Isabella observaba el amanecer desde la orilla del embarcadero, mientras la neblina se arrastraba sobre el lago como un manto. El pecho le ardía, no solo por la carrera matutina, sino por el recuerdo de la intimidad que vio anoche entre Richard y Amelia.Tuvo que dominarse frente a ellos. Sobre todo, ante Nathan que la creía invencible, mientras cada fibra de su ser se desgarraba. La mezcla de dolor y odio se entrelazaba en su pecho con una amarga añoranza por los años desperdiciados con un hombre que ahora miraba a otra como nunca la miró a ella. Ver esa ternura en Richard removió la más densa oscuridad en su interior. No por desear ese amor ahora, sino por el eco del dolor de Elizabeth, aquella ingenua que nunca supo ver la verdad.Volvió trotando a la villa y la culpa la golpeó de lleno al encontrar una nota frente al desayuno preparado por el servicio. “Me encantó lo que me hiciste anoche. No puedo esperar para repetir. Te amo, reina. N.K.” Sí, se había entregado como nunca para
Nathan no sabía cómo romper el silencio que siguió a la confesión de Isabella. Ya tenían un buen rato, sentados en la tumbona, ella sobre él, explicando cada detalle lo mejor que podía. Mientras la escuchaba, trató de encontrar señales de manipulación, pero lo único que pudo ver fue vulnerabilidad en sus ojos. Todo encajaba con una precisión que lo enfermaba.—¿Desde cuándo te informaron de esto? —preguntó con una aspereza que no pretendía mostrar. —En Toronto. Lo de Sara parece… personal. Me ha insistido en lo peligroso que eres.—Lo soy.—Lo sé —sus uñas pintadas de rojo rozaron su brazo—. Pero eso es lo que me ha mantenido con vida.Él la observó, recordando a aquella Elizabeth que temblaba ante su presencia, tan diferente a esta mujer que ahora lo desafiaba con la mirada. El deseo de protegerla luchaba contra la necesidad de usarla en su propio juego.—Necesito ver a mi padre y tomar medidas —decidió después de un largo suspiro.—Nathan... Esto puede afectarme —dijo empujándolo o
Nathan observaba desde la ventana de su despacho el auto de Richard atravesando el portón de la villa y su nueva realidad se materializó en forma de una niña de siete años que le recordaba mucho a su madre.El sonido de tacones le indicó que Isabella bajaba a recibirlos y se obligó a quedarse donde estaba, controlando el impulso primitivo de marcar su territorio. Emma bajó como un torbellino de mechones dorados idénticos a los de Elizabeth y energía desbordada. Nathan contuvo el aliento cuando la vio correr hacia Isabella, que la recibió con los brazos abiertos. La risa de ambas llegó hasta su ventana y algo se removió en su interior al verlas reaccionar a la otra con una familiaridad impresionante.Richard las siguió con paso casual, saboreando la escena como si fuera lo que había estado esperando y Nathan apretó la mandíbula cuando lo vio inclinarse hacia Isabella, sus labios rozando su mejilla en un saludo que se prolongó más de lo necesario, sobre todo cuando acarició su brazo y
La risa de Emma flotó hasta la habitación, despertando a Isabella. Por un momento se quedó inmóvil, saboreando el sonido que durante meses solo había existido en sus sueños. Otro estallido de alegría la hizo incorporarse y caminar hasta la ventana.La escena en el jardín la dejó sin aliento. Nathan, vestido con ropa deportiva y una gorra que nunca le había visto, lanzaba una pelota al Husky, pero el perro, más interesado en el juego que en obedecer, zigzagueaba entre ellos provocando más risas. La luz matinal bañaba el cuadro de una domesticidad que le oprimió el pecho. Se tomó un momento para grabar esa imagen en su memoria: la sonrisa relajada de Nathan, la alegría desbordante de Emma, eran una postal perfecta de lo que podría haber sido, de lo que tal vez...—¡Más alto! —gritó su hija cuando el perro regresó con la pelota—. ¡Mira qué rápido es!Él la complació, y el Husky salió disparado en una mancha blanca. Isabella observó cómo su hija se acercaba a Nathan, tirando de su camise
El rugido de la motocicleta se apagó en el estacionamiento de Legacy Real Estate. Isabella guardó el casco, percibiendo una mirada sobre ella antes incluso de girarse. El peso de ese escrutinio le erizó la piel.—¿Empezando con el pie izquierdo? —La voz de Richard la sobresaltó.—Yo... —Las palabras se le atoraron en la garganta.—Una Ducati. —La interrumpió él mientras emergía de su Audi. Su voz mezclaba apreciación con un ronroneo predatorio que la hizo tensarse—. Elegante, potente... inesperada.Su mirada se deslizó de la moto hacia ella con una intensidad que le provocó un escalofrío. En ese momento, Isabella lamentó haber rechazado el ofrecimiento de Nathan de traerla esa mañana.—Tan inesperada como llegar tarde el primer día —respondió, obligándose a sostener su mirada—. Lo lamento, no medí bien el tiempo desde la villa.—Déjame decirte que esto tendrá consecuencias. —Richard se acercó hasta que su aftershave la envolvió como una caricia no deseada—. A menos que compartas eso.
