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5. Capítulo: Sonrisa Diabólica

Una semana que no he vuelto a ver sus ojos, siete días de aparente tranquilidad, han sido ciento sesenta y ocho horas que la ausencia del lobo me ha dejado una creciente de suspenso.

Por eso siempre que alguien llega, temo que pueda ser él. El alivio me invade cada que no resulta ser ese hombre. He estado en la habitación sin sabe qué hacer, de modo que empiezo a recordar mi vida tranquila en la ciudad de New York, los momentos con mi padre y Elena; y las travesuras de Grace, que tanto dolor de cabeza causan.

Creo que rememorar instantes familiares logran olvidarme de que estoy aquí, y siempre llega ese punto en que sucede el efecto contrario. Soy consciente de cuánto los extraño, de lo mucho que ellos me hacen falta. 

Necesito un abrazo de papá, un beso sobre la mejilla de mamá, también las sonrisitas traviesas de mi pequeña hermana. Todo eso me aprieta el pecho, es nostalgia, es melancolía, es un sentimiento que domina cada parte de mí. 

Veronika entra, la mucama, también es taciturna, al menos conmigo lo es, porque tiene prohibido ser amistosa conmigo y parlanchina. Suspiro sobre el suelo, sentada en posición de indio, intento ponerle atención a la película, pero no es de mi agrado. Tengo el control remoto sobre mis manos, le doy vueltas y vueltas aburrida de lo mismo. 

—El señor ha llegado —habla de repente, detengo el jugueteo con el aparato y la miro sintiendo que mi corazón galopa con fuerza —. Que quede entre nosotras, en cualquier momento vendrá. 

—No diré nada, lo prometo. 

—Bien, también escuché que piensa divertirse contigo, por favor, Luna, no te resistas o va a ser peor —emite en voz baja, sus palabras me deshacen.

Saber con antelación lo que me sucederá, solo me arrebata el aire y provoca miedo en mi sistema. Las lágrimas se acumulan de golpe, no quiero romperme, retengo el líquido salado en mis ojos, lo alejo. Mostrarme más frágil y vulnerable no impedirá que me lastime. 

No le respondo a Veronika. Pierdo la vista en la enorme pantalla, pero la atención sigue corriendo con furor sobre sus palabras advirtiendo. 

—Con permiso —vuelve a hablar, yéndose de inmediato. 

Me abrazo a mis piernas hundiendo la cabeza entre el espacio de mis rodillas. El nudo en la garganta me apretuja, cada vez las ganas de llorar me aprisionan, no puedo más. Ya no lo resisto. 

A continuación, el aludido se presenta desmoronando la ilusión de estar a salvo, incluso en su territorio. No tengo salida, es mi triste realidad. Es un gigante, yo una hormiga pisoteada con solo esa mirada suya. Trae algo en la mano, de solo mirar que se trata de un instrumento de tortura, mi pulso se dispara colosal, el corazón se bate dentro de mí. 

—No... No... ¡No! —me niego a creer que empleará ese látigo en mi cuerpo, y en un ridículo intento por protegerme retrocedo lo más que puedo de su criminal presencia. 

Su sonrisa aparece, es un gesto diabólico que contempla con satisfacción mi terror infinito. Le gusta ultrajar, el suplicio que me rodea como un sarpullido incurable. Empiezo a resollar, mis pulmones no aguantan la ida de oxígeno que se ha esfumado por su maldad. 

—Tú retrocedes, pero yo avanzo y finalmente te acorralo. No tienes escapatorias, Lunita —se burla, dando un latigazo al aire que me inyecta desesperación. Sus pupilas dilatadas me estremecen, choco con la pared y sé que estoy perdida —. Date la vuelta. 

Su demanda llega cuando solo está a centímetros. El veneno de sus labios se respira cerca y me alcanza la intoxicación. Está parado en mi espacio y sus manos en la pared detrás de mí. La huida es imposible y la salvación inalcanzable. 

La boca del lobo atraviesa de forma ruda la curva de mi cuello, acompaña el recorrido con su lengua. Es asqueroso, es repudiable, y que despierte no solo miedo, sino también un temblor en mi parte baja, me odio por ello. 

La excitación oscila los límites que no creí tener, me perfora la intensidad de su toqueteo. Termina descubriendo mi hombro derecho, para luego dirigir sus labios a la zona y clavar sus dientes en mi piel. Dejo escapar un quejido, eso ha dolido mucho. Incluso siento que a borbotones sale la sangre que en cuestión ya succiona. ¿Acaso es un vampiro? 

No, pero sí un demente. 

—Obedece y camina hacia la cama, he cambiado de parecer, primero jugaré un poco —expresa apretando mi barbilla, de manera que solo lo vea a él. 

—No me mates, te lo suplico —imploro, estoy a punto de arrodillarme, no quiero morir. 

—¡A la cama, joder! —repite dándome un empujón que me hace caer de bruces sobre la colcha, mi cuerpo rebota. 

