juró no volver a ser.—Debí darme cuenta de que me seguías. ¿Qué pasa, Walter? ¿Ahora eres mi sombra? —Su voz tembló, pero el filo cortante en sus palabras lo camufló. Él permaneció en el marco de la puerta, su silueta imponente, destacándose contra la luz blanca del baño. Su postura relajada contrastaba con la intensidad de su mirada, y por primera vez desde que lo conocía, mantenía su distancia, como si intuyera que ella estaba a punto de estallar.—Te seguí —respondió con simpleza, sin disculparse ni justificarse. Había algo en su tono, una mezcla de franqueza y arrogancia, que hacía imposible cuestionarlo.Isabella estudió su rostro buscando algún indicio de manipulación. Walter siempre había sido directo con ella, y era parte de lo que lo hacía peligroso. Sus ojos oscuros no revelaban nada, excepto
La luz fluorescente del pasillo parpadeó, proyectando sombras distorsionadas sobre el rostro del doctor García mientras enrollaba el informe preliminar. Nathan observó cada movimiento con la mandíbula tensa. Era el mismo forense que meses atrás falsificó el certificado de defunción de Elizabeth, y ahora volvería a mantener la boca cerrada en el caso de Sara. Nathan extrajo el sobre del interior de su chaqueta. El intercambio fue rápido, conocido. Desapareció en el bolsillo de la bata blanca con discreción habitual.—Todo en orden. Como siempre —murmuró García. Él asintió, sus músculos tensándose al captar el sonido distintivo de sus tacones. El aroma a alcohol mezclado con el perfume de Isabella llegó antes que ella, encendiendo el deseo y furia en sus entrañas por la forma en que lo miró y pasó a su lado. Como si nada.La observó detenerse frente a las puertas del cuarto de refrigeración, donde el cuerpo de Sara esperaba. Sus hombros estaban rígidos, y él podía sentir la rabia irr
Isabella cruzó el vestíbulo, consciente de las marcas que Nathan había dejado en su piel. La tela de la falda le escocía, pero fue el peso de las miradas lo que la detuvo de acariciar esa zona. Entre los presentes reconoció a uno de los habituales visitantes de su padre, que la estudiaba con una curiosidad que la hizo estremecer.Ubicó a James Kingston en el centro del salón, rodeado de hombres con rostros endurecidos y expresiones calculadoras. De pronto, los susurros cesaron, pero al sentir el agarre de Nathan en su cintura entendió por qué.—Señores, les presento a mi novia, Isabella Hamilton —declaró. Sus ojos se clavaron en ella con una advertencia silenciosa cuando abrió la boca para contradecirlo, aunque la palabra «novia» le pesó como un grillete. Uno de los hombres, con cicatrices en los nudillos, inclinó su rostro hacia ella.—Mis respetos —dijo con acento extranjero.Isabella no tenía idea de qué responder, pero James se levantó con una sonrisa depredadora, salvándola de
El estruendo de cristales rotos la recibió cuando cruzó el umbral de la mansión. Los gritos y golpes sordos la guiaron hasta el vestíbulo, donde Walter y Nathan se enfrentaban como dos bestias salvajes. Escuchó el impacto de sus puños contra carne y hueso, indiferentes a la sangre que manchaba la alfombra persa.James observaba desde un rincón, rodeado de sus hombres, y la diversión que bailaba en sus ojos le heló la sangre. Era evidente que no era la primera vez que sucedía algo así, pero en esta, ella tenía la culpa.—¡Nathan! —El nombre escapó de sus labios en un grito ahogado cuando el destello metálico de los cuchillos captó su atención.Walter aprovechó la distracción de este, y su puño conectó con la mandíbula de Nathan, enviándolo al suelo. Él respondió con una patada que derribó al otro, y ambos volvieron a enzarzarse en un torbellino de puños y gruñidos primitivos.—James, por favor... —Isabella se giró hacia él, odiando la súplica que teñía su voz.Con un suspiro teatral y