Nathan observó a Isabella irrumpir en su oficina, su cabello oscuro ondeando tras ella cual bandera de guerra. La furia en sus ojos era nueva, y lo atrajo como a un imán. Hasta que su gesto y esa pregunta lo detuvo.Nathan estudió cada matiz de su rostro, mientras rodeaba el escritorio. Toda su vida podía desmoronarse en este momento si no elegía sus palabras con precisión. Sopesó el hecho de que Richard, Sara o algún otro cabo suelto que hubiera pasado por alto pudieron habérselo dicho y por un segundo, agradeció los años de entrenamiento que le permitían mantener una fachada imperturbable, incluso cuando todo su cuerpo estaba en tensión. —¿Quién te dijo eso? —Su voz surgió suave, controlada, hasta que llegó frente a ella, sin atreverse a cruzar la línea e intentar consolarla. La última semana estuvo imposible y desde la visita de su hija, no paraban de discutir.—Isabella… —insistió, deseando haberle llamado Elizabeth.—¿Acaso importa? —Ella apretó su bolso con tanta fuerza que l
Isabella contempló el reflejo de ambos en las puertas del elevador mientras descendían al estacionamiento. Él revisaba su teléfono con una mano, y con la otra acariciaba la suya con el pulgar. Aunque iban en silencio, vibraban con una tensión diferente tras despedirse en su oficina.Algo invisible parecía haberlos unido más después de que le revelara la terrible verdad sobre sus padres. Y la culpa por vivir ajena a sus tragedias se mezclaba con una extraña sensación de intimidad que iba más allá del consuelo que él le prodigó la noche anterior. Fue impulsiva al ir por él buscando respuestas. Quizá debió ir con Sara, la persona más cercana a ellos en aquel tiempo, pero no lo pensó. Y al final de la noche, lo agradeció mientras el calor de su cuerpo y las caricias en su cabello la arrullaron con ternura. Se acercó a su pecho y apoyó la frente en él. Nathan sonrió bajo y besó su cabeza. Eso eran ahora; incapaces de estar lejos del otro, prodigándose arrumacos como dos… enamorados.Las
Nathan estudió a Sophia mientras recorría el apartamento. Su figura lucía más delgada, menos saludable de lo que recordaba, y una punzada de culpa lo atravesó al darle la razón: debió investigar cómo la estaba pasando mientras su padre la tuvo internada.Pero la calma estudiada con la que se movía, tan diferente a su usual temperamento explosivo, solo confirmaba que su arrepentimiento llegaba tarde. Eso de que no era rencorosa, no podía estar más lejos de la realidad y ahora, con esa paciencia antinatural en ella era más amenazante que cualquiera de sus arranques anteriores. Nathan lo sabía bien: le había fallado, y Sophia le cobraría cada segundo de su abandono.—Isabella, te presento a una amiga y compañera de equipo. —No esperaba que este momento de unir las dos partes de su mundo pudiera llegar tan pronto.Sophia extendió su mano con una elegancia estudiada. Sus dedos largos, aquellos que conocían cada cicatriz en su cuerpo, apretaron la de Isabella con más fuerza de la necesari