Aún boca abajo, escucho el sonido de un zíper siendo bajado. Trago grueso, me violará. No puedo creer que terminaré perdiendo mi virginidad con este monstruo. No es que estuviera esperando el matrimonio o algo parecido, pero sí a la persona correcta. 

—Te vas a divertir —alardea y me voltea hacia él. Está completamente desnudo de la cintura para abajo, su hombría saluda disparando mis latidos. Pensar que todo eso entrará en mí, aumenta el ritmo cardíaco, amedrenta —. ¿Qué esperas? Desnúdate. 

Bajo su atención y miedo implacable, me quito todo, él termina sacándose la camisa, dejando al descubierto un perfecto torso y brazos musculosos. Una lucha contra él sería estúpido, es más fuerte. A diferencia de lo que imaginé, no hay rastro de tinta en su cuerpo. No es el tipo de mafiosos que esté repleto de tatuajes. 

—Abre las piernas para mí, Luna —apremia ansioso por terminar de destruirme. 

Me rehuso a obedecer, por eso es él quien lo hace con brusquedad y aproxima su miembro a mi entrada. No hay preámbulos, no existe anticipación, él solo se entierra en mí de una forma bestial que me corta en pedacitos. Desgarra mi interior, se roba la inocencia, es un maldito. Me posee con brutalidad; el ardor es terrible asiduo al dolor que se intensifica. 

Gime con cada embestida, saber que genero placer en él, me enfurece. Me viola y eso lo excita, al cabo de unos minutos empiezo a experimentar una sensación placentera que detesto. No es correcto, aún así la debilidad de la carne habita en todo ser imperfecto, y no soy la excepción. 

Reprimo gemidos y jadeos inaceptables. Mantengo en la garganta el gimoteo repetitivo por el despliegue de la satisfacción, la avalancha crece descomunal, al punto que me sacudo a la par. Exploto, no puedo evitarlo. 

Todo ha terminado, al final es solo el comienzo. Está sobre mí, devorando mis senos, los aprieta sin delicadeza. Me quejo clavando las uñas en su espalda, pero no tarda en gruñir por lo que he hecho. Me detiene, inmoviliza mis manos, posterior a eso va por unos grilletes que ajusta en mis tobillos, luego toma unas esposas y atrapa mis muñecas. El metal en ambas partes de mi cuerpo me lastima, la prisión me desalma. 

Inerme, todo es escalofriante, atada literalmente, me muero de miedo. Su próxima acción es un misterio. Pero entre el suspenso y la incertidumbre igual puedo dilucidar viles objetivos. En aquellos verdes grisáceos bailando en el sadismo, me paralizo. 

Aleksander no solo ha vuelto con esos objetos metálicos, también regresó con una pequeña navaja que desciende en mi pecho que sube y baja descontrolado. Los ojos se me abren de par en par. Es un loco, ¿me va matar? 

—¿Sabes? Cuando mi madre se fue, me quedé llorando su ausencia día y noche. Me preguntaba... —hace una pausa. En ningún momento deja de lado el paseo de la navaja en mi piel, hace círculos, trazos mortíferos y, le pido al cielo que el filo no deje cardenales —. ¿Qué hice mal? ¿Se marchó por mi culpa? ¿Es que acaso no me quería? Y, adivina qué. 

—Lo siento mucho, ha de ser difícil para un niño —susurro en un hilo, a pesar de todo tengo el valor de hablarle —. Pero, ¿qué tiene que ver eso conmigo? 

—Mucho, Luna —afirma con odio, lo veo en sus orbes y lo siento en su voz cargada de aborrecimiento —. Por eso estás aquí, necesito vengar su abandono. Aunque seas la chica equivocada, igual será una tragedia para la desgraciada de mi madre y del imbécil de tu padre. 

No puedo creerlo, me niego a pensar una cosa así. Está mintiendo, es falaz, ¿por qué debería de creerle? Todo es tan abstruso. 

—No es verdad, no es cierto lo que dices —alego adolecida, es un trago amargo, la sola idea de saber de que Elena es su madre me descoloca.

Conozco a mamá, sin embargo, ¿sé de ella antes de que llegara a nuestras vidas? No, no ha contado un sombrío pasado, entonces me cuesta hacerme a la idea y nace la interrogante, ¿he vivido todos estos años llamando mamá a una completa desconocida? 

—Elena Konstantinov es mi madre, de hecho sigue casada con mi padre. Su matrimonio jamás se disolvió, por esa razón nunca pudo contraer matrimonio con tu padre. ¿Ahora me crees, Luna? 

Grito furiosa, tirando de las esposas, no me puedo soltar, aún así no para, hasta que él pone la navaja en mi cuello amenazante. Me calmo, un solo movimiento hará que el filo atraviese mi yugular. 

—Basta, deja de gritar o mueres ahora mismo. 

—¡Mátame de una vez maldito, al final lo harás! —escupo presa en el llanto. 

Pero él no cumple mi desesperada petición, tal vez porque no está en su plan quitarme la vida hoy. Me enredo en su mirada que duda en deliberar al respecto la siguiente acción. 

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