El rugido de la motocicleta se apagó en el estacionamiento de Legacy Real Estate. Isabella guardó el casco, percibiendo una mirada sobre ella antes incluso de girarse. El peso de ese escrutinio le erizó la piel.—¿Empezando con el pie izquierdo? —La voz de Richard la sobresaltó.—Yo... —Las palabras se le atoraron en la garganta.—Una Ducati. —La interrumpió él mientras emergía de su Audi. Su voz mezclaba apreciación con un ronroneo predatorio que la hizo tensarse—. Elegante, potente... inesperada.Su mirada se deslizó de la moto hacia ella con una intensidad que le provocó un escalofrío. En ese momento, Isabella lamentó haber rechazado el ofrecimiento de Nathan de traerla esa mañana.—Tan inesperada como llegar tarde el primer día —respondió, obligándose a sostener su mirada—. Lo lamento, no medí bien el tiempo desde la villa.—Déjame decirte que esto tendrá consecuencias. —Richard se acercó hasta que su aftershave la envolvió como una caricia no deseada—. A menos que compartas eso.
Nathan observó a Isabella irrumpir en su oficina, su cabello oscuro ondeando tras ella cual bandera de guerra. La furia en sus ojos era nueva, y lo atrajo como a un imán. Hasta que su gesto y esa pregunta lo detuvo.Nathan estudió cada matiz de su rostro, mientras rodeaba el escritorio. Toda su vida podía desmoronarse en este momento si no elegía sus palabras con precisión. Sopesó el hecho de que Richard, Sara o algún otro cabo suelto que hubiera pasado por alto pudieron habérselo dicho y por un segundo, agradeció los años de entrenamiento que le permitían mantener una fachada imperturbable, incluso cuando todo su cuerpo estaba en tensión. —¿Quién te dijo eso? —Su voz surgió suave, controlada, hasta que llegó frente a ella, sin atreverse a cruzar la línea e intentar consolarla. La última semana estuvo imposible y desde la visita de su hija, no paraban de discutir.—Isabella… —insistió, deseando haberle llamado Elizabeth.—¿Acaso importa? —Ella apretó su bolso con tanta fuerza que l
Isabella contempló el reflejo de ambos en las puertas del elevador mientras descendían al estacionamiento. Él revisaba su teléfono con una mano, y con la otra acariciaba la suya con el pulgar. Aunque iban en silencio, vibraban con una tensión diferente tras despedirse en su oficina.Algo invisible parecía haberlos unido más después de que le revelara la terrible verdad sobre sus padres. Y la culpa por vivir ajena a sus tragedias se mezclaba con una extraña sensación de intimidad que iba más allá del consuelo que él le prodigó la noche anterior. Fue impulsiva al ir por él buscando respuestas. Quizá debió ir con Sara, la persona más cercana a ellos en aquel tiempo, pero no lo pensó. Y al final de la noche, lo agradeció mientras el calor de su cuerpo y las caricias en su cabello la arrullaron con ternura. Se acercó a su pecho y apoyó la frente en él. Nathan sonrió bajo y besó su cabeza. Eso eran ahora; incapaces de estar lejos del otro, prodigándose arrumacos como dos… enamorados.Las
Nathan estudió a Sophia mientras recorría el apartamento. Su figura lucía más delgada, menos saludable de lo que recordaba, y una punzada de culpa lo atravesó al darle la razón: debió investigar cómo la estaba pasando mientras su padre la tuvo internada.Pero la calma estudiada con la que se movía, tan diferente a su usual temperamento explosivo, solo confirmaba que su arrepentimiento llegaba tarde. Eso de que no era rencorosa, no podía estar más lejos de la realidad y ahora, con esa paciencia antinatural en ella era más amenazante que cualquiera de sus arranques anteriores. Nathan lo sabía bien: le había fallado, y Sophia le cobraría cada segundo de su abandono.—Isabella, te presento a una amiga y compañera de equipo. —No esperaba que este momento de unir las dos partes de su mundo pudiera llegar tan pronto.Sophia extendió su mano con una elegancia estudiada. Sus dedos largos, aquellos que conocían cada cicatriz en su cuerpo, apretaron la de Isabella con más fuerza de la necesari
