Acababa de soltar la mano de Nathan cuando Isabella notó de inmediato la preocupación en los ojos de Rita. La criada avanzaba con pasos rápidos pero discretos, arrugando el dobladillo de su delantal, un gesto que rara vez mostraba. Algo iba mal.—Señorita… —susurró Rita, lanzando una mirada furtiva hacia la puerta por donde acababa de salir el General Reed—. Hay algo que debe saber sobre la chica que trajo Walter... La encontré... mal, pero ahora el bebé no está.Isabella sintió un vacío en el estómago. Su pulso se aceleró y giró hacia Nathan, que endureció la expresión.—¿Cómo que no está? —su voz fue controlada, pero inquieta—. ¿Dónde la instalaron?—En la habitación de invitados azul, señor. Revisé todo, y no hay rastro del pequeño. Ya le avisé a Jeremy, pero...Sin esperar más, Isabella se dirigió a las escaleras, con un nudo en la garganta. Nathan aceleró el paso para alcanzarla mientras Rita los seguía.—Jeremy dice que vio su auto salir. Pero discutió con la señorita antes. Los
Isabella cruzó las puertas del Aurora del brazo de Nathan, donde luces de neón azul y rojo bañaban a la multitud que bailaba al ritmo de música electrónica ensordecedora. El contraste entre los trajes de etiqueta de los invitados y el ambiente juvenil del club resultaba casi cómico.James avanzó delante de ellos con su habitual aire de superioridad, pero Isabella contuvo una risita al ver cómo fruncía el ceño ante la elección del lugar de su hija. Aun así, adoptó su postura aristocrática, como si con su sola presencia elevara la categoría del establecimiento.Un miembro del equipo de seguridad los guió hasta el área VIP, donde Amelia ya esperaba con una copa de champán, su vestido negro destacando en un mar de invitados vestidos según el código de blanco y negro que ella misma había establecido.—Bienvenidos —gritó Amelia con una sonrisa traviesa—. Pensé que algo más... contemporáneo sería apropiado para celebrar a mi querido hermano.Le dio dos besos a cada uno, pero Isabella supo de
Emma avanzaba con una sonrisa radiante, cada paso medido con precisión. El vestido blanco inmaculado flotaba a su alrededor y, bajo las luces del club, las pequeñas alas de ángel en su espalda resplandecían, dándole un aire casi irreal.King iba a su lado, con una pajarita negra al cuello. Ninguno aceleró el paso, como si hubieran ensayado y entendieran la solemnidad del momento.Emma estaba allí, formando parte del momento que marcaría sus vidas. Isabella sintió un nudo en la garganta, su corazón latiendo con fuerza. Entonces, la niña levantó la mirada y le sonrió, iluminando su rostro. Un diente faltante rompía la perfección de su sonrisa, y aun así era lo más hermoso que Isabella había visto.—¡Bella! —exclamó Emma. En el último tramo aceleró sus pasos sin soltar la cajita de terciopelo con ambas manos.Cuando Emma llegó, Isabella se arrodilló, ignorando los flashes y murmullos.—Princesa... —susurró, acariciando su mejilla—. Extrañaba tanto verte.—Nathan dijo que era un secreto
Isabella distinguió una figura oscura en el balcón y disparó tres veces en rápida sucesión. La vio desplomarse sobre la baranda antes de precipitarse al nivel principal, desapareciendo en el tumulto. Otra permaneció colgada de unos cables, abatida por Walter.El pánico inundó el club. Cuerpos se abalanzaban hacia las salidas mientras Isabella buscaba desesperadamente a Emma entre la multitud. La encontró protegida por Jorge, quien la cubría con su cuerpo.—¡EMMA! —gritó Isabella.Richard emergió de la multitud, el brazo aún inmovilizado en un cabestrillo. Con el rostro aún magullado, arrebató a la niña de los brazos de Jorge. Su expresión mostraba una preocupación genuina que contrastaba con el cálculo habitual de sus gestos.—Me la llevo, este no es lugar para una niña y se lo dije al bastardo. —Lo vio salir, sin darle tiempo de responder.El corazón de Isabella se contrajo al ver a Emma desaparecer entre la multitud. Su instinto le gritó que corriera tras ella, pero el caos se tragó