Nathan entró a la habitación y encontró a Isabella moviéndose como animal enjaulado. La tensión emanaba de ella en oleadas mientras murmuraba para sí misma, sus dedos enredándose en su cabello con desesperación. En cuanto lo vio, se abalanzó hacia él como si fuera su única tabla de salvación.—No la quiero aquí —dijo con voz temblorosa, aunque exigente.—Lo sé, pero no puedo echarlos ahora o empezarán a indagar —sus dedos trazaron círculos en su espalda, intentando calmarla—. Los conozco. Un movimiento en falso y todo se va a la mierda.—Nathan… —Isabella levantó la mirada, sus ojos brillantes de angustia—. ¿No te diste cuenta? Ella me odia. Y si Mario… La angustia en sus ojos lo ablandó, así que la atrajo más cerca, inhalando su aroma—Te aseguro que no te reconocieron. Si lo hubieran hecho, mis sesos ya estarían repartidos en el suelo o… —No digas eso —susurró contra su camisa.—Trata de dormir, ¿sí? —Besó su frente, odiándose por la mentira en sus siguientes palabras—. Trabajarem
Isabella mantuvo la mirada fija en el camino hasta que sus nudillos blancos sobre el volante captaron su atención, el único indicio visible de la tormenta que rugía en su interior.El semáforo cambió a rojo y ella pisó el freno con más fuerza de la necesaria, provocando que el cinturón de seguridad se tensara contra su pecho. Los bocinazos detrás de ella se perdieron bajo el rugido de sus pensamientos, donde la imagen de Nathan se reproducía con cruel nitidez: sus manos sobre ese cuello ajeno, el deseo animal en su mirada… una intensidad que jamás había despertado en él.Quizás Richard tuvo razón todo el tiempo: ella solo encendía un deseo pasajero en los hombres, uno que se evaporaba en cuanto encontraban a alguien más interesante. Las palabras de Sophia resonaron como una sentencia: sosa, aburrida, inexperta. Una mujer incapaz de retener la atención de nadie.El semáforo cambió y la calle hacia Legacy quedó atrás mientras giraba el volante en dirección opuesta. Las palabras de Sara
Isabella se giró con brusquedad, limpiándose las lágrimas. El reflejo en el espejo le devolvió una imagen que detestaba: vulnerable, expuesta, con el maquillaje corrido. Justo lo que juró no volver a ser.—Debí darme cuenta de que me seguías. ¿Qué pasa, Walter? ¿Ahora eres mi sombra? —Su voz tembló, pero el filo cortante en sus palabras lo camufló. Él permaneció en el marco de la puerta, su silueta imponente, destacándose contra la luz blanca del baño. Su postura relajada contrastaba con la intensidad de su mirada, y por primera vez desde que lo conocía, mantenía su distancia, como si intuyera que ella estaba a punto de estallar.—Te seguí —respondió con simpleza, sin disculparse ni justificarse. Había algo en su tono, una mezcla de franqueza y arrogancia, que hacía imposible cuestionarlo.Isabella estudió su rostro buscando algún indicio de manipulación. Walter siempre había sido directo con ella, y era parte de lo que lo hacía peligroso. Sus ojos oscuros no revelaban nada, excepto
La luz fluorescente del pasillo parpadeó, proyectando sombras distorsionadas sobre el rostro del doctor García mientras enrollaba el informe preliminar. Nathan observó cada movimiento con la mandíbula tensa. Era el mismo forense que meses atrás falsificó el certificado de defunción de Elizabeth, y ahora volvería a mantener la boca cerrada en el caso de Sara. Nathan extrajo el sobre del interior de su chaqueta. El intercambio fue rápido, conocido. Desapareció en el bolsillo de la bata blanca con discreción habitual.—Todo en orden. Como siempre —murmuró García. Él asintió, sus músculos tensándose al captar el sonido distintivo de sus tacones. El aroma a alcohol mezclado con el perfume de Isabella llegó antes que ella, encendiendo el deseo y furia en sus entrañas por la forma en que lo miró y pasó a su lado. Como si nada.La observó detenerse frente a las puertas del cuarto de refrigeración, donde el cuerpo de Sara esperaba. Sus hombros estaban rígidos, y él podía sentir la rabia irr