Isabella llevaba cuatro horas en la misma incómoda silla del hospital, esperando noticias de Nathan. Detrás de las puertas herméticas del quirófano, su vida pendía de un hilo.Las voces de médicos y enfermeras se difuminaban bajo el rugido de su propio pulso, hasta que el hospital entero perdió sentido.En su mente, el tiroteo se reproducía sin cesar: Nathan interceptando la bala destinada a James, la sangre extendiéndose por su camisa blanca, los gritos atravesando el aire festivo.Se levantó de golpe y deambuló por los pasillos, luchando por alejarse del olor a antiséptico y muerte. Necesitaba aire. Silencio.Sus pies la condujeron a la pequeña capilla del hospital, un santuario en medio del caos.La puerta se cerró tras ella. El aroma a cera y madera vieja la envolvió mientras la tenue luz de las velas iluminaba el pequeño espacio. Se desplomó en un banco y el peso de todo lo ocurrido cayó sobre ella.Por segunda vez desde el tiroteo, se quebró.—¿Cómo llegué a esto? —Su voz se aho
El vértigo la sacudió tras la salida de James y Amelia. Se aferró al banco, intentando estabilizarse, pero la náusea ascendió con violencia, cerrándole la garganta. Apenas tuvo tiempo de correr al baño antes de inclinarse sobre el inodoro.El frío del suelo le caló las rodillas mientras las arcadas la sacudían, su cuerpo convulsionando bajo el esfuerzo. El sudor frío resbalaba por sus sienes, mezclándose con lágrimas involuntarias.Se apoyó en el lavabo y dejó correr el agua sobre su rostro ardiente, intentando calmar el malestar persistente. Sus manos se aferraron al borde de porcelana cuando alzó la vista al espejo manchado.—¿Se encuentra bien, señora?Isabella levantó la mirada. Una enfermera de mediana edad la observaba desde la puerta entreabierta. Su expresión mostraba preocupación, pero no alarma. Ojos curtidos por años de experiencia que ya habían visto demasiado.—Sí, es solo... —Isabella pasó una mano húmeda por su cabello—. Un día complicado.La enfermera entró y cerró la
El pitido del monitor cardíaco era lo único que rompía el silencio. Monótono, inquebrantable. Cada leve variación le recordaba que Nathan aún estaba allí… y que podía irse en cualquier momento.La UCI VIP era un espacio pulcro, clínico, con paredes insonorizadas y tecnología de punta. Un lujo que no significaba nada cuando el hombre que amaba yacía inmóvil, con la piel más pálida de lo que recordaba.Se miró en la ventana. Apenas se reconocía. Ojeras violáceas, labios agrietados, piel marchita. Sus manos, firmes incluso al disparar, temblaban ahora al sostener un vaso de agua que una enfermera le dejó horas atrás.El chirrido de unos zapatos rompió la quietud opresiva. Isabella levantó la mirada para encontrarse con la jefa de enfermeras en su recorrido de rutina. Nathan era prioridad para todos.—Debería descansar, señora Kingston —dijo sin apartar la vista de las constantes vitales—. El doctor Morales pasará en una hora.Isabella apenas reaccionó.—Estoy bien.Era mentira. Su voz so
Isabella cerró la puerta y dejó caer la máscara de compostura. La farsa aún le quemaba en la garganta cuando el doctor Morales alzó la vista de la tablet.—La inflamación cerebral está disminuyendo —anunció él sin preámbulos—. Los signos vitales están más estables.—¿Cuándo despertará? —La pregunta salió más desesperada de lo que pretendía.—No puedo darle un tiempo exacto. —Le revisó las pupilas con la linterna y luego la miró—. El doctor Brennan llamó. Está preocupado por su salud. El estrés prolongado y la falta de descanso...Ella ignoró el comentario y mantuvo la vista en el monitor cardíaco, atenta a cada latido de su esposo.—Estoy bien.—Entiendo... —dijo sin insistir. Cuando él se fue, Isabella se dejó caer en la silla. Seguro que ya estaba harto de ella. Tomó la mano de Nathan entre las suyas, como si pudiera transferirle su propia vitalidad. La piel fría de él contrastaba con el calor febril de sus palmas.—Nathan, soy yo. —Susurró, luchando contra el nudo en su garganta—